Au revoir les devoirs
Pese al título de esta entrada, no se trata de que
desaparezcan los deberes. A finales de mayo, y en el ámbito del congreso de la
Federación de Padres de la Enseñanza Pública (PEEP), el nuevo ministro de
Educación francés, Jean-Michel Blanquer, ha anunciado que los niños ya no
tendrán que realizar los deberes escolares en casa. Se trata de una solución
salomónica a lo que el ministro
considera una controversia estéril y que trata de contentar tanto a quienes
consideran indispensables los deberes como a las familias que se ven
sobrepasadas por la realización de estos con sus hijos.
No hay, en esta medida, ningún tipo de reflexión o
propuesta sobre en qué deberían consistir los deberes. Simplemente se plantea
que se harán en el escenario escolar durante un tiempo de estudio en el que los
alumnos estarán acompañados por profesionales (profesores voluntarios y
ayudantes de educación). Es algo que ya existe, y que tiene lugar entre las
cuatro y las seis de la tarde, en el caso de los centros de secundaria (collèges)
de educación prioritaria.
Los
sindicatos son escépticos con respecto a su implantación en septiembre, ya que
consideran que los tres meses que restan hasta el comienzo del próximo curso es
poco tiempo. Y, por otra parte, estamos ante una medida que ya fue intentada,
en su momento y sin éxito, por Hollande y aún antes por Sarkozy.
Se
trata, qué duda cabe, de una propuesta que puede contrarrestar las
desigualdades sociales frente a la educación: no es lo mismo, para un niño,
hacer los deberes en casa si sus padres tienen estudios superiores que si estos
solo cuentan con estudios elementales.
Si bien es cierto que muchos padres pueden respirar
aliviados por verse liberados del trabajo que implica ayudar a hacer los
deberes –o incluso hacerlos- con sus hijos, la federación de padres ha
manifestado su preocupación por la posibilidad de que una medida de estas
características se traduzca en una mera prolongación de una ya de por sí
saturada jornada escolar de los alumnos. Y justamente este es el problema que
elude el ministro francés al considerar estéril el debate sobre los deberes, ya
que estos dicen mucho sobre el funcionamiento de la escuela. Los deberes pueden
consistir en la mera repetición de ejercicios descontextualizados –por
desgracia, lo habitual- o en la realización de actividades como leer un libro,
ver y comentar una película o escribir un cuento. Mi impresión, y ojalá esté equivocado,
es que estamos en presencia de una medida populista que no entra en la clave
del problema.
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