En su blog, Alberto Royo
contesta a mis comentarios acerca del artículo que el diario El Mundo publicó
con relación a un reciente libro de este profesor. El principal problema que
veo a su réplica es que, al igual que Don Quijote tomara por gigantes lo que no
eran sino molinos de viento, su autor no duda en atribuir a quien de él
discrepa palabras y actitudes que no ha manifestado. De este modo, y por
sorprendente que pueda parecer, Royo me sitúa en el bando de “quienes
desprecian el saber y la cultura”, de “quienes quieren convertir al profesor en
un mono de feria”. Lo que me pregunto es: ¿quiénes son tales gentes tan
aviesas? No contento con esto, afirma que lo “que ha cambiado es sencillamente
que hoy se cuestiona que el niño deba aprender”. Mi pregunta vuelve a ser la
misma: ¿quién cuestiona esto? O, más
adelante, se pregunta si “se considera que tener un cierto orden en clase es
una humillación para los alumnos”, afirmación que pertenece en exclusiva a su peculiar
cosecha personal. Para aclarar estos extremos, Royo me remite a la lectura de su
libro, condición que parece establecer como indispensable para que pudiera reflexionar
sobre un artículo de periódico en el que se recogía alguna de mis opiniones
(razón por la cual escribí una entrada en mi blog).
Recurriendo
al arte de birlibirloque, dice que la izquierda –en la que al parecer, y sin
que venga al caso, creo que me incluye- “hace tiempo que renunció a defender la
instrucción pública como palanca de ascenso social”. Sin embargo, quien escribe
el prólogo de su libro es, según sus propias palabras, “progresista,
socialdemócrata declarado”. ¿En qué quedamos? ¿Ha entregado el prólogo a un
izquierdista, el cual, en consecuencia, sería un renegado de la escuela pública?
A renglón seguido, descubrimos que el prologuista debe ser un izquierdista quizás
de los buenos, de los que defienden el conocimiento. Según parece, en nuestra
escuela no se trabaja a partir del conocimiento. Sin embargo, lo que en ella
tenemos es una saturación de asignaturas –hasta trece en primero de la ESO-, cada
una de las cuales está sobrecargada de conocimientos. Es tanto lo que se
pretende abarcar, que se cae en el mayor de los ridículos. Véase a modo de
ejemplo, cómo un libro de cuarto de la ESO (J. A. Martínez, F. Muñoz y
M.A. Carrión, Lengua Castellana y Literatura, Madrid, Akal, 2008), en su afán por explicar la práctica totalidad de los poetas de la generación
del 27, no le queda más remedio que recurrir a un resumen irrelevante de algún
aspecto de cada uno de sus miembros:
Ø GERARDO
DIEGO (1896-1987). Su extensa obra poética se caracteriza por
su variedad formal y temática. En ella conviven el vanguardismo ultraísta y
creacionista, el neopopularismo, el gongorismo y los moldes clásicos. Algunos
títulos son: Imagen, Manual de espumas, Fábula de Equis y Zeda, Alondra de
verdad, etc. (p. 268).
Y lo mismo
sucede con el proteico empeño por referenciar a buena parte de los novelistas
actuales.
Ø JOSÉ
MARÍA MERINO conjuga en sus relatos el gusto por narrar
con la experimentación técnica: Novela de Andrés Choz, El caldero de oro, La
orilla oscura,… (p. 333).
¿Qué se
pretende con estas pequeñas píldoras de información? ¿Correrán los estudiantes
a la biblioteca a leer los libros de estos autores?
Aquí se puede ver el
modo cómo ahogamos en un océano de ejercicios de Matemáticas, repetitivos hasta
el aburrimiento, a nuestros estudiantes de Secundaria. La comparativa con lo
que ocurre en Singapur –país cuyos resultados en esta materia son mucho mejores
que los de España- no tiene desperdicio.
El problema de
todo esto, y lo saben muy bien los propios profesores, es que el conocimiento
que pretende transmitir nuestra escuela es sencillamente inabarcable.
En mi escrito,
hacía referencia, y así lo recoge Royo, a que elementos como la autoridad "pueden fácilmente traducirse en una
docencia de carácter unidireccional en la que la palabra queda monopolizada por
el profesor condenando, de este modo, al alumnado al silencio y, muy
posiblemente, a la ausencia de aprendizaje". Desde aquí, Royo no tiene
empacho alguno en considerar que el hecho de que la docencia pudiera ser
unidireccional equivale a poner en duda la honradez del profesorado. Sin
embargo, que es mayoritariamente unidireccional –lo que, además, dista de ser
un insulto- es algo que, para nuestra desgracia, constató un equipo de la OCDE en una visita
escolar a la fue invitado por el gobierno de Canarias. Esto es lo que decía:
Muchos
profesores sólo exigen a sus alumnos que memoricen los contenidos de una
asignatura para poder aprobar los exámenes. Este estilo de enseñanza no
conlleva la obtención de buenos resultados en el informe PISA ni en la
educación en general.
Royo se pregunta
“por qué es más importante el "aprender a aprender" que el
"aprender"”. Muy sencillo: aprender
a aprender consiste en adquirir conocimientos a lo largo de toda la vida. Se aprende a aprender a partir de
conocimientos, no en el vacío.
Royo
no tiene problema alguno en negar la realidad cuando afirma que actualmente “la
diferencia cultural entre el maestro y el alumno es, en mi opinión, más acusada
que nunca”. Por fortuna, esta vez dice que es su opinión. Sin embargo, el
problema es que esto no es una cuestión sobre la que se pueda opinar. El nivel
cultural (y educativo) de la población española –y la evidencia de que
disponemos es abrumadora- se ha elevado considerablemente desde los primeros
años de la democracia. Si no fuera así, literatos como Muñoz Molina, y tantos
otros, no podrían vivir de su obra. Cosa distinta es que cierto prejuicio
elitista impida ver lo que es una realidad incontestable.
Lo
mismo cabe decir de su desacertada afirmación de que “no ha habido mutación
genética en la especie humana que justifique el que un niño aprenda hoy de
manera diferente a como lo hacía ayer”. Lo que sí sabemos hoy en día es en qué
modo la gente puede aprender más eficazmente. Basta con pensar en los trabajos
de Howard Gardner y de Lawrence Steinberg (espero que no sean despachados como
meros charlatanes)
Dado
que considero que uno de los fallos de la LOGSE ha sido no contar con
profesores para la ESO, Royo llega a la conclusión de que, en realidad, lo que
creo es que los profesores de Secundaria son “directamente "inútiles"”
(a este hombre no le cuesta lo más mínimo hacer el recorrido que lleva a la
descalificación). Sin embargo, lo que yo digo es que se tendría que haber
pensado en un grupo o cuerpo de profesores de la ESO, el cual podría proceder
de nuevas contrataciones o de profesores en activo. De hecho, y lamento no
contar con datos científicos al respecto, es altamente probable que el primer
ciclo de la ESO funcione razonablemente bien cuando de él se encargan maestros
en lugar de profesores de Secundaria.
Si
uno entra en el blog de Royo, verá que quizás se considera una suerte de alter
ego de Atticus, el protagonista de Matar a un ruiseñor, del cual en un
momento dado, se dice: “Atticus me dijo que borrase los adjetivos y tendría los
hechos (“Atticus told me to delete the adjectives and I'd have the
facts”). Justamente, esto es lo que no hace Royo: llena su argumentario de
insultos. No hace falta que nadie le obsequie con improperios. Él solito se las apaña
para recopilarlos y desde ahí lanzarse por la senda de la discordia.