¿Por
qué la evaluación de la asignatura de Religión –cualquier religión- no debe
contar para la nota media?
Una vez
más, asistimos al debate pendular sobre el peso que debería tener la
calificación obtenida en la asignatura de Religión (sea esta la católica, la judía,
la musulmana o la evangélica). Dado que la mayor parte de los alumnos
matriculados en esta materia confesional lo están en Religión Católica,
prestaré especial atención a esta -tal y como hace nuestra Constitución-. Las
otras confesiones son elegidas por porcentajes muy reducidos de alumnos. De
acuerdo con los datos del Ministerio de Educación (Las cifras de la educación en
España Estadísticas e indicadores. Edición 2019); Religión Evangélica la cursa el 0,39% del
alumnado de primaria y el 0,24% del de secundaria; Religión Islámica –para los
mismos niveles, respectivamente-, el 0,52% y el 0,03%; y Religión Judía, el 0.01%
en ambos niveles.
Mi postura, ya lo anticipo,
es que su nota no debería contar en la media obtenida por cada estudiante. Las
particularidades de esta asignatura son tan marcadas, como se verá a
continuación, que hacen que esta sea la opción más sensata.
La
primera de las peculiaridades es que sus contenidos son elaborados por las
autoridades religiosas de cada una de las confesiones -y publicados en el
Boletín Oficial del Estado-.[1] Los de la materia de
Religión Católica no dejan lugar a muchas dudas sobre su carácter excluyente. La
persona, se dice, “tiene que reconocer que las
cosas, los animales y el ser humano no se dan el ser a sí mismos. Luego Otro
los hace ser, los llama a la vida y se la mantiene”. Es decir, todo ser humano
–no solo los cristianos o los creyentes- ha de creer que Dios creó el mundo,
pese a lo que se pueda decir en las clases de Física o de Biología, o lo que
indiquen las aportaciones de un físico como Lawrence Krauss.[2]
Pero no solo esto, el no creyente no sale muy bien parado: “No obstante, el ser
humano pretende apropiarse del don de Dios prescindiendo de Él. En esto
consiste el pecado. Este rechazo de Dios tiene como consecuencia en el ser
humano la imposibilidad de ser feliz”. No se puede ser más claro: solo
cabe ser feliz si se es creyente o, mejor dicho, católico.[3]
No acaba aquí la cosa. Se indica que “una educación con religión es
una formación completa”. ¿Significará esto
que quienes no optan por Religión tienen una formación incompleta?
La segunda peculiaridad de esta materia es que sus profesores son
seleccionados por las autoridades religiosas respectivas, y su salario es
abonado por el Estado. Se podría alegar que esto no es una excepción, ya que
los profesores de los centros concertados y privados son elegidos por sus
titulares –que en muchas ocasiones son también entidades católicas-. La
particularidad reside en que se exige, amén de la titulación correspondiente,
estar bautizado. Es decir, no basta con una formación académica, sino que
además hay que demostrar identificación con el catolicismo.
Vistos estos precedentes, resulta un tanto llamativo que la Iglesia
considere que esta asignatura no es un ejercicio de catequesis. De acuerdo con la
primera de las tres acepciones que aparecen en el DRAE, la catequesis consiste
en el “ejercicio de instruir en cosas pertenecientes a la religión”.
Según la Wikipedia, la catequesis se refiere “a
la tradición del depósito de la fe a los nuevos miembros que se
inician en la Iglesia
católica y su posterior
instrucción”. Al evitar la identificación con la catequesis, lo que la Iglesia
quiere dejar claro es que esta asignatura no consiste en adoctrinar. No es una
materia que tenga por misión la de crear creyentes. Sin embargo, lo que se
publica en el BOE apunta claramente a que justamente de esto se trata. Así, y
entre otros muchos ejemplos, se indica que el alumno debe argumentar “el origen del mundo y la realidad como fruto del designio amoroso de Dios”.
Se considera como uno de los estándares de
aprendizaje evaluables lo siguiente: [el alumnado] “Reconoce
con asombro y se esfuerza por comprender el origen divino del cosmos y
distingue que no proviene del caos o el azar”. Si esto no es
inducción en la fe, ¿qué cosa es? Por otro lado, ¿cómo se puede evaluar el
asombro, tal y como se indica en el BOE? Y, por si no fuera poco, el alumno de
bachiller “se esfuerza por comprender el origen divino del cosmos”.
A veces
se recurre a retruécanos que caen directamente en el terreno del absurdo. En su
campaña en favor de la matriculación en esta asignatura se dice: “No se puede
elegir lo que no se conoce y no se puede conocer si no se puede elegir la
religión”.[4] La primera
frase carece de sentido: si no conocemos algo va de suyo que no lo podemos
elegir. Si la frase quiere decir que hay que conocer lo que una persona
particular no conoce, nuestro currículo escolar sería infinito. Y si tal
conocimiento se limitara al de las religiones, la Wikipedia estima que debe
haber del orden de unas 4200 confesiones religiosas. Pero lo peor, por
excluyente, es afirmar que para conocer hay que tener la posibilidad de elegir
la religión, posibilidad que, por cierto, no se ha puesto en duda hasta ahora:
la asignatura de Religión continuará existiendo y será optativa.
No basta con
que exista la asignatura de Religión. Además, hay que obligar a cursar una
materia alternativa a quien no la elija. Esto lo dejaba muy claro, Caballero
Gracia, presidente de la Confederación Católica
Nacional de Padres de Familia y Padres de Alumnos (CONCAPA): “queremos
que la Religión exista en la escuela, que sea evaluable, que tenga peso
específico y que cuente para nota. Por lo tanto, vamos a defender también que
haya una materia espejo, que si las familias no eligen Religión puedan escoger
una alternativa. Si desaparece la alternativa, ¿para qué vamos a dar Religión?”.[5] ¿Cómo se puede afirmar
esto? ¿No se considera que la fe mueve montañas? Parece que tenía razón Nietzsche
cuando escribía que en realidad la fe pone montañas allí donde no las hay. El
mensaje consiste en que para que los míos sean religiosos, necesito “castigar”
de algún modo a los infieles.
Estamos hablando de una asignatura
que goza de gran aceptación. Así sucede, para los centros públicos (en el curso
2016-17),[6]
con el 56,6% del alumnado de primaria y con el 44,5 del de la ESO. Las
variaciones por comunidades autónomas son enormes. Extremadura y Andalucía son
las que cuentan con un mayor porcentaje de alumnos matriculados en Religión
(respectivamente, 84,5% y 78% en primaria, y 72% y 61% en la ESO) y Cataluña la
que menos (18% en primaria y 9,8% en la ESO). En todo caso, no parece que esta
asignatura dé los frutos deseados. De acuerdo con el barómetro del CIS (Centro
de Investigaciones Sociológicas) de enero de 2015, el 52,4% de los jóvenes de
entre 18 y 24 años se declara católico. De ellos el 81,2% no va a misa casi
nunca y tan solo un magro 6,3% acude al menos una vez a la semana. En este
mismo grupo de edad, el 28,8% se considera no creyente y un 14,4% ateo (es
decir, un 43,2% de descreídos). Cuatro años más tarde -en el barómetro del CIS
de julio de 2019-, y en ese mismo grupo de
edad, se declara católico el 40,4%, y la suma de quienes se consideran
agnósticos, indiferentes y ateos alcanza el 52,9%. A su vez, de entre quienes
señalan ser católicos, el 67,6% no acude a misa nunca o lo hace en muy raras
ocasiones.
Pese a lo dicho hasta aquí, es bastante probable que, en
la práctica, la enseñanza de esta asignatura sea más flexible de lo que se
anuncia en el BOE. Al menos esa es la impresión –pero solo es eso: una
impresión- que he tenido en las ocasiones en que al hilo de mis visitas a
diferentes centros educativos he podido hablar con profesores de Religión -y
cuando he realizado observación participante en sus clases-, los cuales de un
modo unánime hacían referencia a la apertura, al diálogo. Sin embargo, que tal
flexibilidad dependa del talante de su profesorado y no de los contenidos
oficiales es algo que habría que subsanar.
Con los argumentos hasta aquí esgrimidos, cabría ir más
lejos y atreverse a sacar esta asignatura del horario escolar. Esto es lo que
ya se ha intentado en comunidades con un bajo porcentaje de alumnado que la
elige, como el País Vasco. Aquí tendríamos un elemento más en favor de la derogación de la LOMCE de Wert.
Y concluyo con un aviso para navegantes. Con un currículo
tan sobrecargado como el que tenemos y con tantas asignaturas, me parece una
temeridad introducir, a modo de solución, una materia de historia de las
religiones o como se quiera llamar. Por otro lado, no se olvide que una
asignatura supuestamente neutral sobre esta cuestión no apagaría la demanda de
una educación acorde con los valores de las familias, es decir, la catequesis (que,
muchas veces, no va más allá de la primera comunión).
[1] En el caso de Religión
Católica sus contenidos para primaria y la ESO están en https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2015-1849 y los
de bachillerato en https://www.boe.es/buscar/doc.php?id=BOE-A-2015-1850
[2] Se puede leer una
sucinta y precisa reseña de su libro Un
universo de la nada de la mano de Javier Sampedro (2013): “¿Por qué hay algo en vez de nada?”, El País, 2 de julio
[3] Se puede leer una
muy interesante reflexión sobre estos contenidos en Sánchez Ron, J.M. (2015): “Religión y educación:
el ‘BOE’ ofende”, El País, 28 de marzo.
[5] Lupión, Mar. “Religión dejará de computar en la nota media”,
Escuela, 8 de enero 2020
[6] Estadística de las
Enseñanzas no universitarias. Curso 2016-2017.
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