Una
nueva adolescencia
El reciente libro del psicólogo Laurence Steinberg (Age of opportunities. Lessons from the
New Science of Adolescence, Houghton
Mifflin Harcourt, Boston, 2014) ofrece
una información valiosísima sobre lo último que la investigación científica relativa al cerebro
aporta al estudio y al conocimiento de la adolescencia. Buena
parte de cuanto se dice en esta obra resulta de enorme interés para el ámbito
de la educación.
Lo
primero que destacaría del libro es la constatación de que la adolescencia cada
vez dura más tiempo: la pubertad da comienzo antes y el acceso a la edad
plenamente adulta se pospone en muchos casos hasta los veinticinco años. El
adelanto de la pubertad se debe, según señala Steinberg, a muy diversas
razones. Algunas tienen que ver tanto con la mejora del nivel de vida (mejor
alimentación no solo de los niños sino también de sus madres durante el
embarazo) como con su empeoramiento (los niños que viven en situación de estrés
o que padecen obesidad son más propicios a comenzar antes la pubertad). El
estar expuestos a más horas de luz (gracias a la electricidad) también
contribuye a este adelanto.
Mucha mejor
noticia es la prolongación de la adolescencia hasta edades más avanzadas –o
como quiera que se llame a esta nueva etapa vital comprendida entre los
diecinueve y los veintipocos años-. Sin duda, esta ampliación se explica, sobre
todo, por los cambios sociales: básicamente los derivados de la continua
posposición de la entrada de los más jóvenes en el mundo adulto a través del
empleo estable y la formación de una familia. Vivir más años en una situación
de adolescente supone cerrar más tardíamente la ventana de la plasticidad
cerebral, situación que, si se sabe aprovechar, rendirá enormes frutos.
Steinberg indica que la adolescencia es una etapa de
una plasticidad cerebral comparable a la de la edad comprendida entre los cero
y los tres años. No es cierto que nazcamos
con un número finito de células cerebrales y que no produzcamos nuevas neuronas
al crecer. En la mente de todos está el ejemplo de los cerebros de los taxistas
de Londres –para cuyo trabajo precisan conocer multitud de rutas urbanas-. Los
escáneres que se les han realizado muestran un enorme crecimiento de su materia
gris.
Esta prolongación
del estado pre-adulto es un arma de doble filo. Por un lado, extiende el
periodo en el que se lleva una vida que puede ser desordenada, lo que eleva el
riesgo asociado a cierto tipo de problemas de la adolescencia. Por otro, un
exceso de estructuración de la vida entre los veinte y veintipocos años amenaza
con cerrar la puerta de la plasticidad. El largo periodo de tiempo que supone
el paso a la edad adulta puede ser altamente beneficioso.
El cerebro
es tremendamente plástico hasta que se hace la transición a la edad adulta. Si
esta maleabilidad se mantiene, debido a que el joven esté inserto en una
actividad novedosa, exigente y cognitivamente estimulante (lo que sucede, con
frecuencia, si se permanece en el sistema educativo) y, si evita entrar
tempranamente en los roles repetitivos y menos interesantes de trabajador y cónyuge,
se cerrará más tarde la ventana de la plasticidad.
Durante la
adolescencia es posible desarrollar el elemento fundamental que está detrás del
éxito en la escuela, en el trabajo y en la vida: el autocontrol. Sabemos que
los test de inteligencia, habilidad o talento no predicen mucho sobre el posible
éxito en la escuela, en el trabajo o, más en general, en la vida. Son incapaces
de hacerlo porque no miden características como la persistencia, la
determinación o la tenacidad. Estas últimas son destrezas no cognitivas. Más
bien, habría que hablar de destrezas de pensamiento y de no pensamiento o, si
se quiere, factores intelectuales y factores motivacionales. Intelectual
procede de la palabra latina referida a comprensión, mientras que motivacional
deriva del término latino movimiento. La aptitud para el autocontrol es
probablemente el elemento que goza de mayor capacidad predictiva del logro, de la
salud mental y del éxito social. Una adolescencia más prolongada supone la
posibilidad de incrementar el autocontrol, ya que no queda más remedio que
combatir los cantos de sirena de la libertad de la condición adulta –cantos que
sedujeron a tantos jóvenes durante el boom económico previo a la crisis actual-.
El hecho de ser capaces de controlar lo que pensamos, sentimos y hacemos nos
protege de multitud de trastornos psicológicos, contribuye a unas mejores
relaciones con los demás y facilita los logros escolar y laboral.
La buena
noticia es que los elementos constitutivos del autocontrol (la determinación,
la perseverancia y la tenacidad) se pueden desarrollar muy especialmente
durante la adolescencia, ya que no son innatos. Sabemos que el logro educativo
depende más de estos elementos que de la habilidad académica (lo que la LOMCE
llamaría el talento: una suerte de rasgo inmutable y genético que se tiene o no
se tiene). Steinberg destaca que el hecho de pertenecer a una cultura que
fomenta estas habilidades, como es el caso de la asiática, es más predictivo
del éxito escolar que proceder de una familia acomodada. Es prácticamente
imposible tener éxito sin ser una persona resuelta, trabajadora y perseverante.
El autor llama a este conjunto de rasgos capital neurobiológico (el cual se
añade a los capitales cultural y social).
Lo que está
claro es que ni una charla ni una lectura ayudarán a una persona a desarrollar
la determinación de sentarse en su mesa y estudiar gramática y geometría
cuando, muy comprensiblemente, preferiría realizar actividades lúdicas. Para
tener éxito en la vida hay que forzarse a hacer cosas que uno seguramente no
haría por iniciativa propia. No desarrollar esta capacidad de autodeterminación
tiene consecuencias graves. A modo de ejemplo, en los Estados Unidos, un tercio
de los estudiantes que entra en un programa a tiempo completo de dos años de
duración lo deja antes de finalizar el primer curso. Lo mismo ocurre con una
quinta parte de quienes eligen estudios de cuatro años. En definitiva, es
fundamental aprender a posponer las gratificaciones.
¿Qué
lecciones fundamentales cabría extraer del libro de Steinberg? Quizás la
primera y más importante es que podemos confiar plenamente en la capacidad de cambio,
para mejor, de la gente joven. Parece claro que la segregación escolar temprana
-para el alumnado que vaya peor- que plantea la LOMCE, en forma de grupos de
refuerzo a partir de los catorce años o la formación profesional básica a
partir de los quince, supone obviar que resulta dudoso predecir a edades tan
tempranas el futuro rendimiento escolar de nadie. Con estos datos en mente,
¿qué consejo asesor, equipo directivo o de orientación se puede sentir
legitimado para enviar a cierto alumnado a vías escolares de segunda categoría?
Pero hay
más: necesitamos extender la permanencia en el sistema educativo durante más
años. La secretaria de Estado de Educación, Montserrat Gomendio, dice que
nuestra universidad es insostenible: no podemos tener a tanta gente (pese a que
estamos por debajo de la media de la OCDE). Lo que no parece sostenible es
tener a una secretaria de Estado que dice tales cosas. Esto contrasta
dolorosamente con la propuesta de Obama de conseguir que todos los jóvenes
norteamericanos cursen como mínimo dos años de universidad (college).
Como es más que sabido, en la adolescencia el grupo de
iguales es muy importante. Steinberg explica que los adolescentes aprenden más
en proyectos de grupo que trabajando aisladamente. Esto choca con la
disposición habitual de nuestras aulas, en las que el alumnado está frente al
profesor o profesora, y con la segmentación del currículo en asignaturas –cuyo
contenido, en muchas ocasiones, es una invitación al tedio vitalicio-.
En el libro se enfatiza que el ejercicio físico diario es
fundamental y si este implica adoptar constantemente decisiones (lo que sucede
en deportes de equipo, como el fútbol) mejor aún. Esta actividad se puede hacer
tanto dentro del horario escolar –como ocurre hasta ahora, salvo en segundo de
bachillerato- como en el extraescolar. Una jornada escolar que en secundaria (y
cada vez más en primaria) se concentra en el horario de mañana –y que implica
convertir en un desierto vespertino a los centros educativos- es una invitación
al sedentarismo entre nuestros jóvenes.
En definitiva, el de Steinberg es un libro a la vez
sugerente e inquietante que informa acerca de lo mucho que ha avanzado nuestro
conocimiento sobre la adolescencia en los últimos quince años y que la escuela
(pero no solo la escuela) no puede ignorar.
Me han resultado muy interesantes las ideas de Esteinberg en lo relativo a la mayor plasticidad del cerebro adolescente. Idea interesante y que comparto. Pero no creo que se pueda entender esa mayor plasticidad como una “tabula rasa” que permitiría a cualquier joven estudiar o formarse en cualquier campo o nivel de estudios.
ResponderEliminarMi experiencia como docente me indica que no es así. Y me sorprende que en la actualidad se considere “segregar” el estudiar o aprender lo que mejor se adapta a cada uno. Y que otros estudios menos “teóricos”, con más contenido práctico, sean “vías escolares de segunda categoría”.
Solo puedo entender estas afirmaciones desde una visión clasista y elitista de la educación, que solo contempla de primera categoría las disciplinas más “intelectuales”. Esta mentalidad está detrás de los grandes errores de la LOGSE y del enorme fracaso escolar que esta ley (Y las posteriores que comparten no pocos de sus fundamentos) han provocado en generaciones de alumnos. Este fracaso, y los problemas que ocasiona en el desarrollo intelectual y emocional de nuestros jóvenes, si que deberíamos contemplarlo como una injusta y dura segregación.
Creo que el desprecio por los estudios más prácticos engancha con la visión aristocrática, y por desgracia muy española, de desprecio del trabajo manual.
Desde los años 80 venimos oyendo la cantinela del “desprestigio de la formación profesional”, que yo, que di clase en la Formación Profesional de entonces, nunca vi, y que por el contrario me pareció que era una manifestación más de esa desconsideración hacia lo manual y de una mitificación de los estudios superiores, que ya no encajaba en sociedades modernas, más libres y menos dependientes de la ”títulitis”, los contenidos académicos tradicionales y las idolatradas “carreras”.
Javier Fernández Pacheco
Profesor de educación de adultos.