Feria de
los colegios
El sábado 16 de
febrero acudí a la feria de los colegios
celebrada en el estadio Metropolitano. Se trata de un evento en el que diversos
centros educativos –mayoritariamente privados de pago- exponen en stands
-atendidos habitualmente por su propio profesorado- su propuesta escolar. La
oferta se divide en dos grandes secciones. Una de ellas está dedicada en
exclusiva a la formación profesional (FP) en todos sus niveles. Se trata en su
mayoría de centros –una vez más casi todos privados- cuya oferta es
exclusivamente de este tipo de formación o que le prestan una especial
atención. Si no estoy equivocado, aquí estaba el único centro público en toda
la feria (un IES de Leganés). La otra sección abarca al resto de centros –los
cuales también pueden ofertar formación profesional-.
Desconozco las cifras
de asistentes o si tal exposición es un éxito para sus promotores. La impresión
que me quedó es que es una feria en la que se publicitan centros que quieren
garantizar para todos sus alumnos el éxito escolar en un contexto de adaptación
a los tiempos actuales. La atención personalizada me pareció una de las claves
de esta oferta. Se trata de ofrecer una educación que tenga en cuenta la
diversidad de maneras de aprender –la referencia a las inteligencias múltiples
es una constante- por medio de recursos de muy diferente tipo: desde los grupos
con no más de quince alumnos a la posible orientación a los ciclos superiores de
FP en el caso de los estudiantes de bachiller que así lo prefieran –frente a la
percibida obsesión de lo que en algún stand me refirieron como centros
convencionales por la exclusiva orientación hacia la universidad y las
consiguientes pruebas de acceso-. Había centros que prestaban especial atención
a la escolarización de alumnos con dificultades escolares como la dislexia o el
trastorno por déficit de atención.
Creo que, en buena
medida, una oferta como la realizada en esta feria refleja los temores que
sufren muchas familias a la hora de escolarizar a sus hijos o de cambiarlos de
centro. Obviamente, el hecho de que la oferta sea sobre todo de centros
privados limita enormemente el tipo de público que asiste a un evento de estas
características. En general, los centros participantes son capaces de ofrecer
–obviamente, otra cosa es lo que ocurra en realidad- un proyecto educativo. Een
los más que lujosos folletos publicitarios que se distribuyen a los asistentes,
es habitual leer que el profesorado del centro está comprometido con el
proyecto educativo o que se preocupa por enseñar de un modo activo o que
recurre sin problemas a las nuevas tecnologías. Esto es lo se dice en un
folleto: “Una amplia y estable plantilla de profesores muy comprometidos y de
gran experiencia, sabiendo combinar la innovación tecnológica con la enseñanza
tradicional (…) un mal profesor arruina cualquier método de enseñanza”.
Esto, por desgracia,
es algo que difícilmente podrían decir de sí mismos la inmensa mayoría de los
centros públicos. Un orientador de un instituto de secundaria me dijo que
algunos de sus conocidos le preguntaban por el mejor instituto en el que
matricular a sus hijos. Su sabia y prudente respuesta es que podía asegurar que
determinado centro era recomendable en el año académico en curso pero que nada
podía decir con respecto al siguiente año ya que la movilidad del profesorado
–por los concursos de traslados y el alto porcentaje de interinos- es tal que
imposibilita saber si el centro seguirá siendo recomendable o no. Es decir, el
grado de incertidumbre que padece con respecto a su proyecto educativo –y el
profesorado que lo debe sustentar- la
mayoría de los centros públicos convierte la matriculación de los niños en
tales colegios en una suerte de lotería perversa: un año se puede tener un buen
profesor de Matemáticas y al siguiente uno que no sabe explicar o que explica
lo que le viene en gana (y estoy hablando de casos reales).
Eché en falta la
presencia de centros públicos. Es una pena que, por ejemplo, centros madrileños
que se han convertido en alternativa a la educación hegemónica (pienso, claro
está, en colegios como La Navata o Trabenco, por citar solo dos) no estén
presentes en este tipo de eventos. Soy consciente de que quizás se trate de
centros alejados de la mercadotecnia que imponen estas ferias, pero estoy
seguro de que su presencia no solo hubiera atraído las miradas de buena parte
de los asistentes, sino que además podría alentar la extensión de su modelo
educativo.
Mi impresión es que
la escuela pública no debiera quedar al margen de actividades (sean ferias o
eventos de otro tipo) que den a conocer a la sociedad lo que están haciendo.
Esto, evidentemente, requiere que los centros públicos cuenten con unas señas
de identidad que los singularicen claramente.
Mención aparte merece
la presencia de centros de FP. Al hablar de esta opción educativa es
fundamental diferenciar entre la FP de grado medio y la de grado superior. Esta
última es educación superior y es habitual una clara conexión entre esta y los
grados universitarios. La de grado medio se ha conformado como una opción para
aquellos estudiantes que han obtenido con gran dificultad el graduado en
Educación Secundaria Obligatoria (ESO), para los que se descuelgan del
bachillerato o para quienes retornan al sistema educativo. La pregunta es clara.
Si la FP es para los perdedores del sistema, ¿por qué hay centros privados de
pago que la ofertan? Parte del monte es orégano y el orégano de algunos centros
es una FP de cierto nivel: técnico en sistemas microinformáticos y redes,
técnico en instalaciones de telecomunicaciones, farmacia y parafarmacia,
comercio o animación de actividades físico-deportivas (para ilustrar esta
última un folleto incluye la imagen de un atractivo joven subido a lomos de un
caballo al que parece susurrarle una jovial confidencia). Ni qué decir tiene
que todos estos centros recalcan el alto porcentaje de inserción laboral de sus
graduados –tanto del nivel medio como del superior-.
No obstante lo dicho,
la solución sería –una vez más- la finlandesa: un sistema en el que todos los
centros son de una elevada calidad y en el que, por tanto, no es preciso que
las familias se devanen los sesos para decidir donde matricular a sus hijos. En
principio, la mejor escuela es la que está más cerca de casa y a la que los
niños y adolescentes puedan ir andando. Meter a los hijos todos los días
durante más de una hora en un autobús para ir al colegio es una pésima opción,
salvo que no quede más remedio. El entorno inmediato, los amigos del colegio y
del barrio y sus familias son una fuente de aprendizaje a la que no se debería
renunciar.