Adiós a los exámenes tipo
test en la universidad (al menos por este año)
El 23 de abril, el ministro de
Universidades anunció que es casi seguro que no habrá retorno a las aulas
universitarias antes de septiembre –y esto en el mejor de los casos- y que, en
consecuencia, si para la evaluación del curso se recurre a exámenes, estos
habrán de ser en línea.
Sería posible recurrir a la temeridad
de que la evaluación del curso –que en el caso de la universidad, y a
diferencia de la primaria y de la secundaria, es cuatrimestral- se haga a
partir de trabajos que entreguen los estudiantes. Digo que es una imprudencia
porque un trabajo que se entrega telemáticamente –y, para estos efectos, igual
daría que se hiciera llegar en mano- puede ser fruto de un corta y pega o, peor
aún, de un encargo hecho a alguna de las múltiples empresas especializadas en acometer
este tipo de labores. La única manera de tener un conocimiento aproximado de si
el trabajo es original sería mantener una entrevista –que pudiera ser en línea-
con quien lo firma, amén de hacer un seguimiento de este. En mi
caso, cuando la docencia iba a ser presencial, no solo se trataba de entregar
un texto, sino también de presentarlo y debatirlo en público, en clase.
Desde las universidades se alardea de
su uso de programas antiplagio capaces de detectar fraudes. Sin embargo, hay aplicaciones
–gratuitas- que redactan de un modo distinto cualquier texto que se les
presente al tiempo que, si el original está mal redactado, lo mejora.[1]
De este modo, resulta prácticamente imposible detectar un plagio, salvo que
haya programas expertos en paráfrasis. Obviamente, los programas antiplagio
tampoco detectan los trabajos por encargo –salvo que se hicieran en serie-.
En todo caso, un trabajo analiza tan
solo una parte de la temática del curso. En consecuencia, no permite saber si
el estudiante tiene una visión global del contenido de una asignatura. Es por
eso que no queda más remedio que complementar la evaluación –si es que esta se apoya en
trabajos o prácticas de diverso tipo- con un examen. La cuestión que se plantea
ahora es la de cómo hacer un examen en línea. A mis estudiantes les comenté la
posibilidad de hacer un examen oral, una propuesta sensatamente rechazada por
la posibilidad de que la conexión online fuera inestable. Para mí no es un serio
problema recurrir –tal y como vengo haciendo en los últimos años- a un examen
consistente en responder con un formato de pequeño ensayo de entre 400 y 500
palabras –hay montón de ejemplos de cómo hacerlos, casi todos en inglés- a un
par de cuestiones sobre las que han de reflexionar durante dos horas.
El principal
problema con que tropiezo al hacer este tipo de exámenes ensayísticos es que la
inmensa mayoría de los estudiantes –da igual que sean de segundo o del último
curso- no están habituados a redactar con coherencia, a respetar las normas
gramaticales, a desarrollar un argumento. Quizás esto sea consecuencia de que
debe haber –incluso en el ámbito de las ciencias sociales- un número suficientemente alto de asignaturas
que se aprueban con exámenes tipo test. Mi opinión es que estos exámenes –al
igual que las evaluaciones con programas como Kahoot!, más propios de un concurso televisivo o de la pedagogía
conductista- son, salvo quizás en asignaturas de contenido matemático, una
estafa. Con estos test es imposible evaluar la capacidad que puedan tener los
estudiantes para razonar o elaborar ideas, aspectos que en titulaciones de
ciencias sociales son clave.
Los exámenes
tipo test son una muralla contra las reclamaciones de los estudiantes, ya que la
nota es el mero sumatorio de las respuestas acertadas (y eso cuando no computan
negativamente los errores, hasta el extremo de que se podría obtener una nota
menor que cero y hablo de algún caso real). Por desgracia, el lavado de cerebro
a que somete nuestro sistema educativo a los estudiantes les incapacita para
poner en duda las preguntas de estos exámenes. Hace unos años sustituí a un
compañero en un examen de este tipo en la asignatura de Sociología de la
Educación. Este examen, yo lo habría suspendido y debería, por tanto,
considerarme un intruso (que nadie se preocupe: al igual que algunos sueñan que
tienen que volver a la “mili”, a veces me asalta una pesadilla en la que ni
siquiera tengo el título de bachiller).
Entiendo que haya compañeros que
recurran a este tipo de exámenes. Con más de 50 estudiantes por grupo, corregir
100 ensayos y 50 trabajos puede comprometer la tarea de investigación que ha de
asumir todo profesor universitario. Sin embargo, y a diferencia de los médicos
de familia que se quejan por no poder atender a un número exageradamente alto
de pacientes, a mis oídos no ha llegado protesta alguna -¿han dicho algo los
sindicatos?- sobre el exceso de alumnos por clase. Pero, se me plantea una
duda. ¿Funcionarían igual muchos profesores con un grupo de 25 estudiantes que
con uno de 100? ¿Consistirían sus clases básicamente en transmitir
conocimiento? ¿Seguirían recurriendo a exámenes memorísticos? No lo sabemos. La
libertad de cátedra es una patente de corso que posiblemente permitiría que
cada cual hiciera lo que considerase conveniente.
En definitiva, la crisis de la COVID-19
nos interroga como profesores y deberíamos ser capaces de repensar en qué
consiste la docencia en la universidad.
[1] Pienso en concreto en este: https://smodin.me/es/Reproduzca-autom%C3%A1ticamente-texto-en-espa%C3%B1ol-gratis. Se puede leer más en https://www.eldiario.es/tecnologia/Estudiantes-deciden-comparten-Tik-Tok_0_1016998560.html