martes, 7 de mayo de 2024

¿Y si prohibiéramos el uso de los portátiles en las aulas universitarias?

    ¿Y si prohibiéramos el uso de los portátiles en las aulas universitarias?

 

Cada vez son más las comunidades autónomas que han decidido prohibir el uso de los móviles en los centros educativos preuniversitarios. En el caso de la universidad -al menos esto es lo que dicta mi experiencia- el problema que tenemos no está tanto en los móviles como en los ordenadores portátiles. Si bien es cierto que muchos estudiantes los usan para tomar apuntes, lo cierto es que, salvo que se pongan en modo avión, suponen una fuente constante de distracción cuando no un elemento creador de una burbuja en la que el alumnado se abstrae por completo de lo que suceda en clase.

El profesorado, por muy interactiva que sea la clase, tiene muy difícil competir con la atención inmediata que requieren los mensajes que se puedan recibir en línea o simplemente con la tentación de navegar en la red.

Me ha pasado ya en varias ocasiones tener que recriminar a algún estudiante su completa concentración en lo que ve o escribe en su ordenador al margen de lo que se esté trabajando en clase. Y esto ocurre incluso en momentos -o en sesiones enteras- en las que la clase se basa en la participación del estudiantado o en las que recorro el pasillo del aula con la intención de acercarme a quienes toman la palabra.

Se trata de un descaro sorprendente. Sin embargo, lo más llamativo es que los estudiantes me cuentan que hay algunos profesores cuya docencia no va más allá de leer apuntes -sí, todavía hay quien hace esto: al fin y al cabo, a los profesores nos pagan por el tiempo que pasamos en clase- que exigen silencio absoluto -lo que implica la interdicción de los portátiles- hasta el extremo de expulsar a quien ose romperlo.

La posible prohibición de los portátiles cuenta con otro argumento que va más allá de la economía de la atención. Se trata de que es sabido que se retiene mejor la información cuando se toman notas manuscritas que cuando se escribe en un teclado.

Dado que la libertad de cátedra consiste en que cada profesor puede hacer lo que considere más oportuno, es muy posible que en adelante indique a mis estudiantes que en mis clases no se podrá hacer uso de los portátiles.

Entiendo que pueda haber docentes que alienten el uso de móviles y portátiles en su clase. Esto es lo que puede suceder si se recurre a aplicaciones del tipo Kahoot, pero este no es mi caso: el pensamiento complejo tiene difícil encaje en ejercicios de respuesta múltiple.

 

 

Observaciones a mi artículo sobre los planes de estudio de Sociología

             Un amigo, licenciado en Físicas, me ha hecho algunas observaciones al artículo que publiqué en la RES (https://recyt.fecyt.es/index.php/res/article/view/100537) sobre los planes de estudio de Sociología. Estas son mis consideraciones que, como se verá, darían para otro paper.

           

La primera de sus apreciaciones se refiere a que deberíamos ser más exigentes, cosa que me parece podría traducirse en un fuerte abandono en primer curso. Mi planteamiento sería que en este primer año deberíamos entusiasmar a los estudiantes -con independencia de cuál sea su nivel previo: en clase ningún profesor sabe nada sobre la trayectoria escolar previa de sus alumnos-. Es decir, en primero los profesores deberíamos hacer ver a los estudiantes la importancia de conocer e interpretar la realidad social en la que vivimos. En este sentido, creo que nuestros estudiantes deberían ser ávidos lectores de prensa (la comunidad de la UCM tiene acceso gratuito a El País). En general, deberían ser grandes lectores (y soy consciente de que cada vez hay menos lectores de libros que no sean novelas). No hay la más mínima duda de que la lectura es la herramienta más poderosa con que contamos para pensar. Es lo que decía Kant: sapere aude. Yo hablaría no solo del atrevimiento, sino del placer de aprender. A esto hay que añadir la importancia de saber expresarse (oralmente y por escrito), lo que no se puede lograr si no se es un buen lector. Los estudiantes tienen que ver en primero si les interesa o no seguir en un grado que pretende formar a un intelectual, si no crítico sí por lo menos capaz de analizar la realidad social en la que vive y opinar con fundamento sobre ello, lo que no equivale a tener por modelo de buen alumno al aspirante a ser profesor de universidad. Es por esto por lo que hace ya unos cuantos años un buen número de profesores de mi facultad participó en una reunión en la que se planteó que los compañeros más comprometidos con la investigación y con la docencia -una forma de evitar decir los mejores profesores- pasaran a dar clases en primero en lugar de refugiarse en los doctorados, los másteres y los últimos cursos. Esto no pasó de ser un brindis al sol.

           

La segunda observación se refiere a algo tan difícil de detectar como es la vocación del estudiantado. Lo que yo propondría sería realizar una entrevista personal como ocurre con el caso de quienes desean acceder a la titulación por la vía de mayores de 25 o de 40 años. Si, por ejemplo, el candidato no sabe nada sobre cuestiones como -por poner algunos ejemplos a vuelapluma- el conflicto de Palestina, el ascenso de la extrema derecha, los dilemas de la socialdemocracia, las desigualdades de género, … no debería permitírsele matricularse. Un compañero me contó que un estudiante no sabía qué era eso de la Revolución rusa. ¿Cómo se puede haber cursado el bachillerato e ignorar esto? Añado más leña al fuego: hace unos días salió a relucir en una de mis clases de segundo curso el nombre de Ortega con motivo de una lectura de un texto de Bourdieu. Solo a dos estudiantes les sonaba el nombre de nuestro más reputado filósofo. Se puede ver en qué consiste la entrevista a los aspirantes a estudiar magisterio en las universidades de Finlandia en este enlace: https://www.youtube.com/watch?v=ERvh0hZ6uP8&ab_channel=WISEChannel

 

            La tercera apreciación incide en algo tan complejo como es la necesidad de definir los conocimientos que debe haber adquirido un sociólogo al finalizar el grado. Se podría resolver este problema si tuviéramos un proyecto de facultad -o de la profesión sociológica- democráticamente elaborado en el que se establecieran no solo tales conocimientos, sino las destrezas que se deberían haber adquirido en el grado. Para comprobarlo, se podría plantear que cada estudiante compareciera ante una comisión que calibrase qué sabe, cómo se expresa, cómo desarrolla un argumento. El trabajo de fin de grado -siempre y cuando no fuera lo que tenemos actualmente- podría servir a este fin.

           

La cuarta observación menciona la singularidad del primer curso. A mi modo de ver habría que replantearlo radicalmente. Mi impresión es que es un batiburrillo de asignaturas inconexas que no permite que el estudiante se haga una idea de si la sociología le podría interesar.

           

La quinta consideración alude a la historia contemporánea. Esto es de traca. Es justamente lo contrario que aconsejara Ockham: no multiplicar los entes sin necesidad. Apunto que tenemos un serio problema con las asignaturas afines a la Sociología. El corporativismo de la universidad se traduce en que; si una asignatura contiene en su título la palabra economía, o historia, o filosofía…; los departamentos que imparten tales materias pueden participar en su conformación -total o parcial-. La solución, quizás, sería anteponer la palabra sociología a tales nombres. De este modo, tendríamos sociología económica, histórica o filosofía de las ciencias sociales. En todo caso, creo que sería conveniente que estas materias las impartieran especialistas en ellas, es decir, economistas, historiadores, filósofos… Lo que sí debería quedar muy claro es que trataría de economía, historia o filosofía para sociólogos.

           

La sexta observación tiene que ver con las Matemáticas. Su enseñanza es todo un desafío para nuestro sistema educativo. Da igual que en Bachiller se hayan cursado las Matemáticas “de verdad” o las aplicadas a las ciencias sociales: el nivel es bajo. Esto lo vemos en la existencia de cursos “0” en ingenierías, en Económicas…

           

La séptima apreciación es sobre las técnicas de expresión oral. En mi opinión, su enseñanza no debería dar lugar a una asignatura -como ocurre en algunas facultades-. El movimiento se demuestra andando y la mejor manera de aprender a expresarse es hacerlo en clase en todos -o en la mayoría- de los cursos. Una vez más, el profesorado tendría que ponerse de acuerdo en qué es expresarse bien. Lo que yo veo -incluso entre estudiantes internacionales que vienen de los mejores centros del mundo: Berkeley, Sciences Po de París, …- es que para ellos exponer es leer en voz alta -casi siempre atropelladamente- lo que previamente han escrito. En estas condiciones, es difícil que su exposición provoque un debate. Esto hace que al final lo que tenemos es una especie de partido de tenis en el que yo interacciono con el estudiante.

           

La octava indicación habla sobre los dobles grados. En mi opinión, nunca deberían haber existido. No sé muy bien por qué se crearon. En mi facultad creo que es fruto del deseo de atraer a los buenos estudiantes del bachiller de ciencias sociales. El plan Bolonia contemplaba grados de cuatro años -en lugar de tres, lo que hubiera sido lo más sensato- y másteres de entre uno y dos años en los que especializarse en una enorme variedad de titulaciones incluso ajenas a la del grado cursado. En consecuencia, no parece que tuvieran mucho sentido los dobles grados. Pero hay una razón de mayor peso para rechazarlos y no es otra que el número de horas de trabajo que supone. Los estudiantes de grados “simples” se matriculan en sesenta créditos por curso. Cada crédito equivale a entre 25 y 30 horas de trabajo, es decir, y si nos vamos a 25 horas, 1500 horas por curso (cosa que en Sociología nadie se lo cree). En el caso de los dobles grados, hablamos de 72 créditos, es decir, 1800 horas. Un estudiante que apruebe todo en primera convocatoria -lo que debería ser lo habitual- tendría que desarrollar esas 1800 horas en un periodo de nueve meses -excluyo junio, julio y agosto-. Esto supondría que habría de trabajar nueve horas y media en los días laborables -que incluyen los días igualmente laborables de Navidades, Semana Santa y las festividades de Santo Tomás y la del “santo” de cada facultad. Es decir, se trataría de un estudiante sobrexplotado. ¿Dónde quedaría el tiempo para hacer deporte, formarse como un ciudadano culto que va al cine o lee novelas, que participad de la vida de la sociedad civil…?

 

            Y, finalmente, junto al desastre de las matemáticas, el del inglés. En España, el conocimiento de idiomas es una marca de clase social. Tendríamos que garantizar que quien acaba el bachiller tiene como mínimo el nivel B2 de inglés. Esto implicaría cambiar radicalmente la enseñanza de este idioma (y en este vídeo aporto algunas ideas: https://www.youtube.com/watch?v=RhwYi-cgcw0&ab_channel=RafaelFeito). Además, esto es una cuestión de la sociedad en su conjunto. Tener películas y series dobladas, por ejemplo, no ayuda.

 

Soy conocedor de la labor que la Federación Española de Sociología está haciendo con respecto a estas cuestiones. Mucho me temo que cuanto se pueda proponer termine ahogado en las aguas de borrajas de una abusiva interpretación de la libertad de cátedra. Mucho me temo que, en realidad, no estoy hablando de los problemas que tenemos en la Sociología. Más bien, es un problema que afecta a la universidad como institución y no solo en nuestro país.

miércoles, 26 de julio de 2023

¿Son los periódicos búnkeres ideológicos?

 

¿Son los periódicos búnkeres ideológicos?

           

Hace un par de meses envié una propuesta de artículo a la sección de opinión del diario El País. Como quiera que transcurridas varias semanas no obtuve respuesta alguna, volví a enviar mi texto, el cual siguió tropezando con el silencio. Tras un tercer intento -igualmente baldío-, envié una carta a la defensora del lector. Muy amablemente, me respondió al día siguiente. Tras lamentar esta situación, me indicó que hasta poco antes había dos secretarias que se encargaban de responder. Por lo tanto, el periódico carece de medios para contestar a las propuestas de publicación.

             Que se publique o no mi artículo carece de importancia. Lo que es relevante es que un rotativo que presumía de apertura a opiniones dispares -de hecho, en la web aún es posible encontrar consejos sobre cómo redactar una colaboración-, actualmente solo esté publicando las opiniones de sus columnistas y las de aquellas personas a las que el periódico les solicite un artículo (o que quizás tengan algún contacto en la redacción). En todo caso, no creo que mi propuesta difiriera de lo que habitualmente se publica en este diario (de hecho, me ha publicado en varias ocasiones).

Mucho me temo que este cierre debe ser el caso de la práctica totalidad de nuestros periódicos. De ser así, cada diario sería una especie de círculo cerrado o de burbuja que, excepción hecha de alguno de sus columnistas semanales o mensuales, tan solo publicaría aquello que cae en el ámbito de su línea editorial.

Esto significaría que para hacerse una idea cabal de lo que opina una parte -importante, sin duda, pero solo una parte- de nuestra sociedad no quedaría más remedio que leer varios periódicos al día. Por fortuna, esto ya no es un serio problema económico. Con el precio de lo que costaba -y sigue costando- la edición en papel de un solo periódico es factible suscribirse sobradamente a varios diarios en línea. Mutatis mutandis, lo que tendríamos en el mundo de la prensa sería una especie de poliarquía, donde cada cual vería seriamente condicionada su opinión por lo que diga el periódico que lea habitualmente. Sería un pluralismo “inter-periódicos” en lugar de un pluralismo “intra-periódico”. Creo que esta circunstancia puede estar contribuyendo al creciente proceso de polarización que está viviendo nuestro país. Por desgracia, lo que tenemos son periódicos al servicio de sí mismos y no de la creación de una ciudadanía crítica, informada, racional.

Los sondeos demoscópicos publicados a lo largo de la campaña electoral de julio son prueba más que fehaciente de este sectarismo. Dependiendo del periódico de turno, los sondeos daban como favorito a la opción ideológica más próxima a su línea editorial (cosa aparte es el sectarismo demoscópico del CIS). Quizás la excepción hayan sido los sondeos de 40db para el grupo PRISA, los cuales publican los microdatos (el CIS también lo hace, pero pasados varios días tras la publicación del correspondiente barómetro). No obstante, el diario de este grupo empresarial publica los análisis que hace un matemático a partir de unos sondeos claramente sesgados cuya validez no iría más allá de la mera especulación.  

             Al hilo de esta observación, hago un aparte. ¿Qué idea puede tener la sociedad española de una sociología que produce estas aberraciones demoscópicas, si es que son sociólogos quienes las hacen? Una encuesta de 2018 a cargo de la FECYT sobre la percepción social de la ciencia detectaba que en torno a un tercio de los entrevistados considera que la Sociología (pero también la Economía) es poco o nada científica. Por el contrario, en el caso de la Medicina o de la Física ese porcentaje se sitúa por debajo del cinco por ciento.

             Dado que la lectura de un solo periódico no permitiría tener una visión cabal de lo que pasa y de las explicaciones de lo que pasa, nada tiene de extraño que haya quien prefiera -especialmente la gente joven- el recurso a unas redes sociales que son más sectarias si cabe que la mayor parte de los diarios. De acuerdo con el barómetro del CIS de junio de 2023 (estudio 3441), si consideramos los 2445 jóvenes de entre 18 y 24 años entrevistados, el 41,5%  se informa con las redes sociales. Como contraste, cabe señalar que un 23,6% lo hace con la prensa y el 26,2% con la televisión (es decir, la mitad se informa con medios digamos tradicionales).

             Cuanto he dicho hasta ahora se refiere a la prensa. Mucho peor es el panorama si se reflexiona sobre el periodismo radiofónico, el televisivo y -no digamos- el de Internet.

             Una observación final: tengo la impresión de que buena parte de la opinión publicada la hace gente de letras. Nada tengo que objetar frente a ello, pero me parece conveniente incrementar la presencia de científicos especializados capaces de aportar datos que sustenten sus afirmaciones. Se me ocurre como ejemplo la proliferación de artículos escritos por sociólogos (todos ellos expertos en educación y juventud, y con publicaciones sobre el tema) en el diario Le Monde con motivo de los recientes tumultos en las banlieus.

miércoles, 3 de mayo de 2023

¿Tiene sentido llamarse comunista hoy en día? El posible dilema de Yolanda Díaz.

 

¿Tiene sentido llamarse comunista hoy en día?

El posible dilema de Yolanda Díaz.

 

            En su última intervención televisada antes de las elecciones generales de marzo de 1979, Adolfo Suárez blandió el espantajo del marxismo del PSOE para degradar a este partido. La jugada, parece ser, le salió bien: UCD ganó esos comicios.

            Salvando las distancias, algo similar podría ocurrir con las perspectivas electorales de Sumar. Yolanda Díaz es miembro del Partido Comunista, y supongo que no será extraño que se la acuse de ser lo que es: una comunista, es decir, alguien de dudosas credenciales democráticas. En todo caso, no cabe perder de vista que, digan lo que digan las derechas, el PCE es un partido inequívocamente constitucionalista. Por el contrario, cabe albergar alguna que otra duda con respecto al constitucionalismo del Partido Popular, cuyo partido precedente - Alianza Popular- dividió su voto sobre la Carta Magna entre el sí, el no y la abstención.

            Creo que el problema fundamental reside en el hecho de considerarse hoy en día comunista. La de los países llamados comunistas es una experiencia de opresión, dictadura, masacres. Si alguien se llama a sí mismo comunista, ¿significa esto que defiende el totalitarismo? Nos guste o no, para la inmensa mayoría del mundo, y muy especialmente para quienes han padecido tan ignominioso régimen, el comunismo es algo completamente rechazable.

            Cabría la posibilidad de considerar que los primeros años de la Revolución Rusa fueron un ejemplo de lo que podría ser el paraíso de la humanidad. Sin embargo, y desde hace unas cuantas décadas -y quizás desde su comienzo-, sabemos a ciencia cierta que esta revolución no fue otra cosa que la sustitución de una élite por otra (de una casta por otra, si nos ajustamos a la terminología “podemita”), tal y como se temía Bakunin en su confrontación con Marx. La revolución de octubre fue un golpe de estado que condujo a la dictadura de los bolcheviques a costa de una posible democracia de los trabajadores (la rebelión de Kronstadt es un claro ejemplo de ello). Quizá ni siquiera se salven esos diez días que estremecieron el mundo de los que hablara John Reed.

            Hay que resaltar que hubo pensadores marxistas como Rosa Luxemburgo y Anton Pannekoek que, desde el principio, criticaron la deriva autoritaria del bolchevismo. Además de tiránicos, los bolcheviques fueron extremadamente conservadores hasta el extremo de considerar que la organización fordista del trabajo -el colmo de la alienación en el trabajo, tan duramente criticada por Marx- era el modelo que debía seguir la revolución. Como ya advirtiera Gramsci, los “nuevos métodos de trabajo son indisociables de un determinado modo de vivir, de pensar y de sentir la vida: no se pueden obtener éxitos en un campo sin obtener resultados tangibles en el otro”:

En lo que se refiere a la transformación del papel de la mujer, poco tiempo

se tardó en considerar el divorcio como un atentado contra la familia, por no hablar de la prohibición del aborto.

En la enseñanza, los enfoques de la historia basados en el estudio de los cambios socioeconómicos estructurales propuestos por Mikhail Pokrovsky- fueron sustituidos por un desfile de grandes personajes (lo que el historiador británico E.H. Carr -un apologista de la revolución cuyos libros han quedado desfasados por completo- llamaba la teoría de la nariz de Cleopatra). ¿Puede sorprender que Rusia sea gobernada por un fanático nacionalista como Putin?

            Creo que desde la izquierda se debe ser extremadamente crítico con lo que ha sido y, para desgracia de países como China o Corea del Norte, sigue siendo el comunismo. En sus polémicas con alguien tan siniestro como Sartre, Camus lo decía bien claro: si la verdad es derechas, yo soy de derechas. Desde mi punto de vista, llamarse a sí mismo comunista implica tener que suministrar un sinnúmero de explicaciones sobre qué clase de comunista se es (si alguien se anima, puede leer el libro de Alberto Garzón titulado ¿Por qué soy comunista?).

            Chomsky explicaba que considerar que lo que han vivido los países del socialismo real es comunismo viene bien tanto a estos últimos como a los conservadores del mundo occidental. Para los primeros es una fuente de legitimación, para los segundos contribuye a apuntalar el sistema capitalista. Haría falta reflexionar muy seriamente sobre el terrible mal que, para la izquierda -o si se quiere para la aspiración a crear un mundo a la medida de la humanidad, ha supuesto la aberración del socialismo realmente existente. Muchos de quienes no han caído en la alucinación sectaria de considerar que la URSS era una maravilla se han podido inclinar por apoyar opciones reaccionarias de la derecha. Pienso en el mal que pudo suponer para Salvador Allende haber visitado Cuba en 1972, próximas ya las elecciones que podrían haber alumbrado un socialismo democrático. La experiencia chilena tendría que haber sido, y en esto el Chicho estaba profundamente equivocado, la negación radical del castrismo: no se puede defender la democracia apoyando dictaduras.

            Es muy poca la gente que se identifica con el comunismo. En el caso de España, tan solo el 1,8% de la ciudadanía se confiesa comunista (según se puede ver en el barómetro 3257 del CIS de julio de 2019). Es más, de todas las etiquetas posibles es la que cuenta con menos adeptos, frente a -por ejemplo- un 15,7% que se considera socialista, un 6,6% socialdemócrata, un 12% liberal, un 4,4% feminista o un 4,1% ecologista.

            Aun siendo consciente del peso emocional de las palabras, habría que dar el paso de renunciar a un término tan cargado de connotaciones negativas como es el vocablo comunismo. Por desgracia, la experiencia ha contaminado el término hasta tal extremo que habría que arrojarlo al basurero de la historia.

domingo, 23 de abril de 2023

Un homenaje a los libros en el día de San Jordi.

Se puede ver una versión en vídeo de esta entrada en 

https://www.youtube.com/watch?v=oPjw2Nw5WkU

Un homenaje a los libros en el día de San Jordi.

 

Aprovecho esta festividad para describir mi experiencia con los libros durante el periodo previo a mi entrada en la universidad y a lo largo de los cinco años de mis estudios de licenciatura en sociología.

 

A diferencia de muchos escritores, mi acceso a la cultura libresca empieza a la edad de los dieciséis años (quizás un tanto tardía). Vázquez Montalbán decía de sí mismo ser un niño de balcón (y, por ende, lector), yo lo era más de calle (aunque moderadamente). En aquel entonces, España estaba en plena transición a la democracia (cuando se celebraron las primeras elecciones, en junio de 1977, yo tenía quince años). Fue un periodo en el que buena parte de la conversación pública (no solo en los medios de comunicación, sino en las calles y en las familias) giraba en torno al cambio político. Esto, y el hecho casual de que un amigo de un amigo me revelara que tres estaciones de metro más allá de mi casa había una biblioteca pública en la que se prestaban libros, me convirtió en un apasionado de los libros, amor que continua hoy en día. En todo caso, y como dijera Marx, los libros son mis esclavos, están para servirme. En definitiva, no soy un bibliófilo.

 

En mi casa había algo de capital cultural en forma de libros y de prensa. En lo que se refiere a los primeros, he de decir que jamás vi ni a mi madre ni a mi padre leer libro alguno. Sin embargo, en mi hogar había una colección de los premios Nobel de literatura, la cual me permitió un primer contacto con una producción literaria de calidad (se trata de la colección de la ya desaparecida editorial  Plaza &Janés). Javier Krahe decía tener en casa un montón de libros de autores clásicos que no leía jamás, pero que el mero hecho de tenerlos le tranquilizaba.

 

Aparte de esto, mi padre siempre fue un cliente habitual del quiosco de prensa. De niño recuerdo que en casa siempre entraban tres periódicos al día: el As (quizás más conocido por la fotografía de su contraportada que por la información deportiva), el Ya y el Pueblo (donde recuerdo haber leído los capítulos de la historia de los jugadores de rugby perdidos en los Andes). Más tarde -y desde el primer número- entró todos los días en mi hogar El País, del cual no me convertí en lector diario hasta un año después de su aparición, en 1976. Además de la prensa nacional, también llegaban hebdomadarios como Camb16 (luego fue Cambio 16, cuando la palabra cambio no suscitaba sospechas para la censura), Interviú (que al igual que el diario deportivo citado anteriormente era posiblemente más conocido por sus fotos de mujeres dispuestas a mostrar sus encantos corporales) y Mortadelo (bueno, Rosendo Mercado decía, en una famosa canción, que se educaba con El Papus y no con el ABC).

 

Al margen de la literatura, mis primeras lecturas eran de libros de historia como el de Gabriel Jackson sobre la Segunda República, la historia de España de Alfaguara, la entonces trilogía de Arnold Hauser (Historia social de la literatura y el arte). Añado -entre otros muchos libros- las obras escogidas de Marx y Engels y, enorme temeridad, el libro de Nikos Poulantzas Poder político y clases sociales (Muñoz Molina contaba que lo adquirió y terminó por intercambiarlo por un libro de literatura: pésima opción).

 

Igualmente, en los benditos quioscos, también compraba revistas de sesudo análisis político como Zona Abierta donde escribían intelectuales de la izquierda española y mundial o El Viejo Topo.

 

Creo que este escaso capital cultural me sirvió de barrera para no haber militado en partidos sectarios del tipo de, por ejemplo, la Organización Revolucionaria de Trabajadores. Recuerdo horrorizado haber acudido a una reunión en el local que este partido tenía cerca de mi casa en la que un tipo -relativamente joven- peroraba sobre cómo el pensamiento Mao Tse-tung sería la guía para la salvación de España y del mundo entero. Y eso por no hablar de Enver Hoxha y su nuevo hombre albanés. Sigo sin comprender cómo tantas personas cultivadas e inteligentes se metían en estas sectas. Con el tiempo, muchas de ellas terminaron por sumarse al pesebre del PSOE de Felipe González.

 

Antes de matricularme en Sociología, me di una vuelta por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Allí vi que había estudiantes que portaban libros como, por ejemplo, el Contrato Social de Rousseau. Pese a ello, la verdad es que luego comprobé que la mayoría de mis futuros compañeros no eran precisamente grandes lectores. Sin embargo, debo reseñar que no había tantos manuales como ahora, lo que forzaba a leer directamente a los autores señeros en diferentes asignaturas. A modo de ejemplo, en Historia se podía leer la Historia económica de la población mundial de Cipolla (pronunciado “chipola”); en Filosofía de las Ciencias Sociales, La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn; en Sociología del Trabajo, Trabajo y capital monopolista de Braverman, en Comportamiento Político, Los partidos políticos de Duverger… Y, dada mi pasión por el rock, hago un aparte para el curso de Sociología del Conocimiento a cargo de Luis Martín Santos, en uno de cuyos seminarios leímos la Sociología del rock de Simon Frith. Y, teniendo en cuenta mi especialidad en la sociología de la educación, hay dos libros clave: Escuela, ideología y clases sociales en España del malogrado Carlos Lerena y Aprendiendo a trabajar (en aquel entonces, Learning to Labour, libro que generosamente me prestó Mariano Fernández Enguita: un profe enrollado) de Paul Willis.

 

A ello hay que sumar que, en varias asignaturas, el profesorado había confeccionado unos libros de fotocopias de lecturas que contenían papers y capítulos de libros. Este era el caso de Estructura Económica o de Estructura Social Contemporánea.

 

Mis circunstancias personales -el hecho de que por motivos laborales fui no asistente o semiasistente- durante los cuatro primeros años de carrera, me llevaron a compensar esta escasa asistencia con la adquisición y lectura de infinidad de libros (hoy abarrotados en mi despacho de la facultad y que duermen el sueño de los justos tras mi paso al libro electrónico). Quiero aprovechar este apunte para decir que hubiese sido imposible haber completado estos cuatro cursos de no haber contado con el apoyo (en forma de apuntes e información diversa) de algunos de mis compañeros y compañeras de la carrera (sin amistades no hay futuro).

 

Concluyo este pequeño homenaje al libro. Aquí he citado libros de no ficción. Sin embargo, la mayor parte de la lectura que promueve nuestra escuela se refiere a novelas (quizás algún día escriba específicamente sobre mi consumo de literatura). Está muy bien leerlas, pero cada vez es más imprescindible y accesible la lectura de libros de física, de astronomía, de historia, de filosofía y, claro está, de sociología. Es una pena que nuestra universidad, o al menos los grados en sociología, no sean capaces de crear un público lector. Lo que está claro es que los libros nos hacen libres y su ausencia nos conduce al desastre.

 

Salud y lectura.


lunes, 20 de marzo de 2023

La formación del profesorado de primaria y de secundaria

 

Hola.

Esta vez, y al hilo de las polémicas sobre los grados de formación del magisterio, he subido a mi blog un enlace a un vídeo de Youtube en el que reflexiono sobre qué debería ser la formación de un docente hoy en día, desde que entra en la facultad hasta que ya se encuentra en el ejercicio de su profesión.

Este es el enlace: https://www.youtube.com/watch?v=aFCpIPJCkZI&t=1556s

 Se trata de un vídeo que dura cerca de una hora en el que yo tan solo hablo unos veinte minutos (el tiempo máximo que se asigna a las charlas TED). El resto son fragmentos de vídeos de otras personas en los que apoyo lo que planteo.

 Estos son los puntos que abordo:

1.    Cómo podrían las facultades de educación seleccionar a sus estudiantes

Aquí utilizo un vídeo en el que se explica cómo es el acceso a las facultades de educación en Finlandia.

2. 2.    Formación universitaria

Aquí me apoyo en una entrevista a la entrañable Linda Darling-Hammond.

3.  3.   Acceso al puesto docente

Aquí hablo sobre el MIR para profesores.

4.    4. Otras posibles vías de acceso a la profesión

Aquí utilizo un vídeo de Unicoos de David Calle.

5.    5. Proceso de iniciación: tutoría de los nuevos profesores

6.    6. Formación continua.

En estos dos puntos utilizo sendos vídeos de experiencias de los Estados Unidos.

7.    7. ¿Qué es ser un buen profesor?

Aquí sugiero ver un fragmento de la película Lugares comunes (no lo he podido incorporar por las restricciones de los derechos de autor) y otro de una entrevista a Ricardo Castillo (un profesor más bien tradicional).

 Un saludo.

 Rafa.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

 

Las informaciones sesgadas de Vox

                El portavoz de Vox en el Congreso de los Diputados ha dicho hoy (2 de noviembre de 2022) que dos de cada tres empleos los ha creado la administración pública y que se acabaría con el paro mañana mismo si el estado contratase a cuatro millones de personas. Se puede ver esto aquí: https://www.youtube.com/watch?v=5sgR3aHmkUU

 



                 Y aquí tenemos la realidad. Los datos oficiales del INE se pueden ver aquí: https://www.ine.es/jaxiT3/Datos.htm?t=4262

                Lo primero que hay que aclarar es que empleo público es el que existe en las diferentes administraciones públicas (central, autonómica y municipal) y en las empresas públicas.

                Me fijo en la evolución del empleo de este año. Entre el primer y el tercer trimestre se han creado 461.000 empleos. De ellos, 38.000 corresponden al sector público y el resto ­­­­­­­422.400─ al sector privado.

                Entre el segundo y el tercer trimestre tan solo se han creado 77700 empleos: 52.300 en el sector público y 25.400 en el privado. De aquí es de donde sale la afirmación de que dos de cada tres nuevos empleos corresponden al sector público.

                No sería mala idea que en el Congreso se rebatieran contundentemente estas noticias distorsionadas con las que la derecha radical pretende sembrar la confusión.

                De paso no estaría mal enseñar a la ciudadanía a consultar fuentes fiables y a desconfiar de las bagatelas de algunos políticos y de las redes sociales.  

 



lunes, 24 de octubre de 2022

Los peligros de escolarizar a los hijos en la privada

 

Los peligros de escolarizar a los hijos en la privada

 

            Recientemente, hemos tenido conocimiento de las grabaciones en vídeo de niñas desnudas a cargo de un profesor del colegio privado Virgen de Europa. Mi reflexión no es tanto sobre tan deplorable acto como sobre algunos aspectos de la enseñanza privada en España.

 

            El Virgen de Europa es, tal y como se cuenta aquí, un centro familiar creado por un matrimonio y heredado por sus ocho hijos. A diferencia de lo que ocurre en la pública, para ser profesor en la privada no hay que pasar oposición alguna. Basta con tener la titulación correspondiente (el grado o diplomatura de maestro para la primaria y el grado correspondiente para la secundaria más el Máster en Formación del Profesorado o el liviano Certificado de Aptitud Pedagógica) y ser contratado por la propiedad del centro. Y aquí es donde se abre el campo de la arbitrariedad.

 

El centro en cuestión no solo da trabajo a los ocho hermanos, sino que también se lo suministra a sus respectivos parientes. Es decir, en un centro privado se corre el muy serio riesgo de que el profesorado sea seleccionado por criterios espurios que nada tienen que ver con la calidad docente. A esto hay que añadir que este tipo de centros cuenta con su propia cantera en las numerosas universidades privadas que ofertan el grado de Magisterio.

 

            En el caso denunciado en la prensa, concurre la circunstancia de que el supuesto profesor pedófilo es uno de los ocho hijos y el director es su hermano. En una situación como esta, la Asociación de Padres y Madres de Alumnos (APA) ha manifestado sus dudas sobre la neutralidad del director en la resolución de este caso. El artículo 416 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal es muy claro. En él se dice que están dispensados de la obligación de declarar “los parientes del procesado en líneas directa ascendente y descendente, su cónyuge o persona unida por relación de hecho análoga a la matrimonial, sus hermanos consanguíneos o uterinos y los colaterales consanguíneos hasta el segundo grado civil”. Téngase en cuenta que las APA de los centros privados suelen ser correas de transmisión de la propiedad de estos colegios (en la pública no suelen pasar de ser una mera entidad organizadora de actividades extraescolares). Sin embargo, el caso clama al cielo y, esta vez, la APA se desmarca de la dirección.

 

            Teniendo esto en cuenta, me pregunto cómo es posible que haya un amplísimo sector de eso que cabría llamar clase media-alta o, mejor aún, clase profesional-directiva que opte por escolarizar a sus retoños en centros de tan marcado carácter familiar (pese a sus 1500 alumnos matriculados). No es que la pública -como posible alternativa- sea un dechado de virtudes (y esto lo saben muy bien eso a lo que algunos llaman la comunidad educativa), pero es difícil (aunque no imposible) que en un centro público concurra un clan familiar o amical que pudiera echar tierra sobre un delito como el que aquí se comenta. Es cierto que en la pública puede pesar el espíritu corporativo-funcionarial, pero lo sucedido en el Virgen de Europa es algo que solo puede ocurrir en un centro privado. Por desgracia, los ejemplos de centros de órdenes religiosas que tratan de ocultar este tipo de actos delictivos están a la orden del día.

 

            Parece claro que hay todo un segmento de la sociedad española que ha optado por rehuir a toda costa servicios públicos claves como la educación y la sanidad, convirtiéndose de este modo en una especie de estamento ajeno a los problemas del resto de sus conciudadanos (es algo que explica muy bien Reeves en su libro Dream Hoarders). Ni qué decir tiene que el municipio en el que está enclavado el Virgen de Europa (Boadilla del Monte) es un feudo del PP.

 

            Y no puedo acabar sin señalar que el patriarca del centro fue un histórico sindicalista de la Falange y que a su mujer le concedió la Medalla de Oro al Trabajo el gobierno socialista de Zapatero, ejecutivo que para el PP -y, supongo que para los papás y mamás del centro- fue un ejemplo de sectarismo (calificativo que este partido tiende a aplicar a todo quien discrepe de él).  

 

 

 

 

jueves, 20 de octubre de 2022

El acusado: solo sí es sí

 El acusado: solo sí es sí

           El acusado es el título de una película (Les choses humaines en el original francés) que aborda el delicado asunto de qué cabría considerar que es una violación cuando no media la violencia física o esta es, por lo menos, casi imposible de demostrar.

           La película cuenta el caso de un estudiante francés de veintidós años, estudiante en la elitista universidad de Stanford, acusado de haber violado a una joven de diecisiete durante la estancia de aquel en París para visitar a sus divorciados padres.

Él es el hijo de un afamado y rico periodista de una televisión francesa (lo que explicaría la universidad en la que estudia) y de una escritora reconocidamente feminista. Por el contrario, el padre es un mujeriego más bien machista. La madre vive con su nuevo compañero, cuya hija acusa al hijo de la compañera de su padre de haberla violado.

La película ofrece retazos de la perspectiva del chico acusado de violación, la de la chica acusadora y la de una cámara relativamente imparcial.

La clave de esta cinta es el juicio que tiene lugar tres años después de la denuncia. La película viene a plantear la importancia que tiene la perspectiva que sobre las relaciones sexuales tiene cada implicado: los padres y las madres, el acusado y la acusadora, y diversos comparecientes.

La denunciante considera haber sido violada. El acto denunciado tuvo lugar en un cobertizo situado en un parque próximo a la vivienda a la que denunciado y denunciada acudieron a una fiesta con alto consumo de alcohol y estupefacientes. Tan voluntario fue para la denunciante el acudir a la fiesta como el acceder al cobertizo, a solas con el denunciado, en el que tuvo lugar el acto denunciado. Para ella, lo que allí sucedió fue una violación ya que en ningún momento manifestó su consentimiento a la relación sexual objeto de controversia. Para empezar, bebió a instancias de su acompañante lo que, en su caso -una persona que habitualmente no bebe-, redujo su capacidad de acción. Ante la insistencia del acusado, en el cobertizo le practicó una felación y seguidamente fue penetrada sin que el examen médico detectara signos de violencia. Lo que está claro es que para ella lo que sucedió fue una violación, una situación en la que se sintió coaccionada (el acusado dijo llevar un cuchillo -que la acusada no vio en ningún momento- desde los atentados de París) e incapaz de decir no. El propósito del denunciado era, además del disfrute sexual, el de conseguir llevar las bragas de una chica para el absurdo concurso que los varones de la fiesta habían organizado: la ropa interior como trofeo del macho de la especie.

La perspectiva del acusado es completamente distinta. Para él todo fue consentido. En su marco mental, en muchas ocasiones no queda más remedio que actuar sin permiso explícito -o haciendo caso omiso de una negativa tenue- para poder conseguir el favor sexual. De hecho, en el juicio, una conocida suya manifestó haber mantenido con él relaciones sexuales similares a las de la denunciante (dice haberle realizado alguna felación sin tener ganas para librarse de la insistencia de su amigo) sin que ello le lleve a considerar haber sido objeto de un abuso sexual.

Por no destripar la película, me abstengo de explicitar el resultado del juicio. En todo caso, lo importante es el proceso.

En el juicio, el acusado, que en todo momento se declara inocente, pide perdón a la acusada por el tremendo dolor causado. La impresión es que ha aprendido una importante lección sobre cómo relacionarse con las mujeres.

Sin duda, la película alienta la reflexión por parte del espectador. De hecho, a la salida del cine en que la vi escuché a varios espectadores debatir sobre lo que acaban de ver.

En mi opinión, la película permite comprender la importancia del solo sí es sí. Esta es una cinta cuyo visionado debería ser obligado para los huéspedes del colegio mayor “Elías Ahuja” y también para buena parte de las residentes en su vecino colegio femenino “Santa Mónica”.

lunes, 20 de junio de 2022

Contra la LOMLOE todo vale. El ejemplo de César Molina.

 

Contra la LOMLOE todo vale. El ejemplo de César Molina.

 

El diario El Mundo parece haberse especializado en publicar artículos cuyo objetivo fundamental es denigrar cualquier propuesta del actual gobierno de coalición aun a costa del respeto a las más elementales normas de honestidad intelectual. Este es, en mi opinión, el caso de un texto a cargo de César Antonio Molina, quien fuera ministro de Cultura -ahí es nada- en el gobierno de Zapatero y reputado intelectual. El 17 de junio se descolgó con un artículo titulado “Nadal y la ley Celáa”. Parece que el tenista balear se ha convertido en el estandarte de lo que debería ser España. No es que esté en desacuerdo con tal propuesta. Simplemente, me parece un poco abusivo que se utilice a este deportista a modo de ariete contra el supuesto caos en que viviría inmerso nuestro país.

El artículo de Molina no es uno sino dos. Más o menos, la mitad de su escrito es una diatriba -sin concesiones- contra Pedro Sánchez, eso sí, todo ello trufado de citas de diferentes autores clásicos (Montaigne, Burke, Mark Twain…). Algo más moderado que Abascal, Molina considera que Sánchez padece de epistemofia (sic), término que según aclara el propio autor es “el miedo mórbido e irracional a que sus conciudadanos dispongan de conocimientos y opiniones críticas”. Previamente ya había indicado “que se mueve más por reacciones irracionales”. ¿Cómo sabe Molina esto? Quizás también él mismo sea víctima de esta fobia que aplica al presidente. Esto es lo que tiene escribir sin recurrir a más base empírica que las propias opiniones (mal muy extendido entre las gentes de “letras”), lo que recuerda a las observaciones que ya hizo Sánchez Cuenca en La desfachatez intelectual. Por si no fuera poco, considera que “durante estos cuatro años [Sánchez] se ha saltado todas las normas para complacer a sus aliados”. No hay espacio para el matiz. Para no dejar títere con cabeza, menciona a Yolanda Díaz a la que considera una extremista apostásica (sic).

Y llegamos a la parte que me llevó a leer este artículo: la nueva ley educativa. No me cuento entre sus seguidores, pero tanta critica desmedida puede crear un efecto bumerán y termine por llevarme al bando progubernamental. El primer párrafo -de una extensión considerable- se dedica a contraponer los méritos de Nadal -indudables- a una ley que, supuestamente, habría impedido la existencia de Nadal. Que Molina confunda los méritos que pueda tener este deportista con la crítica a la meritocracia clama al cielo. Le recomendaría que leyera el libro de Michael Sandel titulado La tiranía del mérito (si no tuviera tiempo, quizás le bastaría con ver su charla TED) o, mejor aún, The Rise of Meritocracy de Michael Young (creador del término de marras).

Molina entra directamente en el terreno del delirio cuando afirma que “Nadal se emociona con nuestro himno y nuestra bandera constitucional”, cosa que, por lo que se ve, no sería posible con la actual ley educativa. No sé si quiere decir que, debido a la deriva independentista de parte del electorado de Cataluña, España caería en el cantonalismo.

Pero no acaba aquí la cosa. De acuerdo con Molina “nuestra educación sobrevive en medio del caos y la anarquía. Solo el esfuerzo de los docentes la va sacando adelante. Hoy, la falta de autoridad promovida desde nuestras escuelas es alarmante. Peleas entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, entre médicos y pacientes, entre mayores y jóvenes, o la lacra de la violencia de género”. Como no basta con hablar de lo que cree que sucede en nuestras escuelas, aprovecha para hablar de peleas en otros ámbitos.

A mi modo de ver, este tipo de artículos contribuye en mayor medida a crear un ambiente de polarización que a proporcionar una comprensión serena de lo que nos ocurre.

 

Nota. El artículo está disponible en https://www.elmundo.es/opinion/2022/06/17/62ab0193fc6c83036d8b45d7.html