jueves, 24 de diciembre de 2020

Mis diez canciones favoritas de los Beatles

                Aquí tenéis una selección personal de diez temas (que podrían ser más de cien), por los que siento especial predilección, de los Fab Four.

                 Debo de ser un tipo raro (o elitista), ya que solo uno de los temas (Blackbird) coincide con los grandes éxitos contenidos en el disco titulado 21 (en honor a sus canciones más populares). Por otro lado, siete de los temas seleccionados fueron compuestos por Lennon y los otros tres por McCartney. Quizás sea tan “lennonista” como ese Aute que habla de su querido John en su tema Imaginación (https://www.youtube.com/watch?v=5sLsWHHsyCk&ab_channel=Juasmalo).

 1.Hey Bulldog. Alocada canción con dos peculiaridades. La primera es que el riff dominante lo hace un piano y la segunda es que la voz aguda la hace Lennon. Además, parte del tema es la secuencia de la música del agente 007. La letra, aunque algo disparatada, dice cosas como que si te sientes solo, puedes hablar conmigo. Si de mí dependiera hubiese reducido la parte final (llena de ladridos y de gritos). He aquí una excelente versión de este tema precedida de una no menos brillante introducción a cargo de Dave Grohl (https://www.youtube.com/watch?v=sxqzMYjjkW8&ab_channel=DabbiVals).

 2. I Am the Walrus. De nuevo, una canción lisérgica cuya letra, de acuerdo con Lennon, carece de sentido. Es de una riqueza musical inigualable y suena de maravilla en una guitarra acústica. Aquí tenemos una versión de los beatleadictos Oasis. (https://www.youtube.com/watch?v=TxbVdqm6iaE&ab_channel=wonderwallll)

 3. Glass Onion. Es un tema con una letra autorreferencial en la que citan canciones como Fixing a Hole, I Am the Walrus y otras. Según la Wikipedia, la letra se burla de quienes tratan de buscar significados trascendentes a las canciones de los Beatles. Así es como se remasterizó en 2009:https://www.youtube.com/watch?v=2tSIZLuCKUI&ab_channel=TheBeatles-Topic

 4. Doctor Robert. Una canción perteneciente al disco Revolver que, junto con el Rubber Soul, marca el inicio de una nueva etapa de los Beatles centrada en la música en el estudio de grabación y en la experimentación. El doctor Robert era un tipo que pasaba drogas –supongo que de diseño- en su farmacia de Nueva York. Aquí podemos oír la maravilla de las voces de Paul y de John a coro https://www.youtube.com/watch?v=rg5KPgjCZt0&ab_channel=TheBeatlesVocalHarmony

 5. And Your Bird Can Sing. Otra canción del mismo LP. De esta canción me fascina especialmente el doble punteo simultáneo de dos guitarras eléctricas. Aquí tenemos una explicación de este fabuloso punteo a cargo de Mike Pachelli https://www.youtube.com/watch?v=1hXUd6P_ThI&ab_channel=MikePachelli. Y aquí una versión al aire libre a cargo de unos músicos tan fabulosos como poco conocidos (doy las gracias a mi amigo Ricardo por habérmelos dado a conocer) https://www.youtube.com/watch?v=TPAtGpU_xY8&ab_channel=JoshTurnerGuitar.

 6.  Ticket to Ride! Una canción de la banda sonora de Help!. El título juega con el nombre del documento que autorizaba a las prostitutas de Hamburgo para ejercer su trabajo. He seleccionado un vídeo en el que Ringo –un tipo de una simpatía contagiosa- explica con este tema cómo la enorme dificultad de ser zurdo en una época en que las baterías eran para los diestros le convirtió en un increíble batería (de hecho, toca levemente fuera de tiempo). https://www.youtube.com/watch?v=vl9188EPdLI&ab_channel=Dato1955

7.  Yer Blues. Según la Wikipedia, es una parodia del blues británico. La letra está cargada de pesimismo. Lennon habla del suicidio, de la soledad y de odiar a su propia música. Aquí tenéis el tema en un concierto organizado por los Rolling Stones en su Rock and Roll Circus con Eric Clapton a la guitarra y Keith Richards al bajo (por desgracia, también aparece Yoko).

https://www.youtube.com/watch?v=JeFwaWFTGYU&ab_channel=ABKCOVEVO

 8. Back in the USSR. Este tema de Paul McCartney no gustó mucho a la derecha norteamericana (la letra describe un mal vuelo desde los Estados Unidos a la Unión Soviética) porque entendía que ensalzaba a su enemigo soviético (la belleza de sus mujeres, el hecho de dejar Occidente atrás). Aquí tenemos al bueno de Paul tocando en la plaza roja de Moscú (entre cuyo público se encuentra un personaje tan siniestro como Putin). https://www.youtube.com/watch?v=_JbLsYoL3ug&ab_channel=PaulMcCartneyVids

 9. I’m Looking Through You. Otra canción de Paul (incluida en el ya mencionado Rubber Soul) en la que McCartney habla sobre su ruptura con la que fuera su novia durante cinco años y sobre cómo cambia la gente.  Es un tema caracterizado por un cambio vertiginoso de acordes –casi uno por sílaba- con un ritmo trepidante. Paul la canta con una cejilla en el traste primero –todo un reto para quienes no tengan una voz particularmente aguda-. Aquí tenéis una dulcificada versión a cargo de Wallflowers, el grupo de Jacob Dylan (uno de los hijos de Robert Zimmerman). https://www.youtube.com/watch?v=O2znD1NXzkA&ab_channel=MickWilbury

 10. Blackbird. Otro tema de Paul. Es todo un ejemplo de la maestría de McCartney con el fingerpicking (consistente en tocar la guitarra arpegiando con los dedos). Aquí Paul explica la influencia de Bach (el músico favorito de mi amigo Mariano desde que se ha pasado al piano) a la hora de componerla https://www.youtube.com/watch?v=BpWHJkEosAA&ab_channel=Top2000agogo

 

jueves, 17 de diciembre de 2020

La inmersión lingüística en Cataluña

 

TRIBUNA

i

La inmersión lingüística en Cataluña

Una encuesta señala la sangrante división de la sociedad catalana: la mitad está a favor del actual modelo, mientras que la otra mitad lo rechaza

RAFAEL FEITO

04 DIC 2020 - 00:30 CET

https://elpais.com/opinion/2020-12-03/la-inmersion-linguistica-en-cataluna.html

Una vez más, se plantea el debate sobre la inmersión lingüística en la escuela catalana. Desde el independentismo catalán se ha transmitido la idea de que tal inmersión -el hecho de que salvo dos o tres horas semanales impartidas en castellano, el resto se enseña en catalán- ha sido un rotundo éxito académico y que goza de amplísimo consenso –por no decir unanimidad- entre los habitantes de esta comunidad autónoma. Sin embargo, ambas afirmaciones carecen de sustento empírico.

En lo que se refiere a la primera cuestión, en un trabajo -a partir de los datos del PISA de 2015- realizado por Jorge Calero y Álvaro Choi (Efectos de la inmersión lingüística sobre el alumnado castellanoparlante en Cataluña) se indica que, a igualdad de nivel socioeconómico, los alumnos cuya lengua materna es el catalán obtienen mejores resultados en las competencias de ciencia y lectura que aquellos que tienen por lengua materna el castellano (al fin y al cabo, esto de la inmersión es algo que tienen que hacer los castellanohablantes). No ocurre lo mismo con la competencia matemática, cuya igualdad entre unos y otros estos investigadores la atribuyen al hecho de que en las matemáticas prepondera un lenguaje formalizado específico. A partir de su investigación, concluyen que el supuesto éxito de la inmersión lingüística “no ha sido avalado por la evidencia empírica contrastable”. Desde cierta izquierda se aduce que en las pruebas de acceso a la universidad los resultados en Lengua Española de los estudiantes catalanes son mejores que la media nacional. Se olvida indicar que a tal examen no llegan todos los alumnos –por muy numerosos que puedan ser-, sino solo aquellos que han superado el listón de obstáculos que conduce hasta tal prueba.

Tampoco parece que haya un excesivo consenso en la sociedad catalana con respecto a la inmersión. Del mismo modo que el CIS se niega a plantear preguntas incómodas –como la cuestión de la dicotomía entre república y monarquía-, el CEO (el Centre d’Estudis d’Opinió –para entendernos, el CIS catalán-) no investiga sobre la inmersión. Es por ello que me remito a una encuesta del instituto de investigación GESOP (con 1.600 entrevistas) encargada por Societat Civil Catalana, la cual muestra que el 75,6% prefiere un régimen trilingüe (catalán, castellano e inglés), un 14% es partidario de una enseñanza bilingüe en catalán y en castellano, el 8,8% opta por el actual modelo en catalán y un reducidísimo 0,5% querría que todo fuera en castellano (el restante 1,2% no sabe o no contesta). En el blog de Politikon, Garvia y Santana citan una encuesta (con 2200 entrevistados) en la que se observa la sangrante división de la sociedad catalana: la mitad está a favor del actual modelo, mientras que la otra mitad lo rechaza. No es de recibo dar la razón a la mitad de la población a costa de la otra mitad, pese a que sería factible llegar a algún consenso.

El historiador Joaquim Coll explicaba que el actual modelo de inmersión está muy lejos del que se aprobó en 1983 gracias a la iniciativa del PSC y del PSUC (El tabú de la inmersión). Entonces se evitó crear una doble red escolar en función de la lengua -que era la propuesta inicial de CiU- y se optó por un modelo bilingüe en el que se respetaba el derecho a la enseñanza en la lengua materna y se alentaba el uso del catalán para compensar su arrinconamiento durante la dictadura. Y concluye que se ha pasado a un modelo que “excluye dogmáticamente al castellano como lengua vehicular”. Es decir, el consenso alcanzado en 1983 en torno a la Ley de Normalización Lingüística (aprobada en el Parlament en 1983 con tan solo una abstención) se fue quebrando paulatinamente.

Ni siquiera en el supuesto de que Cataluña llegara a ser una nación independiente (posibilidad que las fuerzas políticas unionistas consideran irrealizable, al margen de la voluntad que pudiera expresar una mayoría cualificada de catalanes) se podría admitir el actual arrinconamiento del castellano. ¿Convertiría la hipotética República de Catalunya en ciudadanos de segunda categoría a los castellanohablantes? ¿O les invitaría amablemente a irse? La resolución del Tribunal Constitucional en la que se indica que se debería enseñar en castellano al menos un 25% del tiempo escolar es de lo más razonable. Y no solo eso, es una resolución que hay que cumplir.

En todo caso, no estaría mal promover algo de inmersión lingüística en todas las lenguas de España en la escuela. ¿No contribuiría a consolidar la idea de España que todos los escolares –y, claro está, todos los españoles- fueran capaces de decir y entender algunas frases en tales idiomas? Que no pase lo que me sucedió en cierta ocasión al ir a pagar en una gasolinera de Madrid. El joven que me atendió me preguntó en qué idioma cantaba el grupo –creo que era Kortatu- que con tanto entusiasmo estaba escuchando. En Finlandia, el hecho de contar con una minoría de habla sueca fuerza a todos los escolares a aprender algo de sueco.

De todos los inmensos problemas que tiene nuestro sistema educativo (un currículo anticuado y sobrecargado, la mejorable formación del profesorado, el clasista fracaso escolar, el aprendizaje del inglés y de las Matemáticas, el fomento de la educación física, etc.), la cesión en la cuestión del castellano ha puesto en bandeja al grueso de las fuerzas políticas unionistas (todas las derechas a las que se suman ciertos sectores del PSOE) la derogación de la nueva ley educativa en cuanto la izquierda pierda su actual frágil mayoría.

Rafael Feito es catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid.

 

martes, 22 de septiembre de 2020

Inmigrantes del desarrollismo

 

Inmigrantes del desarrollismo

 

El gobierno de Madrid ha decretado el confinamiento de varias zonas de Madrid. En una de ellas se incluye el barrio en el que viví los primeros veinticuatro años de mi vida y donde han vivido la mayor parte tanto de mis familiares como de mis amigos. La presidenta madrileña declaró que la extensión de la pandemia en barrios como el mío se debe al modo de vida de los inmigrantes. Es muy posible que tal modo de vida sea, en aspectos sustanciales, similar al que muchos de nosotros teníamos en los años del desarrollismo.

 La vivienda familiar de mi infancia no debía llegar ni a los 40 metros cuadrados y en ella vivíamos cuatro personas: mis padres, mi hermano y yo mismo. Al poco de nacer mi hermana menor nos mudamos a otra casa algo más grande en la misma calle: un quinto piso sin ascensor.

            La gente de mi entorno –al igual que mi propia familia- vivía en casas tan pequeñas como la mía, en muchas ocasiones con más hijos que en mi hogar, a los que a veces se unía el abuelo o abuela del pueblo, quien compartía habitación con alguno de aquellos. Debo decir que jamás consideré que mi vivienda pudiera ser pequeña ya que, salvo en los días más crudos del invierno, una parte significativa de las horas de vigilia transcurrían en unas calles llenas de niños.

                 Aunque nunca fui consciente de ello, la mayor parte de mis vecinos eran inmigrantes de la España interior. De hecho, y pese a que yo mismo, mis padres y mis abuelos (no así mis abuelas) somos madrileños (pero no tengo ocho apellidos madrileños), en mi casa se coló más de una expresión o palabra típica de algunas regiones de España que ni siquiera aparecen el Diccionario de la Lengua (por ejemplo, “pachasco”).

                Poco a poco, la gente más joven del barrio –y a medida que se formaban matrimonios- se fue mudando a otras zonas de Madrid. Algunas familias fueron realojadas desde sus infraviviendas a casas en barrios que en aquel entonces eran periféricos, como San Blas. El grueso de la gente joven de entonces ha sido sustituida por población inmigrante y ocupa nuestras casas de entonces. La principal diferencia es que cuando yo era niño se podía jugar en las calles, ya que apenas había coches.

Sin llegar al extremo de los protagonistas de las películas del oeste o de alguna reina de Castilla, la higiene diaria –ducharse, por ejemplo- no era como hoy en día. Un amigo mío decía que los inmigrantes huelen mal. Dejando aparte el calibre de este insulto racista, nosotros –él también vivía en este mismo barrio confinado- no éramos ejemplo de pulcritud, sin que ello signifique que fuéramos desaseados. Por cierto, esto mismo decían los burgueses del olor de los mineros ingleses, tal y como lo contaba Orwell en The Road to Wigan Pier. Esto del olor era una peculiaridad de los conquistadores españoles de América. De hecho, las gentes de las poblaciones indígenas esparcían incienso al paso de nuestros compatriotas para combatir el mal olor. En una entrevista, Carmen Maura decía que sus bisabuelos fueron de los primeros madrileños en asearse a diario. En todo caso, desconozco por completo cuáles sean los hábitos higiénicos de la población inmigrante.

 En definitiva, creo que si la pandemia actual hubiese tenido lugar en la España de los sesenta, también –especialmente en la calle de Velázquez- habría quien diría que la culpa de su extensión sería nuestro modo de vida. El problema, claro está, no es el modo de vida, sino las condiciones materiales de existencia.

 

martes, 23 de junio de 2020

Hablar por hablar (más bien, escribir por escribir). El caso de Francisco Marhuenda.

Hablar por hablar (más bien, escribir por escribir).

El caso de Francisco Marhuenda.

 

La clase política se ha convertido en un problema para los españoles. No es, como dicen algunos comentaristas, el primero de los problemas, pero sí es significativo que sea un importante motivo de inquietud. Más preocupante me parece la actitud y la forma de escribir y de razonar de algunos periodistas (más bien, tertulianos) como es el caso del director del diario La Razón (posiblemente, el periódico de la derecha radical con más lectores).

 

Comento aquí algunos aspectos de su artículo de la sección de opinión titulado “El final de una anomalía” publicado el 21 de junio de 2020. Sostiene Marhuenda que los cien días del estado de alarma “han servido para confinar a la población sin ningún problema”. ¿De verdad puede alguien en su sano juicio pensar que el estado de alarma tenía por objetivo el confinamiento? ¿Se puede afirmar que esto se ha hecho “sin ningún problema”?

 

Más adelante, nos obsequia con una imprecisión: “El socialismo tiene una base electoral más amplia e incluso hay algún hijo de trabajador”. ¿No tiene este hombre tiempo u ocasión para simplemente bajarse cualquier pdf de los barómetros del CIS y comprobar que es precisamente el PSOE el partido que más apoyos concita entre los trabajadores (tanto los cualificados como los no cualificados, y tanto en términos absolutos como relativos)? Es cierto que Marhuenda parecería apuntar a otra cosa, que es la cuestión de la movilidad social y el voto. Sobre esto tenemos menos datos –al menos en España-. Lo que sí sabemos, por estudios realizados en otros países, es que aquellas personas que han experimentado procesos de movilidad social ascendente son más propensas a votar a la izquierda que aquellos inmóviles que permanecen en la clase profesional-directiva.

 

Seguidamente, manifiesta su desconocimiento sobre qué sean las castas: “Los comunistas organizaron un sólido esquema de castas en la Unión Soviética y sus países satélites”. Si Marhuenda echara un simple vistazo a la Wikipedia –actividad que critica de ciertos izquierdistas en su artículo- vería que las castas estratifican a la población por su nacimiento. El comunismo dio lugar a un sistema de estratificación basado en el control de eso que Erik Olin Wright llamaba bienes de organización. Quizás Marhuenda podría haber acertado parcialmente si citase el caso de la dinastía que gobierna ese enorme campo de concentración que es Corea del Norte.

 

En el último párrafo de su escrito, Marhuenda dice que “el término «nueva» es una detestable expresión comunista”. ¿Qué estudio de filología le puede llevar a considerar que la palabra nueva es comunista?

 

Me preocupa no tanto que un periodista –más allá de que sea de izquierdas o de derechas- pueda escribir toda una sarta de sinsentidos como que se trate del director de un medio con cierta presencia en el debate público y, sobre todo, que haya gente que pueda formar su opinión a partir de este tipo de textos carentes del más mínimo rigor. Supongo que el hecho de ser director de este periódico es el pasaporte que abre a Marhuenda las puertas para participar en diferentes debates televisivos y, de este modo, extender su manera de razonar. Tengo la impresión de que las diferentes cadenas de televisión alientan un tipo de tertuliano propenso a la provocación y a la consiguiente bronca. Además de periodista, Marhuenda es profesor titular de universidad en la URJC (se puede ver el listado de sus publicaciones aquí), actividad esta última que debería ir asociada a algo más de precisión de la que trasluce el escrito que comento.

 

En mi opinión, el que un director de un periódico de cierta importancia pueda escribir del modo en que lo hace el responsable de La Razón es prueba de que a nuestra democracia aún le queda mucho camino por recorrer en lo que se refiere a la construcción de una ciudadanía democrática.  


viernes, 22 de mayo de 2020

¿Merece la pena estudiar Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense?


¿Merece la pena estudiar Sociología en la
Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense?

Cuanto diré a continuación se refiere a los estudios de Sociología en la Complutense. Intuyo, pero no estoy del todo seguro, que lo que planteo se puede aplicar, en buena medida, a casi todas las titulaciones de Ciencias Sociales y de Humanidades.
Recientemente, he leído un libro de François Dubet, cuyo título en castellano sería ¿Para qué sirve de verdad un sociólogo?, que me ha llevado a escribir esta reflexión. La obra es de muy recomendable lectura. Quien lo lea, muy posiblemente tendrá ganas de estudiar Sociología (como ocurriría con cualquier otro libro escrito por un apasionado de la ciencia en la que trabaja). Sin embargo, una cosa es la ciencia de la sociología y otra estudiarla como alumno en algunas de las facultades de Sociología existentes en España.
Cuando yo decidí estudiar Sociología lo hice porque vi, entre otras cosas, que era una carrera comprometida con la realidad social y de corte enciclopédico (se estudiaban, entre otras, materias de Derecho, Historia Contemporánea, Filosofía, Psicología, Ciencia Política, Economía), aunque con escaso peso de las matemáticas. Y como cuando yo era estudiante no debía haber aún muchos manuales, era habitual leer –posteriormente comprobé que esto de la lectura no era santo de devoción de la mayor parte de los estudiantes- directamente a los autores, desde clásicos como Rousseau a libros señeros del momento como La estructura de las revoluciones científicas.
                Hoy en día, y desde hace ya varias décadas, la mayor parte de los estudiantes que se matriculan en Sociología lo hacen porque su nota de acceso a la universidad es baja –basta con un 6,5 para acceder a Sociología-, de modo que se matriculan donde pueden. A esto hay que añadir que, muy probablemente, una parte importante de ellos en realidad desearía cursar otras carreras.
Hace un par de años me encargué de la charla de recepción de los estudiantes de primero del turno de mañana. En ella dije a los nuevos alumnos que en ese momento se iniciaba un periodo nuevo, donde nadie sabe cuál había sido su rendimiento previo. Sin embargo, mi colega del turno de tarde se preguntaba qué hacía tanta gente matriculándose en Sociología, si casi todos iban a terminar siendo vendedores de lavadoras –creo que esto se lleva diciendo ya décadas en muy diferentes facultades: ¡qué falta de imaginación!-. Esto, sin duda, contribuye a explicar el elevado índice de abandono: la profecía que se cumple a sí misma.[1]
                A partir de aquí, es fácil colegir que la mayor parte de nuestros estudiantes no siente –al menos en principio- gran entusiasmo ni por la Sociología ni por las Ciencias Sociales en general (y si han escuchado a mi colega del turno de tarde, menos aún). Si queremos que estos alumnos aprendan, creo que no quedaría más remedio que recurrir a dos estrategias. La primera sería algo tan simple como hacer una entrevista personal a los candidatos a estudiantes –cosa que ya se hace con los solicitantes mayores de cuarenta años- en la que poder calibrar si se está en condiciones de afrontar los estudios. Si un candidato no sabe decir nada sobre, por ejemplo, la crisis de los chalecos amarillos o sobre Bolsonaro, mejor que se dedique a otra cosa.
La segunda –que es la que más me gusta- es hacer que, desde el primer día, nuestros estudiantes se habitúen a leer la prensa generalista, libros y artículos, a debatir en público, a escribir, etc. En definitiva, en tanto que profesores, deberíamos transmitir y contagiar el entusiasmo por nuestra disciplina –tal y como hace Dubet en el libro más arriba citado-.
Por desgracia, la triste realidad es que muchos de nuestros alumnos transitan de curso en curso sin haber aprendido a redactar con coherencia, a desarrollar un argumento, a exponerlo y debatirlo en público, a trabajar en equipo, a plantearse una investigación. La prueba del algodón la ofrecen esos estudiantes chinos que pasan de curso sin saber hablar español.
En estas condiciones, la vida en nuestras aulas –mucho me temo- es más bien mortecina. Mi experiencia es que -cuando hay que debatir o comentar algo- solo hablan uno,[2] dos o tres estudiantes. Casi siempre se trata de alumnos de edad avanzada –jubilados o próximos a la jubilación- o de jóvenes graduados en otra disciplina –y, por tanto, algo mayores que el resto de sus compañeros-. Esto hace que me pregunte si la Sociología no tiene nada qué ver con las inquietudes de gente de entre dieciocho y veintidós años.
La cosa se agrava si a esto se añade que en una facultad como la mía se imparten varios dobles grados –por ejemplo, el de Sociología y Relaciones Internacionales- en los que se exige una alta nota de acceso. Estas titulaciones se convierten de hecho en una suerte de itinerario que absorbe los mejores expedientes de bachillerato.
El resultado final es que a nuestros egresados en Sociología no les va muy bien en el mercado de trabajo.[3]
¿Merece la pena matricularse en Sociología? Diría rotundamente que sí para aquellos estudiantes que quieran disfrutar de la aventura del pensamiento, que sean capaces de conectar sus conocimientos con la realidad social y, en el contexto de mi facultad, que cuenten con una excelente fuerza de voluntad. Como ya he indicado, son pocos los alumnos intelectualmente activos en clase, pero son los suficientes como para crear redes de complicidad emocional e intelectual.
Por otro lado, la mayor parte de los sociólogos de renombre están en mi facultad. Mi experiencia me dicta que, en líneas generales, son gentes abiertas con las que es fácil acordar una tutoría al margen de que se sea o no alumno suyo. Es decir, aunque un estudiante tenga la mala suerte de dar con pésimos profesores –cosa que, lamentablemente, va a ocurrir- siempre tendrá la posibilidad de acudir a otros docentes –e incluso de cambiar de grupo cuando una misma asignatura es impartida por varios profesores-.
No se me escapa la enorme cantidad de estudiantes que, en realidad, tan solo desean un título universitario con escaso esfuerzo –en plan Pablo Casado-. Cuento una anécdota. Hace unos años impartí la asignatura de Estructura Social Contemporánea en el grupo de tarde del grado de Antropología. Un día, tres jóvenes, que se presentaron como estudiantes de esta misma materia en el turno de mañana, me pidieron permiso para entrar en mi clase, cosa que acepté encantado. Finalizada la clase tuve la ocasión de hablar brevemente con ellos camino de la parada del autobús. Me dijeron que la clase les había gustado (¡qué otra cosa podrían decir!). Les pregunté por qué no se cambiaban al turno de tarde. A ello me respondieron que el profesor de la mañana era caótico, pero aprobaba a todo el mundo (lo que no es mi caso).
Finalmente, hay que añadir que mi facultad es conocida no solo por el sectarismo de algunos actuales políticos de Unidas Podemos, sino también por sus ruidosas fiestas que algunos individuos organizan los jueves por la tarde. No sé cómo se puede consentir tal cosa. Es como si Alcohólicos Anónimos tuviera en su hall de entrada un dispensador de whisky. Ante la tesitura de elegir entre una sesión lectiva o una fiesta, ¿qué va a preferir un joven de veinte años?
Por fortuna, y como ya he escrito en otro lugar, el cerebro de la gente es especialmente plástico hasta los veinticinco años. Esto significa que uno puede obtener un título degradado, como el de Sociología, y después –si su economía se lo permite- cursar un máster riguroso. En fin, nuestro sistema educativo está plagado de trampas que, por regla general, benefician a los mismos de siempre.


[2] Los Luthiers dirían que pasaríamos del monólogo al “bi-ólogo”

miércoles, 6 de mayo de 2020

La enseñanza de la sociología

Enlace a mi publicación en la Revista Española de Sociología.
https://recyt.fecyt.es/index.php/res/article/view/75387/49553

Y aquí está el número completo donde se pueden ver los otros dos artículos de la sección de debate
https://recyt.fecyt.es/index.php/res/index

Educación en tiempo de coronavirus

Artículo publicado en la Revista de la Asociación de Sociología de la Educación.

Este es el fin de la escuela tal y como la conocemos. Unas reflexiones en tiempo de confinamiento.



Vídeo en el que se explica el artículo

domingo, 26 de abril de 2020

Adiós a los exámenes tipo test en la universidad (al menos por este año)


Adiós a los exámenes tipo test en la universidad (al menos por este año)
El 23 de abril, el ministro de Universidades anunció que es casi seguro que no habrá retorno a las aulas universitarias antes de septiembre –y esto en el mejor de los casos- y que, en consecuencia, si para la evaluación del curso se recurre a exámenes, estos habrán de ser en línea.
Sería posible recurrir a la temeridad de que la evaluación del curso –que en el caso de la universidad, y a diferencia de la primaria y de la secundaria, es cuatrimestral- se haga a partir de trabajos que entreguen los estudiantes. Digo que es una imprudencia porque un trabajo que se entrega telemáticamente –y, para estos efectos, igual daría que se hiciera llegar en mano- puede ser fruto de un corta y pega o, peor aún, de un encargo hecho a alguna de las múltiples empresas especializadas en acometer este tipo de labores. La única manera de tener un conocimiento aproximado de si el trabajo es original sería mantener una entrevista –que pudiera ser en línea- con quien lo firma, amén de hacer un seguimiento de este. En mi caso, cuando la docencia iba a ser presencial, no solo se trataba de entregar un texto, sino también de presentarlo y debatirlo en público, en clase.
Desde las universidades se alardea de su uso de programas antiplagio capaces de detectar fraudes. Sin embargo, hay aplicaciones –gratuitas- que redactan de un modo distinto cualquier texto que se les presente al tiempo que, si el original está mal redactado, lo mejora.[1] De este modo, resulta prácticamente imposible detectar un plagio, salvo que haya programas expertos en paráfrasis. Obviamente, los programas antiplagio tampoco detectan los trabajos por encargo –salvo que se hicieran en serie-.
En todo caso, un trabajo analiza tan solo una parte de la temática del curso. En consecuencia, no permite saber si el estudiante tiene una visión global del contenido de una asignatura. Es por eso que no queda más remedio que complementar  la evaluación –si es que esta se apoya en trabajos o prácticas de diverso tipo- con un examen. La cuestión que se plantea ahora es la de cómo hacer un examen en línea. A mis estudiantes les comenté la posibilidad de hacer un examen oral, una propuesta sensatamente rechazada por la posibilidad de que la conexión online fuera inestable. Para mí no es un serio problema recurrir –tal y como vengo haciendo en los últimos años- a un examen consistente en responder con un formato de pequeño ensayo de entre 400 y 500 palabras –hay montón de ejemplos de cómo hacerlos, casi todos en inglés- a un par de cuestiones sobre las que han de reflexionar durante dos horas.
            El principal problema con que tropiezo al hacer este tipo de exámenes ensayísticos es que la inmensa mayoría de los estudiantes –da igual que sean de segundo o del último curso- no están habituados a redactar con coherencia, a respetar las normas gramaticales, a desarrollar un argumento. Quizás esto sea consecuencia de que debe haber –incluso en el ámbito de las ciencias sociales-  un número suficientemente alto de asignaturas que se aprueban con exámenes tipo test. Mi opinión es que estos exámenes –al igual que las evaluaciones con programas como Kahoot!, más propios de un concurso televisivo o de la pedagogía conductista- son, salvo quizás en asignaturas de contenido matemático, una estafa. Con estos test es imposible evaluar la capacidad que puedan tener los estudiantes para razonar o elaborar ideas, aspectos que en titulaciones de ciencias sociales son clave.
            Los exámenes tipo test son una muralla contra las reclamaciones de los estudiantes, ya que la nota es el mero sumatorio de las respuestas acertadas (y eso cuando no computan negativamente los errores, hasta el extremo de que se podría obtener una nota menor que cero y hablo de algún caso real). Por desgracia, el lavado de cerebro a que somete nuestro sistema educativo a los estudiantes les incapacita para poner en duda las preguntas de estos exámenes. Hace unos años sustituí a un compañero en un examen de este tipo en la asignatura de Sociología de la Educación. Este examen, yo lo habría suspendido y debería, por tanto, considerarme un intruso (que nadie se preocupe: al igual que algunos sueñan que tienen que volver a la “mili”, a veces me asalta una pesadilla en la que ni siquiera tengo el título de bachiller). 
Entiendo que haya compañeros que recurran a este tipo de exámenes. Con más de 50 estudiantes por grupo, corregir 100 ensayos y 50 trabajos puede comprometer la tarea de investigación que ha de asumir todo profesor universitario. Sin embargo, y a diferencia de los médicos de familia que se quejan por no poder atender a un número exageradamente alto de pacientes, a mis oídos no ha llegado protesta alguna -¿han dicho algo los sindicatos?- sobre el exceso de alumnos por clase. Pero, se me plantea una duda. ¿Funcionarían igual muchos profesores con un grupo de 25 estudiantes que con uno de 100? ¿Consistirían sus clases básicamente en transmitir conocimiento? ¿Seguirían recurriendo a exámenes memorísticos? No lo sabemos. La libertad de cátedra es una patente de corso que posiblemente permitiría que cada cual hiciera lo que considerase conveniente.
En definitiva, la crisis de la COVID-19 nos interroga como profesores y deberíamos ser capaces de repensar en qué consiste la docencia en la universidad.

¿Por qué creo que es inadecuado lucir una bandera de España con un crespón negro?


¿Por qué creo que es inadecuado lucir una bandera de España con un crespón negro?
                Ciertos sectores de la derecha española han alentado la exhibición de banderas de España con un crespón en señal de duelo por los muertos consecuencia de la Covid-19. No entro en la cuestión de si la bandera de mi país deber ser la tricolor o la rojigualda –cosa distinta es el debate sobre monarquía y república-. Lo que me preocupa es qué mensaje se pretende lanzar con tal exhibición. El coronavirus no distingue fronteras. Lo aconsejable, en todo caso, sería poner un crespón negro sobre un mapamundi o algo similar. Por otra parte, España no está en guerra con ninguna nación (a veces parece, más bien, en guerra consigo misma), circunstancia esta que sí podría justificar tal iconografía.
                Mi impresión es que esto es cosa de nacionalistas. Imaginemos –cosa que no sé si se hace- que los nacionalistas catalanes fueran alentados a lucir la estelada con un crespón. ¿No pensaríamos de ellos que están emitiendo un mensaje excluyente, que hay quien solo se preocupa por “sus muertos”?


martes, 31 de marzo de 2020

Los sindicatos de clase y la docencia virtual


Los sindicatos de clase y la docencia virtual

            En el espacio de unos días han llegado a mi bandeja de correo sendos mensajes de las secciones sindicales de CC.OO. y de la UGT de la Universidad Complutense referidos a la docencia virtual que debemos acometer como consecuencia del confinamiento. Ambas secciones sindicales coinciden en que no se puede exigir al profesorado impartir clase en línea. CC.OO. aduce lo siguiente: “el cuerpo docente no ha sido contratado para impartir docencia virtual”. UGT va un poco más lejos y describe una situación de acoso para el profesorado: “Como Sección Sindical hemos recibido algunos escritos donde se está identificando a aquellos profesores y profesoras que no han utilizado el campus virtual para dar clases en este periodo y comunicándoles dicha incidencia”. Ante tamaña afrenta, UGT dice que “creemos que es el momento de dejar trabajar al profesorado UCM, sin presiones de ningún tipo”. Dicho en román paladino: dejen en paz a quien no quiera o no sea capaz de impartir clases en línea. Lo que me pregunto es en qué pueda consistir el trabajo docente en estos días si no es enseñanza virtual.
            La comparación con los compañeros y compañeras de la sanidad resulta inevitable. ¿Les ha oído alguien decir que no han sido contratados para afrontar una pandemia histórica o que desean trabajar sin presiones de ningún tipo?
            Supongo que el profesorado que no trabaja virtualmente es una ínfima minoría, pero debe tener una cierta capacidad para hacerse oír en estas secciones sindicales.
            Es sabido que la docencia apenas cuenta en la valoración del profesorado. Para medrar en la carrera académica, lo que vale es publicar en determinadas revistas y editoriales (cosa que yo he hecho y no me ha ido mal). Por ello no es extraño que haya profesores que no han virtualizado sus asignaturas –me consta que alguno ni siquiera responde a los correos electrónicos-. Tenemos aquí el mismo viejo debate que hubo en muchos centros de trabajo con respecto a si el personal administrativo debería saber manejar paquetes informáticos como el office.
            A los profesores de universidad nos conceden los llamados quinquenios de docencia por poco menos que dejar transcurrir –eso sí, sin presiones de ningún tipo- un lustro. ¿No sería esta una ocasión de oro para exigir virtualizar las asignaturas para el cobro de este complemento?
            Antes de que alguien me acuse de ser enemigo de los sindicatos, diré que he sido militante –no un mero cotizante- de CC.OO. desde los diecinueve años hasta hace poco tiempo. En los dos trabajos que he desempeñado –primero como mecánico en la entonces llamada Compañía Telefónica Nacional de España y posteriormente en la Universidad Complutense- he sido delegado sindical. Abandoné CC.OO. porque no podía asumir el engaño de su defensa de la jornada continua en la educación primaria. Confieso que me gustaría mucho volver al que ha sido mi sindicato de toda la vida, pero comunicados como estos lo hacen imposible. Quizás en todo esto haya una cierta responsabilidad colectiva. Cuando entré como profesor en la Complutense –allá por el año 1989- los profesores teníamos una sección sindical en mi facultad –la de Sociología-. Desapareció hace muchos años. Quizás este sea el momento de que retornemos quienes nos fuimos.



domingo, 15 de marzo de 2020

Carta abierta a la comunidad educativa


Carta abierta a la comunidad educativa.
Convirtamos en días lectivos las festividades de mayo (el 1 de mayo y, en la ciudad de Madrid, el 15 de mayo) y varios sábados de abril y mayo.

            Hace un rato estaba escribiendo un correo para mis estudiantes de sociología sobre cómo organizar lo que nos pueda quedar de calendario lectivo. Veo, con enorme preocupación, que muy posiblemente las clases –y esto en el mejor de los casos- no se retomen hasta pasada la Semana Santa.
            Pese al confinamiento, estoy trabajando al mismo ritmo que si tuviera que impartir clases. Hago tutorías por email –he ofrecido, con nulo éxito, el recurso a Skype o Google Meet-, recibo y evalúo los escritos correspondientes a los temas que vamos abordando y estoy grabando con voz los PowerPoint correspondientes al temario del programa (por cierto, esta última es una actividad muy didáctica). Es posible que sea de aplicación la idea de que no hay mal que por bien no venga, y quizás podemos llegar a darnos cuenta de que hay que promover el trabajo autónomo –con todas las ayudas que sean precisas- del estudiantado. Sé que esto es más fácil en mi área de conocimiento que en otras –sobre todo aquellas que requieren, por ejemplo, prácticas de laboratorio-.
            Para paliar los efectos negativos de la pausa lectiva impuesta por el coronavirus, nuestros rectores han propuesto prorrogar dos semanas más el curso. Sin embargo, en mi opinión, no debería ser esta la solución para todos ni quizás para la mayoría. Más allá del trastorno administrativo –entrega de actas, pruebas de acceso a la universidad, matriculación, etcétera- que pueda suponer el prolongar quince días el final del curso, en la mayor parte del país nos encontramos con la amenaza del calor (del mismo modo que el invierno inmediatamente posterior al final de la Segunda Guerra Mundial fue cruelmente frío, no sería de extrañar que alguna ola de calor azotara al país en el mes de junio). Es sabido el impacto negativo que sobre el rendimiento –no digamos en un examen- ejerce el calor excesivo. La mayor parte de nuestras aulas no dispone de aire acondicionado.
            Es por ello que propongo que convirtamos en lectivos los días festivos y sábados que sean precisos. En el peor de los casos, podría ser algo voluntario. Cuando era estudiante teníamos exámenes los sábados por la mañana y por la tarde (estoy hablando de los primeros ochenta). No tendría sentido que estemos alabando el sacrificio del mundo sanitario mientras que en el ámbito educativo no proponemos alguna solución.
            No quiero terminar estas líneas sin sumarme, claro está, al agradecimiento general al personal sanitario, a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, a los bomberos, a los carteros, etc. Quiero incluir en este reconocimiento a la clase obrera del sector de los transportes (de la logística en general) y de los centros comerciales en funcionamiento (y seguro que me dejo en el tintero a muchos colectivos: perdón de antemano). Para ellos, sirva de homenaje esta canción de los Creedence en la que se pone de manifiesto que hay gente que hace el trabajo manual que tú no harías (aquí tenéis la letra y podéis pinchar la reproducción de esta increíble canción: https://www.lyricsfreak.com/c/creedence+clearwater+revival/dont+look+now_10073151.html).


viernes, 13 de marzo de 2020

La LOMLOE: vuelta al pasado


La LOMLOE: vuelta al pasado

        No me cabe la más mínima duda de que la LOMCE debía ser eliminada de nuestro ordenamiento jurídico. Y justamente esta supresión es la principal fuente de alegría de muchos sectores opuestos a tan infausta ley. Todo parecería quedar en una venganza: ahora gobiernan los míos y se deshace cuanto hicieran mis rivales. Lamentablemente, mi impresión es que lo que, en líneas generales, se ha hecho con la LOMLOE es una mera restauración de la LOE –la ley educativa aprobada en la época de Zapatero-. Sin embargo, mucho ha llovido desde que en 2006 se aprobara tal norma. Es una lástima que no se haya aprovechado la coyuntura actual para elaborar un proyecto de ley capaz de entusiasmar a la mayor parte de nuestra sociedad, de cambiar de raíz nuestro desfasado y clasista sistema educativo. En definitiva, se podría haber pensado en una ley que pudiera generar tal grado de consenso social que evitara este continuo movimiento pendular de aprobación de nuevas leyes educativas cada vez que gobierna una nueva mayoría. Me parece claro que el día que gane el PP –o las derechas-, la LOMLOE será enviada al basurero de la historia.

            No obstante lo dicho, la LOMLOE contiene un preocupante elemento de continuidad con la ley anterior al dar el visto bueno a la Formación Profesional Básica (FPB, y dado que hay que cambiar todo para que todo siga igual, esta pasa a llamarse ciclo formativo de carácter básico), la cual no es otra cosa que un itinerario educativo para el alumnado de menor rendimiento y, de paso, una vía de segregación social –ya se sabe de qué sectores sociales se va a seguir nutriendo esta formación-. Este también es el caso de los Ciclos Formativos de Grado Medio (CFGM). Nada tengo contra la formación profesional básica y de grado medio. Lo que sucede es que ninguna de ellas constituye una formación de calidad: es una mera vía de escolarización para los que no hay otro remedio. A diferencia de los Ciclos Formativos de Grado Superior, las otras dos formaciones profesionales apenas garantizan avanzar en el sistema educativo. No es solo que a estas acuda un cierto tipo de alumnado, sino que el recorrido escolar previo no promueve una educación de calidad. Esto está muy claro en el tipo de Matemáticas que se imparte al alumnado que previsiblemente vaya desde la ESO a los CFGM. La LOMCE habla de Matemáticas Aplicadas (o para torpes, si nos dejamos de eufemismos) y de Matemáticas Académicas (las de verdad). La LOE ya diferenciaba dos tipos de Matemáticas. ¿Por qué hacer esta distinción? ¿Es que, acaso, la formación profesional no precisa de unas matemáticas de alto nivel? Un buen ejemplo de la necesidad de unas matemáticas de alta calidad para todos –sean estudiantes “académicos” o “aplicados”- es la escuela High Tech High dirigida por Larry Rosenstock,[1] ganador en 2019 del WISE Prize Laureates (considerado, un tanto pomposamente, el premio Nobel para el profesorado). En la entrevista que se puede ver en este link,
https://www.youtube.com/watch?time_continue=2&v=spn1xGycar8&feature=emb_logo (en el tramo que va desde 2’27’ a 3’05”), Rosenstock explica cómo su centro es capaz de mezclar la metodología de la enseñanza profesional (experiencial, grupal) con el contenido del mundo académico (literacy y numeracy). Cabeza y mano, recuerda Rosenstock, es el lema del Instituto de Tecnología de Massachusetts.

            Como aspecto positivo de la FPB en la LOMLOE, conviene destacar que puede conducir a la obtención del título de Graduado en Educación Secundaria Obligatoria. Con esta credencial se puede pasar al Bachillerato, cosa difícil debido a la configuración curricular de la FPB y al enorme impacto estigmatizador de ser escolarizado en esta vía.

            Dado que los autores de la LOMLOE piensan que no todo el mundo está capacitado –o tiene ganas, dirían los más conservadores- para obtener el título de la ESO por la vía convencional, la nueva ley suprime los Programas de Mejora del Aprendizaje y vuelve a los Programas de Diversificación, los cuales, a diferencia de los primeros, permiten obtener el título de la ESO. En la diversificación se trabaja por ámbitos –es decir, agrupando varias materias en una sola-. Lo que me pregunto es que si esto funciona bien en la diversificación, ¿por qué no se hace lo mismo en toda la ESO? ¿Protestarían los profesores que considerarían que sus queridas asignaturas serían subsumidas en el magma de la globalización curricular?

La LOMLOE no suministra atisbo alguno de cambio curricular sustantivo, especialmente el referido a la autonomía de los centros. En nuestra vecina Portugal, a los centros más innovadores se les autoriza a controlar nada más y nada menos que el 75 por cien de los contenidos curriculares (más que el 45 por cien que se concede, en el caso español, a las comunidades autónomas con lengua propia).

            El bachiller seguirá siendo poco más que una academia para aprobar el examen de acceso a la Universidad. La LOMLOE no se atreve a introducir algo similar al trabajo de investigación del bachiller en Cataluña o a la monografía del Bachillerato Internacional. Supongo que aquí ocurrirá lo mismo que en la Universidad, donde se reducen al mínimo los créditos de los trabajos de fin de grado para que haya más horas de docencia disciplinar pura y dura. Todo lo que sea trabajo autónomo del estudiante –por muy tutorizado que pueda estar- es contemplado como una afrenta a lo que se considera la verdadera enseñanza: la que dimana de la palabra del profesor. Detrás de esta actitud está también la defensa del puesto de trabajo.

            La LOMLOE devuelve al Consejo Escolar de Centro la competencias que tenía en la LOE, con lo cual deja de ser el convidado de piedra en que lo había convertido la LOMCE. Creo que, entre quienes hemos investigado la participación escolar, es unánime que el modelo de participación –que es básicamente el mismo desde que en 1985 se aprobó la LODE- es un fiasco sin paliativos: basta para ello con mencionar el más que ridículo porcentaje de participación de padres y madres en las elecciones a sus representantes en este órgano colegiado. ¿Por qué no pensar qué debería cambiar? ¿Por qué empecinarse en regresar a lo mismo? Vuelvo al caso de Portugal. Allí las escuelas que así lo desean pueden pasar a formar parte de un grupo de centros –que se constituyen en un nuevo escalón administrativo llamado agrupamento de escolas- coordinados por una especie de megadirector –cuyas funciones desconozco-. A mí se me ocurre que debería formar parte de los Consejos Escolares, de todos y cada uno de los centros, un experto en educación –si se quiere con voz y sin voto- que sea capaz de suministrar una visión global de la problemática educativa de un territorio, un pueblo, un distrito. No soy nada dado –eso creo- al corporativismo, pero considero que nadie mejor que un sociólogo estaría capacitado para el desempeño de ese puesto.

            Me alegra mucho que la izquierda haya vuelto al poder. Pero si de esto me alegro es porque considero que, ante los retos de una época como la actual, la izquierda debería ofrecer soluciones innovadoras y de consenso –pese a que sé que con las tres derechas poco hay qué hacer pese a las interesantes aportaciones que podría hacer alguien como Luis Garicano-. Malos tiempos para la lírica.



Adenda sobre las Matemáticas (tomado de mi libro ¿Qué hace una escuela como tú en un siglo como este?

Específicamente sobre las Matemáticas contamos con investigación suficiente como para desaconsejar esta división. Contrariamente a lo que se suele pensar, ofrecer asignaturas de menor nivel a los alumnos de bajo rendimiento es contraproducente. Burris, Heubert y Levin (Burris, et al., 2006)  muestran cómo un currículo de alto nivel en Matemáticas es más efectivo que el currículo propio de la educación compensatoria para esta materia.
Es decir, el tipo de currículo que se utiliza con los alumnos más aventajados funciona igualmente bien con quienes obtienen peores notas. Los datos del SIMS (acrónimo de Second International Mathematical Study, el cual se realizó en veinte países en el periodo 1980-1982) y del posterior TIMSS indican que el currículo utilizado en la compensatoria hace descender el nivel de los estudiantes. Burris et al. citan el caso de un estudio llevado a cabo por Peterson (Peterson, 1989) en el que se tuvo la oportunidad de comparar lo que sucedió con tres grupos de estudiantes de bajo rendimiento de séptimo grado asignados a diferentes clases. Uno de ellos fue escolarizado en una clase de compensatoria, otro en una de nivel intermedio y otro en la de los más avanzados (un grupo de preálgebra). Quienes fueron escolarizados en este último grupo mejoraron mucho más que aquellos que estuvieron en el grupo de compensatoria. Algo parecido detectaron White et al. (White, et al., 1996). En este caso tuvieron la suerte de observar el recorrido escolar de estudiantes de varios centros de secundaria en Rochester (Nueva York) que habían sido escolarizados erróneamente en distintos grupos, de tal manera que algunos alumnos de rendimiento intermedio acabaron en el grupo de los más avanzados. Lo que detectaron es que estos estudiantes tenían un 91 por ciento más de posibilidades de acabar exitosamente los dos cursos que constituyen el nivel más elevado de Matemáticas. Por el contrario, sus compañeros del mismo nivel de rendimiento (los que fueron asignados al grupo de bajo rendimiento), veían reducidas sus posibilidades de hacer esos dos cursos a un 2 por ciento, porcentaje que se elevaba a un 23 por ciento en caso de haber sido escolarizado en el grupo de nivel intermedio. Otro dato fundamental es que el rendimiento de los alumnos de mayor nivel no se vio afectado ya que fue posible observar los resultados de grupos homogéneos de alto nivel en los que no se había producido este error.
La investigación anteriormente citada de Burris, Heubert y Levin analizó el desempeño en Matemáticas en los cursos sexto, séptimo y octavo en el condado de Nassau del estado de Nueva York. En principio, la política de este condado era muy restrictiva con respecto al porcentaje de alumnos que podían acceder a los cursos de Matemáticas de mayor nivel, pero con el paso del tiempo se permitió - a todo aquel que lo quisiera- matricularse en ellos. Lo que se observó es que con esta mezcolanza no solo mejoraba el nivel de los estudiantes con dificultades, sino que también lo hacía el de los que iban mejor. De hecho, el 99 por ciento de estos alumnos consiguieron tener éxito en las pruebas externas más exigentes (llamadas Regents). En definitiva, la propuesta de la LOMCE de unas Matemáticas Aplicadas (más bien, para torpes, si nos dejamos de eufemismos) y unas Matemáticas Aplicadas a la altura de tercero de la ESO no parece tener más sustento que el prejuicio clasista o la mera ignorancia.


lunes, 9 de marzo de 2020

La beautiful people[1] de la escuela pública


La beautiful people[1] de la escuela pública

            En el espacio de poco más de una semana he participado en un par de actos que me dan que pensar acerca de cuáles puedan ser las limitaciones y contradicciones de las escuelas públicas democráticas (en Madrid, colegios como La Navata o el Trabenco). El primer acto fue una conferencia a cargo de Xavier Bonal en el seminario que tan diligentemente organiza Julio Carabaña en la Facultad de Educación de la Complutense. En su charla –referida a la ciudad de Barcelona-, Bonal hablaba del deseo de una parte de la clase media alta de los barrios más acomodados de la Ciudad Condal por escolarizar a sus hijos en la escuela pública, pero no en cualquier escuela pública, ni siquiera en los centros públicos de barrios adyacentes de menor nivel socioeducativo. Se trataría de una estrategia consistente en colonizar un centro público de manera que este oferte una educación en relativa libertad, dialogante, democrática, innovadora… al gusto de este grupo social. En esos mismos días, el blog Politikon publicaba una entrada a cargo de Gortazar y Zubillaga en la que se decía lo siguiente:

La etiqueta de “colegio innovador” está canalizando la demanda de una mayor calidad educativa, especialmente en familias de clase media-alta, sin que haya información pública de calidad que permita saber hasta qué punto esa escuela está realmente logrando lo que se propone. Como resultado, por un lado, la segregación crece, no solo ya entre redes educativas, sino cada vez más entre centros públicos. Y por otro, alimenta un modelo de innovación individual -el vinculado a la marca personal de un centro- no conectado ni compartido, que fomenta la aparición de centros innovadores, pero con escasa aportación al movimiento de transformación colectivo, sistemático e inclusivo.[2]

            Pocos días después de la conferencia de Bonal, acudí a la llamada fiesta del proyecto del Colegio Público La Navata, la cual se celebró por la mañana en un día laborable. Allí asistí a instancia de la amable invitación de Consuelo Uceda (directora del centro en sus difíciles momentos iniciales y una mujer que es toda una referencia en el ámbito de la innovación educativa). Pese a ser las diez y media de la mañana, el patio del centro estaba lleno de padres y madres de alumnos. Supongo que esto puede ser indicativo de qué tipo de empleos pueden desempeñar estos progenitores. Durante el desarrollo de la fiesta me encontré con una colega de mi facultad de reconocida militancia izquierdista. En nuestra conversación salió a relucir que varios compañeros de mi facultad también llevan a sus hijos a tan singular colegio y que, incluso, hay personas que han cambiado de residencia –lo que ha llegado a suponer desplazarse desde alguna provincia lejana- para poder garantizar a sus hijos un puesto en tan codiciado centro. Esto, como ya comenté en este mismo blog con motivo de la actual residencia de la ministerial pareja Montero-Iglesias, no es otra cosa que una estrategia de clase media. Tal opción permite alardear de una cierta vitola progresista –“yo escolarizo a mi hijo en la pública”-. Sin embargo, esta escuela pública no es cualquier escuela pública (si se quiere comprobar qué es una escuela pública más convencional se puede ir, por ejemplo, a Orcasitas o a mi actual lugar de residencia: Pozuelo de Alarcón).

La Navata es un centro genuinamente innovador que, mucho me temo que muy a su pesar, se ha podido convertir en un colegio de un cierto sector izquierdista de clases medias acomodadas. Esto último –tanto la ideología como la componente de clase- me preocupa y mucho. La ideología es claramente perceptible, entre otros factores, en el reducidísimo número de alumnos matriculados en religión. La composición de clase se debe en buena medida al propio entorno de chalets en el que se sitúa el centro. Obviamente, unas reflexiones como estas deberían acompañarse de datos sobre el estatus socioeconómico de las familias que optan por este tipo de centros. Si alguien dispone de un mínimo de 290000€[3] se puede convertir en vecino de los líderes de Podemos –aunque su vivienda costó más del doble de esa cantidad- y compartir colegio con ellos.

Una de las preguntas que llevo haciéndome desde que hace ya más de una década empecé a analizar escuelas democráticas es la de que si son tan buenas por qué no contamos con muchos más centros de este tipo. Es muy posible que el hecho de que sean tan escasos haga que en ellos se concentren clases medias que desean otra escuela, lo que, finalmente, pudiera terminar por convertirlos en centros solo para determinado tipo de gentes. ¿Escolarizaría a sus hijos en estos centros alguien de derechas, por ejemplo? Recuerdo una conversación que mantuve con los dueños de la papelería que está a medio camino entre el Trabenco y el seguramente muy convencional centro público Góngora. En esta plática me explicaron el caso de dos hermanas. Una de ellas llevaba a su hijo a un centro y la otra al otro. Adivine el lector a qué colegio llevaba la hermana descrita –muy sumariamente- como pija y la retratada como hippy.

La innovación educativa democrática debe abarcar a todo el conjunto de la población. De no ser así, nunca llegará a ser una verdadera innovación. No puede ser que el número de centros innovadores –por lo menos, en Madrid- sea más o menos el mismo desde hace décadas.



[1] El término beautiful people se aplicó en España a una parte muy significativa de altos responsables del PSOE de la época de Felipe González.
[3] Este el precio más bajo de una vivienda en la zona de La Navata en la web de idealista (consultado el 7 de marzo de 2020).