Inmigrantes del desarrollismo
El gobierno de Madrid ha decretado el
confinamiento de varias zonas de Madrid. En una de ellas se incluye el barrio
en el que viví los primeros veinticuatro años de mi vida y donde han vivido la
mayor parte tanto de mis familiares como de mis amigos. La presidenta madrileña
declaró que la extensión de la pandemia en barrios como el mío se debe al modo
de vida de los inmigrantes. Es muy posible que tal modo de vida sea, en
aspectos sustanciales, similar al que muchos de nosotros teníamos en los años
del desarrollismo.
La gente de mi entorno –al igual que mi propia familia- vivía en casas tan
pequeñas como la mía, en muchas ocasiones con más hijos que en mi hogar, a los
que a veces se unía el abuelo o abuela del pueblo, quien compartía habitación
con alguno de aquellos. Debo decir que jamás consideré que mi vivienda pudiera
ser pequeña ya que, salvo en los días más crudos del invierno, una parte
significativa de las horas de vigilia transcurrían en unas calles llenas de
niños.
Poco a poco, la gente más joven del barrio –y a medida que se formaban matrimonios- se fue mudando a otras zonas de Madrid. Algunas familias fueron realojadas desde sus infraviviendas a casas en barrios que en aquel entonces eran periféricos, como San Blas. El grueso de la gente joven de entonces ha sido sustituida por población inmigrante y ocupa nuestras casas de entonces. La principal diferencia es que cuando yo era niño se podía jugar en las calles, ya que apenas había coches.
Sin llegar al extremo de los protagonistas de las
películas del oeste o de alguna reina de Castilla, la higiene diaria –ducharse,
por ejemplo- no era como hoy en día. Un amigo mío decía que los inmigrantes
huelen mal. Dejando aparte el calibre de este insulto racista, nosotros –él
también vivía en este mismo barrio confinado- no éramos ejemplo de pulcritud, sin que ello signifique que fuéramos desaseados. Por cierto, esto mismo decían
los burgueses del olor de los mineros ingleses, tal y como lo contaba Orwell en
The Road to Wigan Pier. Esto del olor
era una peculiaridad de los conquistadores españoles de América. De hecho, las
gentes de las poblaciones indígenas esparcían incienso al paso de nuestros
compatriotas para combatir el mal olor. En una entrevista, Carmen Maura decía
que sus bisabuelos fueron de los primeros madrileños en asearse a diario. En
todo caso, desconozco por completo cuáles sean los hábitos higiénicos de la
población inmigrante.
Totalmente de acuerdo. Mi experiencia en una pequeña aldea es complementaria con la tuya
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