Una vez finalizadas las casi cien comparecencias en la subcomisión de
Educación y Deportes del Congreso de los Diputados, llega la hora de hacer un
balance. Parecía inevitable, y así fue, que salieran a relucir en las diferentes
intervenciones los disensos que se arrastran desde el inicio del periodo
democrático actual y los que se han ido generando al hilo de las reformas y
contrarreformas educativas. No parece que se hayan restañado las heridas
derivadas de estos desacuerdos. Como ha podido comprobar cualquiera que haya
seguido este debate, diferentes grupos (sindicatos, federaciones de padres,
foros de opinión, expertos) disienten en cuestiones clave como si se debe o no
financiar con fondos públicos la enseñanza privada, si la religión debe estar
fuera o dentro de la escuela, si el alumnado debe ser separado a edades
tempranas en función de su rendimiento o si es mejor que permanezcan juntos
hasta el final de la educación obligatoria, si la participación de la comunidad
educativa debe implicar o no capacidad decisoria, si debe haber pruebas
externas al final de las diferentes etapas educativas que condicionen el futuro
escolar de cada estudiante.
Sin embargo, en los
últimos tiempos, parecen haber aflorado importantes puntos de consenso que
podrían traducirse en una renovación sustancial de nuestro sistema educativo. Se
trata de cuestiones como reducir –e incluso hacer desaparecer- la repetición de
curso, afrontar los problemas de convivencia en los centros, mejorar la
formación del profesorado –tanto la inicial como la permanente- y, sobre todo,
repensar el currículum escolar. Son cuestiones que, salvo alguna excepción, han
contado con un amplísimo consenso entre los intervinientes que las han
abordado.
Las comparecencias pueden
considerarse un buen reflejo de la pluralidad de puntos de vista que sobre la
educación hay en este país. Entre otros, han intervenido, como era deseable y lógico,
los grupos representados en el Consejo Escolar de Estado y, además, dos
exministros, dos exsecretarios de Estado de Educación y una amplia variedad de
expertos. Pese a ello, se ha echado en falta la presencia de profesores de base
que han sido considerados grandes docentes (caso de, por ejemplo, César Bona),
que arrasan en Internet (como podría ser David Calle) o que han publicado libros sobre los
problemas de la enseñanza (por ejemplo, Fernando J. L López o Juan José
Romera). Apenas han aparecido los enfoques tremendistas sobre el estado de
nuestra educación (típico de profesores de Secundaria como Ricardo Moreno o
Alberto Royo).
Se entiende que se haya dado voz a profesionales
que han expresado su preocupación por asignaturas como las Matemáticas o la
Educación Física. Sin embargo, se comprende menos que no se ha hecho lo propio
con la deficiente enseñanza del inglés (y, no digamos, de los segundos idiomas
extranjeros) o la escasa presencia de la educación artística o musical o la
enseñanza del resto de las asignaturas.
Ha faltado, entre otros,
el abordaje de temáticas que han movilizado intensamente a las comunidades
educativas de los colegios públicos como la de la jornada escolar. No se han
analizado de modo específico cuestiones como las posibles modificaciones del
calendario (en la línea propuesta en Cantabria) o la educación especial. Temas
que han tenido gran resonancia mediática, como el de los deberes o los uniformes, no han aparecido tampoco en los debates.