lunes, 18 de febrero de 2019

Feria de los colegios


Feria de los colegios
           
El sábado 16 de febrero acudí a la feria de los colegios celebrada en el estadio Metropolitano. Se trata de un evento en el que diversos centros educativos –mayoritariamente privados de pago- exponen en stands -atendidos habitualmente por su propio profesorado- su propuesta escolar. La oferta se divide en dos grandes secciones. Una de ellas está dedicada en exclusiva a la formación profesional (FP) en todos sus niveles. Se trata en su mayoría de centros –una vez más casi todos privados- cuya oferta es exclusivamente de este tipo de formación o que le prestan una especial atención. Si no estoy equivocado, aquí estaba el único centro público en toda la feria (un IES de Leganés). La otra sección abarca al resto de centros –los cuales también pueden ofertar formación profesional-.

Desconozco las cifras de asistentes o si tal exposición es un éxito para sus promotores. La impresión que me quedó es que es una feria en la que se publicitan centros que quieren garantizar para todos sus alumnos el éxito escolar en un contexto de adaptación a los tiempos actuales. La atención personalizada me pareció una de las claves de esta oferta. Se trata de ofrecer una educación que tenga en cuenta la diversidad de maneras de aprender –la referencia a las inteligencias múltiples es una constante- por medio de recursos de muy diferente tipo: desde los grupos con no más de quince alumnos a la posible orientación a los ciclos superiores de FP en el caso de los estudiantes de bachiller que así lo prefieran –frente a la percibida obsesión de lo que en algún stand me refirieron como centros convencionales por la exclusiva orientación hacia la universidad y las consiguientes pruebas de acceso-. Había centros que prestaban especial atención a la escolarización de alumnos con dificultades escolares como la dislexia o el trastorno por déficit de atención.

Creo que, en buena medida, una oferta como la realizada en esta feria refleja los temores que sufren muchas familias a la hora de escolarizar a sus hijos o de cambiarlos de centro. Obviamente, el hecho de que la oferta sea sobre todo de centros privados limita enormemente el tipo de público que asiste a un evento de estas características. En general, los centros participantes son capaces de ofrecer –obviamente, otra cosa es lo que ocurra en realidad- un proyecto educativo. Een los más que lujosos folletos publicitarios que se distribuyen a los asistentes, es habitual leer que el profesorado del centro está comprometido con el proyecto educativo o que se preocupa por enseñar de un modo activo o que recurre sin problemas a las nuevas tecnologías. Esto es lo se dice en un folleto: “Una amplia y estable plantilla de profesores muy comprometidos y de gran experiencia, sabiendo combinar la innovación tecnológica con la enseñanza tradicional (…) un mal profesor arruina cualquier método de enseñanza”.  

Esto, por desgracia, es algo que difícilmente podrían decir de sí mismos la inmensa mayoría de los centros públicos. Un orientador de un instituto de secundaria me dijo que algunos de sus conocidos le preguntaban por el mejor instituto en el que matricular a sus hijos. Su sabia y prudente respuesta es que podía asegurar que determinado centro era recomendable en el año académico en curso pero que nada podía decir con respecto al siguiente año ya que la movilidad del profesorado –por los concursos de traslados y el alto porcentaje de interinos- es tal que imposibilita saber si el centro seguirá siendo recomendable o no. Es decir, el grado de incertidumbre que padece con respecto a su proyecto educativo –y el profesorado que lo debe sustentar-  la mayoría de los centros públicos convierte la matriculación de los niños en tales colegios en una suerte de lotería perversa: un año se puede tener un buen profesor de Matemáticas y al siguiente uno que no sabe explicar o que explica lo que le viene en gana (y estoy hablando de casos reales).

Eché en falta la presencia de centros públicos. Es una pena que, por ejemplo, centros madrileños que se han convertido en alternativa a la educación hegemónica (pienso, claro está, en colegios como La Navata o Trabenco, por citar solo dos) no estén presentes en este tipo de eventos. Soy consciente de que quizás se trate de centros alejados de la mercadotecnia que imponen estas ferias, pero estoy seguro de que su presencia no solo hubiera atraído las miradas de buena parte de los asistentes, sino que además podría alentar la extensión de su modelo educativo. 

Mi impresión es que la escuela pública no debiera quedar al margen de actividades (sean ferias o eventos de otro tipo) que den a conocer a la sociedad lo que están haciendo. Esto, evidentemente, requiere que los centros públicos cuenten con unas señas de identidad que los singularicen claramente.

Mención aparte merece la presencia de centros de FP. Al hablar de esta opción educativa es fundamental diferenciar entre la FP de grado medio y la de grado superior. Esta última es educación superior y es habitual una clara conexión entre esta y los grados universitarios. La de grado medio se ha conformado como una opción para aquellos estudiantes que han obtenido con gran dificultad el graduado en Educación Secundaria Obligatoria (ESO), para los que se descuelgan del bachillerato o para quienes retornan al sistema educativo. La pregunta es clara. Si la FP es para los perdedores del sistema, ¿por qué hay centros privados de pago que la ofertan? Parte del monte es orégano y el orégano de algunos centros es una FP de cierto nivel: técnico en sistemas microinformáticos y redes, técnico en instalaciones de telecomunicaciones, farmacia y parafarmacia, comercio o animación de actividades físico-deportivas (para ilustrar esta última un folleto incluye la imagen de un atractivo joven subido a lomos de un caballo al que parece susurrarle una jovial confidencia). Ni qué decir tiene que todos estos centros recalcan el alto porcentaje de inserción laboral de sus graduados –tanto del nivel medio como del superior-.

No obstante lo dicho, la solución sería –una vez más- la finlandesa: un sistema en el que todos los centros son de una elevada calidad y en el que, por tanto, no es preciso que las familias se devanen los sesos para decidir donde matricular a sus hijos. En principio, la mejor escuela es la que está más cerca de casa y a la que los niños y adolescentes puedan ir andando. Meter a los hijos todos los días durante más de una hora en un autobús para ir al colegio es una pésima opción, salvo que no quede más remedio. El entorno inmediato, los amigos del colegio y del barrio y sus familias son una fuente de aprendizaje a la que no se debería renunciar.

martes, 12 de febrero de 2019

La escuela concertada y los privilegios de los ya privilegiados


La escuela concertada y los privilegios de los ya privilegiados
      Vaya por delante que no toda la escuela concertada es elitista y que una parte significativa de ella responde mucho mejor que la mayoría de los centros públicos a las exigencias de una escolarización socialmente equitativa y de calidad.
           Resulta llamativo como algunos colegios concertados (y no se olvide que concertado significa que los tramos que constituyen la educación obligatoria -es decir, la primaria y la ESO- son tan gratuitos como en la pública) recurren a muy diferentes estratagemas para que en ellos se escolaricen los grupos sociales más acomodados.
            Dado que la educación infantil no está concertada, es fácilmente comprensible que solo escolaricen a sus hijos en esta etapa en el centro escolar de su preferencia aquellas familias que dispongan de los recursos económicos suficientes –lo que incluye ayudas públicas- para afrontar el pago de las cuotas mensuales. Sin embargo, resulta más difícil explicar por qué sucede básicamente lo mismo en las etapas obligatorias.
            La mayoría de los centros concertados son colegios de ideario católico y esto es algo que estas escuelas suelen resaltar en sus jornadas de puertas abiertas. Incluso algunos explicitan que el alumnado reza al comienzo de la jornada lectiva. No creo que sea aceptable que con el dinero de todos los españoles se esté financiando una opción particularista. Si hay que rezar, es difícil que se matriculen en el centro quienes profesan otras religiones o ninguna o quienes simplemente consideran que la escuela no es el lugar adecuado para evangelizar a la población. Con esto no quiero negar el ideario o carácter propio del centro y ni siquiera que quien lo desee rece. El problema es que se está omitiendo que no es preciso ser católico para matricularse en un centro que profese esta religión. En su famosa sentencia del 13 de febrero de 1981 relativa al Estatuto de Centros Escolares (disponible en http://hj.tribunalconstitucional.es/es/Resolucion/Show/5), el Tribunal Constitucional estableció que la “libertad del profesor no le faculta por tanto para dirigir ataques abiertos o solapados contra ese ideario, sino sólo para desarrollar su actividad en los términos que juzgue más adecuados y que, con arreglo a un criterio serio y objetivo, no resulten contrarios a aquél”. Y, en lo que se refiere a la relación de los padres con respecto al ideario, el alto tribunal establece que  “al haber elegido libremente para sus hijos un centro con un ideario determinado están obligados a no pretender que el mismo siga orientaciones o lleve a cabo actividades contradictorias con tal ideario, aunque sí puedan pretender legítimamente que se adopten decisiones que, como antes se indicaba respecto de la libertad de enseñanza que la Ley otorga a los profesores de este género de centros, no puedan juzgarse, con arreglo a un criterio serio y objetivo, contrarias al ideario”. En todo caso, los centros concertados, con independencia de su ideario, tienen la obligación de ofrecer una asignatura alternativa a la de Religión. Es más, hay centros católicos que se declaran explícitamente ecuménicos. Sin embargo, lo habitual es omitir cualquier referencia a que, en realidad, todo centro católico concertado es ecuménico, lo quiera o no. De no serlo, simplemente no debería ser concertado.
Pero, con independencia de la filiación religiosa de cada cual, el elemento que convierte a algunos centros en clasista es el cobro de cuotas mensuales –normalmente en torno a 100€ al mes, aunque algunos cobran mucho más- abonadas a una fundación vinculada al colegio –y de las cuales, hasta ahora, las familias se podían desgravar en la declaración de la Renta-. Seguramente sea cierto que estas cuotas son imprescindibles para que los centros puedan funcionar, ya que la cantidad que les transfiere el estado –en forma de concierto- no cubre los costos de la escolarización. Si esto es así, el estado –pese a que esto escueza a cierta izquierda- debería aumentar el monto de tal concierto. Esto dejaría sin excusa a los centros concertados para el cobro de las cuotas y permitiría la escolarización en ellos de los grupos sociales menos aventajados.
Pero hay más vías para disuadir de acceder a quien no tenga suficiente capacidad adquisitiva. Basta simplemente con convertir determinadas actividades en curriculares. Un ejemplo muy conocido es el de la natación curricular, la cual consiste en que una o varias de las horas semanales de Educación Física tienen lugar en la piscina del centro y para ello cada familia ha de abonar una cantidad mensual.
Se podrían añadir las actividades extraescolares –tanto las que tienen lugar en el horario de comedor como las que se realizan una vez ha terminado la jornada escolar-, pero al fin y al cabo estas son voluntarias. Es cierto que quizás una familia con pocos recursos podría considerarse preterida si sus hijos son los únicos que no pueden disfrutar de tales actividades. En todo caso, esto no debería ser muy preocupante, pues es habitual que los centros católicos manifiesten su clara vocación de ayudar a los más necesitados y aquí podrían encontrar un terreno abonado para la práctica de tan noble actividad.
Nada tengo que objetar a la existencia de la educación concertada. Es cierto que cuando, en 1985, la LODE (Ley Orgánica del Derecho a la Educación) arbitró el sistema de conciertos, el estado estaba reconociendo la necesidad de incorporar a los centros privados en la oferta escolar. Por otra parte, y dada la homogeneidad burocrático-funcionarial de tantos centros públicos, la concertada puede ser una opción más que deseable. Sin embargo, lo que no resulta admisible es que, en términos agregados, la escuela concertada se haya convertido en una suerte de escuela privada low cost para determinados sectores sociales.