domingo, 26 de abril de 2020

Adiós a los exámenes tipo test en la universidad (al menos por este año)


Adiós a los exámenes tipo test en la universidad (al menos por este año)
El 23 de abril, el ministro de Universidades anunció que es casi seguro que no habrá retorno a las aulas universitarias antes de septiembre –y esto en el mejor de los casos- y que, en consecuencia, si para la evaluación del curso se recurre a exámenes, estos habrán de ser en línea.
Sería posible recurrir a la temeridad de que la evaluación del curso –que en el caso de la universidad, y a diferencia de la primaria y de la secundaria, es cuatrimestral- se haga a partir de trabajos que entreguen los estudiantes. Digo que es una imprudencia porque un trabajo que se entrega telemáticamente –y, para estos efectos, igual daría que se hiciera llegar en mano- puede ser fruto de un corta y pega o, peor aún, de un encargo hecho a alguna de las múltiples empresas especializadas en acometer este tipo de labores. La única manera de tener un conocimiento aproximado de si el trabajo es original sería mantener una entrevista –que pudiera ser en línea- con quien lo firma, amén de hacer un seguimiento de este. En mi caso, cuando la docencia iba a ser presencial, no solo se trataba de entregar un texto, sino también de presentarlo y debatirlo en público, en clase.
Desde las universidades se alardea de su uso de programas antiplagio capaces de detectar fraudes. Sin embargo, hay aplicaciones –gratuitas- que redactan de un modo distinto cualquier texto que se les presente al tiempo que, si el original está mal redactado, lo mejora.[1] De este modo, resulta prácticamente imposible detectar un plagio, salvo que haya programas expertos en paráfrasis. Obviamente, los programas antiplagio tampoco detectan los trabajos por encargo –salvo que se hicieran en serie-.
En todo caso, un trabajo analiza tan solo una parte de la temática del curso. En consecuencia, no permite saber si el estudiante tiene una visión global del contenido de una asignatura. Es por eso que no queda más remedio que complementar  la evaluación –si es que esta se apoya en trabajos o prácticas de diverso tipo- con un examen. La cuestión que se plantea ahora es la de cómo hacer un examen en línea. A mis estudiantes les comenté la posibilidad de hacer un examen oral, una propuesta sensatamente rechazada por la posibilidad de que la conexión online fuera inestable. Para mí no es un serio problema recurrir –tal y como vengo haciendo en los últimos años- a un examen consistente en responder con un formato de pequeño ensayo de entre 400 y 500 palabras –hay montón de ejemplos de cómo hacerlos, casi todos en inglés- a un par de cuestiones sobre las que han de reflexionar durante dos horas.
            El principal problema con que tropiezo al hacer este tipo de exámenes ensayísticos es que la inmensa mayoría de los estudiantes –da igual que sean de segundo o del último curso- no están habituados a redactar con coherencia, a respetar las normas gramaticales, a desarrollar un argumento. Quizás esto sea consecuencia de que debe haber –incluso en el ámbito de las ciencias sociales-  un número suficientemente alto de asignaturas que se aprueban con exámenes tipo test. Mi opinión es que estos exámenes –al igual que las evaluaciones con programas como Kahoot!, más propios de un concurso televisivo o de la pedagogía conductista- son, salvo quizás en asignaturas de contenido matemático, una estafa. Con estos test es imposible evaluar la capacidad que puedan tener los estudiantes para razonar o elaborar ideas, aspectos que en titulaciones de ciencias sociales son clave.
            Los exámenes tipo test son una muralla contra las reclamaciones de los estudiantes, ya que la nota es el mero sumatorio de las respuestas acertadas (y eso cuando no computan negativamente los errores, hasta el extremo de que se podría obtener una nota menor que cero y hablo de algún caso real). Por desgracia, el lavado de cerebro a que somete nuestro sistema educativo a los estudiantes les incapacita para poner en duda las preguntas de estos exámenes. Hace unos años sustituí a un compañero en un examen de este tipo en la asignatura de Sociología de la Educación. Este examen, yo lo habría suspendido y debería, por tanto, considerarme un intruso (que nadie se preocupe: al igual que algunos sueñan que tienen que volver a la “mili”, a veces me asalta una pesadilla en la que ni siquiera tengo el título de bachiller). 
Entiendo que haya compañeros que recurran a este tipo de exámenes. Con más de 50 estudiantes por grupo, corregir 100 ensayos y 50 trabajos puede comprometer la tarea de investigación que ha de asumir todo profesor universitario. Sin embargo, y a diferencia de los médicos de familia que se quejan por no poder atender a un número exageradamente alto de pacientes, a mis oídos no ha llegado protesta alguna -¿han dicho algo los sindicatos?- sobre el exceso de alumnos por clase. Pero, se me plantea una duda. ¿Funcionarían igual muchos profesores con un grupo de 25 estudiantes que con uno de 100? ¿Consistirían sus clases básicamente en transmitir conocimiento? ¿Seguirían recurriendo a exámenes memorísticos? No lo sabemos. La libertad de cátedra es una patente de corso que posiblemente permitiría que cada cual hiciera lo que considerase conveniente.
En definitiva, la crisis de la COVID-19 nos interroga como profesores y deberíamos ser capaces de repensar en qué consiste la docencia en la universidad.

¿Por qué creo que es inadecuado lucir una bandera de España con un crespón negro?


¿Por qué creo que es inadecuado lucir una bandera de España con un crespón negro?
                Ciertos sectores de la derecha española han alentado la exhibición de banderas de España con un crespón en señal de duelo por los muertos consecuencia de la Covid-19. No entro en la cuestión de si la bandera de mi país deber ser la tricolor o la rojigualda –cosa distinta es el debate sobre monarquía y república-. Lo que me preocupa es qué mensaje se pretende lanzar con tal exhibición. El coronavirus no distingue fronteras. Lo aconsejable, en todo caso, sería poner un crespón negro sobre un mapamundi o algo similar. Por otra parte, España no está en guerra con ninguna nación (a veces parece, más bien, en guerra consigo misma), circunstancia esta que sí podría justificar tal iconografía.
                Mi impresión es que esto es cosa de nacionalistas. Imaginemos –cosa que no sé si se hace- que los nacionalistas catalanes fueran alentados a lucir la estelada con un crespón. ¿No pensaríamos de ellos que están emitiendo un mensaje excluyente, que hay quien solo se preocupa por “sus muertos”?