lunes, 1 de septiembre de 2025

Los misterios de las clases sociales

 A comienzos de julio de 2025 fui invitado a participar en el aula universitaria de la Semana Negra de Gijón. Es, como su nombre parcialmente indica, un conjunto de jornadas dedicadas a la novela negra.

 

Quiero, desde aquí, agradecer a Rubén Vega -profesor de la Universidad de Oviedo- su amable invitación. Con ello sumo una persona más a mis amigos de la entrañable ciudad de Gijón.

 

El texto que subo a este blog es una intensa reelaboración de mi presentación oral, la cual se puede ver en este vídeo.

https://youtu.be/y2XTfS3YLqw?si=AZYCjcrMwvDm6duI

 

En este otro vídeo, se puede ver la presentación que subí previamente a youtube.

https://www.youtube.com/watch?v=qkvmHvGTF84

 

Puede que las diez páginas de este texto sean una extensión excesiva para un blog. Téngase en cuenta que es un resumen actualizado del libro que sobre este mismo tema de las clases publiqué en 2022. Esta obra se puede descargar en

https://www.researchgate.net/publication/384727738_Desigualdades_de_clase_social_en_el_siglo_XXI

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Los misterios de las clases sociales

 

            Hablar de clases sociales, qué duda cabe, es entrar de lleno en un tema controvertido. De hecho, para algunos -y baste citar el conocido ejemplo de Margaret Thatcher-, es cosa de marxistas y de izquierdistas, pese a que el término clase se remonta a la antigua Roma o más recientemente a la época de la Ilustración -a la teoría económica de la fisiocracia-. Sin embargo, y con independencia de la ideología de cada cual, cuando en los barómetros del CIS se pregunta a la gente a qué clase social considera pertenecer, tan solo un porcentaje menor al 1% dice no creer en las clases sociales.

 

            La existencia de las clases lleva aparejada la lucha entre ellas. Algún millonario famoso, como Warren Buffet, dice claramente que existe la lucha de clases y que la va ganando su propia clase social. Esta lucha, que habría que desdramatizar, forma parte de la vida democrática. En cualquier sociedad hay que articular intereses contradictorios. Un ejemplo de lucha de clases podría ser la movilización por la subida del salario mínimo interprofesional o en favor de la reducción de la jornada laboral y los consiguientes distintos puntos de vista por parte de los agentes sociales, los sindicatos, las patronales, los partidos políticos, los medios de comunicación…

 

1.    ¿Qué son las clases sociales?

En una primera aproximación, la clase social guarda relación con el modo en que cada cual se gana la vida. Una persona puede hacer un trabajo en el que goza de amplia autonomía, mientras que otra se desenvuelve en un escenario laboral en el que ha de obedecer órdenes continuamente u otra se puede procurar el sustento siendo propietario de un negocio.

 

Cómo obtiene cada cual sus ingresos influye sobre las condiciones y opciones vitales. Por ejemplo, un arquitecto -o cualquier otro tipo de profesional de alto nivel- seguramente realice cierto tipo de consumos culturales, gozará de mejor salud que la mayor parte de sus conciudadanos, sus hijos tendrán más posibilidades de ser exitosos en el sistema educativo, es casi seguro que participará de la conversación pública, no se abstendrá en las elecciones, etc. Obviamente, esto también tiene que ver con la renta y la riqueza de la que se pueda disponer. Pero esto no es suficiente. Basta para ello pensar, como muestra, en el caso del burgués gentilhombre de Molière, ese personaje que quería imitar las pautas culturales de la nobleza, pero no lo consigue.

 

Las clases sociales no son entidades fijas. Las sociedades que se configuran a partir de la Revolución Francesa ya no están formadas por castas, es decir, por grupos sociales inamovibles como en la India o como ocurría con los tres estados (clero, nobleza y tercer estado) en el Antiguo Régimen. Esto quiere decir que la clase social es una posición adquirida, es decir, que uno puede cambiar de clase, pese a que lo más habitual es quedarse donde se ha nacido o experimentar un recorrido social -ascendente o descendente- muy corto.

 

Pero la de clase no es la única desigualdad social relevante. Junto a ellas existen desigualdades derivadas de las diferencias naturales, lo que -por recurrir a la jerga sociológica- podemos denominar posiciones adscritas. Se nace hombre o mujer, miembro de un grupo étnico, en un determinado país o se tiene determinada edad. Se trata de características que o bien no se pueden cambiar o muy difícilmente se pueden modificar. Es verdad que, aunque complicado, se puede cambiar de sexo (especialmente si hablamos del sexo registral). Es posible obtener una nueva nacionalidad, pero -dependiendo del país de origen- las dificultades para hacerlo pueden ser casi insuperables. Más complejo es cambiar de grupo étnico (Michael Jackson lo intentó, pero con poco éxito). Finalmente, en lo que se refiere a la edad, se pertenece a determinado grupo etario durante un periodo cada vez más difuso. Por ejemplo, la edad a la que se sigue siendo joven se va ampliando paulatinamente hasta superar los treinta años.

 

Lo que se quiere decir al hablar de rasgos adscritos es que -si se es mujer, si se pertenece a una minoría étnica marginada, si se es inmigrante o si se es joven- las posibilidades de ocupar las posiciones de privilegio de la estructura social se reducen considerablemente.

 

La población española parece sensible a estas desigualdades. En junio de 2025, el CIS publicó una encuesta sobre desigualdades sociales. En una escala de 1 al 10 en la que 1 significa que no existe desigualdad y 10 que esa desigualdad es máxima, el 33,1% -es decir, un tercio de los encuestados- concede un 10 a la desigualdad entre pobres y ricos, lo cual parece una obviedad, sobre todo si pensamos en la extravagante boda de Jeff Bezos en Venecia en junio de 2025. La nota media es 8. En el caso de las desigualdades entre hombres y mujeres la nota baja a 6,25. Es llamativo que un 8,2% de los entrevistados conceda un 1 a este tipo de desigualdad, es decir, considera que no existe desigualdad de género. Se percibe como algo más intensa la desigualdad entre jóvenes y adultos -6,61- y un poquito más alta -7-, entre inmigrantes y autóctonos.

 

Cabría pensar en más desigualdades adscritas, como las derivadas de la orientación sexual (aunque esta no es necesariamente visible), o la belleza física (lo que a veces se llama el capital erótico: la gente cuyo físico resulta atractivo, lo sea en función de su altura, su esbeltez, … lo suele tener más fácil para promocionarse).

 

            Volvamos a la cuestión de las clases sociales. Existen dos enfoques a la hora de analizarlas. Por un lado, tendríamos el enfoque gradacional[1] y, por otro, el enfoque relacional. El primero quiere decir que clasificamos a la gente en una clase social u otra en función del grado en el que tiene una determinada característica. Si preguntáramos a la gente, la mayor parte diría que se pertenece a una clase u otra en función del nivel de renta y de riqueza. De este modo, los que ganan -por poner unas franjas aleatorias- menos de 15.000€ al año serían la clase baja, los que ingresan entre 15.000€ y 20.000€ serían la clase media-baja, los que ganan entre 20.000€ y 25.000€ serían la clase media-media, y así sucesivamente. Otro criterio que se utiliza, o que se podría utilizar -aunque ya apenas se recurre a él- es el estatus. Aquí se pide a los entrevistados que digan qué puntuación -de 0 a 100, habitualmente- otorgarían al prestigio concedido a tal o cual ocupación. Cuando así se procede, se observa que, sistemáticamente, las ocupaciones de carácter intelectual gozan de mayor prestigio que las de carácter manual. El marco teórico del enfoque gradacional es la sociología estructural-funcionalista norteamericana de los años cincuenta del siglo XX. Es también, claro está, el enfoque habitual que se utiliza desde el ámbito de la economía.

 

El otro enfoque, el propio de la sociología, es el relacional. Viene a decir que, cuando se define a una clase social se está al mismo tiempo hablando del conjunto de relaciones que mantiene con respecto a otras clases sociales. De tal manera que, si hablamos de la clase obrera, estamos hablando de la relación que establece con la burguesía. La clase obrera es la clase que se ve forzada a vender su fuerza de trabajo si es que quiere subsistir. Los enfoques teóricos se basan en Karl Marx y en Max Weber. Sin duda. el analista más destacado en el ámbito de (neo) marxismo es el sociólogo estadounidense Erik Olin Wright. Entre los seguidores de Weber, destaca el sociólogo británico John Goldthorpe. Veamos muy sucintamente sus planteamientos.

 

El gran giro teórico en el estudio de la clase proviene de Karl Marx, quien estableció una concepción relacional de la estructura de clases. La clase no es una mera agregación de individuos con características similares, sino una posición en un sistema de relaciones sociales de producción. En el capitalismo, las dos grandes clases son la burguesía, propietaria de los medios de producción, y el proletariado, que no tiene más opción que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir.

 

Wright explica la configuración de las clases sociales a partir de tres líneas divisorias. Por un lado, tenemos la propiedad o no propiedad de los medios de producción. Los propietarios pueden ser de distinto tipo en función del número de empleados con que cuenten. Aquí tendríamos a los capitalistas, los pequeños empleadores y la pequeña burguesía. Los capitalistas emplean a bastantes trabajadores, no está claro a cuántos, pero podría situarse a partir de veinte empleados.  Los pequeños empleadores, como su propio nombre indica, emplean a poca gente. La diferencia cualitativa con respecto a los capitalistas es que un pequeño empleador trabaja también al pie del cañón con los demás trabajadores durante una buena parte de su jornada. Un ejemplo televisivo podría ser el de la famosa serie Cheers. El protagonista, Sam Malone, es propietario de un bar de Boston. En la serie se le ve habitualmente trabajando en la barra del bar como un camarero más, pero también se le puede ver en un despacho anejo desde el que gestionaría el negocio.  Y, finalmente, pertenecen a la pequeña burguesía aquellos propietarios que son ellos mismos la única fuerza de trabajo -quizás con la colaboración de algún familiar- de su empresa, de su negocio (por ejemplo, un taxista o una esteticien que no tiene empleadas). 

 

La siguiente línea divisoria es la del ejercicio de la autoridad, el control de los empleados. Hay asalariados que ejercen funciones de control de los trabajadores. Los hay que organizan el conjunto del proceso productivo en una fábrica, en una empresa (por ejemplo, un ingeniero del tipo del creador del taylorismo), o que ejercen una muy limitada autoridad (en la base serían los capataces).

 

Y, por otra parte, tenemos asalariados que gozan de un conocimiento experto, un conocimiento escaso y de difícil supervisión. Este sería el caso de un médico o de un programador informático.

 

Conviene no perder de vista que podría haber miembros de la población activa en los que confluyeran estas tres líneas divisorias o dos de ellas. Es decir, un capitalista puede ser alguien con un elevado nivel de conocimiento experto y puede ser el mismo quien ejerza funciones de autoridad directa sobre sus trabajadores. O un médico, puede ser al mismo tiempo jefe de servicio (sería un directivo experto).

 

La principal ventaja de este enfoque es su capacidad para captar las posiciones de clase contradictorias, es decir, situaciones en las que un individuo puede compartir intereses con diferentes clases en función de los ejes considerados.

 

Finalmente, quienes carecen de propiedad, autoridad o conocimiento esotérico constituirían la clase obrera. Este esquema de Wright es muy clarificador, pero no permite explicar las diferencias que podría haber dentro de esa clase obrera definida negativamente por carecer de estos tres elementos. De seguir el planteamiento de Wright, subsumiríamos en la clase obrera al conjunto de los trabajadores de oficina, los cuales han sido tradicionalmente considerados como la clase media -o si prefiere la nueva clase media para diferenciarla de la vieja clase media o pequeña burguesía- por antonomasia.

 

Max Weber propuso un enfoque con más variables que el de Marx. Para él, la posición de clase estaba ligada al acceso a bienes del mercado, pero también reconocía el papel del estatus (prestigio social) y del partido (poder político) como fuentes de desigualdad. Esta tradición inspiró a John Goldthorpe, quien desarrolló el famoso esquema EGP (Erikson-Goldthorpe-Portocarero), ampliamente utilizado en la sociología empírica europea. Para Goldthorpe, las clases derivan de la agrupación de las personas a partir de sus ocupaciones, las cuales son categorizadas en función, por un lado, de sus fuentes y niveles de renta, su grado de seguridad económica y las posibilidades de ascenso económico; y, por otro, por su localización en las jerarquías de control y autoridad en los lugares de trabajo. El resultado de la aplicación de estos criterios es este esquema de siete clases.

 

CLASE DE SERVICIO                                                   

I. Profesionales superiores; directivos de grandes empresas y grandes empleadores (más de 25 empleados).

II. Profesionales de nivel medio e inferior; técnicos superiores, directivos de pequeñas empresas (menos de 25 empleados); supervisores de empleados no manuales.

 

CLASES INTERMEDIAS

IIIa Empleados no manuales de rutina en la administración y el comercio.

IIIb Trabajadores de servicios personales y de seguridad.

IVa  Pequeños propietarios, artesanos, etc. con empleados (menos de 25).

IVb  Pequeños propietarios, artesanos, etc. sin empleados.

IVc  Agricultores, pescadores, etc.

V    Supervisores de trabajadores manuales, técnicos de nivel inferior, etc.

 

CLASE OBRERA

VI   Trabajadores manuales cualificados.

VIIa Trabajadores semicualificados y sin cualificar no agrarios.

VIIb Trabajadores agrarios.

 

Aquí, como se ve, sí aparece claramente diferenciada una clase media de trabajadores de cuello blanco junto a pequeños propietarios. Quizás, la principal aportación de Goldthorpe sea su definición de la clase de servicio -lo veremos enseguida-.

 

 La clasificación que hacía el CIS (hasta 2018) a partir de lo que denominaba el estatus socioeconómico coincide básicamente con la de Goldthorpe. Donde pone clase alta y media alta, se podría escribir clase de servicio. Y, por otro, lado Goldthorpe incluye a los grandes propietarios -que son personas que apenas aparecen en las encuestas- en la clase del servicio, mientras que el CIS los sitúa en las clases medias.

 

 

Nº casos

           %Total

Clase alta/media-alta

629

21,1

Nuevas clases medias

694

23,3

Viejas clases medias

402

13,5

Obreros/as cualificados/as

830

27,9

Obreros/as no cualificados/as

365

12,3

No consta

54

1,8

(N)

2974

100

 

La composición de cada uno de estos grupos es la siguiente:

** Clase alta/media-alta: Profesionales y técnicos/as, directivos/as y cuadros medios

** Nuevas clases medias: Asalariados/as no manuales

** Viejas clases medias: Empresarios/as, autónomos/as y agricultores/as

** Obreros/as cualificados/as: Manuales cualificados/as, semicualificados/as, capataces/zas y artesanos/as

** Obreros/as no cualificados/as: Obreros/as de la industria y de los servicios, y jornaleros/as del campo.

 

2.    Descripción de las clases sociales.

            A continuación, veremos por separado estos grupos, los cuales serán cuatro ya que se considerará como una sola clase a los dos colectivos de obreros (cualificados y no cualificados).

 

2.1.       La clase de servicio

            El primer grupo, como se ha indicado, es grosso modo equiparable a la clase de servicio, término que induce a la confusión (la clase de servicio no es sinónimo del sector terciario de la economía). En realidad, clase de servicio es un término un tanto despectivo que fue utilizado por Karl Renner, un marxista austriaco de comienzos del siglo XX, para referirse a la clase que está al servicio de los capitalistas. Sucede que llega un momento en que los procesos productivos son tan sumamente complejos, que a los empleadores no les queda más remedio que delegar autoridad y conocimiento especializado, es decir, se establece una relación de confianza con determinado tipo de asalariados que ofrecen un conocimiento esotérico, experto, especializado y que se encargan de organizar el proceso productivo.

 

Se trata de una clase que disfruta de una seguridad relativa en el empleo, es decir, desempeña trabajos fijos en la misma empresa. No obstante, tal estabilidad es relativa. Basta con pensar en el despido masivo de controladores aéreos que protagonizó Ronald Reagan, acto del cual todavía se resiente el sistema aéreo estadounidense. Es una clase que goza de recompensas colaterales, especialmente de aspecto prospectivo: la posibilidad de avanzar en la empresa o la organización (también puede ser el Estado), disfrutar de un plan de pensiones,… No necesariamente estas recompensas son de carácter prospectivo. Pueden, por ejemplo, consistir en un seguro privado de sanidad o un coche de empresa.

 

Son empleados que cuentan con un cierto grado de autonomía, derivada precisamente de la relación de confianza que mantienen con el empleador. Esta autonomía es claramente más amplia en la medida en que el conocimiento de que dispone el empleado sea más especializado.

 

Y por contra, y pese a que existen situaciones intermedias, el resto de los asalariados lo que tiene no son unas relaciones de servicio, sino un contrato de trabajo. Se trata de personas que tienen que seguir las normas establecidas por quienes ocupan posiciones por encima de ellas. A modo de ejemplo, un conductor de autobús ha de llevar a los pasajeros de un punto a otro siguiendo un recorrido previamente establecido, pese a que pudiera conocer un recorrido más adecuado (o uno nuevo como el que se describe magníficamente en la aclamada película El 47).

 

2.2.       Nuevas y viejas clases medias

Las nuevas clases medias están constituidas por asalariados de cuello blanco, básicamente de oficina. Es el grupo por antonomasia de la clase media. Se le podría añadir parte de los asalariados de cuello rosa (vendedores). Se trata de una distinción que fue muy importante cuando buena parte de los asalariados eran trabajadores manuales en las fábricas, y los trabajadores de oficina estaban en un despacho dentro del mismo edificio de la fábrica. De nuevo, nos podemos remitir a otro ejemplo cinematográfico, en este caso El buen patrón. Pese a la sencillez de su delimitación, hay una cierta dificultad a la hora de considerar como parte de la nueva clase media a trabajadores no manuales como puedan ser quienes se desempeñan en un call center o en la recepción de una clínica.

 

El término clase media es extremadamente confuso. Ya se ha señalado que la mayor parte de la gente se considera clase media. De acuerdo con la OCDE, pertenecería a la clase media toda aquella persona cuya renta estuviera entre el 75% y el 200% de la mediana. Con este criterio, aproximadamente el 60% de la población española sería clase media.

 

Las viejas clases medias -a las que también se puede denominar pequeños propietarios o pequeña burguesía- constituyen el colectivo más fácil de identificar, hasta el extremo de que prácticamente cuentan con una definición oficial. Esto es lo que dice la página web de la Seguridad Social:

 

Se entiende por trabajador por cuenta propia o autónomo, aquel que realiza de forma habitual, personal y directa una actividad económica a título lucrativo, sin sujeción por ella a contrato de trabajo, y aunque utilice el servicio remunerado de otra persona, sea o no titular de empresa individual o familiar.

 

A pesar de la facilidad analítica que suministra esta definición, hay mucha variedad. Se trata de un grupo que incluye, por ejemplo, al muy afluente odontólogo propietario de su consulta en la cual podría trabajar él solo junto con un empleado como recepcionista o tener una clínica con multitud de personal. También incluye al pequeño propietario agrícola o al dueño de un bar. Y para incrementar la variedad tenemos también un grupo relativamente nuevo denominado TRADE. Este acrónimo quiere decir Trabajador Autónomo Económicamente Dependiente. Es una contradicción en los términos: se es, a la vez, autónomo y dependiente. Se trata de autónomos que facturan más del 75% a una sola empresa. El ejemplo más conocido es el de los riders. Claramente, al menos en este caso, se trata de falsos autónomos que realizan una actividad que debería ser considerada como una relación laboral. De hecho, tanto algunos gobiernos como algunos jueces están poniendo de manifiesto que es así.

 

2.3.       La clase obrera

            La clase obrera -o trabajadora- está constituida fundamental, pero no exclusivamente, por trabajadores de cuello azul como puedan ser obreros de fábricas, del naval, de la minería, de la construcción, del transporte… También incluye a empleados del sector de la hostelería -camareros, por ejemplo- y del comercio -desde reponedores a cajeras-. Con la masiva incorporación de la mujer de clase media y alta al empleo y el creciente envejecimiento de la población, los trabajos de cuidados -desempeñados por auxiliares de enfermería, empleadas del hogar, …- no paran de crecer.

 

Hemos dicho antes que la clase trabajadora se define por su carencia de propiedad, autoridad o conocimiento esotérico. La lucha histórica de la clase obrera ha consistido en ganar parcelas de poder en estos tres aspectos, especialmente el segundo que no es otro que la democratización de las relaciones de producción. Este es un aspecto clave que conecta la lucha de los trabajadores con la teoría de la alienación en Marx, la idea de que el trabajador es poco más que un apéndice de la máquina que ha de seguir fielmente las directrices de la empresa sin que su voz sea tenida en cuenta. En este sentido, el denominado acuerdo socialdemócrata, un acuerdo tácito desarrollado en Europa occidental -España fue una excepción- tras la Segunda Guerra Mundial, vino a establecer que la burguesía concedía a los trabajadores subidas salariales indexadas o por encima del IPC, pero a cambio no participaba en el control y gestión de las empresas. En este sentido, cabe considerar que nuestras sociedades democráticas actuales -las democracias liberales- son una curiosa combinación contradictoria de dictadura y de democracia. Por un lado, hay democracia en el sentido de que, en tanto que ciudadanos, tenemos una serie de derechos (de asociación, libertad de expresión…), elegimos a nuestros representantes en el parlamento, a los alcaldes, … pero cuando llegamos a las empresas esto se acaba. Si un empleado es crítico con respecto al funcionamiento de la empresa, pues simplemente puede ser o bien despedido o puede no ser promocionado. Incluso lo que hace fuera de la empresa también puede revertir. Ahora -julio de 2025- que estamos celebrando los veinte años del matrimonio igualitario, hay gente que decía que cuando contrajo matrimonio con alguien del mismo sexo lo tenía que ocultar a la empresa, porque si esta lo supiera simplemente le despediría o le haría la vida imposible. Hasta el momento, lo más lejos que se ha llegado en la democratización de las relaciones de producción es la cogestión, la cual o no existe o es muy limitada, salvo la posible excepción -igualmente escasa- de países como Suecia.

 

Con respecto a la propiedad, una solución democratizadora sería la promoción de las cooperativas de trabajadores, es decir, que estos sean los propietarios de los medios de producción. Se trata de algo que promueve -y parece que esto ha caído en el olvido- la Constitución Española que en su artículo 129.2 dice que “los poderes públicos promoverán eficazmente las diversas formas de participación en la empresa y fomentarán mediante una legislación adecuada, las sociedades cooperativas. También establecerán los medios que faciliten el acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción”. Ni que decir tiene que este fue un precepto introducido por los partidos de la izquierda.

 

Mucho menos se ha discutido sobre el conocimiento especializado de la clase obrera. Se da por supuesto que, mayoritariamente, solo disponen de un conocimiento de alto nivel quienes tienen un título universitario. Sin embargo, si nos retrotraemos a la historia del capitalismo, la organización taylorista de la producción no ha sido otra cosa que la extracción -incluso hurto- del conocimiento de la clase obrera en beneficio de la clase empresarial.

 

En definitiva, pese a que los países de tradición socialdemócrata son los más igualitarios y los más felices del mundo, son limitadamente democráticos. Sería muy importante que la ciudadanía fuera consciente de que la socialdemocracia no es lo mismo que socialismo democrático. Obviamente, este concepto es una contradicción en los términos, puesto que no puede haber socialismo sin democracia. Pero, dada la lamentable experiencia de los países del socialismo real, de horrorosas dictaduras aún vigentes como las de Cuba, Corea del Norte, China… o el lamentable experimento venezolano, no queda más remedio que recurrir a esta expresión.

 

3.    Algunos efectos de la pertenencia de clase.

            ¿Qué efectos sobre la salud, el nivel educativo y cultural, los estilos de vida y la participación política, tiene la pertenencia a una clase u otra?

 

3.1.       Efectos sobre la salud.

            Empecemos por la salud. Sabido es que la esperanza de vida de las gentes de clase trabajadora es menor que la del resto de las clases. La explicación -más allá de las diferencias que pudiera haber en el acceso al sistema sanitario público y/o privado- radica en las condiciones de trabajo. En una comparativa de ámbito europeo, se observa que la gente de clase trabajadora se desenvuelve en actividades que exigen -en mucha mayor medida que en el caso del resto de las clases sociales- estar más tiempo de pie, soportar ruidos, tragar polvo, la realización de movimientos repetitivos, el movimiento de objetos pesados… Donde más cerca están las clases trabajadoras del resto es en la ejecución de movimientos reiterativos que puedan dar lugar a molestias articulares -baste pensar en mover el ratón de un ordenador, por ejemplo-.

 

En lo concerniente a la esperanza de vida, resulta pertinente hacer referencia a la obra de Anne Case y Angus Deaton sobre las muertes por desesperación que afectan a un grupo demográfico específico constituido por varones de raza blanca en torno a los cincuenta años en los Estados Unidos. Esto no sucede ni con los latinos ni con los afroamericanos. Tal sobremortalidad se debe a los suicidios y al consumo de drogas, de alcohol. Lo que parece haber ocurrido es que buena parte de esta población, sin estudios, mayoritariamente de clase trabajadora manual, se ha quedado sin la referencia de una comunidad. Han desaparecido los trabajos que realizaban en la industria. Están en desempleo o pueden tener un trabajo precario, con lo cual no se generan los lazos con los compañeros de trabajo que permiten crear una comunidad de amigos. Para colmo, muchos de ellos no tienen una mujer con la que convivir, es decir no cuentan con el soporte del llamado mankeeping, de cómo las mujeres se hacen cargo del bienestar emocional de sus parejas. En muchas ocasiones, estos hombres abocados a la desesperación votan a Donald Trump, con lo cual no se ganan la simpatía de ciertos partidos o movimientos que crearían las condiciones que harían posible que desapareciera esta lacra. La película Los lunes al sol describe una escena de muerte por desesperación.

 

3.2.       Educación, cultura y estilos de vida.

En lo que se refiere a los niveles educativos, ya desde el primer informe PISA -allá por el año 2000- sabemos que en todos los países considerados les va peor en la escuela a los grupos de más bajo estatus socioeconómico. Este estatus se construye a partir del nivel de estudios y de la ocupación del padre y de la madre y de la posesión de ciertos elementos culturales, como una buena conexión a Internet, el número de libros en casa, el estar suscrito a algún periódico de información general, etc. Por poner solo algunos ejemplos, con la misma puntuación en PISA un alumno de 16 años de estatus socioeconómico bajo tiene -en el caso de España- 3,5 veces más posibilidades de repetir curso que uno de nivel alto. Esto por no hablar de la divisoria escuela pública-escuela privada o la creciente importancia de la llamada educación en la sombra (clases particulares, academias, estancias en el extranjero para aprender idiomas…). Todo esto pone en solfa el discurso sobre la meritocracia. Se podrían añadir otras actividades, como la asistencia al teatro, conciertos, museos, visitas culturales... Esto es un capital cultural que heredan los hijos y que explica, de un modo bastante importante, el éxito escolar diferencial.

 

El hecho de pertenecer a una clase social afecta al modo como hablamos, a como nos vestimos, a nuestra gestualidad, a con quienes nos relacionamos, etc. La gente tiene una asombrosa capacidad para intuir -a partir de aspectos que normalmente pasan desapercibidos- la clase social a la que pertenecen las personas con las que se relaciona. Es lo que Bourdieu llamaba el habitus, un conjunto de disposiciones, de maneras de comportarse que delatan de un modo inconsciente la pertenencia de clase. Al igual que sucede con la propia clase social, el habitus puede modificarse de acuerdo con la trayectoria social. El problema aquí reside en que determinados habitus son los que conducen a ocupar las posiciones más altas de la estructura social. De hecho, los gustos de los grupos dominantes se imponen de un modo coactivo para triunfar en la escuela o acceder a los empleos considerados más importantes. Baste con pensar en la arbitraria imposición de códigos de vestimenta para trabajar en la City londinense en la que el uso de unos zapatos de color marrón es anatema para la élite financiera. Pero la cosa va más allá. El hecho de pertenecer a la clase media, y muy especialmente a la clase alta, contribuye a la creación de un sentido de superioridad y un acendrado egoísmo incompatibles con la convivencia democrática. Los estudios realizados en el ámbito de la psicología social por Keltner con el famoso experimento del llamado monstruo de las galletas (en el que las personas de clase alta o con sensación de ser poderosas son las más propensas a comerse la última galleta de un plato compartido por un grupo) son buena prueba de ello.

 

3.3.       Comportamiento electoral

            En cuanto a la relación entre clase y voto, esta sigue existiendo si bien es cierto que cada vez es menor si la comparamos con la de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Aunque con los barómetros del CIS ya no se pueden construir las clases sociales, sí permiten ver qué grupos ocupacionales tienen mayor tendencia a votar a la derecha o a la izquierda. Se observa que el grupo de directores y gerentes y el de pequeños propietarios es más dado a votar a Vox y al PP. Lo contrario ocurre con los profesionales, científicos, intelectuales, técnicos profesionales de grado medio con las ocupaciones elementales. Lo más importante es la abstención, mucho mayor en las secciones censales donde la clase obrera es porcentualmente mayor. Conviene hacer la precisión de que tanto en los barómetros del CIS como en cualquier encuesta electoral la abstención declarada es mucho menor que la real, es como si algunos entrevistados sintieran cierta vergüenza a declararse abstencionista. 

 

Conclusiones.

            Como conclusión, y como decía un colega mío, las clases no existen, pero haberlas haylas. Esto podría explicar el título de este texto. Cierto es que la gente tiene cada vez menos conciencia de clase (lo que, en términos marxistas, se llamaría la clase para sí). Las condiciones materiales de la producción lo explican muy fácilmente. No es lo mismo trabajar en una mina -donde uno se ve con sus compañeros todos los días, comparte peligros, es necesaria la cooperación…- que hacerlo como un rider o como una camarera de piso en un hotel. Hoy en día, tenemos a una clase trabajadora mucho más dispersa y variada que antaño. Sin embargo, y retornando a Warren Buffett, hay ciertos grupos que sí parecen ser conscientes de sus intereses y de su conciencia de clase.

 



[1] Soy consciente de que esta palabra, de momento, no está recogida en el DRAE. 

viernes, 13 de diciembre de 2024

ChatGPT: un aliado para la docencia

Son muchos los profesores, especialmente los de universidad, preocupados por los efectos nocivos que sobre el estudiantado pudiera derivarse del uso de la inteligencia artificial (IA). ChatGPT —o cualquier otra aplicación similar— tiene la capacidad de redactar prácticamente cualquier trabajo que se le solicite, lo que puede abrir la puerta al fraude académico.

En realidad, esta probabilidad de fraude no es ninguna novedad. Hasta ahora, quien así se lo pudiera permitir podría encargar la redacción de un texto a otra persona (pagando por ello, si es que fuera el caso). La novedad que introduce la IA es que tal posible encargo está ya al alcance de cualquiera. Lo que parece claro es que nunca se debió aceptar la mera entrega de un trabajo como un elemento evaluable (cosa que hasta hace poco ocurría con los Trabajos de Fin de Grado en algunas facultades). A partir de ahora, no quedaría más remedio que todo escrito que presente un estudiante deba ser defendido en público (o si se quiere ante el profesor en una sesión cara a cara).

Pese a que alguna profesora (se puede ver un caso viral en https://time.com/7026050/chatgpt-quit-teaching-ai-essay/) ya ha anunciado su voluntad de abandonar la enseñanza universitaria ante la irrupción de la IA, creo que son muchas las ventajas que se pueden derivar de su uso. Para empezar, todo estudiante tiene la posibilidad de autoevaluar su propio escrito (aunque pueda no ser muy propio si lo copia directamente de ChatGPT). En mi caso, esto es lo que propondré a mis estudiantes que escriban en ChatGPT:

Evalúa este texto que adjunto escrito por un estudiante universitario de sociología. Indica qué ha hecho bien, qué puede mejorar. qué debe modificar. Analízalo teniendo en cuenta la claridad expositiva, la coherencia, la inteligibilidad, sus posibles aportaciones y la riqueza léxica. Dime qué nota le pondrías del 1 al 10.

Gracias a esta estrategia, podré gestionar mejor el gran volumen de textos que he de evaluar, obteniendo observaciones detalladas que, de otro modo, me sería imposible ofrecer de manera individual. De este modo, ningún estudiante tendría excusa para presentar un texto mal redactado o incoherente.

El siguiente paso es la exposición y defensa pública de tal escrito. En mi caso, lo que propongo es que una semana antes de la exposición cada estudiante me envíe un texto de entre 200 y 300 palabras. Este será la base de su exposición. El estudiante debe ser consciente de que los códigos de comunicación escrita y oral son muy distintos. Además, se debe evitar a toda costa la mera lectura de un texto (últimamente hay muchos estudiantes que exponen leyendo directamente desde su móvil, lo que reduce el contacto visual con el público a su mínima expresión).

Finalmente, la defensa consiste en responder a las preguntas y aclaraciones que hagan tanto el profesor como sus compañeros. Este proceder fomenta un aprendizaje más profundo y un mayor compromiso del estudiante, quien deberá dedicar más tiempo a la preparación y exposición de su trabajo.

Por supuesto, es importante tener en cuenta que ChatGPT no es infalible. Su tendencia a "alucinar" —es decir, generar respuestas erróneas o imprecisas exigen cautela y una revisión crítica de sus sugerencias.

Quizás en breve será posible subir grabaciones de las exposiciones y debates para que la IA evalúe también estos elementos. Mientras tanto, recomiendo a los estudiantes realizar grabaciones en vídeo a modo de ensayo previo a sus presentaciones. Este proceso, aunque implica más trabajo, puede mejorar sus habilidades comunicativas.

Téngase en cuenta que escribo desde mi experiencia como profesor de Sociología. Soy plenamente consciente de que las aplicaciones y retos de esta herramienta variarán en función del área de conocimiento. En mi opinión, ChatGPT puede convertirse en un aliado para la docencia.

 

 

martes, 1 de octubre de 2024

El viejo sueño de una doble oferta pública de escolarización. 
A propósito del informe de Save the Children 
sobre la escuela concertada. 

Cuando allá por el año 1984 se debatió en las Cortes lo que posteriormente sería la LODE (Ley Orgánica del Derecho a la Educación), el entonces ministro de Educación, José María Maravall, señaló que con esta norma se configuraba una doble oferta pública escolar de centros sostenidos con fondos públicos: los públicos y los concertados. De hecho, más del 90% de los centros escolares de este país están financiados por el erario. 

La LODE estableció que tanto unos como otros contasen con criterios similares de admisión del alumnado y con competencias parecidas de participación de sus respectivas comunidades educativas. Casi cuarenta años después de la aprobación de esta ley, continuamos discutiendo sobre el modo en que la mayoría de los concertados y una minoría de los públicos se las apañan para seleccionar a su alumnado. En lo que se refiere a la participación, parece claro que ha sido un fiasco en casi todos los centros. La derecha consideró la LODE un asalto a la libertad de enseñanza. Si los criterios de matriculación son los mismos en todos los centros sostenidos con fondos públicos, ¿cómo se garantizaría el mantenimiento del ideario de los concertados? Hoy en día, casi todos ellos -un 75%- tienen un ideario católico. Si a esto se añaden competencias del Consejo Escolar -en el cual están los padres y las madres- como las de proponer quien sea el director del centro o intervenir en la contratación y despido del profesorado, el ideario fácilmente podría desvanecerse. Es decir, con la LODE en la mano, nada impide que en un centro católico se pudieran matricular alumnos no creyentes cuyos padres podrían participar en la decisión de qué profesores contratar. Tal era el nivel de competencias de este Consejo Escolar que ciertos sectores conservadores no dudaron en considerarlo una especie de “soviet”. Conviene no perder de vista que el tema de la participación de la comunidad escolar fue quizás el elemento más polémico de la ley. Lamentablemente, basta con ver los bajísimos porcentajes de participación de padres y madres en las elecciones a Consejo Escolar de centro para comprobar que esto no ha funcionado. 

La realidad, y esto lo censura el informe de Save the Children, es que casi todos los centros concertados segregan al alumnado. No tendría que ser así: el informe indica que hay países -como Inglaterra o los Países Bajos- en los que, contrariamente a lo que sucede en España, no hay diferenciación de estatus socioeconómico entre los concertados y los públicos. 

Los centros concertados tienen muy fácil la selección de su alumnado. Son varios los elementos que permiten hacerlo. Los principales serían el cobro de cuotas, la posible imposición del ideario del centro tanto al alumnado como a las familias y los criterios de evaluación de las solicitudes de matriculación. 

Ningún centro concertado debería cobrar cuotas, pero se hace. El motivo aducido para tal cobro es, y seguramente con toda la razón, que el concierto no cubre los gastos de escolarización. Es verdad que algunos centros hacen una interpretación abusiva de tales gastos, llegando a incluir en ellos, por ejemplo, las clases de natación en horario curricular. Pese a que en algunos centros las cuotas son más bien bajas, lo cierto es que suponen un dispendio que excluye a las familias con menos recursos. 

En todo caso, resulta sorprendente que una violación tan flagrante de la ley se venga produciendo desde la aprobación de la LODE. Con el objetivo de evitar esta discriminación, el informe de Save the Children solicita una “financiación adecuada” de los concertados, lo que dicho en román paladino significa incrementar los conciertos. Con ello, estos colegios ya no tendrían la excusa o la necesidad de cobrar cuotas. El informe va más allá y solicita que se concierten igualmente las etapas no obligatorias que se suelen impartir en estos centros: la infantil y la secundaria superior (bachillerato y ciclos formativos de grado medio). Se pide concertar la infantil porque muchos centros otorgan puntos en las solicitudes de matriculación de aquellas familias que han matriculado a sus retoños en esta etapa ofrecida por el propio centro. Es lógico y comprensible que las familias que matriculan a sus hijos en esta etapa deseen que estos continúen en la primaria en el mismo colegio. Si queremos evitar esta segregación o bien se suprimen los puntos por haber cursado infantil en el centro, o se concierta esta etapa. Creo que tampoco la concertación de la secundaria superior debería ser un problema. Parece injusto que una familia con pocos recursos se vea obligada a irse a la pública al acabar la ESO lo que puede legitimar las becas que concede la Comunidad de Madrid. 

El informe presta poca atención al carácter excluyente del ideario. En principio, nada podría impedir que una familia musulmana o judía escolarizase a sus hijos en un centro católico. Lo único que indica la normativa es que se debe respetar ateniéndose a eso que el Tribunal Constitucional llamó la “virtualidad limitante” del ideario. En su sentencia de 13 de febrero de 1981, el alto Tribunal indicó, refiriéndose a la libertad de cátedra, que tal “libertad es, sin embargo, libertad en el puesto docente que ocupa, es decir, en un determinado centro y ha de ser compatible por tanto con la libertad del centro, del que forma parte el ideario. La libertad del profesor no le faculta por tanto para dirigir ataques abiertos o solapados contra ese ideario, sino sólo para desarrollar su actividad en los términos que juzgue más adecuados y que, con arreglo a un criterio serio y objetivo no resulten contrarios a aquél. La virtualidad limitante del ideario será sin duda mayor en lo que se refiere a los aspectos propiamente educativos o formativos de la enseñanza, y menor en lo que toca a la simple transmisión de conocimientos, terreno en el que las propias exigencias de la enseñanza dejan muy estrecho margen a las diferencias de idearios”. 

Tal y como se indica en una sentencia posterior -la número 77/1985, de 27 de junio. – tal virtualidad se aplicaría también a padres y a alumnos. Esto es lo que dijo: 

En cuanto al hecho de que el art. 22, núm. 1, mencione los derechos de los miembros de la comunidad escolar (profesores, padres y alumnos), omitiendo el deber de éstos de respetar el ideario del Centro, no tiene por qué suponer, ni que tal deber no exista (o no tenga virtualidad limitante) ni que se produzca una inversión de la relación general establecida en ocasiones anteriores por el TC en supuestos de conflicto o concurrencia entre los derechos de los citados miembros de la comunidad escolar y los del titular del Centro.

No sabemos cuántos centros exigen de un modo abierto o solapado comulgar con el ideario -declararse o ser considerado católico, en definitiva-, ni cómo lo hacen. Ignoramos cómo reaccionaría un centro católico si a él acudiera una madre vestida con una indumentaria que indicara su pertenencia a un credo religioso distinto al del centro. 

Finalmente, está el tema de los criterios de admisión al centro. El informe de Save the Children es rotundo: se deben eliminar todos los criterios con potencial excluyente. Aquí se citan los de tipo dinástico -familiares que estudiaron en el centro o que hayan pertenecido a determinadas asociaciones- o los ya citados de matriculación en infantil. 

Sin duda, todas estas propuestas son polémicas. Si partiéramos de cero, seguramente lo ideal sería que la práctica totalidad de la enseñanza fuera pública. Este es, entre otros, el caso de Finlandia. Lo llamativo de este país es que, gracias al elevado nivel formativo de su profesorado, las familias consideran que la mejor opción es matricular a sus hijos en el centro más próximo a su domicilio. Cualquiera que tenga o haya tenido hijos en edad escolar, sabe de la tortura que supone elegir centro (tanto entre los públicos como entre los concertados) cuando tal cosa es posible (en poblaciones pequeñas puede haber solo un centro). 

En todo caso, tenemos a un altísimo porcentaje de conciudadanos que prefiere la concertada a la pública. De hecho, lo habitual es que en la primera haya más demanda que oferta. Quizás habría que preguntarse por qué sucede esto. En mi opinión, no todo se debe al deseo de diferenciación social o de la voluntad de evitar a la población inmigrante. Lo que está claro es que hay algunos elementos diferenciales que juegan en favor de la concertada. Entre ellos se podría considerar una mayor estabilidad de las plantillas que en la pública -lo que pudiera estar detrás de una posible fuerte identificación con el centro y de un mayor compromiso con la actividad docente escolar y extraescolar-. Otro factor es la posible inexistencia de comedor en la ESO en los centros públicos. En los IES no suele haber comedor, pero sí hay algún centro de primaria próximo de cuyo comedor se podría hacer uso (es lo que hace, por ejemplo, el IES Ortega y Gasset de Madrid). Y, sin ánimo de ser exhaustivo, los centros públicos, a diferencia de los concertados, tienen mayoritariamente jornada escolar continua. Ignoramos hasta qué punto esto puede influir en la matriculación, pero cabría pensar que esto pudiese perjudicar a la pública. 

En definitiva, lo que pide Save the Children es que los centros concertados cuenten con mayor financiación, algo que es muy difícil de asumir para cierta izquierda que desearía, pura y simplemente, su desaparición. En mi opinión, esto ya no sería posible. Lo importante es acabar con la segregación social que hace la concertada. Hay quien considera que la razón de ser de la concertada es la diferenciación social. Con la propuesta de Save the Children se podría superar esta discriminación y, quien sabe, su razón de ser.

jueves, 29 de agosto de 2024

Algunas diferencias y semejanzas entre los votantes de las derechas y de las izquierdas.

                                                 Algunas diferencias y semejanzas

entre los votantes de las derechas y de las izquierdas.

 

Recientemente, y como lo hace cada año, el CIS ha publicado su estudio relativo a la opinión acerca de la fiscalidad (estudio 3469). Se trata de un sondeo que suele pasar relativamente desapercibido (quizás debido a su publicación en pleno verano). No solo contiene una información muy valiosa para conocer la opinión de los españoles sobre aspectos relacionados con los impuestos -de la que aquí se ofrece una selección-, sino que -como se verá- se añaden algunas cuestiones más.

             En determinados temas hay grandes diferencias no solo entre los electores de derechas y de izquierdas, sino que también las hay entre los votantes de cada uno de los cuatro partidos de ámbito nacional (el tamaño de la muestra no permite decir gran cosa sobre el resto de las opciones políticas).

             Empezando por los puntos de consenso, se observa que los votantes de cualquiera de los partidos señalan un elevado grado de respeto a las opiniones ajenas. En una escala del 0 al 10, donde 0 equivale a considerar nada importante tal respeto y 10 a creerlo muy importante, la media es de 9,09. Está por encima de 9 entre los votantes del PP y del PSOE y algo por debajo de esta cifra entre los de Vox y los de Sumar. Estos datos coinciden con los del igualmente reciente estudio sobre felicidad y valores sociales en el que se detectaba que algo más del 80% de la muestra considera que la democracia es preferible a cualquier forma de gobierno, siempre y en cualquier circunstancia. Así lo piensa algo más del 90% de los votantes del PSOE y algo menos de este porcentaje quienes optan por Sumar. En el caso del PP, el 83,2% está de acuerdo con esta proposición y en el de Vox tres de cada cuatro también lo están. Sin duda, se trata de una buena noticia para la salud de la democracia.

             A partir de aquí, casi todas las cuestiones planteadas muestran grandes diferencias entre las derechas y las izquierdas. Esto se ve claramente en el tema de las guerras culturales, en concreto en cuestiones como la valoración de la calidad de la enseñanza o el gasto público en cultura. De este modo, el 50% de la muestra considera que la educación funciona muy o bastante satisfactoriamente. Tal porcentaje baja al 40% entre los votantes del PP y desciende a un 31,5% entre los de Vox. Por el contrario, el 60% de los electores de izquierda está satisfecho (el 46% de la población cree que funciona poco o nada satisfactoriamente).

             En lo que se refiere al gasto en cultura, un tercio de los votantes de Vox lo considera excesivo. También lo piensa así el 17,8% de quienes optan por el PP. Sin embargo, comparte esta opinión menos del 4% de los votantes de izquierda. Obviamente, los votantes de izquierda son más proclives a considerar que es escaso, cosa con la que coinciden con el 41,3% de los votantes del PP y con el 37,6% de los de Vox, lo que muestra una enorme diferencia de opinión entre el propio electorado de estos partidos, especialmente el de Vox.

             Veamos, a continuación, cómo se distribuye la opinión con respecto a determinados capítulos del gasto público. Un tercio de los votantes de Vox y uno de cada cinco del PP considera que el gasto en desempleo es excesivo, cosa que solo piensa el 5,5% de los del PSOE y el 2,7% de los de Sumar. Al mismo tiempo, en torno a un tercio de los votantes tanto del PP como de Vox considera que es muy poco. Lo contario ocurre con el presupuesto de defensa: demasiado para uno de cada cuatro votantes del PSOE -aunque uno de cada cinco cree que es escaso- y para casi el 60% de los de Sumar. Esto solo sucede para el 8,3% de los del PP y para el 12,5% de los de Vox. Tres de cada cuatro votantes de Vox y el 60% de los del PP consideran que es escaso el gasto en seguridad ciudadana, opinión que se reduce a un 36,7% entre los electores del PSOE y al 27,8% de los de Sumar. El gasto en protección del medio ambiente es excesivo para un tercio de los votantes de Vox y muy escaso para otro tercio (de nuevo, una enorme división de opiniones). El 11% de los electores del PP lo considera exagerado. En el caso de los electores del PSOE, el porcentaje es de un 2,5% y de un insignificante 0,7% entre los de Sumar. Los votantes de Vox son los menos favorables a la cooperación al desarrollo: uno de cada cinco. Sin embargo, el 42,6% de este electorado cree que se gasta muy poco en este capítulo.

             La actitud ante los impuestos y la intervención del estado en la economía también dividen claramente al electorado. Uno de cada cuatro entrevistados piensa que los “impuestos son algo que el Estado nos obliga a pagar sin saber bien a cambio de qué”. Tal porcentaje sube al 40% para quienes votan el PP y asciende a un 60% entre los de Vox. Esto solo ocurre entre el 9% de los votantes del PSOE y el 4,6% de los de Sumar. Conviene señalar que más de mitad de los votantes del PP indica que los impuestos son imprescindibles para que se puedan prestar servicios públicos y que hace lo mismo un tercio de los de Vox. Como era de esperar, los electores de la izquierda son, con enorme diferencia, los más proclives a señalar que los impuestos sirven para redistribuir la riqueza.

         En una escala del 0 al 10, donde 0 es ser favorable a pagar más impuestos para mejorar los servicios públicos, y 10 lo opuesto (menos impuestos, aunque esto signifique peores servicios públicos), los entrevistados se sitúan en un punto medio: 4,8. Está por encima del 5 entre los de derechas y por debajo entre los de izquierda.

         Quienes votan a las derechas consideran que pagamos muchos impuestos (62,4% en el caso del PP y 79,3% en el de Vox). Lo contario sucede con los de izquierdas (22,1% en el PSOE y 13,8% en Sumar).

         Los electores perciben de un modo muy distinto la cuestión del grado de intervención del Estado en la economía. Los máximos partidarios del estado mínimo son los votantes de Vox: el 22,9%. En el extremo opuesto (el estado debe intervenir en toda la vida económica) se sitúa el 23,9% de los votantes del PSOE y el 38,5% de los de Sumar.

         En el estudio se pregunta por el destino del porcentaje de los impuestos asignados a la Iglesia católica y/o a fines sociales. Tan solo el 11% de los entrevistados marcó la opción de atribuirlo a la Iglesia católica. Optó por ella el 26,1% de los votantes del PP y el 19,9% de los de Vox. En el caso de los de la izquierda, lo señala el 2,6% de los del PSOE y el 2,3% de los de Sumar. En todo caso, conviene tener en cuenta que, en este estudio, más de la mitad de los entrevistados se declara católico (un 17,3% católico practicante y un 36,6% no practicante).

         Finalmente, se abordarán algunas cuestiones puntuales consideradas en el cuestionario. En lo que se refiere a la meritocracia, hay una cierta inclinación a considerar el importante peso del origen familiar o de los contactos. Como era de esperar, se concede más peso a este factor entre los electores de la izquierda.

         El electorado es muy levemente de izquierda: un 4,9 en una escala en la que 1 es lo más de izquierda y 10 lo más de derecha. Los electores más polarizados serían los de Vox y los de Sumar: un tercio de entre ellos se sitúan, respectivamente, en las posiciones 10 y 1.

         En lo que atañe a la identificación subjetiva de clase, uno de cada cuatro votantes de Vox se autodefine como clase baja/pobre y un 29,5% de los de Sumar se identifica con marcadores más ideológicos del tipo clase trabajadora, obrera o proletariado (cosa que solo hace el 5% de los de Vox). En todo caso, y como es habitual, casi todo el mundo (un 42,6%) se ve a sí mismo como clase media-media.

En este estudio nada se pregunta por la cuestión que más divide a las izquierdas de las derechas: la actitud frente al feminismo.

             En definitiva, tenemos una muy seria divergencia de opiniones con respecto a la fiscalidad y, si se quiere, la igualdad y la solidaridad. En general, buena parte de quienes votan a la derecha desea pagar menos impuestos al considerarlos excesivos, justo lo contrario de los que optan por la izquierda. Cuando contemos con los microdatos, habría qué ver a qué grupos sociales pertenecen quienes, con independencia de que sean de derechas o de izquierdas, prefieren menos estado. Sería muy importante averiguar cómo se conjuga en el caso de Vox el rechazo al estado con un porcentaje significativamente alto de votantes de este mismo partido que se considera pobre o de clase baja.