viernes, 13 de diciembre de 2024

ChatGPT: un aliado para la docencia

Son muchos los profesores, especialmente los de universidad, preocupados por los efectos nocivos que sobre el estudiantado pudiera derivarse del uso de la inteligencia artificial (IA). ChatGPT —o cualquier otra aplicación similar— tiene la capacidad de redactar prácticamente cualquier trabajo que se le solicite, lo que puede abrir la puerta al fraude académico.

En realidad, esta probabilidad de fraude no es ninguna novedad. Hasta ahora, quien así se lo pudiera permitir podría encargar la redacción de un texto a otra persona (pagando por ello, si es que fuera el caso). La novedad que introduce la IA es que tal posible encargo está ya al alcance de cualquiera. Lo que parece claro es que nunca se debió aceptar la mera entrega de un trabajo como un elemento evaluable (cosa que hasta hace poco ocurría con los Trabajos de Fin de Grado en algunas facultades). A partir de ahora, no quedaría más remedio que todo escrito que presente un estudiante deba ser defendido en público (o si se quiere ante el profesor en una sesión cara a cara).

Pese a que alguna profesora (se puede ver un caso viral en https://time.com/7026050/chatgpt-quit-teaching-ai-essay/) ya ha anunciado su voluntad de abandonar la enseñanza universitaria ante la irrupción de la IA, creo que son muchas las ventajas que se pueden derivar de su uso. Para empezar, todo estudiante tiene la posibilidad de autoevaluar su propio escrito (aunque pueda no ser muy propio si lo copia directamente de ChatGPT). En mi caso, esto es lo que propondré a mis estudiantes que escriban en ChatGPT:

Evalúa este texto que adjunto escrito por un estudiante universitario de sociología. Indica qué ha hecho bien, qué puede mejorar. qué debe modificar. Analízalo teniendo en cuenta la claridad expositiva, la coherencia, la inteligibilidad, sus posibles aportaciones y la riqueza léxica. Dime qué nota le pondrías del 1 al 10.

Gracias a esta estrategia, podré gestionar mejor el gran volumen de textos que he de evaluar, obteniendo observaciones detalladas que, de otro modo, me sería imposible ofrecer de manera individual. De este modo, ningún estudiante tendría excusa para presentar un texto mal redactado o incoherente.

El siguiente paso es la exposición y defensa pública de tal escrito. En mi caso, lo que propongo es que una semana antes de la exposición cada estudiante me envíe un texto de entre 200 y 300 palabras. Este será la base de su exposición. El estudiante debe ser consciente de que los códigos de comunicación escrita y oral son muy distintos. Además, se debe evitar a toda costa la mera lectura de un texto (últimamente hay muchos estudiantes que exponen leyendo directamente desde su móvil, lo que reduce el contacto visual con el público a su mínima expresión).

Finalmente, la defensa consiste en responder a las preguntas y aclaraciones que hagan tanto el profesor como sus compañeros. Este proceder fomenta un aprendizaje más profundo y un mayor compromiso del estudiante, quien deberá dedicar más tiempo a la preparación y exposición de su trabajo.

Por supuesto, es importante tener en cuenta que ChatGPT no es infalible. Su tendencia a "alucinar" —es decir, generar respuestas erróneas o imprecisas exigen cautela y una revisión crítica de sus sugerencias.

Quizás en breve será posible subir grabaciones de las exposiciones y debates para que la IA evalúe también estos elementos. Mientras tanto, recomiendo a los estudiantes realizar grabaciones en vídeo a modo de ensayo previo a sus presentaciones. Este proceso, aunque implica más trabajo, puede mejorar sus habilidades comunicativas.

Téngase en cuenta que escribo desde mi experiencia como profesor de Sociología. Soy plenamente consciente de que las aplicaciones y retos de esta herramienta variarán en función del área de conocimiento. En mi opinión, ChatGPT puede convertirse en un aliado para la docencia.

 

 

martes, 1 de octubre de 2024

El viejo sueño de una doble oferta pública de escolarización. 
A propósito del informe de Save the Children 
sobre la escuela concertada. 

Cuando allá por el año 1984 se debatió en las Cortes lo que posteriormente sería la LODE (Ley Orgánica del Derecho a la Educación), el entonces ministro de Educación, José María Maravall, señaló que con esta norma se configuraba una doble oferta pública escolar de centros sostenidos con fondos públicos: los públicos y los concertados. De hecho, más del 90% de los centros escolares de este país están financiados por el erario. 

La LODE estableció que tanto unos como otros contasen con criterios similares de admisión del alumnado y con competencias parecidas de participación de sus respectivas comunidades educativas. Casi cuarenta años después de la aprobación de esta ley, continuamos discutiendo sobre el modo en que la mayoría de los concertados y una minoría de los públicos se las apañan para seleccionar a su alumnado. En lo que se refiere a la participación, parece claro que ha sido un fiasco en casi todos los centros. La derecha consideró la LODE un asalto a la libertad de enseñanza. Si los criterios de matriculación son los mismos en todos los centros sostenidos con fondos públicos, ¿cómo se garantizaría el mantenimiento del ideario de los concertados? Hoy en día, casi todos ellos -un 75%- tienen un ideario católico. Si a esto se añaden competencias del Consejo Escolar -en el cual están los padres y las madres- como las de proponer quien sea el director del centro o intervenir en la contratación y despido del profesorado, el ideario fácilmente podría desvanecerse. Es decir, con la LODE en la mano, nada impide que en un centro católico se pudieran matricular alumnos no creyentes cuyos padres podrían participar en la decisión de qué profesores contratar. Tal era el nivel de competencias de este Consejo Escolar que ciertos sectores conservadores no dudaron en considerarlo una especie de “soviet”. Conviene no perder de vista que el tema de la participación de la comunidad escolar fue quizás el elemento más polémico de la ley. Lamentablemente, basta con ver los bajísimos porcentajes de participación de padres y madres en las elecciones a Consejo Escolar de centro para comprobar que esto no ha funcionado. 

La realidad, y esto lo censura el informe de Save the Children, es que casi todos los centros concertados segregan al alumnado. No tendría que ser así: el informe indica que hay países -como Inglaterra o los Países Bajos- en los que, contrariamente a lo que sucede en España, no hay diferenciación de estatus socioeconómico entre los concertados y los públicos. 

Los centros concertados tienen muy fácil la selección de su alumnado. Son varios los elementos que permiten hacerlo. Los principales serían el cobro de cuotas, la posible imposición del ideario del centro tanto al alumnado como a las familias y los criterios de evaluación de las solicitudes de matriculación. 

Ningún centro concertado debería cobrar cuotas, pero se hace. El motivo aducido para tal cobro es, y seguramente con toda la razón, que el concierto no cubre los gastos de escolarización. Es verdad que algunos centros hacen una interpretación abusiva de tales gastos, llegando a incluir en ellos, por ejemplo, las clases de natación en horario curricular. Pese a que en algunos centros las cuotas son más bien bajas, lo cierto es que suponen un dispendio que excluye a las familias con menos recursos. 

En todo caso, resulta sorprendente que una violación tan flagrante de la ley se venga produciendo desde la aprobación de la LODE. Con el objetivo de evitar esta discriminación, el informe de Save the Children solicita una “financiación adecuada” de los concertados, lo que dicho en román paladino significa incrementar los conciertos. Con ello, estos colegios ya no tendrían la excusa o la necesidad de cobrar cuotas. El informe va más allá y solicita que se concierten igualmente las etapas no obligatorias que se suelen impartir en estos centros: la infantil y la secundaria superior (bachillerato y ciclos formativos de grado medio). Se pide concertar la infantil porque muchos centros otorgan puntos en las solicitudes de matriculación de aquellas familias que han matriculado a sus retoños en esta etapa ofrecida por el propio centro. Es lógico y comprensible que las familias que matriculan a sus hijos en esta etapa deseen que estos continúen en la primaria en el mismo colegio. Si queremos evitar esta segregación o bien se suprimen los puntos por haber cursado infantil en el centro, o se concierta esta etapa. Creo que tampoco la concertación de la secundaria superior debería ser un problema. Parece injusto que una familia con pocos recursos se vea obligada a irse a la pública al acabar la ESO lo que puede legitimar las becas que concede la Comunidad de Madrid. 

El informe presta poca atención al carácter excluyente del ideario. En principio, nada podría impedir que una familia musulmana o judía escolarizase a sus hijos en un centro católico. Lo único que indica la normativa es que se debe respetar ateniéndose a eso que el Tribunal Constitucional llamó la “virtualidad limitante” del ideario. En su sentencia de 13 de febrero de 1981, el alto Tribunal indicó, refiriéndose a la libertad de cátedra, que tal “libertad es, sin embargo, libertad en el puesto docente que ocupa, es decir, en un determinado centro y ha de ser compatible por tanto con la libertad del centro, del que forma parte el ideario. La libertad del profesor no le faculta por tanto para dirigir ataques abiertos o solapados contra ese ideario, sino sólo para desarrollar su actividad en los términos que juzgue más adecuados y que, con arreglo a un criterio serio y objetivo no resulten contrarios a aquél. La virtualidad limitante del ideario será sin duda mayor en lo que se refiere a los aspectos propiamente educativos o formativos de la enseñanza, y menor en lo que toca a la simple transmisión de conocimientos, terreno en el que las propias exigencias de la enseñanza dejan muy estrecho margen a las diferencias de idearios”. 

Tal y como se indica en una sentencia posterior -la número 77/1985, de 27 de junio. – tal virtualidad se aplicaría también a padres y a alumnos. Esto es lo que dijo: 

En cuanto al hecho de que el art. 22, núm. 1, mencione los derechos de los miembros de la comunidad escolar (profesores, padres y alumnos), omitiendo el deber de éstos de respetar el ideario del Centro, no tiene por qué suponer, ni que tal deber no exista (o no tenga virtualidad limitante) ni que se produzca una inversión de la relación general establecida en ocasiones anteriores por el TC en supuestos de conflicto o concurrencia entre los derechos de los citados miembros de la comunidad escolar y los del titular del Centro.

No sabemos cuántos centros exigen de un modo abierto o solapado comulgar con el ideario -declararse o ser considerado católico, en definitiva-, ni cómo lo hacen. Ignoramos cómo reaccionaría un centro católico si a él acudiera una madre vestida con una indumentaria que indicara su pertenencia a un credo religioso distinto al del centro. 

Finalmente, está el tema de los criterios de admisión al centro. El informe de Save the Children es rotundo: se deben eliminar todos los criterios con potencial excluyente. Aquí se citan los de tipo dinástico -familiares que estudiaron en el centro o que hayan pertenecido a determinadas asociaciones- o los ya citados de matriculación en infantil. 

Sin duda, todas estas propuestas son polémicas. Si partiéramos de cero, seguramente lo ideal sería que la práctica totalidad de la enseñanza fuera pública. Este es, entre otros, el caso de Finlandia. Lo llamativo de este país es que, gracias al elevado nivel formativo de su profesorado, las familias consideran que la mejor opción es matricular a sus hijos en el centro más próximo a su domicilio. Cualquiera que tenga o haya tenido hijos en edad escolar, sabe de la tortura que supone elegir centro (tanto entre los públicos como entre los concertados) cuando tal cosa es posible (en poblaciones pequeñas puede haber solo un centro). 

En todo caso, tenemos a un altísimo porcentaje de conciudadanos que prefiere la concertada a la pública. De hecho, lo habitual es que en la primera haya más demanda que oferta. Quizás habría que preguntarse por qué sucede esto. En mi opinión, no todo se debe al deseo de diferenciación social o de la voluntad de evitar a la población inmigrante. Lo que está claro es que hay algunos elementos diferenciales que juegan en favor de la concertada. Entre ellos se podría considerar una mayor estabilidad de las plantillas que en la pública -lo que pudiera estar detrás de una posible fuerte identificación con el centro y de un mayor compromiso con la actividad docente escolar y extraescolar-. Otro factor es la posible inexistencia de comedor en la ESO en los centros públicos. En los IES no suele haber comedor, pero sí hay algún centro de primaria próximo de cuyo comedor se podría hacer uso (es lo que hace, por ejemplo, el IES Ortega y Gasset de Madrid). Y, sin ánimo de ser exhaustivo, los centros públicos, a diferencia de los concertados, tienen mayoritariamente jornada escolar continua. Ignoramos hasta qué punto esto puede influir en la matriculación, pero cabría pensar que esto pudiese perjudicar a la pública. 

En definitiva, lo que pide Save the Children es que los centros concertados cuenten con mayor financiación, algo que es muy difícil de asumir para cierta izquierda que desearía, pura y simplemente, su desaparición. En mi opinión, esto ya no sería posible. Lo importante es acabar con la segregación social que hace la concertada. Hay quien considera que la razón de ser de la concertada es la diferenciación social. Con la propuesta de Save the Children se podría superar esta discriminación y, quien sabe, su razón de ser.

jueves, 29 de agosto de 2024

Algunas diferencias y semejanzas entre los votantes de las derechas y de las izquierdas.

                                                 Algunas diferencias y semejanzas

entre los votantes de las derechas y de las izquierdas.

 

Recientemente, y como lo hace cada año, el CIS ha publicado su estudio relativo a la opinión acerca de la fiscalidad (estudio 3469). Se trata de un sondeo que suele pasar relativamente desapercibido (quizás debido a su publicación en pleno verano). No solo contiene una información muy valiosa para conocer la opinión de los españoles sobre aspectos relacionados con los impuestos -de la que aquí se ofrece una selección-, sino que -como se verá- se añaden algunas cuestiones más.

             En determinados temas hay grandes diferencias no solo entre los electores de derechas y de izquierdas, sino que también las hay entre los votantes de cada uno de los cuatro partidos de ámbito nacional (el tamaño de la muestra no permite decir gran cosa sobre el resto de las opciones políticas).

             Empezando por los puntos de consenso, se observa que los votantes de cualquiera de los partidos señalan un elevado grado de respeto a las opiniones ajenas. En una escala del 0 al 10, donde 0 equivale a considerar nada importante tal respeto y 10 a creerlo muy importante, la media es de 9,09. Está por encima de 9 entre los votantes del PP y del PSOE y algo por debajo de esta cifra entre los de Vox y los de Sumar. Estos datos coinciden con los del igualmente reciente estudio sobre felicidad y valores sociales en el que se detectaba que algo más del 80% de la muestra considera que la democracia es preferible a cualquier forma de gobierno, siempre y en cualquier circunstancia. Así lo piensa algo más del 90% de los votantes del PSOE y algo menos de este porcentaje quienes optan por Sumar. En el caso del PP, el 83,2% está de acuerdo con esta proposición y en el de Vox tres de cada cuatro también lo están. Sin duda, se trata de una buena noticia para la salud de la democracia.

             A partir de aquí, casi todas las cuestiones planteadas muestran grandes diferencias entre las derechas y las izquierdas. Esto se ve claramente en el tema de las guerras culturales, en concreto en cuestiones como la valoración de la calidad de la enseñanza o el gasto público en cultura. De este modo, el 50% de la muestra considera que la educación funciona muy o bastante satisfactoriamente. Tal porcentaje baja al 40% entre los votantes del PP y desciende a un 31,5% entre los de Vox. Por el contrario, el 60% de los electores de izquierda está satisfecho (el 46% de la población cree que funciona poco o nada satisfactoriamente).

             En lo que se refiere al gasto en cultura, un tercio de los votantes de Vox lo considera excesivo. También lo piensa así el 17,8% de quienes optan por el PP. Sin embargo, comparte esta opinión menos del 4% de los votantes de izquierda. Obviamente, los votantes de izquierda son más proclives a considerar que es escaso, cosa con la que coinciden con el 41,3% de los votantes del PP y con el 37,6% de los de Vox, lo que muestra una enorme diferencia de opinión entre el propio electorado de estos partidos, especialmente el de Vox.

             Veamos, a continuación, cómo se distribuye la opinión con respecto a determinados capítulos del gasto público. Un tercio de los votantes de Vox y uno de cada cinco del PP considera que el gasto en desempleo es excesivo, cosa que solo piensa el 5,5% de los del PSOE y el 2,7% de los de Sumar. Al mismo tiempo, en torno a un tercio de los votantes tanto del PP como de Vox considera que es muy poco. Lo contario ocurre con el presupuesto de defensa: demasiado para uno de cada cuatro votantes del PSOE -aunque uno de cada cinco cree que es escaso- y para casi el 60% de los de Sumar. Esto solo sucede para el 8,3% de los del PP y para el 12,5% de los de Vox. Tres de cada cuatro votantes de Vox y el 60% de los del PP consideran que es escaso el gasto en seguridad ciudadana, opinión que se reduce a un 36,7% entre los electores del PSOE y al 27,8% de los de Sumar. El gasto en protección del medio ambiente es excesivo para un tercio de los votantes de Vox y muy escaso para otro tercio (de nuevo, una enorme división de opiniones). El 11% de los electores del PP lo considera exagerado. En el caso de los electores del PSOE, el porcentaje es de un 2,5% y de un insignificante 0,7% entre los de Sumar. Los votantes de Vox son los menos favorables a la cooperación al desarrollo: uno de cada cinco. Sin embargo, el 42,6% de este electorado cree que se gasta muy poco en este capítulo.

             La actitud ante los impuestos y la intervención del estado en la economía también dividen claramente al electorado. Uno de cada cuatro entrevistados piensa que los “impuestos son algo que el Estado nos obliga a pagar sin saber bien a cambio de qué”. Tal porcentaje sube al 40% para quienes votan el PP y asciende a un 60% entre los de Vox. Esto solo ocurre entre el 9% de los votantes del PSOE y el 4,6% de los de Sumar. Conviene señalar que más de mitad de los votantes del PP indica que los impuestos son imprescindibles para que se puedan prestar servicios públicos y que hace lo mismo un tercio de los de Vox. Como era de esperar, los electores de la izquierda son, con enorme diferencia, los más proclives a señalar que los impuestos sirven para redistribuir la riqueza.

         En una escala del 0 al 10, donde 0 es ser favorable a pagar más impuestos para mejorar los servicios públicos, y 10 lo opuesto (menos impuestos, aunque esto signifique peores servicios públicos), los entrevistados se sitúan en un punto medio: 4,8. Está por encima del 5 entre los de derechas y por debajo entre los de izquierda.

         Quienes votan a las derechas consideran que pagamos muchos impuestos (62,4% en el caso del PP y 79,3% en el de Vox). Lo contario sucede con los de izquierdas (22,1% en el PSOE y 13,8% en Sumar).

         Los electores perciben de un modo muy distinto la cuestión del grado de intervención del Estado en la economía. Los máximos partidarios del estado mínimo son los votantes de Vox: el 22,9%. En el extremo opuesto (el estado debe intervenir en toda la vida económica) se sitúa el 23,9% de los votantes del PSOE y el 38,5% de los de Sumar.

         En el estudio se pregunta por el destino del porcentaje de los impuestos asignados a la Iglesia católica y/o a fines sociales. Tan solo el 11% de los entrevistados marcó la opción de atribuirlo a la Iglesia católica. Optó por ella el 26,1% de los votantes del PP y el 19,9% de los de Vox. En el caso de los de la izquierda, lo señala el 2,6% de los del PSOE y el 2,3% de los de Sumar. En todo caso, conviene tener en cuenta que, en este estudio, más de la mitad de los entrevistados se declara católico (un 17,3% católico practicante y un 36,6% no practicante).

         Finalmente, se abordarán algunas cuestiones puntuales consideradas en el cuestionario. En lo que se refiere a la meritocracia, hay una cierta inclinación a considerar el importante peso del origen familiar o de los contactos. Como era de esperar, se concede más peso a este factor entre los electores de la izquierda.

         El electorado es muy levemente de izquierda: un 4,9 en una escala en la que 1 es lo más de izquierda y 10 lo más de derecha. Los electores más polarizados serían los de Vox y los de Sumar: un tercio de entre ellos se sitúan, respectivamente, en las posiciones 10 y 1.

         En lo que atañe a la identificación subjetiva de clase, uno de cada cuatro votantes de Vox se autodefine como clase baja/pobre y un 29,5% de los de Sumar se identifica con marcadores más ideológicos del tipo clase trabajadora, obrera o proletariado (cosa que solo hace el 5% de los de Vox). En todo caso, y como es habitual, casi todo el mundo (un 42,6%) se ve a sí mismo como clase media-media.

En este estudio nada se pregunta por la cuestión que más divide a las izquierdas de las derechas: la actitud frente al feminismo.

             En definitiva, tenemos una muy seria divergencia de opiniones con respecto a la fiscalidad y, si se quiere, la igualdad y la solidaridad. En general, buena parte de quienes votan a la derecha desea pagar menos impuestos al considerarlos excesivos, justo lo contrario de los que optan por la izquierda. Cuando contemos con los microdatos, habría qué ver a qué grupos sociales pertenecen quienes, con independencia de que sean de derechas o de izquierdas, prefieren menos estado. Sería muy importante averiguar cómo se conjuga en el caso de Vox el rechazo al estado con un porcentaje significativamente alto de votantes de este mismo partido que se considera pobre o de clase baja.

martes, 7 de mayo de 2024

¿Y si prohibiéramos el uso de los portátiles en las aulas universitarias?

    ¿Y si prohibiéramos el uso de los portátiles en las aulas universitarias?

 

Cada vez son más las comunidades autónomas que han decidido prohibir el uso de los móviles en los centros educativos preuniversitarios. En el caso de la universidad -al menos esto es lo que dicta mi experiencia- el problema que tenemos no está tanto en los móviles como en los ordenadores portátiles. Si bien es cierto que muchos estudiantes los usan para tomar apuntes, lo cierto es que, salvo que se pongan en modo avión, suponen una fuente constante de distracción cuando no un elemento creador de una burbuja en la que el alumnado se abstrae por completo de lo que suceda en clase.

El profesorado, por muy interactiva que sea la clase, tiene muy difícil competir con la atención inmediata que requieren los mensajes que se puedan recibir en línea o simplemente con la tentación de navegar en la red.

Me ha pasado ya en varias ocasiones tener que recriminar a algún estudiante su completa concentración en lo que ve o escribe en su ordenador al margen de lo que se esté trabajando en clase. Y esto ocurre incluso en momentos -o en sesiones enteras- en las que la clase se basa en la participación del estudiantado o en las que recorro el pasillo del aula con la intención de acercarme a quienes toman la palabra.

Se trata de un descaro sorprendente. Sin embargo, lo más llamativo es que los estudiantes me cuentan que hay algunos profesores cuya docencia no va más allá de leer apuntes -sí, todavía hay quien hace esto: al fin y al cabo, a los profesores nos pagan por el tiempo que pasamos en clase- que exigen silencio absoluto -lo que implica la interdicción de los portátiles- hasta el extremo de expulsar a quien ose romperlo.

La posible prohibición de los portátiles cuenta con otro argumento que va más allá de la economía de la atención. Se trata de que es sabido que se retiene mejor la información cuando se toman notas manuscritas que cuando se escribe en un teclado.

Dado que la libertad de cátedra consiste en que cada profesor puede hacer lo que considere más oportuno, es muy posible que en adelante indique a mis estudiantes que en mis clases no se podrá hacer uso de los portátiles.

Entiendo que pueda haber docentes que alienten el uso de móviles y portátiles en su clase. Esto es lo que puede suceder si se recurre a aplicaciones del tipo Kahoot, pero este no es mi caso: el pensamiento complejo tiene difícil encaje en ejercicios de respuesta múltiple.

 

 

Observaciones a mi artículo sobre los planes de estudio de Sociología

             Un amigo, licenciado en Físicas, me ha hecho algunas observaciones al artículo que publiqué en la RES (https://recyt.fecyt.es/index.php/res/article/view/100537) sobre los planes de estudio de Sociología. Estas son mis consideraciones que, como se verá, darían para otro paper.

La primera de sus apreciaciones se refiere a que deberíamos ser más exigentes, cosa que me parece podría traducirse en un fuerte abandono en primer curso. Mi planteamiento sería que en este primer año deberíamos entusiasmar a los estudiantes -con independencia de cuál sea su nivel previo: en clase ningún profesor sabe nada sobre la trayectoria escolar previa de sus alumnos-. Es decir, en primero los profesores deberíamos hacer ver a los estudiantes la importancia de conocer e interpretar la realidad social en la que vivimos. En este sentido, creo que nuestros estudiantes deberían ser ávidos lectores de prensa (la comunidad de la UCM tiene acceso gratuito a El País). En general, deberían ser grandes lectores (y soy consciente de que cada vez hay menos lectores de libros que no sean novelas). No hay la más mínima duda de que la lectura es la herramienta más poderosa con que contamos para pensar. Es lo que decía Kant: sapere aude. Yo hablaría no solo del atrevimiento, sino del placer de aprender. A esto hay que añadir la importancia de saber expresarse (oralmente y por escrito), lo que no se puede lograr si no se es un buen lector. Los estudiantes tienen que ver en primero si les interesa o no seguir en un grado que pretende formar a un intelectual, si no crítico sí por lo menos capaz de analizar la realidad social en la que vive y opinar con fundamento sobre ello, lo que no equivale a tener por modelo de buen alumno al aspirante a ser profesor de universidad. Es por esto por lo que hace ya unos cuantos años un buen número de profesores de mi facultad participó en una reunión en la que se planteó que los compañeros más comprometidos con la investigación y con la docencia -una forma de evitar decir los mejores profesores- pasaran a dar clases en primero en lugar de refugiarse en los doctorados, los másteres y los últimos cursos. Esto no pasó de ser un brindis al sol.

        La segunda observación se refiere a algo tan difícil de detectar como es la vocación del estudiantado. Lo que yo propondría sería realizar una entrevista personal como ocurre con el caso de quienes desean acceder a la titulación por la vía de mayores de 25 o de 40 años. Si, por ejemplo, el candidato no sabe nada sobre cuestiones como -por poner algunos ejemplos a vuelapluma- el conflicto de Palestina, el ascenso de la extrema derecha, los dilemas de la socialdemocracia, las desigualdades de género, … no debería permitírsele que se matriculara. Un compañero me contó que un estudiante no sabía qué era eso de la Revolución rusa. ¿Cómo se puede haber cursado el bachillerato e ignorar esto? Añado más leña al fuego: hace unos días salió a relucir en una de mis clases de segundo curso el nombre de Ortega con motivo de la lectura de un texto de Bourdieu. Solo a dos estudiantes les sonaba el nombre de nuestro más reputado filósofo. Se puede ver en qué consiste la entrevista a los aspirantes a estudiar magisterio en las universidades de Finlandia en este enlace: https://www.youtube.com/watch?v=ERvh0hZ6uP8&ab_channel=WISEChannel

La tercera apreciación incide en algo tan complejo como es la necesidad de definir los conocimientos que debe haber adquirido un sociólogo al finalizar el grado. Se podría resolver este problema si tuviéramos un proyecto de facultad -o de la profesión sociológica- democráticamente elaborado en el que se establecieran no solo tales conocimientos, sino las destrezas que se deberían haber adquirido en el grado. Para comprobarlo, se podría plantear que cada estudiante compareciera ante una comisión que calibrase qué sabe, cómo se expresa, cómo desarrolla un argumento. El trabajo de fin de grado -siempre y cuando no fuera lo que tenemos actualmente- podría servir a este propósito.

        La cuarta observación menciona la singularidad del primer curso. A mi modo de ver habría que replantearlo radicalmente. Mi impresión es que es un batiburrillo de asignaturas inconexas que no permite que el estudiante se haga una idea de si la sociología le podría interesar.

        La quinta consideración alude a la historia contemporánea. Esto es de traca. Es justamente lo contrario que aconsejara Ockham: no multiplicar los entes sin necesidad. Apunto que tenemos un serio problema con las asignaturas afines a la Sociología. El corporativismo de la universidad se traduce en que si una asignatura contiene en su título la palabra economía, o historia, o filosofía… los departamentos que imparten tales materias pueden participar en su conformación -total o parcial-. La solución, quizás, sería anteponer la palabra sociología a tales nombres. De este modo, tendríamos sociología económica, histórica... En todo caso, creo que sería conveniente que estas materias las impartieran especialistas en ellas, es decir, economistas, historiadores, filósofos… Lo que sí debería quedar muy claro es que se trataría de economía o de historia para sociólogos.

        La sexta observación tiene que ver con las Matemáticas. Su enseñanza es todo un desafío para nuestro sistema educativo. Da igual que en Bachiller se hayan cursado las Matemáticas “de verdad” o las aplicadas a las ciencias sociales: el nivel es bajo. Esto lo vemos en la existencia de cursos “0” en ingenierías, en Económicas…

        La séptima apreciación es sobre las técnicas de expresión oral. En mi opinión, su enseñanza no debería dar lugar a una asignatura -como ocurre en algunas facultades-. El movimiento se demuestra andando y la mejor manera de aprender a expresarse es hacerlo en clase en todos -o en la mayoría- de los cursos. Una vez más, el profesorado tendría que ponerse de acuerdo en qué es expresarse bien. Lo que yo veo -incluso entre estudiantes internacionales que vienen de los mejores centros del mundo: Berkeley, Sciences Po de París, …- es que para ellos exponer es leer en voz alta -casi siempre atropelladamente- lo que previamente han escrito. En estas condiciones, es difícil que su exposición provoque un debate. Esto hace que al final lo que tenemos es una especie de partido de tenis en el que yo interacciono con el estudiante.

        La octava indicación habla sobre los dobles grados. En mi opinión, nunca deberían haber existido. No sé muy bien por qué se crearon. En mi facultad creo que es fruto del deseo de atraer a los buenos estudiantes del bachiller de ciencias sociales. El plan Bolonia contemplaba grados de cuatro años -en lugar de tres, lo que hubiera sido lo más sensato- y másteres de entre uno y dos años en los que especializarse en una enorme variedad de titulaciones incluso ajenas a la del grado cursado. En consecuencia, no parece que tuvieran mucho sentido los dobles grados. Pero hay una razón de mayor peso para rechazarlos y no es otra que el número de horas de trabajo que suponen. Los estudiantes de grados “simples” se matriculan en sesenta créditos por curso. Cada crédito equivale a entre 25 y 30 horas de trabajo, es decir, y si nos vamos a 25 horas, 1500 horas por curso (cosa que en Sociología nadie se lo cree). En el caso de los dobles grados, hablamos de 72 créditos, es decir, de 1800 horas. Un estudiante que apruebe todo en primera convocatoria -lo que debería ser lo habitual- tendría que desarrollar esas 1800 horas en un periodo de nueve meses -excluyo junio, julio y agosto-. Esto supondría que habría de trabajar nueve horas y media en los días laborables -que incluyen los días igualmente laborables de Navidades, Semana Santa y las festividades de Santo Tomás y la del “santo” de cada facultad. Es decir, se trataría de un estudiante sobrexplotado. ¿Dónde quedaría el tiempo para hacer deporte, formarse como un ciudadano culto que va al cine o lee novelas, que participa de la vida de la sociedad civil…?

             Y, finalmente, junto al desastre de las matemáticas, el del inglés. En España, el conocimiento de idiomas es una marca de clase social. Tendríamos que garantizar que quien acaba el bachiller tiene como mínimo el nivel B2 de inglés. Esto implicaría cambiar radicalmente la enseñanza de este idioma (y en este vídeo aporto algunas ideas: https://www.youtube.com/watch?v=RhwYi-cgcw0&ab_channel=RafaelFeito). Además, esto es una cuestión de la sociedad en su conjunto. Tener películas y series dobladas, por ejemplo, no ayuda.

            Soy conocedor de la labor que la Federación Española de Sociología está haciendo con respecto a estas cuestiones. Mucho me temo que cuanto se pueda proponer termine ahogado en las aguas de borrajas de una abusiva interpretación de la libertad de cátedra. Creo que, en realidad, no estoy hablando de los problemas que tenemos en la Sociología. Más bien, es un problema que afecta a la universidad como institución y no solo en nuestro país.

miércoles, 26 de julio de 2023

¿Son los periódicos búnkeres ideológicos?

 

¿Son los periódicos búnkeres ideológicos?

           

Hace un par de meses envié una propuesta de artículo a la sección de opinión del diario El País. Como quiera que transcurridas varias semanas no obtuve respuesta alguna, volví a enviar mi texto, el cual siguió tropezando con el silencio. Tras un tercer intento -igualmente baldío-, envié una carta a la defensora del lector. Muy amablemente, me respondió al día siguiente. Tras lamentar esta situación, me indicó que hasta poco antes había dos secretarias que se encargaban de responder. Por lo tanto, el periódico carece de medios para contestar a las propuestas de publicación.

             Que se publique o no mi artículo carece de importancia. Lo que es relevante es que un rotativo que presumía de apertura a opiniones dispares -de hecho, en la web aún es posible encontrar consejos sobre cómo redactar una colaboración-, actualmente solo esté publicando las opiniones de sus columnistas y las de aquellas personas a las que el periódico les solicite un artículo (o que quizás tengan algún contacto en la redacción). En todo caso, no creo que mi propuesta difiriera de lo que habitualmente se publica en este diario (de hecho, me ha publicado en varias ocasiones).

Mucho me temo que este cierre debe ser el caso de la práctica totalidad de nuestros periódicos. De ser así, cada diario sería una especie de círculo cerrado o de burbuja que, excepción hecha de alguno de sus columnistas semanales o mensuales, tan solo publicaría aquello que cae en el ámbito de su línea editorial.

Esto significaría que para hacerse una idea cabal de lo que opina una parte -importante, sin duda, pero solo una parte- de nuestra sociedad no quedaría más remedio que leer varios periódicos al día. Por fortuna, esto ya no es un serio problema económico. Con el precio de lo que costaba -y sigue costando- la edición en papel de un solo periódico es factible suscribirse sobradamente a varios diarios en línea. Mutatis mutandis, lo que tendríamos en el mundo de la prensa sería una especie de poliarquía, donde cada cual vería seriamente condicionada su opinión por lo que diga el periódico que lea habitualmente. Sería un pluralismo “inter-periódicos” en lugar de un pluralismo “intra-periódico”. Creo que esta circunstancia puede estar contribuyendo al creciente proceso de polarización que está viviendo nuestro país. Por desgracia, lo que tenemos son periódicos al servicio de sí mismos y no de la creación de una ciudadanía crítica, informada, racional.

Los sondeos demoscópicos publicados a lo largo de la campaña electoral de julio son prueba más que fehaciente de este sectarismo. Dependiendo del periódico de turno, los sondeos daban como favorita a la opción ideológica más próxima a su línea editorial (cosa aparte es el sectarismo demoscópico del CIS). Quizás la excepción hayan sido los sondeos de 40db para el grupo PRISA, los cuales publican los microdatos (el CIS también lo hace, pero pasados varios días tras la publicación del correspondiente barómetro). No obstante, el diario de este grupo empresarial publica los análisis que hace un matemático a partir de unos sondeos claramente sesgados cuya validez no iría más allá de la mera especulación.  

             Al hilo de esta observación, hago un aparte. ¿Qué idea puede tener la sociedad española de una sociología que produce estas aberraciones demoscópicas, si es que son sociólogos quienes las hacen? Una encuesta de 2018 a cargo de la FECYT sobre la percepción social de la ciencia detectaba que en torno a un tercio de los entrevistados considera que la Sociología (pero también la Economía) es poco o nada científica. Por el contrario, en el caso de la Medicina o de la Física ese porcentaje se sitúa por debajo del cinco por ciento.

             Dado que la lectura de un solo periódico no permitiría tener una visión cabal de lo que pasa y de las explicaciones de lo que pasa, nada tiene de extraño que haya quien prefiera -especialmente la gente joven- el recurso a unas redes sociales que son más sectarias si cabe que la mayor parte de los diarios. De acuerdo con el barómetro del CIS de junio de 2023 (estudio 3441), si consideramos los 2445 jóvenes de entre 18 y 24 años entrevistados, el 41,5%  se informa con las redes sociales. Como contraste, cabe señalar que un 23,6% lo hace con la prensa y el 26,2% con la televisión (es decir, la mitad se informa con medios digamos tradicionales).

             Cuanto he dicho hasta ahora se refiere a la prensa. Mucho peor es el panorama si se reflexiona sobre el periodismo radiofónico, el televisivo y -no digamos- el de Internet.

             Una observación final: tengo la impresión de que buena parte de la opinión publicada la hace gente de letras. Nada tengo que objetar frente a ello, pero me parece conveniente incrementar la presencia de científicos especializados capaces de aportar datos que sustenten sus afirmaciones. Se me ocurre como ejemplo la proliferación de artículos escritos por sociólogos (todos ellos expertos en educación y juventud, y con publicaciones sobre el tema) en el diario Le Monde con motivo de los recientes tumultos en las banlieus.

miércoles, 3 de mayo de 2023

¿Tiene sentido llamarse comunista hoy en día? El posible dilema de Yolanda Díaz.

 

¿Tiene sentido llamarse comunista hoy en día?

El posible dilema de Yolanda Díaz.

 

            En su última intervención televisada antes de las elecciones generales de marzo de 1979, Adolfo Suárez blandió el espantajo del marxismo del PSOE para degradar a este partido. La jugada, parece ser, le salió bien: UCD ganó esos comicios.

            Salvando las distancias, algo similar podría ocurrir con las perspectivas electorales de Sumar. Yolanda Díaz es miembro del Partido Comunista, y supongo que no será extraño que se la acuse de ser lo que es: una comunista, es decir, alguien de dudosas credenciales democráticas. En todo caso, no cabe perder de vista que, digan lo que digan las derechas, el PCE es un partido inequívocamente constitucionalista. Por el contrario, cabe albergar alguna que otra duda con respecto al constitucionalismo del Partido Popular, cuyo partido precedente - Alianza Popular- dividió su voto sobre la Carta Magna entre el sí, el no y la abstención.

            Creo que el problema fundamental reside en el hecho de considerarse hoy en día comunista. La de los países llamados comunistas es una experiencia de opresión, dictadura, masacres. Si alguien se llama a sí mismo comunista, ¿significa esto que defiende el totalitarismo? Nos guste o no, para la inmensa mayoría del mundo, y muy especialmente para quienes han padecido tan ignominioso régimen, el comunismo es algo completamente rechazable.

            Cabría la posibilidad de considerar que los primeros años de la Revolución Rusa fueron un ejemplo de lo que podría ser el paraíso de la humanidad. Sin embargo, y desde hace unas cuantas décadas -y quizás desde su comienzo-, sabemos a ciencia cierta que esta revolución no fue otra cosa que la sustitución de una élite por otra (de una casta por otra, si nos ajustamos a la terminología “podemita”), tal y como se temía Bakunin en su confrontación con Marx. La revolución de octubre fue un golpe de estado que condujo a la dictadura de los bolcheviques a costa de una posible democracia de los trabajadores (la rebelión de Kronstadt es un claro ejemplo de ello). Quizá ni siquiera se salven esos diez días que estremecieron el mundo de los que hablara John Reed.

            Hay que resaltar que hubo pensadores marxistas como Rosa Luxemburgo y Anton Pannekoek que, desde el principio, criticaron la deriva autoritaria del bolchevismo. Además de tiránicos, los bolcheviques fueron extremadamente conservadores hasta el extremo de considerar que la organización fordista del trabajo -el colmo de la alienación en el trabajo, tan duramente criticada por Marx- era el modelo que debía seguir la revolución. Como ya advirtiera Gramsci, los “nuevos métodos de trabajo son indisociables de un determinado modo de vivir, de pensar y de sentir la vida: no se pueden obtener éxitos en un campo sin obtener resultados tangibles en el otro”:

En lo que se refiere a la transformación del papel de la mujer, poco tiempo

se tardó en considerar el divorcio como un atentado contra la familia, por no hablar de la prohibición del aborto.

En la enseñanza, los enfoques de la historia basados en el estudio de los cambios socioeconómicos estructurales propuestos por Mikhail Pokrovsky- fueron sustituidos por un desfile de grandes personajes (lo que el historiador británico E.H. Carr -un apologista de la revolución cuyos libros han quedado desfasados por completo- llamaba la teoría de la nariz de Cleopatra). ¿Puede sorprender que Rusia sea gobernada por un fanático nacionalista como Putin?

            Creo que desde la izquierda se debe ser extremadamente crítico con lo que ha sido y, para desgracia de países como China o Corea del Norte, sigue siendo el comunismo. En sus polémicas con alguien tan siniestro como Sartre, Camus lo decía bien claro: si la verdad es derechas, yo soy de derechas. Desde mi punto de vista, llamarse a sí mismo comunista implica tener que suministrar un sinnúmero de explicaciones sobre qué clase de comunista se es (si alguien se anima, puede leer el libro de Alberto Garzón titulado ¿Por qué soy comunista?).

            Chomsky explicaba que considerar que lo que han vivido los países del socialismo real es comunismo viene bien tanto a estos últimos como a los conservadores del mundo occidental. Para los primeros es una fuente de legitimación, para los segundos contribuye a apuntalar el sistema capitalista. Haría falta reflexionar muy seriamente sobre el terrible mal que, para la izquierda -o si se quiere para la aspiración a crear un mundo a la medida de la humanidad, ha supuesto la aberración del socialismo realmente existente. Muchos de quienes no han caído en la alucinación sectaria de considerar que la URSS era una maravilla se han podido inclinar por apoyar opciones reaccionarias de la derecha. Pienso en el mal que pudo suponer para Salvador Allende haber visitado Cuba en 1972, próximas ya las elecciones que podrían haber alumbrado un socialismo democrático. La experiencia chilena tendría que haber sido, y en esto el Chicho estaba profundamente equivocado, la negación radical del castrismo: no se puede defender la democracia apoyando dictaduras.

            Es muy poca la gente que se identifica con el comunismo. En el caso de España, tan solo el 1,8% de la ciudadanía se confiesa comunista (según se puede ver en el barómetro 3257 del CIS de julio de 2019). Es más, de todas las etiquetas posibles es la que cuenta con menos adeptos, frente a -por ejemplo- un 15,7% que se considera socialista, un 6,6% socialdemócrata, un 12% liberal, un 4,4% feminista o un 4,1% ecologista.

            Aun siendo consciente del peso emocional de las palabras, habría que dar el paso de renunciar a un término tan cargado de connotaciones negativas como es el vocablo comunismo. Por desgracia, la experiencia ha contaminado el término hasta tal extremo que habría que arrojarlo al basurero de la historia.

domingo, 23 de abril de 2023

Un homenaje a los libros en el día de San Jordi.

Se puede ver una versión en vídeo de esta entrada en 

https://www.youtube.com/watch?v=oPjw2Nw5WkU

Un homenaje a los libros en el día de San Jordi.

 

Aprovecho esta festividad para describir mi experiencia con los libros durante el periodo previo a mi entrada en la universidad y a lo largo de los cinco años de mis estudios de licenciatura en sociología.

 

A diferencia de muchos escritores, mi acceso a la cultura libresca empieza a la edad de los dieciséis años (quizás un tanto tardía). Vázquez Montalbán decía de sí mismo ser un niño de balcón (y, por ende, lector), yo lo era más de calle (aunque moderadamente). En aquel entonces, España estaba en plena transición a la democracia (cuando se celebraron las primeras elecciones, en junio de 1977, yo tenía quince años). Fue un periodo en el que buena parte de la conversación pública (no solo en los medios de comunicación, sino en las calles y en las familias) giraba en torno al cambio político. Esto, y el hecho casual de que un amigo de un amigo me revelara que tres estaciones de metro más allá de mi casa había una biblioteca pública en la que se prestaban libros, me convirtió en un apasionado de los libros, amor que continua hoy en día. En todo caso, y como dijera Marx, los libros son mis esclavos, están para servirme. En definitiva, no soy un bibliófilo.

 

En mi casa había algo de capital cultural en forma de libros y de prensa. En lo que se refiere a los primeros, he de decir que jamás vi ni a mi madre ni a mi padre leer libro alguno. Sin embargo, en mi hogar había una colección de los premios Nobel de literatura, la cual me permitió un primer contacto con una producción literaria de calidad (se trata de la colección de la ya desaparecida editorial  Plaza &Janés). Javier Krahe decía tener en casa un montón de libros de autores clásicos que no leía jamás, pero que el mero hecho de tenerlos le tranquilizaba.

 

Aparte de esto, mi padre siempre fue un cliente habitual del quiosco de prensa. De niño recuerdo que en casa siempre entraban tres periódicos al día: el As (quizás más conocido por la fotografía de su contraportada que por la información deportiva), el Ya y el Pueblo (donde recuerdo haber leído los capítulos de la historia de los jugadores de rugby perdidos en los Andes). Más tarde -y desde el primer número- entró todos los días en mi hogar El País, del cual no me convertí en lector diario hasta un año después de su aparición, en 1976. Además de la prensa nacional, también llegaban hebdomadarios como Camb16 (luego fue Cambio 16, cuando la palabra cambio no suscitaba sospechas para la censura), Interviú (que al igual que el diario deportivo citado anteriormente era posiblemente más conocido por sus fotos de mujeres dispuestas a mostrar sus encantos corporales) y Mortadelo (bueno, Rosendo Mercado decía, en una famosa canción, que se educaba con El Papus y no con el ABC).

 

Al margen de la literatura, mis primeras lecturas eran de libros de historia como el de Gabriel Jackson sobre la Segunda República, la historia de España de Alfaguara, la entonces trilogía de Arnold Hauser (Historia social de la literatura y el arte). Añado -entre otros muchos libros- las obras escogidas de Marx y Engels y, enorme temeridad, el libro de Nikos Poulantzas Poder político y clases sociales (Muñoz Molina contaba que lo adquirió y terminó por intercambiarlo por un libro de literatura: pésima opción).

 

Igualmente, en los benditos quioscos, también compraba revistas de sesudo análisis político como Zona Abierta donde escribían intelectuales de la izquierda española y mundial o El Viejo Topo.

 

Creo que este escaso capital cultural me sirvió de barrera para no haber militado en partidos sectarios del tipo de, por ejemplo, la Organización Revolucionaria de Trabajadores. Recuerdo horrorizado haber acudido a una reunión en el local que este partido tenía cerca de mi casa en la que un tipo -relativamente joven- peroraba sobre cómo el pensamiento Mao Tse-tung sería la guía para la salvación de España y del mundo entero. Y eso por no hablar de Enver Hoxha y su nuevo hombre albanés. Sigo sin comprender cómo tantas personas cultivadas e inteligentes se metían en estas sectas. Con el tiempo, muchas de ellas terminaron por sumarse al pesebre del PSOE de Felipe González.

 

Antes de matricularme en Sociología, me di una vuelta por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Allí vi que había estudiantes que portaban libros como, por ejemplo, el Contrato Social de Rousseau. Pese a ello, la verdad es que luego comprobé que la mayoría de mis futuros compañeros no eran precisamente grandes lectores. Sin embargo, debo reseñar que no había tantos manuales como ahora, lo que forzaba a leer directamente a los autores señeros en diferentes asignaturas. A modo de ejemplo, en Historia se podía leer la Historia económica de la población mundial de Cipolla (pronunciado “chipola”); en Filosofía de las Ciencias Sociales, La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn; en Sociología del Trabajo, Trabajo y capital monopolista de Braverman, en Comportamiento Político, Los partidos políticos de Duverger… Y, dada mi pasión por el rock, hago un aparte para el curso de Sociología del Conocimiento a cargo de Luis Martín Santos, en uno de cuyos seminarios leímos la Sociología del rock de Simon Frith. Y, teniendo en cuenta mi especialidad en la sociología de la educación, hay dos libros clave: Escuela, ideología y clases sociales en España del malogrado Carlos Lerena y Aprendiendo a trabajar (en aquel entonces, Learning to Labour, libro que generosamente me prestó Mariano Fernández Enguita: un profe enrollado) de Paul Willis.

 

A ello hay que sumar que, en varias asignaturas, el profesorado había confeccionado unos libros de fotocopias de lecturas que contenían papers y capítulos de libros. Este era el caso de Estructura Económica o de Estructura Social Contemporánea.

 

Mis circunstancias personales -el hecho de que por motivos laborales fui no asistente o semiasistente- durante los cuatro primeros años de carrera, me llevaron a compensar esta escasa asistencia con la adquisición y lectura de infinidad de libros (hoy abarrotados en mi despacho de la facultad y que duermen el sueño de los justos tras mi paso al libro electrónico). Quiero aprovechar este apunte para decir que hubiese sido imposible haber completado estos cuatro cursos de no haber contado con el apoyo (en forma de apuntes e información diversa) de algunos de mis compañeros y compañeras (gracias Edurne, gracias Miguel) de la carrera (sin amistades no hay futuro).

 

Concluyo este pequeño homenaje al libro. Aquí he citado libros de no ficción. Sin embargo, la mayor parte de la lectura que promueve nuestra escuela se refiere a novelas (quizás algún día escriba específicamente sobre mi consumo de literatura). Está muy bien leerlas, pero cada vez es más imprescindible y accesible la lectura de libros de física, de astronomía, de historia, de filosofía y, claro está, de sociología. Es una pena que nuestra universidad, o al menos los grados en sociología, no sean capaces de crear un público lector. Lo que está claro es que los libros nos hacen libres y su ausencia nos conduce al desastre.

 

Salud y lectura.


lunes, 20 de marzo de 2023

La formación del profesorado de primaria y de secundaria

 

Hola.

Esta vez, y al hilo de las polémicas sobre los grados de formación del magisterio, he subido a mi blog un enlace a un vídeo de Youtube en el que reflexiono sobre qué debería ser la formación de un docente hoy en día, desde que entra en la facultad hasta que ya se encuentra en el ejercicio de su profesión.

Este es el enlace: https://www.youtube.com/watch?v=aFCpIPJCkZI&t=1556s

 Se trata de un vídeo que dura cerca de una hora en el que yo tan solo hablo unos veinte minutos (el tiempo máximo que se asigna a las charlas TED). El resto son fragmentos de vídeos de otras personas en los que apoyo lo que planteo.

 Estos son los puntos que abordo:

1.    Cómo podrían las facultades de educación seleccionar a sus estudiantes

Aquí utilizo un vídeo en el que se explica cómo es el acceso a las facultades de educación en Finlandia.

2. 2.    Formación universitaria

Aquí me apoyo en una entrevista a la entrañable Linda Darling-Hammond.

3.  3.   Acceso al puesto docente

Aquí hablo sobre el MIR para profesores.

4.    4. Otras posibles vías de acceso a la profesión

Aquí utilizo un vídeo de Unicoos de David Calle.

5.    5. Proceso de iniciación: tutoría de los nuevos profesores

6.    6. Formación continua.

En estos dos puntos utilizo sendos vídeos de experiencias de los Estados Unidos.

7.    7. ¿Qué es ser un buen profesor?

Aquí sugiero ver un fragmento de la película Lugares comunes (no lo he podido incorporar por las restricciones de los derechos de autor) y otro de una entrevista a Ricardo Castillo (un profesor más bien tradicional).

 Un saludo.

 Rafa.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

 

Las informaciones sesgadas de Vox

                El portavoz de Vox en el Congreso de los Diputados ha dicho hoy (2 de noviembre de 2022) que dos de cada tres empleos los ha creado la administración pública y que se acabaría con el paro mañana mismo si el estado contratase a cuatro millones de personas. Se puede ver esto aquí: https://www.youtube.com/watch?v=5sgR3aHmkUU

 



                 Y aquí tenemos la realidad. Los datos oficiales del INE se pueden ver aquí: https://www.ine.es/jaxiT3/Datos.htm?t=4262

                Lo primero que hay que aclarar es que empleo público es el que existe en las diferentes administraciones públicas (central, autonómica y municipal) y en las empresas públicas.

                Me fijo en la evolución del empleo de este año. Entre el primer y el tercer trimestre se han creado 461.000 empleos. De ellos, 38.000 corresponden al sector público y el resto ­­­­­­­422.400─ al sector privado.

                Entre el segundo y el tercer trimestre tan solo se han creado 77700 empleos: 52.300 en el sector público y 25.400 en el privado. De aquí es de donde sale la afirmación de que dos de cada tres nuevos empleos corresponden al sector público.

                No sería mala idea que en el Congreso se rebatieran contundentemente estas noticias distorsionadas con las que la derecha radical pretende sembrar la confusión.

                De paso no estaría mal enseñar a la ciudadanía a consultar fuentes fiables y a desconfiar de las bagatelas de algunos políticos y de las redes sociales.