lunes, 8 de septiembre de 2025

                        Mi trabajo como profesor universitario. Una reflexión personal.

             Creo que cuantos nos dedicamos a la docencia e investigación universitaria -especialmente si no trabajamos en un laboratorio- habremos sido interpelados sobre a qué nos dedicamos en los largos periodos en que no tenemos obligación de impartir clases. La docencia se concentra en dos cuatrimestres en los que se imparte clase en dos o tres días a la semana. ¿Significa esto que se disfrutaría de la llamada semana laboral caribeña o que se dispondría de cuatro meses de ocio?

             Antes de continuar, advierto al lector de que aquí escribo desde mi propia experiencia como profesor de Sociología en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UCM. Cada rama del conocimiento, e incluso cada facultad, puede contar con sus peculiaridades con respecto a cada uno de los aspectos aquí abordados.

             El trabajo de un profesor universitario está constituido por tres grandes apartados que constan en la dedicación laboral individual: docencia, investigación y gestión.

             A primera vista, la docencia parecería la actividad más fácilmente fiscalizable. Al fin y al cabo, no es complicado comprobar si se imparten, por ejemplo, ocho horas de clase a la semana (y un número exactamente igual de horas de tutoría hebdomadarias). En mi facultad esto se controla a partir de una declaración mensual que solo han de hacer quienes, por alguna razón debidamente justificada, no hubieran impartido alguna o algunas clases (sin embargo, apenas hay control -y quizás es imposible que lo haya- de las tutorías, las cuales podrían ser en línea: más cómodo para el estudiante). Hay que indicar cuándo se recuperarían las sesiones no impartidas. La supervisión de la actividad docente prácticamente acaba aquí. Quiero decir con esto que apenas hay evaluación de la docencia. Salvo que hubiese quejas continuas del alumnado -y, aun así, estas suelen caer en saco roto-, se considera que su calidad es, en diversos grados, aceptable. En las semanas previas al final del curso, el estudiantado tiene la posibilidad de evaluar a sus profesores a partir de un cuestionario en línea. El problema -y dada la experiencia de la escasa eficacia de sus quejas y de sus observaciones- es que pocos estudiantes participan de estas encuestas y cuando las rellenan no sabemos si quienes lo hacen son aquellos que quieren escarmentar al profesor por haber sido suspendidos, los que van a clase, los más aplicados… El resultado final es que, salvo alguna excepción puntual -y yo no conozco ninguna- todo el profesorado obtiene una retribución adicional por quinquenios de docencia.

             También forma parte de la actividad docente la dirección de tesis doctorales, de TFG y de TFM, dirección cuya calidad puede ser enormemente variada (todavía recuerdo ver en el despacho de un colega un ejemplar plastificado de la tesis de la que era director y cuya evaluación había presidido el día anterior). Esta labor se compensa con una reducción de las horas de docencia.

             La segunda actividad (la investigación) básicamente se materializa en la publicación de artículos en revistas indexadas o de libros en editoriales de prestigio. De hecho, para obtener un sexenio de investigación -elemento clave para la promoción y para incrementar el salario- es preciso contar con cinco publicaciones -en un periodo de seis años- cuya valoración conjunta supere los treinta puntos. Es muy difícil publicar nada que no tenga el sustento de un proyecto de investigación.

             La tercera labor, la de la gestión, es quizás la menos reconocida (sobre todo, intelectualmente). Ser decano de una facultad, vicedecano, rector, vicerrector, director o secretario de departamento… es una actividad cada vez más agotadora. Se trata de un trabajo compensado con un complemento económico y con una reducción de horas de docencia. En mi experiencia, tal retribución es más bien escasa, hasta el punto de que apenas incentiva su desempeño. No obstante, hay que tener en cuenta que la participación en la gestión es un mérito que se considera para promocionarse en la carrera universitaria (por ejemplo, para pasar de profesor titular a catedrático). Junto con las posiciones de administración anteriormente mencionadas, hay actividades de gestión de menor rango -en el sentido de que no suelen estar retribuidas monetariamente, pero que reducen levemente las horas de docencia- como puedan ser la de coordinador de un grado universitario o la presidencia de alguna comisión de un departamento -por ejemplo, la de reclamaciones o la del doctorado-.

         Hay profesores que, voluntariamente, deciden presentarse a las elecciones para ser miembro de la Junta de Facultad -labor que no tiene retribución alguna-.  Además, todo profesor tiene la obligación de asistir a las reuniones que periódicamente organiza -en línea o presencialmente- su departamento -en mi caso, un mínimo de una por mes-.

             Hasta aquí, una aproximación a lo que cabe considerar como las obligaciones fundamentales del profesorado. Pero ¿cuánto tiempo pueden consumir hasta el extremo de justificar una docencia de ocho horas semanales -o menos si se cuenta con reducción docente por sexenios- en dos cuatrimestres? Volvamos para ello a las tres actividades anteriormente señaladas: docencia, investigación y gestión.

             En lo que se refiere a la docencia, el tiempo que se precisa para preparar las clases y la evaluación del estudiantado varía en función de las horas que muy libérrimamente cada cual decida dedicar. Hay quien renueva su programa periódicamente y hay quien lleva con él varios lustros. En un mundo en el que el conocimiento científico crece exponencialmente no quedaría más remedio que optar por una renovación permanente de los contenidos curriculares. A la labor de organizar las clases hay que añadir la de la corrección de exámenes y de los trabajos de los estudiantes, sin olvidar las horas de tutorías.

             El tiempo que quepa dedicar a las publicaciones, y a la investigación que conduce a ellas, es muy variado. Normalmente es mucho y eso es lo que aconseja realizar publicaciones con otros compañeros. El problema que pueden plantear las publicaciones colectivas es que quizás un profesor con poder institucional podría sugerir la presencia de su firma en un artículo realizado por otros. Y, por supuesto, no queda más remedio que prestar atención a la proliferación de revistas predatorias, revistas que en realidad publican -sin prácticamente ningún control científico- a quien esté dispuesto a pagar por ver sus artículos en ella.

             Además, también se toman en consideración los libros publicados en editoriales de prestigio científico. Las editoriales suelen ser empresas privadas -aunque también hay editoriales públicas de las propias universidades y de algunos organismos estatales- que desean como mínimo no tener pérdidas con la publicación de los libros científicos, un tipo de literatura que no suele ser consumida masivamente. Es por ello, que -al menos esta es mi experiencia- las editoriales pregunten a los autores si cuentan con alguna financiación -normalmente derivada de un proyecto de investigación- que permita costear la edición de unos centenares de ejemplares en los que debe constar que han sido financiados con tal o cual proyecto.

             En este apartado de publicaciones e investigación cabe también incluir la participación -voluntaria, pero altamente aconsejable- en congresos científicos. Tal participación puede ir desde la presentación de una ponencia o la coordinación de un panel hasta la propia -y muy laboriosa- organización de los congresos. Hay quien participa en muchos -más de uno al año-. En mi caso, considero conveniente acudir al bienal de Sociología de la Educación -y ahora estoy en otro de enseñanza de la Sociología- y al igualmente bienal de la Federación Española de Sociología. Conocer cara a cara a tus colegas es fundamental. Debo decir que las ayudas que concede la universidad para estos congresos no cubren los gastos de inscripción, manutención, desplazamiento y alojamiento. Así que no queda otra que poner dinero de tu propio bolsillo -lo que para mi actual salario no es ningún problema-. Y para rematar este epígrafe sobre las publicaciones, las revistas necesitan de investigadores voluntarios para la evaluación por pares de las propuestas que se someten a su consideración. Es un trabajo que se hace gratis et amore, salvo que se trate de revistas como la Revista Española de Investigaciones Sociológicas.

             El tiempo destinado a la gestión suele ser considerable. En muchas ocasiones, es más bien un trabajo de dedicación completa que puede llevar a que se resientan tanto la actividad docente como la investigadora, las más propias de un profesor universitario (y las más valoradas en los procesos de promoción).

             Fuera de estas tres, hay otra labor de obligatorio complimiento a tomar en consideración. Se trata de las comisiones de evaluación de candidatos a profesor. En el caso de que la plaza sea del departamento al que pertenece el profesor en cuestión, se realiza un sorteo entre todos sus miembros para elegir al presidente y al secretario de la comisión. Si se trata de ser miembro de una comisión para una plaza de otra universidad, primero se solicita a la persona contactada su voluntad de participar en el proceso de evaluación. No sé si tal conformidad es obligatoria. Me pregunto qué pasaría en el caso de que no hubiera voluntarios externos para una plaza.

             A estos elementos cabe añadir otras labores como la de transferencia de conocimiento -de hecho, llegó a existir un sexenio de transferencia del que hasta ahora solo ha habido una convocatoria- a la sociedad como, por ejemplo, publicar en un periódico, impartir conferencias,… (actividades que no siempre están retribuidas).

             Y para no abrumar al lector con más actividades, hay algunas que son remuneradas y que podrían ser consideradas como horas extra. Me refiero a cosas como participar en las diferentes agencias de evaluación que existen en nuestro país, la redacción de informes para fundaciones de distinto tipo, etc. En todo caso, moralmente -y si es que queremos que el sistema funcione- no queda más remedio que asumir de buen grado la mayoría de estas tareas.

             Llegados aquí, y esperando no haber cansado al lector con tal variedad de actividades -y aún podría incluir algunas más-, entro a responder si está justificado que un profesor universitario de la pública -lo de la privada es otra historia que requeriría un nuevo escrito- imparta ocho horas de clase a la semana y destine el resto del tiempo de su dedicación laboral a los menesteres señalados.

             Pese a todo lo dicho, es posible dormirse en los laureles. Es decir, una vez obtenida una posición fija en la escala laboral, uno podría ganar su sueldo impartiendo sus clases con mayor o menor calidad, no publicar absolutamente nada y evitar participar en tareas de gestión. En mi experiencia esto ya no es nada habitual. Quien gana una posición de profesor fijo -sea como profesor con contrato laboral o como funcionario- lleva tras de sí una larga e intensa carrera como docente, como investigador y como gestor. Es decir, creo que quienes están entrando en los últimos años en estos puestos llegan ya con la inercia de continuar comprometidos con su trabajo como profesores.

             A mi modo de ver, el trabajo de un profesor -y recuérdese que hablo como un profesor del área de ciencias sociales- es más una forma de vida que un trabajo. Más allá de las horas de docencia, no sabría decir cuántas dedico al resto de actividades. Señalo, a continuación, algunas.

             En tanto que profesional de la Sociología -pero, también como ciudadano- considero mi deber leer la prensa diariamente. Hoy en día es asequible estar suscrito a varios periódicos -tanto españoles como extranjeros- y, de esta manera, tener una visión plural de lo que acontece en nuestra sociedad. Esta es una actividad que me lleva algo más de una hora diaria. Los periódicos se han convertido en una fuente de acceso a informes de tal manera que raro es el día en que no bajo algún pdf relacionado con mi trabajo. O, igualmente, puedo tropezar con alguna referencia a algún tema o alguna entrevista que me lleva a ampliar información, bien buscando bibliografía o viendo vídeos de conferencias o de entrevistas. Ya no hace falta desplazarse (pese a que sea aconsejable hacerlo) a, por ejemplo, la Fundación Juan March para poder escuchar una conferencia.

             Obviamente, no queda otra que leer constantemente sobre nuestra propia ciencia. Se trata de leer continuamente libros y artículos científicos, no solo de Sociología o de publicaciones del área de ciencias sociales de humanidades. La interdisciplinariedad lleva a adentrarse en disciplinas en las que uno es un completo lego. Digamos que la lectura -y aquí incluyo la literatura- es como gasolina para el motor del cerebro: sin ella este último se para.

             Escribir un artículo o un libro es algo similar a la creación artística. Del mismo modo que Paul McCartney soñó su canción más versionada, Yesterday, resulta inevitable que el cerebro te esté dando vueltas con respecto a lo que estás escribiendo. Con respecto al tiempo que puede llevar escribir un artículo, puedo poner el ejemplo de lo que estoy acabando estos días. Sin ningún tipo de financiación, me he embarcado en un paper acerca de la opinión que tienen los estudiantes de Sociología sobre el grado en Sociología. He entrevistado a treinta estudiantes de quince facultades de Sociología -dos en cada una de ellas-. Para llegar a ellos, primero he tenido que escribir a colegas de esas facultades para que me facilitaran direcciones de correo de estudiantes que voluntariamente se avinieran a ser entrevistados. Una vez localizados los estudiantes, he tenido que concertar una cita en línea con ellos. Las entrevistas -cuyo guion he realizado previamente- duraron entre una hora y hora y media cada una de ellas. Por fortuna, ahora su transcripción se puede hacer en línea gracias a la extensión Tactiq. A continuación, hay que leer y analizar las entrevistas. Y a partir de ahí se activa la “imaginación sociológica” de con todo ello crear un relato coherente en forma de artículo. A ello hay que añadir la lectura de la bibliografía pertinente, el marco teórico, la metodología… Tras varias lecturas y relecturas de lo que finalmente pueda ser un artículo, hay que enviarlo a una revista con evaluación “ciega” por pares. En el caso de que estos pares consideren el artículo publicable es casi seguro que hay que acometer algunas rectificaciones. Todo este trabajo puede caer en saco roto: nada garantiza que tu querido paper vaya a ser publicado. No tengo una idea clara de cuántas horas puede llevar esto, pero creo que como mínimo cuatrocientas, o sea, casi tres meses. A esto hay que añadir que antes de publicarlo he presentado un borrador de este artículo en un congreso de Sociología. Pero además de esto, puedo estar en un grupo de investigación que me requiere, aparte del trabajo de campo, dos reuniones mensuales con mis compañeros del grupo de investigación. No quiero ni hablar de lo que supone ser el investigador principal de un proyecto.

             Aún hay más. Llevo ya varios años impartiendo Sociología de la Educación a un grupo en inglés. Yo no pertenezco a una familia angloparlante, así que no me queda más remedio que hacer el esfuerzo de actualizar mi inglés permanentemente. Por fortuna, hay una reducción docente por impartir clases en la lengua de Shakespeare. Y, por si fuera poco, y dado que considero intelectualmente limitante la hegemonía del inglés, he obtenido un nivel C1 de francés con el que recientemente me he atrevido a impartir una conferencia en francés en la ciudad de Estrasburgo (no sé las horas que me llevó prepararla). Nadie me manda meterme en estos fregados, pero considero de gran utilidad el esfuerzo de aprender otro idioma. Por otro lado, en el grupo que imparto inglés siempre se matriculan estudiantes franceses.           

            Dicho todo esto, concluyo diciendo que mi empleo es una verdadera bendición, hasta el extremo de que en una sociedad como esta, en la que buena parte del trabajo es pura alienación, no sé si realmente lo que hago es un trabajo. En todo caso, que nadie piense que esto implica necesariamente estar atado permanentemente al mástil del trabajo. Una cosa que no he señalado -y que daría para otro escrito- es la importancia absolutamente fundamental de saber estructurar el uso del tiempo.

             Y, ahora así, con esto acabo. El incentivo para escribir esta reflexión -mucho más larga de lo que esperaba inicialmente- es que si voy por las mañanas a cortarme el pelo -cuando hay menos gente y se me atiende antes-, mi peluquero me pregunta si ya no tengo clases e indirectamente -entiendo yo- si ya estoy libre de obligaciones. Creo que sobrepasaría el tiempo del corte de pelo si tuviera que explicarle todo esto. Gracias, en todo caso, a mi peluquero por incitarme a reflexionar sobre lo que hago en tanto que profesor. 

1 comentario:

  1. Como bien dices, esta exposición describe una experiencia personal. Yo creo que la imagen que tiene la sociedad en general de los profesores de la universidad pública es que se trata de un trabajo muy cómodo, bien pagado, con pocas horas efectivas de trabajo, largas vacaciones, etc. Probablemente es una imagen injusta y en mi opinión se debe a que la falta de control sobre el desempeño resulta en que existen casos de total desinterés, falta de implicación, nulo trabajo de investigación, etc. Aunque se trate de una minoría, lamentablemente tienen mucha visibilidad y sobre todo impunidad porque es prácticamente imposible tomar medidas para evitarlo. El crecimiento imparable de la universidad privada tiene muchas causas pero los vicios de la pública y la resistencia a corregirlos por desgracia lo está facilitando.

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