¿Se debe legislar sobre la pedagogía?
En
varias ocasiones me he encontrado en debates en los que alguno de los
participantes niega que se deba legislar sobre la pedagogía. Es el caso, por
ejemplo, de alguien tan ponderado y sensato como Alejandro Tiana, quien fuera
durante años Secretario de Estado de Educación. Seguramente, todos cuantos
deseamos una educación radicalmente distinta a la actual, en la que realmente
la gente aprenda, creemos que la manera de enseñar en las aulas no debería
estar hegemonizada por la palabra del profesor y/o el libro de texto (eso que
Freire llamaba la pedagogía bancaria). Hace tres años, un equipo de la OCDE que
realizó una visita
a varios centros escolares de las islas Canarias quedó sorprendido por el
predominio de la enseñanza frontal. Esto es lo que se dice en la página 70 de
su informe:
El equipo de la OCDE también ha podido saber
que el estilo de enseñanza de muchos profesores de secundaria sigue siendo el
de ponerse de pie frente al resto de la clase y transmitir el contenido de la
materia a los alumnos, sin pararse a comprobar si los alumnos entienden lo que
se les está explicando o si saben cómo aplicarlo. De hecho, se pudo constatar
que muchos profesores sólo exigen a sus alumnos que memoricen los contenidos de
una asignatura para poder aprobar los exámenes. Este estilo de enseñanza no
conlleva la obtención de buenos resultados en el informe PISA ni en la
educación en general.
Estoy
de acuerdo en que no se debe legislar sobre la pedagogía, si por tal se
entiende indicar el modo en que debe enseñar el profesor, si tal o cual lección
se debe explicar de un modo u otro. Sin embargo, se convendrá conmigo en que
dejar las cosas como están o introducir ciertos cambios conducen a diferentes
tipos de pedagogía. Quizás lo que más explique por qué en secundaria prepondera
la enseñanza magistral es que nuestros profesores de medias son especialistas
en su materia (Matemáticas, Lengua, etc.) más que profesionales que sepan cuál
sea la mejor manera de explicar, qué es un centro escolar como organización,
cómo aprenden los adolescentes y un largo etcétera que haría esta lista
interminable. Recuerdo que, en mi condición de supervisor de un estudiante del
máster de Formación del Profesorado de Secundaria, visité la clase de un
instituto de secundaria en la que este alumno hizo las prácticas. Estas fueron
un éxito, hasta el punto de que la mayoría de los alumnos estaba compungida por
su partida. Hablé con el profesor titular y me comentó que él explicaba del
modo en que lo hacía porque su referencia eran las clases del historiador
franquista Ricardo de la Cierva en la universidad. Este el problema. En
ausencia de otros modelos, el profesorado tiende a imitar lo que ha conocido en
su vida de estudiante porque a él le ha dado buen resultado.
Lo
mismo cabría decir con la introducción de las reválidas (o pruebas externas
estandarizadas) al finalizar los dos niveles de secundaria. Ya sabemos los
efectos perversos que sobre la docencia de segundo de bachiller ejerce la
Prueba de Acceso a la Universidad). Con las reválidas vamos a caer en el teaching to the test (enseñar para el
examen) también en el último curso de la ESO (como probablemente ocurra durante
varios meses en sexto de primaria y tercero de la ESO con las pruebas de
Conocimientos y Destrezas Indispensables).
Por
tanto, no se debe legislar sobre la pedagogía, pero se deben crear las
condiciones para que el profesorado enseñe a sus alumnos cosas como razonar,
escribir creativamente, defender un argumento, exponer en público de un modo
inteligible (tanto en castellano –y, en su caso, la lengua cooficial- como en
inglés), manejar fuentes de información diversas.
Si los
consejos escolares hubieran sido algo más que un órgano colegiado burocrático y
de vida mortecina en manos del profesorado, seguramente se podría haber
introducido el aire fresco de la sociedad civil (especialmente el de los padres
y el de los alumnos) en la vida de nuestros centros escolares. En definitiva,
esto es lo que se proponía allá por el año 1984 la Ley Orgánica del Derecho a
la Educación (LODE) y por eso concitó el rechazo unánime de la clericalla.
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