martes, 3 de febrero de 2015

¡Universidad! ¿Para qué?

¡Universidad! ¿Para qué?

            El viernes 30 de enero escuché en la SER una entrevista –en un programa en el que participa Juan José Millás- a dos jóvenes, un chico y una chica, de diecinueve años de edad que estaban participando en un congreso de jóvenes talentos. Lo poco que he oído no ha hecho más que corroborar mi percepción de que nuestra escuela y nuestra universidad son de poca utilidad para nuestros jóvenes más inquietos.
El chico entrevistado es un joven que ya desde los catorce años ha tenido éxito inventando programas informáticos. Ahora está trabajando, agárrese el lector, en una aplicación informática que sería para los notarios algo así como lo que es Uber para los taxistas. Por fin, nos podríamos librar de las, con frecuencia abusivas, tasas con que aquellos se enriquecen a costa de los ciudadanos. En fin, esto es, aunque importante, otra cuestión. Lo que me interesa aquí es señalar que este joven dejó la escuela, harto de esta institución, a los diecisiete años tras concluir, a trancas y barrancas, el bachillerato. Su impresión es que ha vivido una escuela en la que lo único que cuenta es la simple memorización, lo que no sirve de gran cosa. Es más, mata la creatividad.
            Su compañera de congreso sigue en la escuela: estudia Relaciones Internacionales en alguna universidad –privada, me temo, pero no estoy seguro-. A pesar de que considera que la universidad no sirve de mucho, dijo que en su centro se estudia siguiendo el método anglosajón (sic). Tal método consistiría en leer sin fin y en escribir ensayos. A mí todo esto me produce una enorme envidia. En mis clases (en la facultad de Sociología de la UCM) pretendo ser “anglosajón”, pero con muy escaso éxito. A mis estudiantes les propongo leer incansablemente (pero, salvo alguna excepción, me sorprende lo poco que están al tanto de la realidad social, política, cultural, etc., es decir, no leen la prensa: es como si vivieran en otro mundo) y escribir un ensayo sobre algún tema del programa (en torno al cual podemos discutir) que posteriormente han de exponer  y debatir en público en clase (conmigo y con sus compañeros). Mi experiencia no puede ser más frustrante. Pese a que insisto en que sus ensayos deben ser fruto del desarrollo de su propio punto de vista sobre el tema elegido (y que incluso pueden aportar datos que ellos mismo hayan elaborado: a partir de, por ejemplo, alguna entrevista en profundidad o de datos de instituciones como la OCDE o el CIS), al final me encuentro con que lo que mayoritariamente hacen es contar el punto de vista que el saber oficial (los expertos o “popes” de turno) ha dicho al respecto.
            Lo decía en una entrada anterior de este blog: el estudiante es una construcción social. El alumno que nos llega a la universidad es alguien que ha sido “programado” para no tener criterios propios, que considera que su opinión es irrelevante y, esto es lo fundamental, que le van a juzgar por su capacidad para reproducir el conocimiento oficial.

            En breve, habrá elecciones para Rector en la UCM. ¿Será esto objeto de preocupación para alguno de los candidatos? ¿O lo importante va a ser algo así como recuperar el (supuesto) orgullo perdido de la Complutense? Si no nos espabilamos, la universidad terminará por ser una institución irrelevante. En otros países, como el Reino Unido, su universidad ofrece grados de “big data y analytics”, “gestión de fútbol” o “Matemáticas y música”.

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