A comienzos de julio de 2025 fui invitado a participar en el aula universitaria de la Semana Negra de Gijón. Es, como su nombre parcialmente indica, un conjunto de jornadas dedicadas a la novela negra.
Quiero, desde aquí, agradecer a Rubén Vega -profesor
de la Universidad de Oviedo- su amable invitación. Con ello sumo una persona
más a mis amigos de la entrañable ciudad de Gijón.
El texto que subo a este blog es una intensa
reelaboración de mi presentación oral, la cual se puede ver en este vídeo.
https://youtu.be/y2XTfS3YLqw?si=AZYCjcrMwvDm6duI
En este otro vídeo, se puede ver la presentación que
subí previamente a youtube.
https://www.youtube.com/watch?v=qkvmHvGTF84
Puede que las diez páginas de este texto sean una
extensión excesiva para un blog. Téngase en cuenta que es un resumen
actualizado del libro que sobre este mismo tema de las clases publiqué en 2022.
Esta obra se puede descargar en
https://www.researchgate.net/publication/384727738_Desigualdades_de_clase_social_en_el_siglo_XXI
Los misterios de las clases sociales
Hablar de clases sociales, qué duda
cabe, es entrar de lleno en un tema controvertido. De hecho, para algunos -y
baste citar el conocido ejemplo de Margaret Thatcher-, es cosa de marxistas y
de izquierdistas, pese a que el término clase se remonta a la antigua Roma o
más recientemente a la época de la Ilustración -a la teoría económica de la
fisiocracia-. Sin embargo, y con independencia de la ideología de cada cual,
cuando en los barómetros del CIS se pregunta a la gente a qué clase social considera
pertenecer, tan solo un porcentaje menor al 1% dice no creer en las clases
sociales.
La existencia de las clases lleva
aparejada la lucha entre ellas. Algún
millonario famoso, como Warren Buffet, dice claramente que existe la lucha de
clases y que la va ganando su propia clase social. Esta lucha, que habría que desdramatizar,
forma parte de la vida democrática. En cualquier sociedad hay que articular
intereses contradictorios. Un ejemplo de lucha de clases podría ser la
movilización por la subida del salario mínimo interprofesional o en favor de la
reducción de la jornada laboral y los consiguientes distintos puntos de vista
por parte de los agentes sociales, los sindicatos, las patronales, los partidos
políticos, los medios de comunicación…
1.
¿Qué son las clases sociales?
En una primera aproximación, la clase social guarda relación con el
modo en que cada cual se gana la vida. Una persona puede hacer un trabajo en el
que goza de amplia autonomía, mientras que otra se desenvuelve en un escenario
laboral en el que ha de obedecer órdenes continuamente u otra se puede procurar
el sustento siendo propietario de un negocio.
Cómo obtiene cada cual sus ingresos influye sobre las condiciones y
opciones vitales. Por ejemplo, un arquitecto -o cualquier otro tipo de
profesional de alto nivel- seguramente realice cierto tipo de consumos
culturales, gozará de mejor salud que la mayor parte de sus conciudadanos, sus
hijos tendrán más posibilidades de ser exitosos en el sistema educativo, es
casi seguro que participará de la conversación pública, no se abstendrá en las
elecciones, etc. Obviamente, esto también tiene que ver con la renta y la
riqueza de la que se pueda disponer. Pero esto no es suficiente. Basta para
ello pensar, como muestra, en el caso del burgués gentilhombre de Molière, ese
personaje que quería imitar las pautas culturales de la nobleza, pero no lo
consigue.
Las clases sociales no son entidades fijas. Las sociedades que se
configuran a partir de la Revolución Francesa ya no están formadas por castas,
es decir, por grupos sociales inamovibles como en la India o como ocurría con
los tres estados (clero, nobleza y tercer estado) en el Antiguo Régimen. Esto
quiere decir que la clase social es una posición adquirida, es decir, que uno
puede cambiar de clase, pese a que lo más habitual es quedarse donde se ha
nacido o experimentar un recorrido social -ascendente o descendente- muy corto.
Pero la de clase no es la única desigualdad social relevante. Junto a
ellas existen desigualdades derivadas de las diferencias naturales, lo que -por
recurrir a la jerga sociológica- podemos denominar posiciones adscritas. Se
nace hombre o mujer, miembro de un grupo étnico, en un determinado país o se tiene
determinada edad. Se trata de características que o bien no se pueden cambiar o
muy difícilmente se pueden modificar. Es verdad que, aunque complicado, se
puede cambiar de sexo (especialmente si hablamos del sexo registral). Es
posible obtener una nueva nacionalidad, pero -dependiendo del país de origen-
las dificultades para hacerlo pueden ser casi insuperables. Más complejo es
cambiar de grupo étnico (Michael Jackson lo intentó, pero con poco éxito).
Finalmente, en lo que se refiere a la edad, se pertenece a determinado grupo
etario durante un periodo cada vez más difuso. Por ejemplo, la edad a la que se
sigue siendo joven se va ampliando paulatinamente hasta superar los treinta
años.
Lo que se quiere decir al hablar de rasgos adscritos es que -si se es
mujer, si se pertenece a una minoría étnica marginada, si se es inmigrante o si
se es joven- las posibilidades de ocupar las posiciones de privilegio de la
estructura social se reducen considerablemente.
La población española parece sensible a estas desigualdades. En junio
de 2025, el CIS publicó una encuesta sobre desigualdades sociales. En una
escala de 1 al 10 en la que 1 significa que no existe desigualdad y 10 que esa
desigualdad es máxima, el 33,1% -es decir, un tercio de los encuestados-
concede un 10 a la desigualdad entre pobres y ricos, lo cual parece una
obviedad, sobre todo si pensamos en la extravagante boda de Jeff Bezos en
Venecia en junio de 2025. La nota media es 8. En el caso de las desigualdades
entre hombres y mujeres la nota baja a 6,25. Es llamativo que un 8,2% de los
entrevistados conceda un 1 a este tipo de desigualdad, es decir, considera que
no existe desigualdad de género. Se percibe como algo más intensa la
desigualdad entre jóvenes y adultos -6,61- y un poquito más alta -7-, entre
inmigrantes y autóctonos.
Cabría pensar en más desigualdades adscritas, como las derivadas de la
orientación sexual (aunque esta no es necesariamente visible), o la belleza
física (lo que a veces se llama el capital erótico: la gente cuyo físico
resulta atractivo, lo sea en función de su altura, su esbeltez, … lo suele
tener más fácil para promocionarse).
Volvamos a la cuestión de las clases
sociales. Existen dos enfoques a la hora de analizarlas. Por un lado,
tendríamos el enfoque gradacional[1] y, por
otro, el enfoque relacional. El primero quiere decir que clasificamos a la
gente en una clase social u otra en función del grado en el que tiene una
determinada característica. Si preguntáramos a la gente, la mayor parte diría
que se pertenece a una clase u otra en función del nivel de renta y de riqueza.
De este modo, los que ganan -por poner unas franjas aleatorias- menos de
15.000€ al año serían la clase baja, los que ingresan entre 15.000€ y 20.000€
serían la clase media-baja, los que ganan entre 20.000€ y 25.000€ serían la
clase media-media, y así sucesivamente. Otro criterio que se utiliza, o que se
podría utilizar -aunque ya apenas se recurre a él- es el estatus. Aquí se pide
a los entrevistados que digan qué puntuación -de 0 a 100, habitualmente-
otorgarían al prestigio concedido a tal o cual ocupación. Cuando así se
procede, se observa que, sistemáticamente, las ocupaciones de carácter intelectual
gozan de mayor prestigio que las de carácter manual. El marco teórico del enfoque
gradacional es la sociología estructural-funcionalista norteamericana de los años
cincuenta del siglo XX. Es también, claro está, el enfoque habitual que se
utiliza desde el ámbito de la economía.
El otro enfoque, el propio de la sociología, es el relacional. Viene a
decir que, cuando se define a una clase social se está al mismo tiempo hablando
del conjunto de relaciones que mantiene con respecto a otras clases sociales.
De tal manera que, si hablamos de la clase obrera, estamos hablando de la
relación que establece con la burguesía. La clase obrera es la clase que se ve
forzada a vender su fuerza de trabajo si es que quiere subsistir. Los enfoques
teóricos se basan en Karl Marx y en Max Weber. Sin duda. el analista más
destacado en el ámbito de (neo) marxismo es el sociólogo estadounidense Erik
Olin Wright. Entre los seguidores de Weber, destaca el sociólogo británico John
Goldthorpe. Veamos muy sucintamente sus planteamientos.
El gran giro teórico en el estudio de la clase proviene de Karl Marx,
quien estableció una concepción relacional de la estructura de clases. La clase
no es una mera agregación de individuos con características similares, sino una
posición en un sistema de relaciones sociales de producción. En el capitalismo,
las dos grandes clases son la burguesía, propietaria de los medios de
producción, y el proletariado, que no tiene más opción que vender su fuerza de
trabajo para sobrevivir.
Wright explica la configuración de las clases sociales a partir de
tres líneas divisorias. Por un lado, tenemos la propiedad o no propiedad de los
medios de producción. Los propietarios pueden ser de distinto tipo en función
del número de empleados con que cuenten. Aquí tendríamos a los capitalistas,
los pequeños empleadores y la pequeña burguesía. Los capitalistas emplean a
bastantes trabajadores, no está claro a cuántos, pero podría situarse a partir
de veinte empleados. Los pequeños
empleadores, como su propio nombre indica, emplean a poca gente. La diferencia
cualitativa con respecto a los capitalistas es que un pequeño empleador trabaja
también al pie del cañón con los demás trabajadores durante una buena parte de
su jornada. Un ejemplo televisivo podría ser el de la famosa serie Cheers.
El protagonista, Sam Malone, es propietario de un bar de Boston. En la serie se
le ve habitualmente trabajando en la barra del bar como un camarero más, pero
también se le puede ver en un despacho anejo desde el que gestionaría el
negocio. Y, finalmente, pertenecen a la
pequeña burguesía aquellos propietarios que son ellos mismos la única fuerza de
trabajo -quizás con la colaboración de algún familiar- de su empresa, de su
negocio (por ejemplo, un taxista o una esteticien que no tiene empleadas).
La siguiente línea divisoria es la del ejercicio de la autoridad, el
control de los empleados. Hay asalariados que ejercen funciones de control de
los trabajadores. Los hay que organizan el conjunto del proceso productivo en
una fábrica, en una empresa (por ejemplo, un ingeniero del tipo del creador del
taylorismo), o que ejercen una muy limitada autoridad (en la base serían los capataces).
Y, por otra parte, tenemos asalariados que gozan de un conocimiento
experto, un conocimiento escaso y de difícil supervisión. Este sería el caso de
un médico o de un programador informático.
Conviene no perder de vista que podría haber miembros de la población
activa en los que confluyeran estas tres líneas divisorias o dos de ellas. Es
decir, un capitalista puede ser alguien con un elevado nivel de conocimiento
experto y puede ser el mismo quien ejerza funciones de autoridad directa sobre
sus trabajadores. O un médico, puede ser al mismo tiempo jefe de servicio
(sería un directivo experto).
La principal ventaja de este enfoque es su capacidad para captar las
posiciones de clase contradictorias, es decir, situaciones en las que un
individuo puede compartir intereses con diferentes clases en función de los
ejes considerados.
Finalmente, quienes carecen de propiedad, autoridad o conocimiento
esotérico constituirían la clase obrera. Este esquema de Wright es muy
clarificador, pero no permite explicar las diferencias que podría haber dentro
de esa clase obrera definida negativamente por carecer de estos tres elementos.
De seguir el planteamiento de Wright, subsumiríamos en la clase obrera al
conjunto de los trabajadores de oficina, los cuales han sido tradicionalmente
considerados como la clase media -o si prefiere la nueva clase media para
diferenciarla de la vieja clase media o pequeña burguesía- por antonomasia.
Max Weber propuso un enfoque con más variables que el de Marx. Para
él, la posición de clase estaba ligada al acceso a bienes del mercado, pero
también reconocía el papel del estatus (prestigio social) y del partido (poder
político) como fuentes de desigualdad. Esta tradición inspiró a John
Goldthorpe, quien desarrolló el famoso esquema EGP
(Erikson-Goldthorpe-Portocarero), ampliamente utilizado en la sociología
empírica europea. Para
Goldthorpe, las clases derivan de la agrupación de las personas a partir de sus
ocupaciones, las cuales son categorizadas en función, por un lado, de sus
fuentes y niveles de renta, su grado de seguridad económica y las posibilidades
de ascenso económico; y, por otro, por su localización en las jerarquías de
control y autoridad en los lugares de trabajo. El resultado de la aplicación de
estos criterios es este esquema de siete clases.
CLASE DE SERVICIO
I. Profesionales superiores; directivos de
grandes empresas y grandes empleadores (más de 25 empleados).
II. Profesionales de nivel medio e inferior;
técnicos superiores, directivos de pequeñas empresas (menos de 25 empleados);
supervisores de empleados no manuales.
CLASES INTERMEDIAS
IIIa Empleados no manuales de rutina en la
administración y el comercio.
IIIb Trabajadores de servicios personales y
de seguridad.
IVa
Pequeños propietarios, artesanos, etc. con empleados (menos de 25).
IVb
Pequeños propietarios, artesanos, etc. sin empleados.
IVc
Agricultores, pescadores, etc.
V
Supervisores de trabajadores manuales, técnicos de nivel inferior, etc.
CLASE OBRERA
VI
Trabajadores manuales cualificados.
VIIa Trabajadores semicualificados y sin
cualificar no agrarios.
VIIb Trabajadores agrarios.
Aquí, como se ve, sí aparece claramente diferenciada una clase media
de trabajadores de cuello blanco junto a pequeños propietarios. Quizás, la
principal aportación de Goldthorpe sea su definición de la clase de servicio
-lo veremos enseguida-.
La clasificación que hacía el
CIS (hasta 2018) a partir de lo que denominaba el estatus socioeconómico
coincide básicamente con la de Goldthorpe. Donde pone clase alta y media alta,
se podría escribir clase de servicio. Y, por otro, lado Goldthorpe incluye a
los grandes propietarios -que son personas que apenas aparecen en las
encuestas- en la clase del servicio, mientras que el CIS los sitúa en las
clases medias.
|
Nº
casos |
%Total |
Clase
alta/media-alta |
629 |
21,1 |
Nuevas
clases medias |
694 |
23,3 |
Viejas
clases medias |
402 |
13,5 |
Obreros/as
cualificados/as |
830 |
27,9 |
Obreros/as no cualificados/as |
365 |
12,3 |
No
consta |
54 |
1,8 |
(N) |
2974 |
100 |
La composición de cada
uno de estos grupos es la siguiente:
** Clase alta/media-alta: Profesionales y
técnicos/as, directivos/as y cuadros medios
** Nuevas clases medias: Asalariados/as no
manuales
** Viejas clases medias: Empresarios/as,
autónomos/as y agricultores/as
** Obreros/as cualificados/as: Manuales
cualificados/as, semicualificados/as, capataces/zas y artesanos/as
** Obreros/as no cualificados/as: Obreros/as de
la industria y de los servicios, y jornaleros/as del campo.
2.
Descripción de las clases sociales.
A
continuación, veremos por separado estos grupos, los cuales serán cuatro ya que
se considerará como una sola clase a los dos colectivos de obreros
(cualificados y no cualificados).
2.1.
La clase de servicio
El primer grupo, como se ha
indicado, es grosso modo equiparable a la clase de servicio, término que
induce a la confusión (la clase de servicio no es sinónimo del sector terciario
de la economía). En realidad, clase de servicio es un término un tanto
despectivo que fue utilizado por Karl Renner, un marxista austriaco de
comienzos del siglo XX, para referirse a la clase que está al servicio de los
capitalistas. Sucede que llega un momento en que los procesos productivos son
tan sumamente complejos, que a los empleadores no les queda más remedio que
delegar autoridad y conocimiento especializado, es decir, se establece una relación
de confianza con determinado tipo de asalariados que ofrecen un conocimiento
esotérico, experto, especializado y que se encargan de organizar el proceso
productivo.
Se trata de una clase que disfruta de una seguridad relativa en el
empleo, es decir, desempeña trabajos fijos en la misma empresa. No obstante, tal
estabilidad es relativa. Basta con pensar en el despido masivo de controladores
aéreos que protagonizó Ronald Reagan, acto del cual todavía se resiente el
sistema aéreo estadounidense. Es una clase que goza de recompensas colaterales,
especialmente de aspecto prospectivo: la posibilidad de avanzar en la empresa o
la organización (también puede ser el Estado), disfrutar de un plan de pensiones,…
No necesariamente estas recompensas son de carácter prospectivo. Pueden, por
ejemplo, consistir en un seguro privado de sanidad o un coche de empresa.
Son empleados que cuentan con un cierto grado de autonomía, derivada
precisamente de la relación de confianza que mantienen con el empleador. Esta
autonomía es claramente más amplia en la medida en que el conocimiento de que
dispone el empleado sea más especializado.
Y por contra, y pese a que existen situaciones intermedias, el resto
de los asalariados lo que tiene no son unas relaciones de servicio, sino un
contrato de trabajo. Se trata de personas que tienen que seguir las normas
establecidas por quienes ocupan posiciones por encima de ellas. A modo de
ejemplo, un conductor de autobús ha de llevar a los pasajeros de un punto a
otro siguiendo un recorrido previamente establecido, pese a que pudiera conocer
un recorrido más adecuado (o uno nuevo como el que se describe magníficamente
en la aclamada película El 47).
2.2.
Nuevas y viejas clases
medias
Las nuevas clases medias están constituidas por asalariados de cuello
blanco, básicamente de oficina. Es el grupo por antonomasia de la clase media. Se
le podría añadir parte de los asalariados de cuello rosa (vendedores). Se trata
de una distinción que fue muy importante cuando buena parte de los asalariados
eran trabajadores manuales en las fábricas, y los trabajadores de oficina
estaban en un despacho dentro del mismo edificio de la fábrica. De nuevo, nos
podemos remitir a otro ejemplo cinematográfico, en este caso El buen patrón.
Pese a la sencillez de su delimitación, hay una cierta dificultad a la hora de
considerar como parte de la nueva clase media a trabajadores no manuales como
puedan ser quienes se desempeñan en un call center o en la recepción de
una clínica.
El término clase media es extremadamente confuso. Ya se ha señalado
que la mayor parte de la gente se considera clase media. De acuerdo con la
OCDE, pertenecería a la clase media toda aquella persona cuya renta estuviera
entre el 75% y el 200% de la mediana. Con este criterio, aproximadamente el 60%
de la población española sería clase media.
Las viejas clases medias -a las que también se puede denominar
pequeños propietarios o pequeña burguesía- constituyen el colectivo más fácil
de identificar, hasta el extremo de que prácticamente cuentan con una
definición oficial. Esto es lo que dice la página web de la Seguridad Social:
Se
entiende por trabajador por cuenta propia o autónomo, aquel que realiza de
forma habitual, personal y directa una actividad económica a título lucrativo,
sin sujeción por ella a contrato de trabajo, y aunque utilice el servicio
remunerado de otra persona, sea o no titular de empresa individual o familiar.
A pesar de la facilidad analítica que suministra esta definición, hay
mucha variedad. Se trata de un grupo que incluye, por ejemplo, al muy afluente
odontólogo propietario de su consulta en la cual podría trabajar él solo junto
con un empleado como recepcionista o tener una clínica con multitud de
personal. También incluye al pequeño propietario agrícola o al dueño de un bar.
Y para incrementar la variedad tenemos también un grupo relativamente nuevo
denominado TRADE. Este acrónimo quiere decir Trabajador Autónomo Económicamente
Dependiente. Es una contradicción en los términos: se es, a la vez, autónomo y
dependiente. Se trata de autónomos que facturan más del 75% a una sola empresa.
El ejemplo más conocido es el de los riders. Claramente, al menos en
este caso, se trata de falsos autónomos que realizan una actividad que debería
ser considerada como una relación laboral. De hecho, tanto algunos gobiernos
como algunos jueces están poniendo de manifiesto que es así.
2.3.
La clase obrera
La clase obrera -o trabajadora- está
constituida fundamental, pero no exclusivamente, por trabajadores de cuello
azul como puedan ser obreros de fábricas, del naval, de la minería, de la
construcción, del transporte… También incluye a empleados del sector de la
hostelería -camareros, por ejemplo- y del comercio -desde reponedores a
cajeras-. Con la masiva incorporación de la mujer de clase media y alta al
empleo y el creciente envejecimiento de la población, los trabajos de cuidados
-desempeñados por auxiliares de enfermería, empleadas del hogar, …- no paran de
crecer.
Hemos dicho antes que la clase trabajadora se define por su carencia
de propiedad, autoridad o conocimiento esotérico. La lucha histórica de la
clase obrera ha consistido en ganar parcelas de poder en estos tres aspectos,
especialmente el segundo que no es otro que la democratización de las
relaciones de producción. Este es un aspecto clave que conecta la lucha de los
trabajadores con la teoría de la alienación en Marx, la idea de que el
trabajador es poco más que un apéndice de la máquina que ha de seguir fielmente
las directrices de la empresa sin que su voz sea tenida en cuenta. En este
sentido, el denominado acuerdo socialdemócrata, un acuerdo tácito desarrollado en
Europa occidental -España fue una excepción- tras la Segunda Guerra Mundial,
vino a establecer que la burguesía concedía a los trabajadores subidas
salariales indexadas o por encima del IPC, pero a cambio no participaba en el
control y gestión de las empresas. En este sentido, cabe considerar que
nuestras sociedades democráticas actuales -las democracias liberales- son una
curiosa combinación contradictoria de dictadura y de democracia. Por un lado,
hay democracia en el sentido de que, en tanto que ciudadanos, tenemos una serie
de derechos (de asociación, libertad de expresión…), elegimos a nuestros
representantes en el parlamento, a los alcaldes, … pero cuando llegamos a las
empresas esto se acaba. Si un empleado es crítico con respecto al
funcionamiento de la empresa, pues simplemente puede ser o bien despedido o
puede no ser promocionado. Incluso lo que hace fuera de la empresa también
puede revertir. Ahora -julio de 2025- que estamos celebrando los veinte años
del matrimonio igualitario, hay gente que decía que cuando contrajo matrimonio
con alguien del mismo sexo lo tenía que ocultar a la empresa, porque si esta lo
supiera simplemente le despediría o le haría la vida imposible. Hasta el
momento, lo más lejos que se ha llegado en la democratización de las relaciones
de producción es la cogestión, la cual o no existe o es muy limitada, salvo la
posible excepción -igualmente escasa- de países como Suecia.
Con respecto a la propiedad, una solución democratizadora sería la
promoción de las cooperativas de trabajadores, es decir, que estos sean los
propietarios de los medios de producción. Se trata de algo que promueve -y
parece que esto ha caído en el olvido- la Constitución Española que en su
artículo 129.2 dice que “los poderes públicos promoverán eficazmente las
diversas formas de participación en la empresa y fomentarán mediante una
legislación adecuada, las sociedades cooperativas. También establecerán los
medios que faciliten el acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios
de producción”. Ni que decir tiene que este fue un precepto introducido por los
partidos de la izquierda.
Mucho menos se ha discutido sobre el conocimiento especializado de la
clase obrera. Se da por supuesto que, mayoritariamente, solo disponen de un
conocimiento de alto nivel quienes tienen un título universitario. Sin embargo,
si nos retrotraemos a la historia del capitalismo, la organización taylorista
de la producción no ha sido otra cosa que la extracción -incluso hurto- del
conocimiento de la clase obrera en beneficio de la clase empresarial.
En definitiva, pese a que los países de tradición socialdemócrata son
los más igualitarios y los más felices del mundo, son limitadamente
democráticos. Sería muy importante que la ciudadanía fuera consciente de que la
socialdemocracia no es lo mismo que socialismo democrático. Obviamente, este concepto
es una contradicción en los términos, puesto que no puede haber socialismo sin
democracia. Pero, dada la lamentable experiencia de los países del socialismo
real, de horrorosas dictaduras aún vigentes como las de Cuba, Corea del Norte,
China… o el lamentable experimento venezolano, no queda más remedio que
recurrir a esta expresión.
3.
Algunos efectos de la pertenencia de clase.
¿Qué
efectos sobre la salud, el nivel educativo y cultural, los estilos de vida y la
participación política, tiene la pertenencia a una clase u otra?
3.1.
Efectos sobre la salud.
Empecemos por la salud. Sabido es
que la esperanza de vida de las gentes de clase trabajadora es menor que la del
resto de las clases. La explicación -más allá de las diferencias que pudiera
haber en el acceso al sistema sanitario público y/o privado- radica en las
condiciones de trabajo. En una comparativa de ámbito europeo, se observa que la
gente de clase trabajadora se desenvuelve en actividades que exigen -en mucha
mayor medida que en el caso del resto de las clases sociales- estar más tiempo
de pie, soportar ruidos, tragar polvo, la realización de movimientos
repetitivos, el movimiento de objetos pesados… Donde más cerca están las clases
trabajadoras del resto es en la ejecución de movimientos reiterativos que
puedan dar lugar a molestias articulares -baste pensar en mover el ratón de un
ordenador, por ejemplo-.
En lo concerniente a la esperanza de vida, resulta pertinente hacer
referencia a la obra de Anne Case y Angus Deaton sobre las muertes por
desesperación que afectan a un grupo demográfico específico constituido por
varones de raza blanca en torno a los cincuenta años en los Estados Unidos. Esto
no sucede ni con los latinos ni con los afroamericanos. Tal sobremortalidad se
debe a los suicidios y al consumo de drogas, de alcohol. Lo que parece haber
ocurrido es que buena parte de esta población, sin estudios, mayoritariamente
de clase trabajadora manual, se ha quedado sin la referencia de una comunidad. Han
desaparecido los trabajos que realizaban en la industria. Están en desempleo o
pueden tener un trabajo precario, con lo cual no se generan los lazos con los
compañeros de trabajo que permiten crear una comunidad de amigos. Para colmo,
muchos de ellos no tienen una mujer con la que convivir, es decir no cuentan
con el soporte del llamado mankeeping, de cómo las mujeres se hacen
cargo del bienestar emocional de sus parejas. En muchas ocasiones, estos
hombres abocados a la desesperación votan a Donald Trump, con lo cual no se
ganan la simpatía de ciertos partidos o movimientos que crearían las
condiciones que harían posible que desapareciera esta lacra. La película Los
lunes al sol describe una escena de muerte por desesperación.
3.2.
Educación, cultura y estilos de vida.
En lo que se refiere a los niveles educativos, ya desde el primer
informe PISA -allá por el año 2000- sabemos que en todos los países
considerados les va peor en la escuela a los grupos de más bajo estatus
socioeconómico. Este estatus se construye a partir del nivel de estudios y de la
ocupación del padre y de la madre y de la posesión de ciertos elementos
culturales, como una buena conexión a Internet, el número de libros en casa, el
estar suscrito a algún periódico de información general, etc. Por poner solo
algunos ejemplos, con la misma puntuación en PISA un alumno de 16 años de
estatus socioeconómico bajo tiene -en el caso de España- 3,5 veces más posibilidades
de repetir curso que uno de nivel alto. Esto por no hablar de la divisoria
escuela pública-escuela privada o la creciente importancia de la llamada
educación en la sombra (clases particulares, academias, estancias en el
extranjero para aprender idiomas…). Todo esto pone en solfa el discurso sobre
la meritocracia. Se podrían añadir otras actividades, como la asistencia al
teatro, conciertos, museos, visitas culturales... Esto es un capital cultural
que heredan los hijos y que explica, de un modo bastante importante, el éxito
escolar diferencial.
El hecho
de pertenecer a una clase social afecta al modo como hablamos, a como nos vestimos,
a nuestra gestualidad, a con quienes nos relacionamos, etc. La gente tiene una
asombrosa capacidad para intuir -a partir de aspectos que normalmente pasan
desapercibidos- la clase social a la que pertenecen las personas con las que se
relaciona. Es lo que Bourdieu llamaba el habitus, un conjunto de
disposiciones, de maneras de comportarse que delatan de un modo inconsciente la
pertenencia de clase. Al igual que sucede con la propia clase social, el habitus
puede modificarse de acuerdo con la trayectoria social. El problema aquí reside
en que determinados habitus son los que conducen a ocupar las posiciones
más altas de la estructura social. De hecho, los gustos de los grupos
dominantes se imponen de un modo coactivo para triunfar en la escuela o acceder
a los empleos considerados más importantes. Baste con pensar en la arbitraria
imposición de códigos de vestimenta para trabajar en la City londinense
en la que el uso de unos zapatos de color marrón es anatema para la élite
financiera. Pero la cosa va más allá. El hecho de pertenecer a la clase media,
y muy especialmente a la clase alta, contribuye a la creación de un sentido de
superioridad y un acendrado egoísmo incompatibles con la convivencia
democrática. Los estudios realizados en el ámbito de la psicología social por
Keltner con el famoso experimento del llamado monstruo de las galletas (en el
que las personas de clase alta o con sensación de ser poderosas son las más
propensas a comerse la última galleta de un plato compartido por un grupo) son
buena prueba de ello.
3.3.
Comportamiento electoral
En
cuanto a la relación entre clase y voto, esta sigue existiendo si bien es
cierto que cada vez es menor si la comparamos con la de los años posteriores a
la Segunda Guerra Mundial. Aunque con los barómetros del CIS ya no se pueden
construir las clases sociales, sí permiten ver qué grupos ocupacionales tienen
mayor tendencia a votar a la derecha o a la izquierda. Se observa que el grupo
de directores y gerentes y el de pequeños propietarios es más dado a votar a
Vox y al PP. Lo contrario ocurre con los profesionales, científicos,
intelectuales, técnicos profesionales de grado medio con las ocupaciones
elementales. Lo más importante es la abstención, mucho mayor en las secciones
censales donde la clase obrera es porcentualmente mayor. Conviene hacer la
precisión de que tanto en los barómetros del CIS como en cualquier encuesta
electoral la abstención declarada es mucho menor que la real, es como si
algunos entrevistados sintieran cierta vergüenza a declararse
abstencionista.
Conclusiones.
Como conclusión, y como decía un
colega mío, las clases no existen, pero haberlas haylas. Esto podría explicar
el título de este texto. Cierto es que la gente tiene cada vez menos conciencia
de clase (lo que, en términos marxistas, se llamaría la clase para sí). Las
condiciones materiales de la producción lo explican muy fácilmente. No es lo
mismo trabajar en una mina -donde uno se ve con sus compañeros todos los días,
comparte peligros, es necesaria la cooperación…- que hacerlo como un rider
o como una camarera de piso en un hotel. Hoy en día, tenemos a una clase
trabajadora mucho más dispersa y variada que antaño. Sin embargo, y retornando
a Warren Buffett, hay ciertos grupos que sí parecen ser conscientes de sus
intereses y de su conciencia de clase.