Un amigo,
licenciado en Físicas, me ha hecho algunas observaciones al artículo que
publiqué en la RES (https://recyt.fecyt.es/index.php/res/article/view/100537)
sobre los planes de estudio de Sociología. Estas son mis consideraciones que,
como se verá, darían para otro paper.
La primera de sus apreciaciones se
refiere a que deberíamos ser más exigentes, cosa que me parece podría
traducirse en un fuerte abandono en primer curso. Mi planteamiento sería que en
este primer año deberíamos entusiasmar a los estudiantes -con independencia de
cuál sea su nivel previo: en clase ningún profesor sabe nada sobre la
trayectoria escolar previa de sus alumnos-. Es decir, en primero los profesores
deberíamos hacer ver a los estudiantes la importancia de conocer e interpretar la
realidad social en la que vivimos. En este sentido, creo que nuestros
estudiantes deberían ser ávidos lectores de prensa (la comunidad de la UCM
tiene acceso gratuito a El País). En general, deberían ser grandes
lectores (y soy consciente de que cada vez hay menos lectores de libros que no
sean novelas). No hay la más mínima duda de que la lectura es la herramienta
más poderosa con que contamos para pensar. Es lo que decía Kant: sapere aude.
Yo hablaría no solo del atrevimiento, sino del placer de aprender. A esto hay
que añadir la importancia de saber expresarse (oralmente y por escrito), lo que
no se puede lograr si no se es un buen lector. Los estudiantes tienen que ver
en primero si les interesa o no seguir en un grado que pretende formar a un
intelectual, si no crítico sí por lo menos capaz de analizar la realidad social
en la que vive y opinar con fundamento sobre ello, lo que no equivale a tener
por modelo de buen alumno al aspirante a ser profesor de universidad. Es por
esto por lo que hace ya unos cuantos años un buen número de profesores de mi
facultad participó en una reunión en la que se planteó que los compañeros más
comprometidos con la investigación y con la docencia -una forma de evitar decir
los mejores profesores- pasaran a dar clases en primero en lugar de refugiarse
en los doctorados, los másteres y los últimos cursos. Esto no pasó de ser un
brindis al sol.
La segunda observación se refiere
a algo tan difícil de detectar como es la vocación del estudiantado. Lo que yo
propondría sería realizar una entrevista personal como ocurre con el caso de quienes
desean acceder a la titulación por la vía de mayores de 25 o de 40 años. Si,
por ejemplo, el candidato no sabe nada sobre cuestiones como -por poner algunos
ejemplos a vuelapluma- el conflicto de Palestina, el ascenso de la extrema
derecha, los dilemas de la socialdemocracia, las desigualdades de género, … no
debería permitírsele que se matriculara. Un compañero me contó que un estudiante no
sabía qué era eso de la Revolución rusa. ¿Cómo se puede haber cursado el
bachillerato e ignorar esto? Añado más leña al fuego: hace unos días salió a
relucir en una de mis clases de segundo curso el nombre de Ortega con motivo de la lectura de un texto de Bourdieu. Solo a dos estudiantes les sonaba el
nombre de nuestro más reputado filósofo. Se puede ver en qué consiste la
entrevista a los aspirantes a estudiar magisterio en las universidades de
Finlandia en este enlace: https://www.youtube.com/watch?v=ERvh0hZ6uP8&ab_channel=WISEChannel
La tercera
apreciación incide en algo tan complejo como es la necesidad de definir los
conocimientos que debe haber adquirido un sociólogo al finalizar el grado. Se
podría resolver este problema si tuviéramos un proyecto de facultad -o de la
profesión sociológica- democráticamente elaborado en el que se establecieran no
solo tales conocimientos, sino las destrezas que se deberían haber adquirido en
el grado. Para comprobarlo, se podría plantear que cada estudiante compareciera
ante una comisión que calibrase qué sabe, cómo se expresa, cómo desarrolla un
argumento. El trabajo de fin de grado -siempre y cuando no fuera lo que tenemos
actualmente- podría servir a este propósito.
La cuarta observación menciona la
singularidad del primer curso. A mi modo de ver habría que replantearlo
radicalmente. Mi impresión es que es un batiburrillo de asignaturas inconexas
que no permite que el estudiante se haga una idea de si la sociología le podría
interesar.
La quinta consideración alude a
la historia contemporánea. Esto es de traca. Es justamente lo contrario que
aconsejara Ockham: no multiplicar los entes sin necesidad. Apunto que tenemos
un serio problema con las asignaturas afines a la Sociología. El corporativismo
de la universidad se traduce en que si una asignatura contiene en su título la
palabra economía, o historia, o filosofía… los departamentos que imparten
tales materias pueden participar en su conformación -total o parcial-. La
solución, quizás, sería anteponer la palabra sociología a tales nombres. De
este modo, tendríamos sociología económica, histórica... En todo caso, creo que sería conveniente que estas materias
las impartieran especialistas en ellas, es decir, economistas, historiadores,
filósofos… Lo que sí debería quedar muy claro es que se trataría de economía o de historia para sociólogos.
La sexta observación tiene que
ver con las Matemáticas. Su enseñanza es todo un desafío para nuestro sistema
educativo. Da igual que en Bachiller se hayan cursado las Matemáticas “de
verdad” o las aplicadas a las ciencias sociales: el nivel es bajo. Esto lo
vemos en la existencia de cursos “0” en ingenierías, en Económicas…
La séptima apreciación es sobre
las técnicas de expresión oral. En mi opinión, su enseñanza no debería dar
lugar a una asignatura -como ocurre en algunas facultades-. El movimiento se
demuestra andando y la mejor manera de aprender a expresarse es hacerlo en
clase en todos -o en la mayoría- de los cursos. Una vez más, el profesorado
tendría que ponerse de acuerdo en qué es expresarse bien. Lo que yo veo
-incluso entre estudiantes internacionales que vienen de los mejores centros
del mundo: Berkeley, Sciences Po de París, …- es que para ellos exponer es leer
en voz alta -casi siempre atropelladamente- lo que previamente han escrito. En
estas condiciones, es difícil que su exposición provoque un debate. Esto hace
que al final lo que tenemos es una especie de partido de tenis en el que yo
interacciono con el estudiante.
La octava indicación habla sobre
los dobles grados. En mi opinión, nunca deberían haber existido. No sé muy bien
por qué se crearon. En mi facultad creo que es fruto del deseo de atraer a los
buenos estudiantes del bachiller de ciencias sociales. El plan Bolonia
contemplaba grados de cuatro años -en lugar de tres, lo que hubiera sido lo más
sensato- y másteres de entre uno y dos años en los que especializarse en una
enorme variedad de titulaciones incluso ajenas a la del grado cursado. En
consecuencia, no parece que tuvieran mucho sentido los dobles grados. Pero hay
una razón de mayor peso para rechazarlos y no es otra que el número de horas de
trabajo que suponen. Los estudiantes de grados “simples” se matriculan en
sesenta créditos por curso. Cada crédito equivale a entre 25 y 30 horas de
trabajo, es decir, y si nos vamos a 25 horas, 1500 horas por curso (cosa que en
Sociología nadie se lo cree). En el caso de los dobles grados, hablamos de 72
créditos, es decir, de 1800 horas. Un estudiante que apruebe todo en primera
convocatoria -lo que debería ser lo habitual- tendría que desarrollar esas 1800
horas en un periodo de nueve meses -excluyo junio, julio y agosto-. Esto
supondría que habría de trabajar nueve horas y media en los días laborables
-que incluyen los días igualmente laborables de Navidades, Semana Santa y las
festividades de Santo Tomás y la del “santo” de cada facultad. Es decir, se
trataría de un estudiante sobrexplotado. ¿Dónde quedaría el tiempo para hacer
deporte, formarse como un ciudadano culto que va al cine o lee novelas, que
participa de la vida de la sociedad civil…?
Y,
finalmente, junto al desastre de las matemáticas, el del inglés. En España, el
conocimiento de idiomas es una marca de clase social. Tendríamos que garantizar
que quien acaba el bachiller tiene como mínimo el nivel B2 de inglés. Esto
implicaría cambiar radicalmente la enseñanza de este idioma (y en este vídeo
aporto algunas ideas: https://www.youtube.com/watch?v=RhwYi-cgcw0&ab_channel=RafaelFeito).
Además, esto es una cuestión de la sociedad en su conjunto. Tener películas y
series dobladas, por ejemplo, no ayuda.
Soy conocedor de la labor que la
Federación Española de Sociología está haciendo con respecto a estas
cuestiones. Mucho me temo que cuanto se pueda proponer termine ahogado en las
aguas de borrajas de una abusiva interpretación de la libertad de cátedra. Creo que, en realidad, no estoy hablando de los problemas que tenemos en la
Sociología. Más bien, es un problema que afecta a la universidad como
institución y no solo en nuestro país.