viernes, 10 de noviembre de 2017

Llegó la hora del pacto educativo

Una vez finalizadas las casi cien comparecencias en la subcomisión de Educación y Deportes del Congreso de los Diputados, llega la hora de hacer un balance. Parecía inevitable, y así fue, que salieran a relucir en las diferentes intervenciones los disensos que se arrastran desde el inicio del periodo democrático actual y los que se han ido generando al hilo de las reformas y contrarreformas educativas. No parece que se hayan restañado las heridas derivadas de estos desacuerdos. Como ha podido comprobar cualquiera que haya seguido este debate, diferentes grupos (sindicatos, federaciones de padres, foros de opinión, expertos) disienten en cuestiones clave como si se debe o no financiar con fondos públicos la enseñanza privada, si la religión debe estar fuera o dentro de la escuela, si el alumnado debe ser separado a edades tempranas en función de su rendimiento o si es mejor que permanezcan juntos hasta el final de la educación obligatoria, si la participación de la comunidad educativa debe implicar o no capacidad decisoria, si debe haber pruebas externas al final de las diferentes etapas educativas que condicionen el futuro escolar de cada estudiante.

         Sin embargo, en los últimos tiempos, parecen haber aflorado importantes puntos de consenso que podrían traducirse en una renovación sustancial de nuestro sistema educativo. Se trata de cuestiones como reducir –e incluso hacer desaparecer- la repetición de curso, afrontar los problemas de convivencia en los centros, mejorar la formación del profesorado –tanto la inicial como la permanente- y, sobre todo, repensar el currículum escolar. Son cuestiones que, salvo alguna excepción, han contado con un amplísimo consenso entre los intervinientes que las han abordado.

         Las comparecencias pueden considerarse un buen reflejo de la pluralidad de puntos de vista que sobre la educación hay en este país. Entre otros, han intervenido, como era deseable y lógico, los grupos representados en el Consejo Escolar de Estado y, además, dos exministros, dos exsecretarios de Estado de Educación y una amplia variedad de expertos. Pese a ello, se ha echado en falta la presencia de profesores de base que han sido considerados grandes docentes (caso de, por ejemplo, César Bona), que arrasan en Internet (como podría ser David Calle) o que han publicado libros sobre los problemas de la enseñanza (por ejemplo, Fernando J. L López o Juan José Romera). Apenas han aparecido los enfoques tremendistas sobre el estado de nuestra educación (típico de profesores de Secundaria como Ricardo Moreno o Alberto Royo).

Se entiende que se haya dado voz a profesionales que han expresado su preocupación por asignaturas como las Matemáticas o la Educación Física. Sin embargo, se comprende menos que no se ha hecho lo propio con la deficiente enseñanza del inglés (y, no digamos, de los segundos idiomas extranjeros) o la escasa presencia de la educación artística o musical o la enseñanza del resto de las asignaturas.

         Ha faltado, entre otros, el abordaje de temáticas que han movilizado intensamente a las comunidades educativas de los colegios públicos como la de la jornada escolar. No se han analizado de modo específico cuestiones como las posibles modificaciones del calendario (en la línea propuesta en Cantabria) o la educación especial. Temas que han tenido gran resonancia mediática, como el de los deberes o los uniformes, no han aparecido tampoco en los debates.