Mi trabajo como
profesor universitario. Una reflexión
personal.
Creo que
cuantos nos dedicamos a la docencia e investigación universitaria
-especialmente si no trabajamos en un laboratorio- habremos sido interpelados
sobre a qué nos dedicamos en los largos periodos en que no tenemos obligación
de impartir clases. La docencia se concentra en dos cuatrimestres en los que se
imparte clase en dos o tres días a la semana. ¿Significa esto que se disfrutaría
de la llamada semana laboral caribeña o que se dispondría de cuatro meses de
ocio?
Antes de
continuar, advierto al lector de que aquí escribo desde mi propia experiencia
como profesor de Sociología en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología
de la UCM. Cada rama del conocimiento, e incluso cada facultad, puede contar
con sus peculiaridades con respecto a cada uno de los aspectos aquí abordados.
El trabajo
de un profesor universitario está constituido por tres grandes apartados que
constan en la dedicación laboral individual: docencia, investigación y gestión.
A primera
vista, la docencia parecería la actividad más fácilmente fiscalizable. Al fin y
al cabo, no es complicado comprobar si se imparten, por ejemplo, ocho horas de
clase a la semana (y un número exactamente igual de horas de tutoría
hebdomadarias). En mi facultad esto se controla a partir de una declaración
mensual que solo han de hacer quienes, por alguna razón debidamente
justificada, no hubieran impartido alguna o algunas clases (sin embargo, apenas
hay control -y quizás es imposible que lo haya- de las tutorías, las cuales
podrían ser en línea: más cómodo para el estudiante). Hay que indicar cuándo se
recuperarían las sesiones no impartidas. La supervisión de la actividad docente
prácticamente acaba aquí. Quiero decir con esto que apenas hay evaluación de la
docencia. Salvo que hubiese quejas continuas del alumnado -y, aun así, estas
suelen caer en saco roto-, se considera que su calidad es, en diversos grados,
aceptable. En las semanas previas al final del curso, el estudiantado tiene la
posibilidad de evaluar a sus profesores a partir de un cuestionario en línea.
El problema -y dada la experiencia de la escasa eficacia de sus quejas y de sus
observaciones- es que pocos estudiantes participan de estas encuestas y cuando
las rellenan no sabemos si quienes lo hacen son aquellos que quieren
escarmentar al profesor por haber sido suspendidos, los que van a clase, los
más aplicados… El resultado final es que, salvo alguna excepción puntual -y yo
no conozco ninguna- todo el profesorado obtiene una retribución adicional por
quinquenios de docencia.
También
forma parte de la actividad docente la dirección de tesis doctorales, de TFG y
de TFM, dirección cuya calidad puede ser enormemente variada (todavía recuerdo
ver en el despacho de un colega un ejemplar plastificado de la tesis de la que
era director y cuya evaluación había presidido el día anterior). Esta labor se
compensa con una reducción de las horas de docencia.
La segunda
actividad (la investigación) básicamente se materializa en la publicación de
artículos en revistas indexadas o de libros en editoriales de prestigio. De
hecho, para obtener un sexenio de investigación -elemento clave para la
promoción y para incrementar el salario- es preciso contar con cinco
publicaciones -en un periodo de seis años- cuya valoración conjunta supere los
treinta puntos. Es muy difícil publicar nada que no tenga el sustento de un
proyecto de investigación.
La tercera
labor, la de la gestión, es quizás la menos reconocida (sobre todo,
intelectualmente). Ser decano de una facultad, vicedecano, rector, vicerrector,
director o secretario de departamento… es una actividad cada vez más agotadora.
Se trata de un trabajo compensado con un complemento económico y con una
reducción de horas de docencia. En mi experiencia, tal retribución es más bien
escasa, hasta el punto de que apenas incentiva su desempeño. No obstante, hay
que tener en cuenta que la participación en la gestión es un mérito que se
considera para promocionarse en la carrera universitaria (por ejemplo, para
pasar de profesor titular a catedrático). Junto con las posiciones de administración
anteriormente mencionadas, hay actividades de gestión de menor rango -en el
sentido de que no suelen estar retribuidas monetariamente, pero que reducen
levemente las horas de docencia- como puedan ser la de coordinador de un grado
universitario o la presidencia de alguna comisión de un departamento -por
ejemplo, la de reclamaciones o la del doctorado-.
Hay profesores que,
voluntariamente, deciden presentarse a las elecciones para ser miembro de la
Junta de Facultad -labor que no tiene retribución alguna-. Además, todo profesor tiene la obligación de
asistir a las reuniones que periódicamente organiza -en línea o
presencialmente- su departamento -en mi caso, un mínimo de una por mes-.
Hasta aquí,
una aproximación a lo que cabe considerar como las obligaciones fundamentales
del profesorado. Pero ¿cuánto tiempo pueden consumir hasta el extremo de
justificar una docencia de ocho horas semanales -o menos si se cuenta con
reducción docente por sexenios- en dos cuatrimestres? Volvamos para ello a las
tres actividades anteriormente señaladas: docencia, investigación y gestión.
En lo que
se refiere a la docencia, el tiempo que se precisa para preparar las clases y
la evaluación del estudiantado varía en función de las horas que muy
libérrimamente cada cual decida dedicar. Hay quien renueva su programa
periódicamente y hay quien lleva con él varios lustros. En un mundo en el que
el conocimiento científico crece exponencialmente no quedaría más remedio que
optar por una renovación permanente de los contenidos curriculares. A la labor
de organizar las clases hay que añadir la de la corrección de exámenes y de los
trabajos de los estudiantes, sin olvidar las horas de tutorías.
El tiempo
que quepa dedicar a las publicaciones, y a la investigación que conduce a
ellas, es muy variado. Normalmente es mucho y eso es lo que aconseja realizar
publicaciones con otros compañeros. El problema que pueden plantear las
publicaciones colectivas es que quizás un profesor con poder institucional
podría sugerir la presencia de su firma en un artículo realizado por otros. Y,
por supuesto, no queda más remedio que prestar atención a la proliferación de
revistas predatorias, revistas que en realidad publican -sin prácticamente
ningún control científico- a quien esté dispuesto a pagar por ver sus artículos
en ella.
Además,
también se toman en consideración los libros publicados en editoriales de
prestigio científico. Las editoriales suelen ser empresas privadas -aunque también
hay editoriales públicas de las propias universidades y de algunos organismos
estatales- que desean como mínimo no tener pérdidas con la publicación de los
libros científicos, un tipo de literatura que no suele ser consumida
masivamente. Es por ello, que -al menos esta es mi experiencia- las editoriales
pregunten a los autores si cuentan con alguna financiación -normalmente
derivada de un proyecto de investigación- que permita costear la edición de
unos centenares de ejemplares en los que debe constar que han sido financiados
con tal o cual proyecto.
En este
apartado de publicaciones e investigación cabe también incluir la participación
-voluntaria, pero altamente aconsejable- en congresos científicos. Tal
participación puede ir desde la presentación de una ponencia o la coordinación
de un panel hasta la propia -y muy laboriosa- organización de los congresos. Hay
quien participa en muchos -más de uno al año-. En mi caso, considero
conveniente acudir al bienal de Sociología de la Educación -y ahora estoy en
otro de enseñanza de la Sociología- y al igualmente bienal de la Federación
Española de Sociología. Conocer cara a cara a tus colegas es fundamental. Debo
decir que las ayudas que concede la universidad para estos congresos no cubren
los gastos de inscripción, manutención, desplazamiento y alojamiento. Así que
no queda otra que poner dinero de tu propio bolsillo -lo que para mi actual
salario no es ningún problema-. Y para rematar este epígrafe sobre las
publicaciones, las revistas necesitan de investigadores voluntarios para la
evaluación por pares de las propuestas que se someten a su consideración. Es un
trabajo que se hace gratis et amore, salvo que se trate de revistas como
la Revista Española de Investigaciones Sociológicas.
El
tiempo destinado a la gestión suele ser considerable. En muchas ocasiones, es
más bien un trabajo de dedicación completa que puede llevar a que se resientan
tanto la actividad docente como la investigadora, las más propias de un
profesor universitario (y las más valoradas en los procesos de promoción).
Fuera de
estas tres, hay otra labor de obligatorio complimiento a tomar en consideración.
Se trata de las comisiones de evaluación de candidatos a profesor. En el caso
de que la plaza sea del departamento al que pertenece el profesor en cuestión,
se realiza un sorteo entre todos sus miembros para elegir al presidente y al
secretario de la comisión. Si se trata de ser miembro de una comisión para una
plaza de otra universidad, primero se solicita a la persona contactada su
voluntad de participar en el proceso de evaluación. No sé si tal conformidad es
obligatoria. Me pregunto qué pasaría en el caso de que no hubiera voluntarios
externos para una plaza.
A estos elementos
cabe añadir otras labores como la de transferencia de conocimiento -de hecho,
llegó a existir un sexenio de transferencia del que hasta ahora solo ha habido
una convocatoria- a la sociedad como, por ejemplo, publicar en un periódico,
impartir conferencias,… (actividades que no siempre están retribuidas).
Y para no
abrumar al lector con más actividades, hay algunas que son remuneradas y que
podrían ser consideradas como horas extra. Me refiero a cosas como participar
en las diferentes agencias de evaluación que existen en nuestro país, la
redacción de informes para fundaciones de distinto tipo, etc. En todo caso,
moralmente -y si es que queremos que el sistema funcione- no queda más remedio
que asumir de buen grado la mayoría de estas tareas.
Llegados
aquí, y esperando no haber cansado al lector con tal variedad de actividades -y
aún podría incluir algunas más-, entro a responder si está justificado que un
profesor universitario de la pública -lo de la privada es otra historia que
requeriría un nuevo escrito- imparta ocho horas de clase a la semana y destine
el resto del tiempo de su dedicación laboral a los menesteres señalados.
Pese a todo
lo dicho, es posible dormirse en los laureles. Es decir, una vez obtenida una
posición fija en la escala laboral, uno podría ganar su sueldo impartiendo sus
clases con mayor o menor calidad, no publicar absolutamente nada y evitar
participar en tareas de gestión. En mi experiencia esto ya no es nada habitual.
Quien gana una posición de profesor fijo -sea como profesor con contrato
laboral o como funcionario- lleva tras de sí una larga e intensa carrera como
docente, como investigador y como gestor. Es decir, creo que quienes están
entrando en los últimos años en estos puestos llegan ya con la inercia de
continuar comprometidos con su trabajo como profesores.
A mi modo
de ver, el trabajo de un profesor -y recuérdese que hablo como un profesor del
área de ciencias sociales- es más una forma de vida que un trabajo. Más allá de
las horas de docencia, no sabría decir cuántas dedico al resto de actividades. Señalo,
a continuación, algunas.
En tanto
que profesional de la Sociología -pero, también como ciudadano- considero mi
deber leer la prensa diariamente. Hoy en día es asequible estar suscrito a
varios periódicos -tanto españoles como extranjeros- y, de esta manera, tener
una visión plural de lo que acontece en nuestra sociedad. Esta es una actividad
que me lleva algo más de una hora diaria. Los periódicos se han convertido en
una fuente de acceso a informes de tal manera que raro es el día en que no bajo
algún pdf relacionado con mi trabajo. O, igualmente, puedo tropezar con alguna
referencia a algún tema o alguna entrevista que me lleva a ampliar información,
bien buscando bibliografía o viendo vídeos de conferencias o de entrevistas. Ya
no hace falta desplazarse (pese a que sea aconsejable hacerlo) a, por ejemplo,
la Fundación Juan March para poder escuchar una conferencia.
Obviamente,
no queda otra que leer constantemente sobre nuestra propia ciencia. Se trata de
leer continuamente libros y artículos científicos, no solo de Sociología o de
publicaciones del área de ciencias sociales de humanidades. La
interdisciplinariedad lleva a adentrarse en disciplinas en las que uno es un
completo lego. Digamos que la lectura -y aquí incluyo la literatura- es como
gasolina para el motor del cerebro: sin ella este último se para.
Escribir un
artículo o un libro es algo similar a la creación artística. Del mismo modo que
Paul McCartney soñó su canción más versionada, Yesterday, resulta
inevitable que el cerebro te esté dando vueltas con respecto a lo que estás
escribiendo. Con respecto al tiempo que puede llevar escribir un artículo,
puedo poner el ejemplo de lo que estoy acabando estos días. Sin ningún tipo de
financiación, me he embarcado en un paper acerca de la opinión que
tienen los estudiantes de Sociología sobre el grado en Sociología. He
entrevistado a treinta estudiantes de quince facultades de Sociología -dos en
cada una de ellas-. Para llegar a ellos, primero he tenido que escribir a
colegas de esas facultades para que me facilitaran direcciones de correo de
estudiantes que voluntariamente se avinieran a ser entrevistados. Una vez
localizados los estudiantes, he tenido que concertar una cita en línea con
ellos. Las entrevistas -cuyo guion he realizado previamente- duraron entre una
hora y hora y media cada una de ellas. Por fortuna, ahora su transcripción se
puede hacer en línea gracias a la extensión Tactiq. A continuación, hay
que leer y analizar las entrevistas. Y a partir de ahí se activa la
“imaginación sociológica” de con todo ello crear un relato coherente en forma
de artículo. A ello hay que añadir la lectura de la bibliografía pertinente, el
marco teórico, la metodología… Tras varias lecturas y relecturas de lo que finalmente
pueda ser un artículo, hay que enviarlo a una revista con evaluación “ciega”
por pares. En el caso de que estos pares consideren el artículo publicable es
casi seguro que hay que acometer algunas rectificaciones. Todo este trabajo
puede caer en saco roto: nada garantiza que tu querido paper vaya a ser
publicado. No tengo una idea clara de cuántas horas puede llevar esto, pero
creo que como mínimo cuatrocientas, o sea, casi tres meses. A esto hay que
añadir que antes de publicarlo he presentado un borrador de este artículo en un
congreso de Sociología. Pero además de esto, puedo estar en un grupo de
investigación que me requiere, aparte del trabajo de campo, dos reuniones
mensuales con mis compañeros del grupo de investigación. No quiero ni hablar de
lo que supone ser el investigador principal de un proyecto.
Aún hay
más. Llevo ya varios años impartiendo Sociología de la Educación a un grupo en
inglés. Yo no pertenezco a una familia angloparlante, así que no me queda más
remedio que hacer el esfuerzo de actualizar mi inglés permanentemente. Por
fortuna, hay una reducción docente por impartir clases en la lengua de
Shakespeare. Y, por si fuera poco, y dado que considero intelectualmente limitante
la hegemonía del inglés, he obtenido un nivel C1 de francés con el que
recientemente me he atrevido a impartir una conferencia en francés en la ciudad
de Estrasburgo (no sé las horas que me llevó prepararla). Nadie me manda
meterme en estos fregados, pero considero de gran utilidad el esfuerzo de
aprender otro idioma. Por otro lado, en el grupo que imparto inglés siempre se
matriculan estudiantes franceses.
Dicho todo
esto, concluyo diciendo que mi empleo es una verdadera bendición, hasta el
extremo de que en una sociedad como esta, en la que buena parte del trabajo es
pura alienación, no sé si realmente lo que hago es un trabajo. En todo caso,
que nadie piense que esto implica necesariamente estar atado permanentemente al
mástil del trabajo. Una cosa que no he señalado -y que daría para otro escrito-
es la importancia absolutamente fundamental de saber estructurar el uso del
tiempo.
Y, ahora
así, con esto acabo. El incentivo para escribir esta reflexión -mucho más larga
de lo que esperaba inicialmente- es que si voy por las mañanas a cortarme el
pelo -cuando hay menos gente y se me atiende antes-, mi peluquero me pregunta
si ya no tengo clases e indirectamente -entiendo yo- si ya estoy libre de
obligaciones. Creo que sobrepasaría el tiempo del corte de pelo si tuviera que
explicarle todo esto. Gracias, en todo caso, a mi peluquero por incitarme a
reflexionar sobre lo que hago en tanto que profesor.
Como bien dices, esta exposición describe una experiencia personal. Yo creo que la imagen que tiene la sociedad en general de los profesores de la universidad pública es que se trata de un trabajo muy cómodo, bien pagado, con pocas horas efectivas de trabajo, largas vacaciones, etc. Probablemente es una imagen injusta y en mi opinión se debe a que la falta de control sobre el desempeño resulta en que existen casos de total desinterés, falta de implicación, nulo trabajo de investigación, etc. Aunque se trate de una minoría, lamentablemente tienen mucha visibilidad y sobre todo impunidad porque es prácticamente imposible tomar medidas para evitarlo. El crecimiento imparable de la universidad privada tiene muchas causas pero los vicios de la pública y la resistencia a corregirlos por desgracia lo está facilitando.
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