martes, 27 de enero de 2015

Una universidad ajena al "sistema de precios"

Una universidad ajena al “sistema de precios”

         En un reciente artículo, Luis Garicano señalaba una observación muy interesante sobre nuestra universidad: es una institución que carece de un sistema de precios –ya sé que el término no gustará a quienes puedan ver en él un intento de privatización de la enseñanza superior-. Con esta expresión, Garicano se refiere a un mecanismo que permite captar de modo fidedigno las preferencias del consumidor. De esta manera, un sistema de precios (frente a la regulación estatal de la distribución de mercancías que, de acuerdo con este economista, propondrían Syriza y Podemos) tiene como mínimo dos grandes virtudes difícilmente discutibles. La primera es que proporciona a los individuos incentivos para actuar en pro del bien común partiendo de la satisfacción de los intereses personales. Es la famosa idea de Adam Smith de que “el panadero se levanta a las cinco porque quiere tener el pan listo por la mañana, cuando lleguen los compradores” (todos los entrecomillados son citas literales de Garicano). La segunda se refiere a que el estado jamás podrá tener el mismo nivel de información sobre las preferencias de los consumidores del que gozan los propios consumidores y los distribuidores locales de mercancías. El ejemplo que aduce Garicano es que si se duplicara el precio del café, cada consumidor determinaría si le merece la pena consumir té –si es que este fuera más barato- o gastar más dinero en café. Del mismo modo, el tendero o el transportista locales sabrían cuánto café debería haber, respectivamente, en su mostrador o en su remolque.
         Todo este excurso es para presentar la idea de que, de acuerdo con Garicano, la universidad española, al ser ajena al sistema de precios, es víctima de dos serios problemas. El primero, más bien falso, es que “todos los profesores, los que trabajan mucho y los que no hacen nada, ganan prácticamente lo mismo”. El segundo, que me parece mucho más acertado, es que no existen “mecanismos que transmitan las preferencias, o el conocimiento local de los alumnos al sistema. Si una carrera no tiene demanda porque los estudiantes no la ven útil o interesante, en el mercado los precios caerían, y los profesores se reciclarían hacia otras áreas con mayor demanda”. 
         Vayamos por partes. La primera afirmación (todos los profesores, con independencia de su desempeño, ganan lo mismo) muestra un preocupante desconocimiento de la realidad de la universidad española, quizás achacable al hecho de que Garicano es un professor de la Universidad de Londres –y me enorgullece que un compatriota ocupe este puesto-. Cerca de la mitad del profesorado universitario tiene contratos precarios y/o inestables y, aun teniendo la misma o muy similar dedicación docente que un titular o un catedrático, puede cobrar dos, tres, cuatro,… veces menos. Por otro lado, sería poco acertado decir o sugerir que los “precarios” tienen peor desempeño. Pero incluso en el caso de que la afirmación de Garicano se restringiera al “privilegiado” grupo de titulares y catedráticos, tampoco se sustentaría. Un profesor que publique regularmente artículos en revistas con prestigio científico o libros –o capítulos de libros- en editoriales relevantes cuenta con un incentivo económico cada seis años –seguramente no es gran cosa, pero con el paso del tiempo y ya cerca de la jubilación, pueden ser más de 600 euros netos mensuales-. Por otro lado, el titular que no publica tiene muy difícil –aunque, por desgracia, no sería imposible- convertirse en catedrático –y ser agraciado con un subida salarial del 15% y que quizás tampoco sea mucho-.
         La segunda aseveración, si bien no es del todo cierta (ya que en el documento de solicitud de ingreso en la universidad los estudiantes hacen constar sus preferencias por una u otra titulación), introduce una cuestión muy preocupante: ¿qué hacer con los estudiantes que cursan una carrera que era una de sus últimas elecciones y a la que llegan simplemente porque esta tiene una oferta de plazas mayor que la demanda de estas?
Hoy en día, tenemos titulaciones con muy escasa demanda estudiantil en primera instancia (en la convocatoria de junio) tras la Prueba de Acceso a la Universidad –PAU- que, sin embargo, pueden ver completada su oferta de plazas tras la PAU de septiembre con estudiantes cuya nota de acceso no da mucho de sí. Es el caso de parte de las titulaciones de humanidades y de ciencias sociales. Esto plantea, como mínimo,  dos problemas: el primero, muy claro, es de la escasa deseabilidad para estos estudiantes de tal grado y el segundo, no menor, es que se trata de los estudiantes con peores expedientes en bachillerato y con las notas más bajas en la PAU. Por otro lado, el profesorado de estos cursos tiene todas las papeletas para llevar a cabo la profecía que se cumple a sí misma: el efecto Pigmalión de pensar que mis estudiantes no son buenos y terminan por no serlo.
         Frente a esta situación, hay varias soluciones. Una, aparentemente simple –y excluyente-, sería ofrecer menos plazas, lo que automáticamente haría subir la nota de corte: llegarían al grado mejores estudiantes que ahora. Pero esto tiene un elevado coste: un menor número de estudiantes significa también un menor número de profesores. ¿Qué candidato (-a) a decano ganaría unas elecciones con una propuesta que implique reducir puestos de trabajo docentes?
         Otra solución, esta inclusiva, sería la del “sistema de precios” y consistiría en tratar de averiguar cómo podrían aprovechar su tiempo aquellos estudiantes condenados a cursar una carrera que a priori no es de su agrado. Algunos de ellos, en una estrategia que les llevará a tener que matricularse en más asignaturas de lo habitual, lo que hacen es cursar primero del grado no deseado para desde ahí cambiarse al siguiente año a una titulación afín conforme a sus preferencias. Muchos de ellos terminan por abandonar y otros muchos simplemente pasan de curso a curso sin aprender gran cosa (al fin y al cabo son carreras fáciles).
         A partir de aquí sería muy sensata la propuesta de Garicano: que el profesorado se reciclara “hacia otras áreas con mayor demanda”. Creo que podría haber dos alternativas. Una consistiría en que el profesorado de estas titulaciones impartiera docencia de su disciplina en otros grados –lo que habitualmente implicaría desplazarse a otros centros de la universidad- que demandan profesores de esta especialidad. La otra consistiría en un reciclaje no demasiado traumático y que es crear otras titulaciones. Una vía consistiría en generar dobles grados –de la titulación con baja demanda con otro grado más o menos afín como, por ejemplo, un hipotético doble grado de Sociología y Relaciones Internacionales o de Sociología y Estadística-. El problema que veo es que, muy posiblemente, reduzca el número de estudiantes brillantes del grado poco demandado, los cuales podrían sentirse atraídos por titulaciones más prestigiosas como serían aquellas. La segunda posibilidad consistiría en crear nuevas titulaciones –aunque en esto hay que ser moderado dada la proliferación de títulos en nuestras universidades- próximas a la menos demandada en el entendido de que podrían resultar más atractivas tanto en términos laborales como sustantivamente.
         Sin embargo, hay otra alternativa (y que es la que me gusta más): elevar el nivel de los estudiantes desde el primer curso. Al fin y al cabo, el estudiante es una creación social. Mi propuesta sería contar con profesorado voluntario en el primer curso dispuesto a hacer ver al estudiantado lo atractivo que puede ser cursar un grado como el que le ha correspondido. Se trataría de promover un estudiantado que aprenda sobre los contenidos de ese grado desarrollando destrezas cada vez más valoradas por el mercado de trabajo y la sociedad en su conjunto: informarse con la lectura de prensa periódica, artículos y libros –y en diferentes idiomas-; ser capaz de exponer y desarrollar de un modo inteligible un argumento en público y defenderlo; desarrollar ideas propias por escrito; trabajar en equipo (en red y presencialmente), etc. En definitiva, se trataría de que cualquier titulación asegure al estudiante la adquisición de una serie de destrezas imprescindibles para desempeñarse como profesional y como ciudadano. Se me dirá que estas destrezas se deben adquirir en todos los grados (se la Medicina o las Ingenierías). Sin embargo, casi todos los grados de humanidades y ciencias sociales se prestan, en mayor medida que el resto, a la contrastación de puntos de vista, lo que aconsejaría poner especial énfasis en este tipo de habilidades más genéricas y, sobre todo, polivalentes.
         No sabemos qué empleos existirán o dejarán de existir en los próximos años. En un mundo en permanente cambio, el mejor legado que una facultad puede dejar a sus estudiantes es la capacidad para desarrollar una perspectiva en torno a no importa qué problema y, sobre todo, ser conscientes de que los aprendizajes no concluyen al finalizar el grado o el máster: hay que aprender a lo largo de toda la vida. Si desde las facultades –y la escuela, en general- no somos capaces de transmitir nuestro entusiasmo por la aventura que supone nuestra área de conocimiento no conseguiremos generar en los estudiantes el deseo de aprender y perfeccionarse sin fin y, si se me apura, de crear una generación capaz de construir un mundo mejor.  

         Concluyo con una matización. Sé de la pasión, casi enfermiza, de Garicano y sus colegas de Fedea por la modelización matemática y por los números en general. Me sorprende que, sin aportar ningún dato empírico, considere a Podemos un partido de extrema izquierda (por lo menos no lo llama comunista o bolivariano). Podemos, hasta donde conozco, se presenta a sí misma como una organización ajena al eje derecha-izquierda. Lo que sí sabemos –basta con ver los sondeos del Centro de Investigaciones Sociológicas- es que ni su electorado potencial es de extrema izquierda –de hecho, es muy similar al del PSOE- ni este ve a Podemos como una formación extremista (sus simpatizantes le otorgan un 2.46 en la escala ideológica izquierda-derecha). Otra cosa es cómo lo vea el votante Luis Garicano. 

"Aprendiendo a trabajar"de Paul Willis. Un tercio de siglo después

http://es.slideshare.net/slide9999/aprendiendo-a-trabajar-un-tercio-de-siglo-despus-43940414

miércoles, 7 de enero de 2015

Pruebas externas de tercero de primaria

Gato por liebre.
La evaluación externa de tercero de primaria ya está aquí.

            El Ministerio de Educación, a través de la web del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE), acaba de dar a conocer el tipo de pruebas externas que se aplicará al alumnado de tercero de primaria. Antes de nada, es de agradecer el hecho de que el INEE someta al escrutinio público -de la comunidad educativa y de la sociedad civil en general- la evaluación que pretende realizar este mismo curso.

Tal y como indica el artículo 20.2 de la LOMCE, el resultado obtenido en esta prueba podría tomarse en consideración a la hora de repetir curso. En consecuencia, se trata de un examen que puede acarrear serias consecuencias para el alumnado. Es de temer, como ya ocurre con otras pruebas de este tipo en diferentes países, que buena parte de la actividad docente en este curso se centre en sacar adelante este examen. Los resultados serán públicos y, en consecuencia, darán lugar a una jerarquización de los centros.

El gran problema con que cuenta este tipo de examen es que, por mucho que insista en ello el INEE, no es una evaluación de competencias. Lo es, en todo caso, de contenidos curriculares. De hecho, la propia web del INEE se delata a sí misma: los modelos de referencia de la prueba son el TIMSS y el PIRLS y no el PISA. La prueba PISA se aplica a estudiantes de quince años de edad, mientras que la del TIMSS y la del PIRLS evalúan a alumnos de cuarto grado –el equivalente a nuestro cuarto de primaria-. El TIMSS también se hace al alumnado de octavo grado. La diferencia es esencial. TIMSS y PIRLS evalúan lo que el alumnado ha aprendido en los currículos de sus respectivos países. Sin embargo, PISA analiza –o, al menos, eso pretende- el modo en que los estudiantes aplican a situaciones nuevas los conocimientos y destrezas que han aprendido en la escuela (el lector interesado puede consultar la página 9 del informe que Margaret Wu publicó para la propia OCDE). Son pruebas tan sumamente distintas que, en ocasiones, los resultados del TIMSS para octavo grado y del PISA pueden ser totalmente divergentes. Esto es lo que explicaba Tom Loveless al referir la enorme diferencia entre los países a los que llama “constructivistas”, como sería el caso de Nueva Zelanda, con relación a aquellos que favorecen un currículum para Matemáticas más tradicional, como Corea. En PISA, Corea aventaja a Nueva Zelanda en tan solo 27 puntos (546 frente a 519), mientras que en el TIMSS, la distancia se agranda hasta 125 (613 frente a 488).

Basta, en todo caso, con ojear las pruebas para darse cuenta de que se trata de preguntas que no incentivan el pensamiento propio, la iniciativa personal, la creatividad, ni nada por el estilo. Todo es conocimiento memorístico o el mero reflejo de que se sabe repetir lo que dice un texto. En el caso de la competencia lingüística se trata de  ser capaz de reflejar lo que el texto –leído o escuchado- dice. El grueso de las preguntas consiste en indicar cuál de las respuestas es la acertada. He aquí algunos botones de muestra.

¿Qué tipo de texto has escuchado?
A. Un cuento
B. Una poesía
C. Una descripción
D. Una historia real

¿Cómo se alimentaban los niños antes de aparecer las brujas?
A. Comían comida basura
B. Solo comían fruta y verduras
C. Hacían comidas sanas y variadas
D. Tomaban muchas golosinas y refrescos

Según el texto, ¿cómo se cura la enfermedad de las brujas?
A. Poniéndose una vacuna
B. Tomando jarabe y pastillas
C. Comiendo golosinas y bebiendo refrescos
D. Tomando comida saludable y haciendo ejercicio

¿Qué frase resume el texto que has leído? Silvia...
A. tiene un accidente por culpa de una caca de perro
B. juega con los perros que se encuentra por el parque
C. hace una carrera por el parque para estrenar su bicicleta
D. se enfada por el mal comportamiento de algunas personas

            Hay algunas preguntas abiertas. En este ejemplo hay que contestar en no más de dos renglones:

Después de su paseo, ¿por qué Silvia piensa que muchas personas necesitarían volver al colegio?

            En matemáticas, la cosa no es muy distinta. Véase esta pregunta:

Los niños observan como creció el número de visitantes [a un parque de atracciones] en los últimos días:
Lunes Martes Miércoles Jueves
La mitad de las personas que visitaron el parque los dos últimos días eran niños.
Para calcular el número de niños que fueron esos días, ¿qué operaciones
debemos realizar?
Señala la respuesta correcta:
A. Dividir 560 entre 2. Dividir 590 entre 2. Sumar los dos resultados.
B. Dividir 500 entre 2. Dividir 530 entre 2. Sumar los dos resultados.
C. Multiplicar 560 por 2. Multiplicar 590 por 2. Sumar los dos resultados.
D. Multiplicar 500 por 2. Multiplicar 530 por 2. Sumar los dos resultados.

            Hay países en los que la evaluación del alumnado de primaria se basa en cuestiones abiertas con las que se puede detectar su capacidad de razonamiento. Esto es lo que explican Darling-Hammond y McCloskey al referirse a cómo se evalúa en Suecia a los alumnos de quinto grado. Este es un ejemplo:

Carl va en bicicleta desde la escuela a su casa. Tarda en llegar un cuarto de hora. Por la tarde, volverá al colegio porque hay una fiesta, la cual empieza a las seis en punto. Antes de que empiece la fiesta, Carl tiene que merendar. Cuando llega a casa, su abuela –quien vive en el vecindario- llama. Quiere que le lleve el correo antes de que se vaya a la fiesta. También quiere que saque a su perro de paseo y charlar después con su nieto. ¿Para qué cosas tiene tiempo Carl antes de ir a la fiesta? Escribe y describe el modo en que lo has razonado.

            Las pruebas de tercero se limitan, y sin que haya ninguna explicación al respecto, a tan solo dos –y, para colmo, una de ellas parcialmente- de las siete competencias recogidas en el Real Decreto 126/2014, de 28 de febrero (el cual  establece el currículo básico de la Educación Primaria). Estas son las siete competencias (y, como se puede ver, la segunda no es solo matemática):

1.º Comunicación lingüística.
2.º Competencia matemática y competencias básicas en ciencia y tecnología.
3.º Competencia digital.
4.º Aprender a aprender.
5.º Competencias sociales y cívicas.
6.º Sentido de iniciativa y espíritu emprendedor.
7.º Conciencia y expresiones culturales.

            Pero, en realidad, lo que tenemos no es evaluación de competencias, sino de áreas curriculares. Y, de nuevo, surge la misma pregunta:             ¿por qué centrarse en dos materias de las hasta diez que podría cursar el alumnado de tercero? Se están excluyendo, nada más y nada menos, áreas como las siguientes: Ciencias de la Naturaleza, Ciencias Sociales, Primera Lengua Extranjera, Educación Física.


            En definitiva, no hay evaluación de competencias, sino de conocimientos. De las siete competencias, tan solo se abordan dos (y una de ellas parcialmente). Para no desmentir lo que la investigación sobre las pruebas externas no se cansa de decir, la evaluación se centra en solo una parte del currículo (se reduce a tan solo dos de las diez áreas que pueden componer el currículo de primaria). Y, finalmente, las pruebas se hacen a una edad que parece temprana o, en todo caso, un curso antes de las del TIMSS o del PIRLS.