jueves, 4 de octubre de 2018

La universidad española: un escenario propicio para la corrupción.


La universidad española: un escenario propicio para la corrupción.

No tema el lector: este no es un texto sobre los escándalos de la Universidad Rey Juan Carlos. Esta vez se trata de describir situaciones que habitualmente se dan en la universidad española en las que cada profesor individualmente considerado dispone de una libertad de cuyos actos, salvo contadas excepciones, no tiene que dar cuenta a nadie. En concreto, me refiero a tres aspectos: la manera de dar las clases, los contenidos curriculares y la evaluación.
            En la universidad española cada profesor puede optar por la metodología didáctica que le plazca, la cual puede oscilar desde la mera lectura –supongo que tediosa- de apuntes o de los contenidos de una presentación en PowerPoint hasta una docencia basada en el diálogo con y entre los estudiantes. Para nuestras autoridades educativas, se ha impartido una clase si se ha cubierto el periodo de tiempo dedicado a una sesión lectiva.
            Si grave es esto, más lo es la libertad de que suele gozar el profesorado para determinar los contenidos curriculares de su asignatura. Soy consciente de que hay departamentos –e incluso podría haber universidades- que establecen el programa de cada asignatura, el cual debe ser abarcado por el profesor o profesores de esta. Sin embargo, es muy habitual que no se controle el contenido de cada materia, de modo que nos podemos encontrar, por ejemplo, con que un programa de la asignatura de “Estructura Social” lo es en realidad de la materia de “Cambio Social”.
            Y, finalmente, me voy a lo que con diferencia es más grave: la libertad –y posible arbitrariedad- a la hora de evaluar. Un profesor podría favorecer arbitrariamente a un estudiante (subiéndole la nota o exigiéndole menos que al resto). A lo sumo, un estudiante protesta si ha sido suspendido, pero no lo hace, ni lo podría hacer, si considera que su nota debería ser igual de alta que la de otro compañero. Las reclamaciones por un examen –o un trabajo- lo son a título individual. Solo en el supuesto de que se diera un trato de favor visible –como lo ha sido con Pablo Casado-, se podría organizar una protesta –la cual, en esta ocasión y como en tantas otras, ha sido iniciada por la prensa-. Esto tendría fácil solución si el profesor devolviera, con las observaciones correspondientes, los exámenes a sus estudiantes, los cuales -de este modo- podrían comparar sus evaluaciones con las de sus compañeros.
            Estas fuentes de arbitrariedad que he señalado se podrían solventar si cada uno de estos tres aspectos –y especialmente los referidos a los contenidos curriculares y a la evaluación- fueran controlados democráticamente por los departamentos y no por cada profesor. Si de la evaluación de cada estudiante se encargase un profesor distinto al que le ha impartido docencia, no quedaría más remedio que los contenidos curriculares fueran los mismos o similares en cada asignatura. Si, por ejemplo, la evaluación –o parte de ella- consistiera en una exposición oral, a lo mejor el dictado de apuntes o los exámenes de tipo test -los cuales son fáciles de corregir y ahuyentan las protestas de los alumnos- empezarían a ser cosa del pasado o tendrían menos peso en nuestra docencia.
            Decía recientemente el presidente de la Conferencia de Rectores que la autonomía universitaria lo es de la universidad y no del profesor –o del chiringuito que alguno pudiera montar-. Sin embargo, la realidad parece desmentir esta afirmación. Puede que en las universidades privadas haya más control de estos aspectos que he señalado. El problema es que, quizás, estemos sustituyendo la arbitrariedad de cada profesor por la del propietario de la universidad (el cual en ocasiones es un grupo sectario como el Opus Dei o los Legionarios de Cristo o seguidores de Lehman Brothers). 
            Acabo con una cita del libro que ha publicado recientemente el coordinador de los informes PISA, Andreas Schleicher:

Hace muchos años, obtuve mi título de licenciado en Físicas, y esa sigue siendo la calificación que aparece en mi currículum vitae. Pero si me enviaran a un laboratorio hoy, fracasaría estrepitosamente en el trabajo, tanto por los rápidos avances en física desde que obtuve mi título como porque he perdido algunas de las habilidades que no he usado en mucho tiempo. Mientras tanto, he adquirido muchas habilidades nuevas que no han sido formalmente certificadas (página 256)

            A diferencia de lo que cuenta Schleicher, Pérez Rubalcaba –por lo demás un excelente político-, tras más de tres décadas dedicado a la política, decide reingresar a su puesto de profesor titular de universidad en la especialidad de Química sin que esto no plantee ningún problema. Es cierto que Pérez Rubalcaba, al igual que Schleicher, ha adquirido nuevas habilidades que no han sido formalmente certificadas –de hecho Pérez Rubalcaba también da clases en un máster de comunicación política-, pero desconcierta (o, al menos, a mí me lo parece) que alguien que ha estado tanto tiempo alejado de la investigación científica –y que perfectamente podría optar por jubilarse- pueda incorporarse tras un tan largo periodo de ausencia a la docencia universitaria.

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