miércoles, 13 de octubre de 2021

Maixabel: un ejemplo de serenidad y cordura

 

Maixabel: un ejemplo de serenidad y cordura.

 

Mi intención con estas líneas no es tanto comentar la excelente película dirigida por Icíar Bollaín como centrarme en algunas reflexiones que me vienen a la cabeza tras su visionado.

 

Aunque hacía tiempo que no había vuelto a pensar en ello, era más bien de la idea de que la cárcel no sirve para nada. Sin embargo, tras ver la película veo que estaba equivocado. Algunos de los protagonistas de la película dicen haber deseado ser detenidos para no tener que obedecer las órdenes de matar emitidas por ETA, y que el paso del tiempo encerrados les ha permitido pensar en el mal que han hecho y en si la lucha armada tuvo sentido.

 

Creo que, en general, la política penitenciaria con respecto a ETA no ha sido muy acertada. El hecho de encerrar a los etarras en cárceles alejadas de Euskadi ha contribuido a reforzar al núcleo duro de ETA y a convertir en cómplices de su vesania a unos familiares que, en muchos casos, nada tenían que ver con la banda criminal. Padres y madres visitarán a sus hijos e hijas por muchos kilómetros que pongan de por medio las autoridades penitenciarias. Unos viajes que en muchas ocasiones implicaban recorrer la península de norte a sur han servido para radicalizar a gentes que nunca habían simpatizado con ETA (es algo que se ve igualmente en la obra de Aramburu titulada Patria). Y esto por no hablar de un terrorismo de Estado, que ha sido todo un monumento tanto a la chapuza como a la ignominia. La democracia siempre será más fuerte que el terror.

 

Sin embargo, el ofrecer encuentros voluntarios de víctimas y victimarios ha sido un verdadero acierto. En la película se ve cómo el personaje de Maixabel -magistralmente interpretado por Blanca Portillo- responde desde la serenidad y la cordura al delirio de ETA y cómo es capaz de afrontar el comprensible enfado de los amigos de su esposo asesinado por su decisión de sentarse a hablar con sus asesinos. Las escenas en las que se narran estos encuentros son de una intensidad emocional que desborda la pantalla. Como en la memorable Senderos de Gloria de Kubrick, los dos bandos enfrentados -en la película de Bollaín, el personaje de Luis Tosar y los amigos de Jáuregui- terminan por cantar la misma canción. 

 

Muchos de los presos quieren abandonar ETA y además denunciar su condición de secta criminal. Sin embargo, las posibles venganzas del entorno etarra sobre sus familiares les disuaden de dar el paso. No obstante, queda un núcleo duro de fanáticos irreductibles, quizás más bien atrapados por su pasado y la imposibilidad de negar lo que han sido durante tantos años. Lo importante es que vean que la nación a la que decían querer liberar no quiere a sus supuestos libertadores.

 

La película es -al menos, eso creo- todo un ejemplo de cómo el “malismo” de la derecha -el deseo permanente de venganza y del establecimiento de algo parecido a la cadena perpetua-, pero también de cierta izquierda, es el camino que nunca se debe recorrer. 

 

Si tenéis ocasión de ver esta película, hacedlo y que sea en un cine. Supongo que gustará incluso a toda esa gente que no quiere saber nada del cine español.

martes, 5 de octubre de 2021

¿De qué igualdad de oportunidades me habla usted? El caso de la universidad española.

 

¿De qué igualdad de oportunidades me habla usted?

El caso de la universidad española.

 

            Es sabido que para acceder a cualquiera de las numerosas titulaciones que ofrece la universidad pública española es preciso contar con una nota mínima de acceso (una media ponderada de las calificaciones obtenidas en el bachiller y en las pruebas de entrada en la universidad), la llamada nota de corte. Es muy alta en titulaciones como Medicina y en la inmensa mayoría de los dobles grados. La nota de corte no es otra cosa que el punto de encuentro entre la oferta y la demanda. Si la oferta es muy reducida (baste con pensar, por ejemplo, en las escasas veinticinco plazas que oferta el doble grado de Matemáticas y Física de la Universidad Complutense) tal nota sube hasta acercarse al máximo de catorce puntos. Dado que lo que parece primar es la lógica mercantil, casi todos los estudiantes tienden a maximizar su nota de corte, cosa que les lleva a elegir titulaciones que quizás les interesen menos que otras cuyo “precio” es menor. Se puede argüir que las notas son reflejo del rendimiento y, en consecuencia, son justas. Sin embargo, quienes proceden de familias con mayor nivel de capital cultural y económico tienen mejores calificaciones que el resto.

 

De este modo, la universidad pública ha creado itinerarios similares a los existentes en la secundaria entre una red académica (que orienta hacia la universidad) y otra profesional (que conduce al mercado de trabajo). Pienso, en concreto en lo que ocurre en mi facultad (la de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense), la cual -entre otras titulaciones- ofrece un doble grado de Relaciones Internacionales y Sociología para cuyo acceso se exige una nota por encima de doce. Con esto lo que se ha conseguido es que los estudiantes de ciencias sociales con mejores notas e interesados en la Sociología se matriculen aquí. Los que tienen peores calificaciones se inscriben en el grado de Sociología. Nunca me imaginé diciendo que el nivel de los estudiantes de este grado -que es en el que desde hace años concentro toda mi docencia- ha disminuido. Lo ha hecho como consecuencia de que cada vez recibe menos estudiantes brillantes, los cuales podrían contribuir a elevar el nivel general de la titulación. A esto hay que añadir que, en realidad, buena parte de quienes se matriculan en este grado no tienen a la Sociología como su primera opción. Y, por si esto no bastara, la información de que disponen los estudiantes sobre el abanico de estudios universitarios o de formación profesional de grado superior es mínima.

 En todo caso, los progenitores de quienes pertenecen al quintil superior de la distribución de la renta no tienen mucho que temer. Si la nota de acceso de sus retoños es baja, siempre les queda la posibilidad de matricularlos en unas universidades privadas cuyo número no cesa de crecer. En ellas no hay titulaciones para las que en la pública se puede acceder con una nota baja, lo que explica que no se ofrezcan estudios de Filosofía o de Historia. Quizás la única excepción sea la de los grados de Magisterio, los cuales son una cantera de maestros para los centros privados y concertados (especialmente los católicos). Por otro lado, es muy probable que la atención docente que reciban los estudiantes en las universidades privadas sea de mayor calidad que en las públicas. Esto no es nada difícil, habida cuenta de que en la pública a los profesores se les juzga por sus publicaciones científicas, lo que es un claro incentivo para descuidar hasta extremos inauditos la docencia (por ejemplo, mandando deberes a los estudiantes cuando toca impartir clases en línea, o hablando en clase de bagatelas).

 Pero la cosa no termina aquí. Si hay algún problema, existe toda una oferta de academias privadas y de profesores particulares que permiten afrontar las dificultades que los estudiantes adinerados puedan tener con las asignaturas difíciles (sobre todo las que tienen contenido matemático). A modo de ejemplo, en la zona de Moncloa hay una academia en la que se ofertan clases en grupos reducidos de todas y cada una de las materias en las que hay mayor número de suspensos en titulaciones como Económicas (en primero de esta carrera tan solo el diez por ciento de los estudiantes aprueba su primer curso de Matemáticas: clientela no va a faltar). No solo esto: si uno llama por teléfono le indican que conocen a los profesores de la facultad (¿qué puede significar esto de conocer a los profesores?). Algo similar sucede con las titulaciones de ingeniería.

 Todo esto no es otra cosa que el llamado efecto de compensación por parte de las familias más acomodadas. En el caso de España, lo podríamos llamar efecto “Froilán”, en honor de Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón, miembro de la familia real española. Según refería la prensa, este ciudadano ha pasado de repetir tres veces curso en la ESO a concluir con éxito el primer ciclo de los estudios de Administración y Dirección de Empresas en el CIS The College for International Studies, una institución en la que la matrícula por curso asciende a los 20.000€. Este es, sin duda, un ejemplo de privilegio. Sin embargo, también puede ser prueba de que una mala trayectoria escolar previa no tiene por qué convertirse en una maldición de por vida: la gente -especialmente la juventud- puede mejorar. La cuestión es que todo el mundo -y no solo estos privilegiados- debería tener derecho a una segunda (o tercera o cuarta) oportunidad.

 ¿Qué ofrece el sistema educativo a la inmensa mayoría de los hijos de las clases trabajadoras? El acceso a una escuela obligatoria en la que una buena parte de sus retoños estarán condenados al abandono escolar temprano, a la repetición de curso, a las notas bajas… Caso de titular en la Educación Secundaria Obligatoria, tendrán muchas más posibilidades que el resto de sus compañeros de otras clases sociales de ser escolarizados en la Formación Profesional de Grado Medio. Si llegan a la universidad, lo más probable es que cursen grados -rara vez dobles grados- en los que la posibilidad de desempeñar un empleo correspondiente a una titulación universitaria es escasa (estudiarán en mayor medida Sociología o Historia que Medicina, por ejemplo). Y, finalmente, si consiguen un título universitario de “prestigio”, ganarán menos que sus compañeros de clase alta. A todo esto, hay que añadir el dato nada baladí de que quien no ha triunfado en la escuela se sentirá despreciado. En su libro sobre la tiranía del mérito, Sandel señalaba que la gente con titulación universitaria es más prejuiciosa con quienes no tienen estudios que con cualquier otro grupo social, étnico, religioso…Esto es lo que decía Muñoz Molina en su último libro (Volver a dónde):

Los hijos de los ricos ya cuentan con el seguro de sus privilegios. El dinero les dará acceso a las mejores escuelas posibles (que para más vergüenza están subvencionadas con fondos públicos), en las que recibirán no tanto la formación sino las credenciales adecuadas para mantenerse en las posiciones de dominio que les corresponden desde su nacimiento, a través de sus redes de contactos valiosas y exclusivas. A eso lo llaman ellos meritocracia

 Las desigualdades son tan enormes y toleradas por los poderes públicos (desde las universidades -y muchos de sus profesores- a los dirigentes políticos) que resulta vergonzosa la creencia en la meritocracia y en la igualdad de oportunidades.

jueves, 23 de septiembre de 2021

Vídeos diversos

 Esta vez presento varios vídeos que he subido a youtube. De momento, este es un primer intento. Espero, con el tiempo, mejorar la presentación de los vídeos.

 

Aquí tenéis un vídeo que presenta un artículo sobre las jornadas de puertas abiertas de los centros escolares:

https://www.youtube.com/watch?v=TKRWjAHWHsI

 

Este es sobre algunos de mis motivos para no votar a la derecha:

https://www.youtube.com/watch?v=6-unhmHtuvE&t=101s

 

 

Este se refiere a la escasez de profesores de Matemáticas.

https://www.youtube.com/watch?v=hs27tg1sahU

 

Y, finalmente, he subido a youtube la parte transmisiva de mi curso de Estructura Social Contemporánea. Seguramente haré lo mismo con mi curso de Sociología de la Educación (tanto en su versión en español como en inglés). Espero que pueda ser de utilidad para quienes impartís esta materia o algunos de los contenidos que forman parte de ella.

https://www.youtube.com/watch?v=2Y8lNS61zWc


Aquí tenéis un nuevo vídeo, esta vez sobre la arbitrariedad de algunos profesores.

 

https://www.youtube.com/watch?v=BXrJxXS3QU4


domingo, 28 de febrero de 2021

La demanda social como criterio de planificación escolar

 

La demanda social como criterio de planificación escolar

Enorme ha sido la polémica que ha desatado la nueva ley educativa por la omisión de la demanda social como criterio para decidir si crear plazas escolares en la red pública o en la concertada.

Lo que sabemos a ciencia cierta es que la mayoría de los centros concertados reciben más solicitudes de matriculación de las que pueden atender. Lamentablemente, este no es el caso de una buena parte de los centros públicos. Nuestro sistema, tal y como en su momento explicó José María Maravall (quien fuera ministro de educación en los años ochenta, cuando se aprobó la LODE), cuenta con una doble red de oferta pública constituida por centros estatales y centros concertados.

En consecuencia, y al menos en teoría, los centros concertados son tan públicos como los estatales: se rigen por similares normas de matriculación, cuentan con un consejo escolar (que, entre otras cosas, decide sobre la contratación y despido del profesorado), son gratuitos… Sin embargo, en la práctica la cosa no es así, pues mayoritariamente no son gratuitos. De acuerdo con un informe reciente, casi el noventa por ciento de ellos cobran a las familias cuotas mensuales supuestamente voluntarias. Esto se convierte en una enorme barrera para las familias con menos recursos.  Cierto es que tales cuotas pueden ser imprescindibles para el funcionamiento de los centros. La solución pasaría por incrementar la cuantía de los conciertos, cuestión anatema para buena parte de la izquierda. En todo caso, conviene aclarar que no siempre tales cuotas se justifican porque sean imprescindibles para el normal funcionamiento de los centros. Algunos colegios concertados introducen actividades intracurriculares en pleno horario escolar por las que cobran. Este podría ser el caso de la “piscina curricular”: el centro cuenta con una piscina climatizada y en ella se realizan sesiones obligatorias de la asignatura de Educación Física por las que todas las familias han de pagar la cuota correspondiente.

Quienes han salido a las calles estos días en protesta por la ley Celaá consideran que no mencionar la demanda social coarta la libertad de elección de centro. Tal libertad consiste básicamente en la posibilidad de elegir entre centros públicos o privados. Los defensores de la libertad de enseñanza consideran que la escuela pública es la escuela única, la que impondría la ideología del gobierno de turno o, si se prefiere, del Estado. Esto, obviamente, no es así. De hecho, en casi todos los países democráticos de nuestro entorno la inmensa mayoría de los centros son públicos y esto no menoscaba la democracia. En realidad, los centros concertados no ofrecen gran diversidad. De hecho, el sesenta por ciento de ellos son colegios de ideario católico (ideario que ofrece una cierta variabilidad: desde la exclusión del infiel al ecumenismo). Y justamente aquí tenemos otro elemento que puede convertirse en una barrera para la matriculación en estos centros si no se es católico. La solución es bien clara: nadie puede ser ni inquirido ni marginado por sus creencias. Esto significa que una familia tiene pleno derecho a que su hijo no asista a la asignatura de Religión Católica en cualquier centro (y, si se diera la circunstancia, abstenerse de rezar al comienzo de la jornada escolar o de cada clase). Lo que no puede hacer –tal y como estableció en su momento el Tribunal Constitucional- es atacar al ideario del centro.

En todo caso, no todos los españoles tienen la posibilidad de elegir entre un centro público o uno concertado. La pública existe incluso en los rincones más remotos del país y, por este motivo, puede considerarse como eje vertebrador del sistema educativo. Sin embargo, este no es el caso de la privada, la cual se concentra en las zonas más ricas de España. Está más presente en comunidades como Madrid o Euskadi, pero es minoritaria en Canarias o Extremadura; es más frecuente en las grandes ciudades que en las poblaciones pequeñas. Por otro lado, encuesta tras encuesta, queda claro que el primer criterio que siguen las familias a la hora de escolarizar a sus hijos es la proximidad domiciliaria (más en el caso de familias de bajo nivel de renta que en el de las más acomodadas). Las autoridades educativas hacen lo correcto al delimitar zonas preferentes de escolarización: no tendría ningún sentido caer en la irracionalidad de sobrecargar el tráfico con autobuses escolares subvencionados que satisficieran el deseo de escolarizar a los hijos en el otro extremo de la ciudad.

Como se decía más arriba, el hecho cierto es que los centros concertados tienen más demanda que los públicos. Dado que es así, ¿por qué negar a las familias la posibilidad de satisfacer su deseo? Si tenemos una doble red de escolarización pública, ¿por qué privilegiar a una en detrimento de la otra? Esto nos llevaría a la cuestión de por qué no se prefiere con mucha mayor intensidad la escuela pública. Y aquí es donde creo que la izquierda falla estrepitosamente. Si se quiere que la pública sea atractiva, mucho tiene que cambiar esta red. Para empezar, y sin ánimo de ser exhaustivo, raro es el centro público que cuenta con un proyecto educativo estable: su existencia depende de la voluntad de sus profesores (y, en ocasiones, de su mera estabilidad en el centro). Una libertad de cátedra mal entendida, unida a los desafueros que permite la condición funcionarial, impide que los centros públicos tengan una unidad de propósito. El tránsito de la primaria a la secundaria –que en la enseñanza pública implica cambiar de centro- es en muchas ocasiones un verdadero calvario. Recuerdo que en una investigación sobre jornadas de puertas abiertas, un instituto de secundaria de un barrio popular de Madrid se quejaba del bajo nivel de matemáticas con que llegaban sus alumnos desde la primaria. Esto posiblemente no sea un problema en los centros concertados, dado que mayoritariamente imparten ambos niveles educativos. Es decir, en la pública no solo falla la coordinación intracentro sino que lo mismo sucede con la intercentros.

Negar o limitar con criterios harto discutibles a casi un cuarto de la población con hijos en edad escolar la posibilidad de matricular a sus retoños en un centro concertado implica situar el debate escolar en el lugar que conviene a las tres derechas y en el que tiene todas las de ganar. Para mí la solución es muy clara: finánciese adecuadamente a la red concertada; téngase en cuenta la demanda de la gente y, sobre todo, promuévase una entusiasta y profunda renovación de la escuela pública. Lo importante es evitar la aparición de centros burbuja y de centros gueto.

Ciencia para todos

 

Ciencia para todos

 

En un ejercicio de transparencia encomiable, la ANECA (Agencia Nacional de la Evaluación de la Calidad y de la Acreditación) ha publicado la asignación de puntos para cada tipo de publicación científica que permite la obtención de tramos de investigación (también llamados sexenios, debido a que se conceden por periodos de seis años no necesariamente consecutivos) por parte del profesorado universitario. Pese a que esto podría parecer una cuestión meramente corporativa que solo incumbiría a los universitarios, la cosa –tal y como explicaré- trasciende a este colectivo.

 

                Quienes se presten a ser evaluados han de presentar cinco publicaciones. Para obtener una evaluación positiva es necesario obtener un mínimo de treinta puntos sobre los cincuenta posibles (cada publicación puntúa hasta un máximo de diez).

 

                En todas las áreas de conocimiento (ingeniería, física, matemáticas, filosofía, ciencias sociales, economía…) priman –con distinto grado de intensidad- las publicaciones en revistas en las que los artículos, presentados de modo anonimizado, son evaluados por otros dos investigadores sin contacto entre sí (es lo que se llama el doble ciego o evaluación por pares). La posición más alta la ocupan las revistas etiquetadas como JCR. A estas les siguen las que pertenecen al grupo SJR. El resto de revistas tiene menos valor.

 

                En el caso del área en la que trabajo, la de ciencias sociales, los solicitantes de un tramo deben contar con un mínimo de dos publicaciones (a las que también se llaman papers) en revistas JCR o SJR. El resto, hasta las cinco publicaciones que han de presentar los candidatos, pueden ser más artículos de revistas y/o libros o capítulos de libros en editoriales que aparecen en el ranking SPI (Scholarly Publishers Indicators). Justamente, este es un aspecto al que considero se debe prestar especial atención. Mientras que con un artículo publicado en una revista JCR del más alto nivel (las que están en el cuartil superior o Q1) se obtienen diez puntos, el máximo que se puede conseguir por un libro es de siete (la puntuación oscila entre tres y siete: un margen muy amplio que podría dar lugar a evaluaciones arbitrarias). Creo que no hay nada que objetar a que se exija un mínimo de publicaciones en revistas con evaluación por pares (y quizás, de paso, podríamos poner en duda la legitimidad de las clasificaciones JCR y SJR). Sin embargo, tal y como está configurado el baremo, se desincentiva claramente la publicación de libros. No es así en todas las áreas. Por ejemplo, en filosofía un libro puede dar lugar a diez puntos. Si bien es cierto que un libro podría ser el resultado de sumar artículos previamente publicados, esto no es lo habitual. Quiero decir con esto que el grado de esfuerzo que supone publicar un libro es normalmente muy superior al de un artículo en una revista, por muy prestigiosa que sea esta. La publicación de libros científicos contribuye a la calidad del debate público en las sociedades democráticas. Habitualmente, los libros se dirigen a un público más amplio que los artículos en revistas especializadas. Con un sistema como el español, un físico del renombre de Lawrence Krauss posiblemente no habría publicado un libro como La historia más grande jamás contada… hasta ahora: ¿Por qué estamos aquí?

 

La penalización de los libros puede deberse a que, a diferencia de lo que ocurre con las revistas más prestigiosas, la mayor parte de las editoriales no cuenta con evaluación por pares. Esto significa que pudiera ocurrir que un libro se publicara más por razones mercantiles que por motivos científicos. Es por ello que la presentación de indicios de calidad en forma de citas y de recensiones es más que conveniente. El problema que esto puede plantear es que si un libro se publica al final de un sexenio, lo más probable es que no haya transcurrido suficiente tiempo para aducir tales indicios. También sucede que una editorial de nueva creación tardará años en subir puestos en el ranking SPI y eso si es que no desaparece. Esto igualmente pasa con las revistas –tardan años en ocupar posiciones de prestigio-, pero tienen más capacidad de perdurar, ya que detrás de ellas puede estar alguna universidad u organización científica.

 

Igualmente, las reseñas de libros están en peligro. Reseñar un libro es un trabajo considerable. Mi propuesta sería equiparar la publicación de cinco reseñas (de libros del área científica a la que se pertenezca), en revistas de cierto prestigio, a una –y solo a una- de las cinco publicaciones que se piden para solicitar un sexenio. Y yendo un poco más allá, también se podría hacer lo mismo con quizás diez tribunas (o artículos de opinión) en periódicos –o solo diarios- seleccionados a partir de su difusión (al igual que en las editoriales, aquí tampoco hay evaluación por pares). De este modo, incitaríamos a la comunidad científica a implicarse en el debate público y en la creación de una ciudadanía informada. De hecho, hay medios digitales que publican artículos que nada tienen que envidiar a un paper.

 

Antes de acabar, me parece imprescindible hacer una reflexión sobre las publicaciones que cuentan con varios autores. En un ámbito tan jerarquizado como la universidad y con tanto personal que precisa medrar en su carrera profesional, no sería de extrañar que algún autor (-a) consiguiera sus sexenios con publicaciones colectivas en las que quizás su participación no fuera más allá de estampar su prestigiosa y/o poderosa firma. Es decir, puede que fuese conveniente limitar el número de artículos colectivos que se presenten a evaluación (al menos en algunas áreas).

 

                En definitiva, de acuerdo con lo aquí propuesto, se podría obtener un sexenio con dos artículos en revistas de máximo prestigio y con otras tres publicaciones. Estas últimas podrían ser más artículos, un bloque de cinco reseñas, un bloque de diez tribunas de prensa y libros (o capítulos). El objetivo final consiste en aunar la investigación científica rigurosa con su difusión –no menos rigurosa- al conjunto de la sociedad.