La Educación Secundaria de Adultos
He publicado tres artículos –el último hace
unos días- en revistas indexadas (se pueden ver aquí, aquí y aquí) derivados de una
investigación sobre el alumnado de Centros de Educación de Personas Adultas
(CEPAs) que cuenta con alguna experiencia laboral (pasada y/o presente). El trabajo de campo es resultado de un
centenar de entrevistas en profundidad –realizadas durante los cursos 2011-12 y
2012-13- a alumnos de la ESO de diez CEPAs de la ciudad de Madrid, y de la
observación participante en diferentes aulas de ese nivel educativo de esos
centros. A todo ello, hay que añadir multitud de conversaciones informales con
profesores y equipos directivos de los centros.
Prácticamente la totalidad de los
entrevistados nacieron cuando ya existía democracia en España. En este sentido,
sus trayectorias escolares y profesionales constituyen una información
privilegiada para valorar lo que ha dado de sí la educación obligatoria en los
últimos años, de modo que sus declaraciones vendrían a ser una aportación oral
a la historia del fracaso escolar en la España de la democracia.
Las entrevistas realizadas ponen de
manifiesto lo que señalara Tolstoi en Ana
Karenina, en el sentido de que todas las familias
felices se parecen unas a otras y que cada familia infeliz tiene un motivo
especial para sentirse desgraciada. Pese a que cada relato sobre al
abandono escolar es un mundo en sí mismo, plagado de particularidades, se
podrían agrupar en cinco las principales causas a las que los entrevistados
achacan su abandono escolar temprano. La primera tiene que ver con
características de la familia como su capital cultural, la pobreza, la
situación de desempleo, la desaparición de un progenitor e incluso de ambos (por
abandono del hogar, divorcio o muerte). La segunda se refiere a traumas
sufridos por los entrevistados como accidentes, enfermedades, minusvalías, que
interfieren en la trayectoria escolar. La tercera se podría atribuir a
motivaciones personales –aunque habría que matizar considerablemente este
adjetivo- del tipo de considerarse a sí mismo como rebelde o haberse juntado
con amistades inadecuadas. La cuarta hace referencia al hecho de que tenemos un
elevado número de alumnos extranjeros que vienen de países en los que no
estuvieron debidamente escolarizados en su infancia –lo que puede coincidir con
lo sucedido con buena parte del alumnado autóctono de mayor edad-. Y,
finalmente, la quinta causa radicaría en la propia escuela y su tendencia a
excluir a todo aquel que no se avenga a la norma de lo que se entiende por
alumno académico.
El estudiantado entrevistado pertenece
claramente a grupos sociales vulnerables y a familias con muy bajo capital
cultural. Lo que para otros grupos de mayor estatus socioeconómico sería una
mera contrariedad, para los estudiantes que aparecen en este estudio se
convierte en un obstáculo insalvable. Con un poco de ayuda, cuando eran niños o
adolescentes, este problema se habría resuelto.
El abandono escolar bajo mínimos es el
reflejo de un sistema productivo que ha podido funcionar con una fuerza de
trabajo escasamente cualificada, en el que la carencia de títulos educativos no
era especialmente grave. El modelo de crecimiento de la España del boom económico ha permitido tolerar unos
elevadísimos niveles de abandono escolar cuyas consecuencias estamos pagando
ahora. Desde la perspectiva del presente, los estudiantes entrevistados
consideran un serio error haber dejado la escuela sin concluir la ESO. Hoy en
día, las tornas han cambiado por completo y pocos son los empleos –desde
vigilante jurado a reponedor de una gran superficie comercial- que no exigen ya
el mínimo de la credencial de la ESO.
El hecho de que la mayor parte de los
estudiantes, además de ser personas adultas, tengan una actitud respetuosa en
el aula facilita la relación de estos con un profesorado plenamente consciente
de las enormes dificultades que están sorteando sus alumnos para alcanzar el
título de la ESO. Por otro lado, la práctica totalidad del profesorado ha
elegido deliberadamente serlo en un CEPA, conscientes de que su alumnado es más
tranquilo que el público adolescente de los IES. Esto singulariza la docencia
en este tipo de aulas. Aquí nos encontramos con un profesorado que (al menos,
en los turnos de tarde) apenas tiene que prestar atención a los problemas de
orden, pese a que este queda sujeto a una negociación implícita, lo que le
permite disfrutar del placer de ayudar al alumnado a aprender.
Salvo que queramos condenar a la marginación
social a un alto porcentaje de quienes abandonaron tempranamente la escuela, no
queda más remedio que redoblar los esfuerzos para conseguir rescatar para la
escuela a la mayoría de los que abandonaron. De no actuar así, no habrá un
futuro esperanzador para la inmensa mayoría de los parados.
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