miércoles, 30 de septiembre de 2015

¿Es Rajoy, y quizás España, víctima del éxito escolar?

¿Es Rajoy, y quizás España, víctima del éxito escolar?

                Esta es una cuestión que me planteo después de ver la pésima actuación de nuestro presidente de gobierno en la entrevista que, el 22 de septiembre, le hizo el periodista Carlos Alsina en Onda Cero.
                ¿Cómo es posible que alguien que tras haberse licenciado en Derecho y enclaustrarse varios años para ganar una plaza de registrador de la propiedad sea incapaz de responder a la pregunta de si los habitantes de Cataluña perderían su condición de españoles en el hipotético caso de la independencia de esta comunidad autónoma? Para cualquier ciudadano lego en Derecho una respuesta plausible está, a un simple golpe de clic, en la web del Ministerio de Justicia (y, de paso, comprobar que Alsina tampoco estaba muy bien informado).
                Mi impresión es que la mera formación memorística que, en su momento, permitió a Rajoy acceder a su profesión de registrador sirve de muy poco en unos tiempos como los actuales, en los que los conocimientos científicos se duplican cada muy pocos años. Un mundo como el actual requiere una enorme predisposición a aprender permanentemente y a ser capaz de responder a un número creciente de imprevistos. La imagen que transmitió el presidente fue la de un señor mayor, descolocado y nervioso, cuya incomodidad le llevó al recurso autoritario de rehuir las preguntas molestas aduciendo que lo que se le preguntaba no conducía a ninguna parte (simplemente porque lo decía él).
                En mi opinión, el problema es que en España (y, claro está, en Cataluña) no estamos habituados a la confrontación de pareceres, a las entrevistas incómodas (del tipo del programa Hard Talk que en tan serios apuros puso a Raül Romeva –cuyo conocimiento del inglés es de agradecer-). Lo vemos en los debates pre-electorales, cuando los hay. Más que un diálogo, lo que se produce es una sucesión de pequeños monólogos –preparados de antemano- que terminan por aburrir al común de los ciudadanos y, me atrevería a decir, a los respectivos parroquianos. Recuerdo que tras el debate pre-electoral que mantuvieron Esperanza Aguirre y Rafael Simancas, aquella le reconoció a este que había estudiado muy bien sus intervenciones, a lo que añadió que era como si hubiese preparado una oposición para abogado del Estado (con tiempos tasados y una prosodia acorde con tales constricciones temporales).
                De las sesiones de control al Gobierno en el Parlamento o de los debates sobre el estado de la nación, mejor no hablar. Las primeras suelen ser una burla al sentido común en las que el gobierno se permite responder lo que le dé la gana, venga o no a cuento. Los segundos consisten en discutir una larga y cansina perorata con la que el presidente del gobierno de turno se elogia a sí mismo.
                Por desgracia, esta es también la tónica habitual en nuestra sociedad civil. Si uno acude a una mesa redonda, lo habitual es que todos sus componentes sean de la misma cuerda y, por sorprendente que pueda parecer, también el público. Se trata, más bien, de actos para promover el sentido de parroquia frente a un mundo hostil.

                En nuestra enseñanza universitaria –pero también en buena parte los otros niveles educativos- mucho me temo que sucede más de lo mismo: el profesor suelta su rollo y todo se limita a un monólogo. A modo de ejemplo, la estudiante con mejor nota de selectividad de Madrid en 2014 decía que lo que le estaba costando más trabajo de sus estudios de Medicina era tomar apuntes y habituarse a los exámenes de tipo test (aquí se puede ver un vídeo en el que Rubalcaba indica que la nuestra es una educación para crear funcionarios). En la universidad, el profesorado tiene frente a sí un público cautivo (ha de acudir a clase con cierta frecuencia para aprobar y, a veces, ni eso). Sin duda, habrá profesores que lo hagan muy bien. El problema es que es casi imposible saber quiénes lo hacen así y en qué consiste un buen desempeño. Tampoco parece haber mucho interés institucional en saberlo (nos basta con las encuestas endógenas). Seguramente, habría que promover mucho mayor contacto de la Universidad con la sociedad civil. Creo que si para su profesorado fuese relativamente habitual impartir conferencias ante públicos no cautivos –personas que si se aburrieran se marcharían de la charla: no esperan una calificación a cambio de permanecer en un auditorio- no le resultaría muy complicado ser capaz de generar entusiasmo y pasión por aprender en las aulas universitarias. El problema, claro está, es que para esto hay que ser llamado por parte de la sociedad civil: de nada sirve alegar que se es doctor. Es decir, hay que hacer algo que merezca la pena ser contado y ser capaz de transmitirlo (y si es en poco tiempo, al estilo de las Ted Talks, miel sobre hojuelas). 

Nota. Este texto está también disponible en http://www.blogcanaleducacion.es/

viernes, 25 de septiembre de 2015

Iniciativa en favor del libro científico

Hace unas semanas, y en este mismo blog, publiqué una entrada sobre la posible desaparición del libro científico. Por fortuna, se acaba de aprobar una iniciativa que puede poner fin a tan lúgubre pronóstico.

lunes, 14 de septiembre de 2015

La Educación Secundaria de Adultos

La Educación Secundaria de Adultos

He publicado tres artículos –el último hace unos días- en revistas indexadas (se pueden ver aquí, aquí y aquí) derivados de una investigación sobre el alumnado de Centros de Educación de Personas Adultas (CEPAs) que cuenta con alguna experiencia laboral (pasada y/o presente).  El trabajo de campo es resultado de un centenar de entrevistas en profundidad –realizadas durante los cursos 2011-12 y 2012-13- a alumnos de la ESO de diez CEPAs de la ciudad de Madrid, y de la observación participante en diferentes aulas de ese nivel educativo de esos centros. A todo ello, hay que añadir multitud de conversaciones informales con profesores y equipos directivos de los centros.

Prácticamente la totalidad de los entrevistados nacieron cuando ya existía democracia en España. En este sentido, sus trayectorias escolares y profesionales constituyen una información privilegiada para valorar lo que ha dado de sí la educación obligatoria en los últimos años, de modo que sus declaraciones vendrían a ser una aportación oral a la historia del fracaso escolar en la España de la democracia.

Las entrevistas realizadas ponen de manifiesto lo que señalara Tolstoi en Ana Karenina, en el sentido de que todas las familias felices se parecen unas a otras y que cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada. Pese a que cada relato sobre al abandono escolar es un mundo en sí mismo, plagado de particularidades, se podrían agrupar en cinco las principales causas a las que los entrevistados achacan su abandono escolar temprano. La primera tiene que ver con características de la familia como su capital cultural, la pobreza, la situación de desempleo, la desaparición de un progenitor e incluso de ambos (por abandono del hogar, divorcio o muerte). La segunda se refiere a traumas sufridos por los entrevistados como accidentes, enfermedades, minusvalías, que interfieren en la trayectoria escolar. La tercera se podría atribuir a motivaciones personales –aunque habría que matizar considerablemente este adjetivo- del tipo de considerarse a sí mismo como rebelde o haberse juntado con amistades inadecuadas. La cuarta hace referencia al hecho de que tenemos un elevado número de alumnos extranjeros que vienen de países en los que no estuvieron debidamente escolarizados en su infancia –lo que puede coincidir con lo sucedido con buena parte del alumnado autóctono de mayor edad-. Y, finalmente, la quinta causa radicaría en la propia escuela y su tendencia a excluir a todo aquel que no se avenga a la norma de lo que se entiende por alumno académico.

El estudiantado entrevistado pertenece claramente a grupos sociales vulnerables y a familias con muy bajo capital cultural. Lo que para otros grupos de mayor estatus socioeconómico sería una mera contrariedad, para los estudiantes que aparecen en este estudio se convierte en un obstáculo insalvable. Con un poco de ayuda, cuando eran niños o adolescentes, este problema se habría resuelto.

El abandono escolar bajo mínimos es el reflejo de un sistema productivo que ha podido funcionar con una fuerza de trabajo escasamente cualificada, en el que la carencia de títulos educativos no era especialmente grave. El modelo de crecimiento de la España del boom económico ha permitido tolerar unos elevadísimos niveles de abandono escolar cuyas consecuencias estamos pagando ahora. Desde la perspectiva del presente, los estudiantes entrevistados consideran un serio error haber dejado la escuela sin concluir la ESO. Hoy en día, las tornas han cambiado por completo y pocos son los empleos –desde vigilante jurado a reponedor de una gran superficie comercial- que no exigen ya el mínimo de la credencial de la ESO.

El hecho de que la mayor parte de los estudiantes, además de ser personas adultas, tengan una actitud respetuosa en el aula facilita la relación de estos con un profesorado plenamente consciente de las enormes dificultades que están sorteando sus alumnos para alcanzar el título de la ESO. Por otro lado, la práctica totalidad del profesorado ha elegido deliberadamente serlo en un CEPA, conscientes de que su alumnado es más tranquilo que el público adolescente de los IES. Esto singulariza la docencia en este tipo de aulas. Aquí nos encontramos con un profesorado que (al menos, en los turnos de tarde) apenas tiene que prestar atención a los problemas de orden, pese a que este queda sujeto a una negociación implícita, lo que le permite disfrutar del placer de ayudar al alumnado a aprender.


Salvo que queramos condenar a la marginación social a un alto porcentaje de quienes abandonaron tempranamente la escuela, no queda más remedio que redoblar los esfuerzos para conseguir rescatar para la escuela a la mayoría de los que abandonaron. De no actuar así, no habrá un futuro esperanzador para la inmensa mayoría de los parados.

El colegio de las hijas del rey

            Al igual que buena parte de la prensa generalista –o, al menos, la madrileña- el diario El País se hace eco de la noticia de la escolarización de las hijas de los reyes de España en el colegio Santa María de los Rosales. De acuerdo con la crónica del rotativo capitalino, esta escuela –pese a su nombre- es privada y laica. Que es privada está fuera de toda duda. Sin embargo, en lo que se refiere a su orientación religiosa, en la propia web del centro se puede leer lo siguiente:

Fiel a su ideario, Santa María de los Rosales ofrece a sus alumnos una formación religiosa católica.
La Primera Comunión y la Confirmación son celebraciones oficiales que se realizan en los niveles de 4º de Ed. Primaria y 1º de Bachillerato, respectivamente.
Los alumnos que profesan otras religiones son igualmente bienvenidos y se les ofrecen opciones alternativas, como es propio de un Colegio en cuyo ideario se defiende el respeto a las opiniones y convicciones ajenas.

            El centro no solo es que sea católico, sino que además convierte algunos de los ritos de paso de su religión en celebraciones oficiales (signifique esto lo que sea). El último párrafo de la cita literal es un tanto inquietante. Por un lado, el centro parece ecuménico, pero la redacción da a entender que su alumnado ha de profesar alguna religión –aunque no sea la “verdadera”: nótese que los demás tienen “opiniones y convicciones ajenas”-, lo que excluiría, por de pronto, a agnósticos y ateos.

            Curioseando la web de este colegio, he visto algo que me ha agradado mucho: el fomento de la oratoria. Según se deduce de lo que se ve en la web, se trata de una actividad que se realizaría en un salón ad hoc y que incluye muy diferentes géneros: el monólogo –se supone que consistirá en hacer presentaciones o pequeñas conferencias y no de emular a Dani Rovira, pese a que esto último no estaría nada mal-, el debate, la entrevista, la conversación y el coloquio. Es una pena que este tipo de actividad no sea lo habitual en nuestro sistema educativo. Por desgracia, las dotes oratorias solo se cultivan en algunos centros, ya sean públicos o privados –sobre todo de primaria-, que recurren a lo que en la jerga se llama “la asamblea” –muy extendida, pese a gentes como Lucía Figar, en la Educación Infantil-. Por lamentable que pudiera parecer, tales destrezas tampoco se prodigan en nuestra universidad, la cual, en muchos aspectos, aún no parece haber salido de la Edad Media.


            Es una lástima que nuestros reyes no hayan elegido algún centro público –de hecho muchos llevan su nombre o el de alguno de sus deudos- en lugar de este privilegiado y “santo” colegio. El mensaje que lanzan con esta opción es que lo de la pública es para la plebe. Una cosa es que el rey se case con una plebeya –lo que, sin duda, dice mucho en su favor- y otra, muy distinta, es convivir con el común de los mortales –justamente una de las principales virtudes de la escuela pública-.