https://www.eitb.eus/es/radio/radio-euskadi/programas/vivirparaver/detalle/7040425/la-senda-escuela-democratica------------------
Y aquí una reseña:
https://www.mundiario.com/articulo/politica/una-escuela-para-este-siglo/20200213192815175578.html
Este el vídeo de la presentación.
https://www.youtube.com/watch?v=jyFfyBQaTO0
Este el vídeo de la presentación.
https://www.youtube.com/watch?v=jyFfyBQaTO0
El pasado 19 de febrero se realizó la presentación del libro. Como quiera que limitar un discurso a tan solo doce o trece minutos me parece un reto, escribi lo que aproximadamente sería mi presentación. Más o menos debemos pronunciar 170 palabras por minuto para que se nos entienda bien, y ese es el motivo por el que escribí el texto de la presentación -el cual, claro está, no leí- y comprobar si me atenia al tiempo establecido.
En primer lugar quiero expresar mi agradecimiento
a la librería Blanquerna, a la editorial “La Catarata” y al público asistente.
Y, en una ocasión como esta, muy especialmente a Alejandro Tiana. No solo tuvo
la amabilidad de aceptar la invitación de la editorial de escribir el prólogo,
sino que también ha tenido a bien acudir a este acto de presentación. Agradezco
mucho el prólogo. La verdad es que cuando lo leí pensé: “Vaya, este libro
quizás merezca la pena”. Y, sobre todo, agradezco, y así se lo hice saber a
Alejandro, que manifieste sus puntos de discrepancia y sus matizaciones sobre
el contenido del libro. Visto esto, está claro que no somos una secta
pedagógica o barbaridades de esas que se dicen por ahí desde los grupos
ultraconservadores y desde cierta extrema izquierda.
Una de
las actividades de la promoción del libro ha consistido en someterme a varias
sesiones de fotografía a cargo de diversas revistas. En una de ella, el
fotógrafo –alguien que lleva varios años en el oficio- se sorprendió gratamente
al ver que el autor del prólogo era Alejandro. E inmediatamente me dijo: si hay
alguien que en España sabe sobre temas educativos, este es Tiana. Así que
muchas gracias, Alejandro, por estar aquí. Y, como dijo Pérez Rubalcaba en una
réplica en el Parlamento a un pertinaz diputado del PP, “yo sin ti no soy
nada”, título de una famosa canción de Amaral. Como se ve, esto de los títulos
de canciones da mucho juego: para los títulos de libros, para el debate
político, etc.
Mi experiencia en presentaciones de
libros –de otros o míos- es prácticamente nula. Lo sensato es no extenderse
demasiado, no pasarse jamás de los quince minutos. Digo esto porque en esta
campaña de promoción del libro en la que estoy inmerso he sido entrevistado en
varias ocasiones. En la radio la cosa está muy clara: el tiempo de utilización
de un estudio está tasado y no te puedes pasar de los 15 o 25 minutos asignados.
Pero en las algunas entrevitas (con Manuel Menor o Saray Marqués), hemos estado
hablando más de una hora y podríamos haber seguido mucho tiempo más. Así que
conviene moderarse.
Entiendo
que, en estos actos, la intervención del público –sea del sector (este es el
término que se utiliza) o no- es fundamental. Yo alentaría a que intervinieran
quienes no son del sector.
Parece
que este libro, casualidades de la vida, aparece en un momento oportuno:
estamos a las puertas de una nueva ley educativa (otra más, dirá mucha gente).
Debo decir que este es un libro escrito sin prisas y que el contrato con la
editorial lo firmé hace más de un año, antes del vertiginoso ciclo electoral
que hemos vivido y que se supiera qué gobierno podría salir de este proceso. Es
decir, el libro podría ser oportuno, pero –eso espero- nunca oportunista.
IMPORTANCIA DEL LIBRO FRENTE A LOS
ARTÍCULOS
Agradezco muy
sinceramente a la editorial “La Catarata” la publicación del libro. Lo cierto
es que en la universidad parece haberse devaluado la publicación de libros. A
efectos de reconocimiento de los tramos de investigación del profesorado
universitario, tiene el mismo valor la publicación de un libro –y depende de en
qué editorial se publique- que el de un artículo en una revista científica con
evaluación por pares. Siendo la cosa así, parece más sensato dedicarse a
publicar en revistas que por muy prestigiosas que sean casi nadie lee (al menos
este es el caso de las de ciencias sociales). Acabo de leer el dato de que, por
término medio, un artículo publicado en la más prestigiosa de la revistas de
sociología, el American Journal of
Sociology, se cita cinco veces. Nature,
la revista de mayor renombre en ciencias naturales, tiene una media de 45
citas. Desconozco la ratio que pueda haber entre número de citas y número de
lecturas.
Está
claro que un libro es mucho más visible, más accesible que un artículo de
revista –pese a que, en muchas ocasiones, su acceso sea gratuito-. Un libro se
puede encontrar en una librería, en una biblioteca e, incluso, en la casa de un
amigo. Además, el libro permite que se oiga, se desarrolle la voz, la opinión
de su autor con respecto a la temática que aborde...
No
obstante, conviene ser cautos y tener en cuenta el llamado índice Hawking –en
honor al famoso astrofísico- cuyo libro Una
breve historia del tiempo es considerado como el libro que más gente ha
empezado a leer sin llegar a concluirlo (algo así se dice del Ulises de Joyce). El matemático Jordan
Ellenberg es el autor de este índice –el cual no es muy preciso- y se basa en la herramienta de subrayado del libro
electrónico de Amazon.
Si en
nuestro mercado académico el libro no vale gran cosa, ¿qué decir entonces de un
prólogo o de una reseña? Todo esto es un acto de generosidad.
¿POR
QUÉ ESCRIBIR ESTE LIBRO?
Y, llegados aquí, ¿por qué escribir
un libro? Hacía ya la friolera de nueve años desde la publicación de mi
anterior libro. Sentía la necesidad de explicar –con fundamentos basados en
investigaciones de muy diversa índole- qué cosas no deberían perdurar en
nuestro sistema educativo, muy especialmente en el español.
Mi
principal preocupación es cómo garantizar el éxito escolar para todos. Por tal
se entiende conseguir como poco un título de educación secundaria superior, es
decir Bachillerato o CFGM. Esto es lo mínimo para desenvolverse con cierta soltura
en el mercado de trabajo y como ciudadano. Se trata de algo que lleva diciendo
la OCDE desde hace varios años: que por lo menos el 85% de la población lo
consiga. En mi opinión, deberíamos aspirar a que lo obtuviera el 100%, dado que
estamos hablando de lo que sería el mínimo hoy en día. Por ejemplo, Obama
pretendió ir más lejos y su propuesta era que todos los jóvenes estadunidenses
tuvieran como mínimo dos años de universidad.
Por este motivo, insisto en los
datos de investigaciones recientes que prueban la enorme plasticidad, capacidad
de cambio que tiene el cerebro hasta los 25 años. En estas condiciones es
totalmente arbitrario decir a un chaval de 14, 15 o 16 años que no sirve para
estudiar. Podemos conocer su rendimiento en el pasado, pero no en el futuro.
Las expectativas que el sistema
escolar y el profesorado depositan en los estudiantes son fundamentales. Es la
famosa profecía que se cumple a sí misma, el efecto Pigmalión. Si a un monitor
de natación le presentan dos grupos de aprendices de manera que le dicen que
uno de ellos tiene grandes posibilidades y que el otro se hundirá a plomo en el
agua, pasado un tiempo los resultados terminarán por corroborar tales
expectativas, pese a que en realidad nada se sabía sobre las capacidades deportivas
de uno y otro grupo. El ejemplo –citado en el libro- del estado de Nueva York
en el que, por error, varios estudiantes fueron enviados a los grupos de
matemáticas avanzadas y terminan por tener excelentes resultados es como para
pensar qué estamos haciendo con estas Matemáticas aplicadas –para torpes, si
nos dejamos de eufemismos- desde el tercer curso de la ESO.
Para conseguir extender el éxito
escolar son muchas las cosas que habría que cambiar. Yo creo que se pueden
sintetizar en dos elementos: lo que enseñamos –los contenidos curriculares, las
asignaturas- y el modo como enseñamos. Alejandro dice en el prólogo que los
calificativos que aplico a los contenidos pueden parecer duros. Se los merecen.
Uno no escribe solo como investigador, también lo hace como ciudadano y como
padre. Cualquiera que se ponga a echar una mano a su hijo con los deberes o que
hojee simplemente los libros de texto puede estar de acuerdo con que son
excesivos, desfasados, reiterativos, etc. Varios de los ejemplos son
simplemente hilarantes, como la pregunta sobre qué tres cosas nos trajeron los
romanos y que, en un ejercicio en que la realidad imita al arte, recuerda a una
famosa escena de La vida de Brian.
Sobre el cómo se enseña es más
difícil decir algo certero. Habría que hacer mucha observación participante,
entrar en muchas clases para saber qué se cuece en las aulas. En Sanghai esto no
es problema, ya que hay aulas que tienen un gran espejo detrás del cual, como
en las comisarías, hay una sala de control, y el profesor no sabe cuándo es
observado. Cuento una pequeña anécdota. Hace unas semanas estuve en un colegio
y el profesor con el que contacté me invitó a entrar a su clase de Lengua y
Literatura de 2º de Bachiller. Fue como meterse en el túnel del tiempo y volver
a cuando tenía 17 años y cursaba COU. Nada había cambiado. Incluso se estaba
trabajando al mismo autor –Machado, en esta ocasión- que en mi época de
bachiller.
Es posible que aquí, y es de esperar
que entre los lectores, haya muchos profesores de primaria y de secundaria que
al oír estas cosas dirán: ¿Y tú qué? ¿Qué hacéis vosotros en la universidad
como profesores? Como indico en el libro, no me he metido en el tema de la
enseñanza en la universidad porque se trata de un escenario muy variado: desde
medicina en cuarto curso en un hospital a la creación de videojuegos. No
obstante, para el que tenga ganas, comunico que en el próximo número de la Revista
Española de Sociología –creo que saldrá en abril- coordino la sección de
debate, la cual justamente está dedicada a la enseñanza de la sociología en la
universidad. No olvidemos que todos los profesores se forman en nuestra
universidad. Si lo que ven aquí es una enseñanza pasiva, ¿qué esperamos que suceda?
INTELECTUALES
FRENTE A GESTORES. LA DIFICULTAD DEL CAMBIO
Vuelvo a
citar a Pérez Rubalcaba. En alguna ocasión dijo que una de las cosas que más
lamentaba era no haber sido capaz de cambiar la formación del profesorado,
supongo que especialmente del de secundaria. Aquí la posición de los que
escribimos libros es relativamente cómoda. Yo hago propuestas que podrían ser
muy razonables y luego dile a Alejandro y otros que se hagan cargo de cambiar
la realidad. Y este estar más o menos de acuerdo sucede entre gentes que consideramos
que habría que cambiar ciertas cosas. Pero conviene no olvidar que la comunidad
educativa no son solo aquellos que salen a la calle a protestar contra los recortes
o contra la LOMCE. También lo son aquellos profesores y padres que desean más
contenidos curriculares, más exclusión de aquellos que no rinden lo suficiente.
Conocí a
Alejandro quizás en 2006 en una cena en el Carmen de la Victoria en Granada.
Nuestro anfitrión era Paco Fernández Palomares, entonces decano de la Facultad
de Educación. Recuerdo que Alejandro dijo algo así como que si hacemos tal
cosa, tal reforma –no recuerdo qué era-, al día siguiente nos saca un editorial
el ABC. Y esto me lleva a poner de manifiesto el enorme poder mediático y de
movilización que tienen los grupos conservadores, entre otros, en el ámbito
educativo. Bastó que la ministra dijera que la financiación de los centros
concertados no dimana de la Constitución para que ya más de uno estuviera
dispuesto a lanzarse al monte o, en este caso, sería a la Plaza de Colón.
Es una pena. Me da la impresión de
que un pacto educativo es imposible. Pero esto sucede aquí y en prácticamente
cualquier país de nuestro entorno. Solemos poner a Finlandia como un ejemplo de
educación inclusiva, de consenso. Sin embargo, su sistema actual procede de un
pacto entre la izquierda –el partido socialista y el partido comunista- y el
partido agrario –un partido conservador- que temía que los hijos de su
electorado pudieran no recibir una educación de calidad. En Inglaterra, los tories pretenden crear más y más grammar schools, escuelas selectivas de
carácter marcadamente académico para cuyo acceso hay que aprobar el examen
llamado 11+ que, como su nombre indica, tiene lugar a los once años y que hace
que muchas familias hayan de gastar 5000 libras para que sus retoños aprueben.
LA
EXPERIENCIA DE ESCRIBIR EN EL SIGLO XXI
Y acabo
con una reflexión sobre la experiencia de escribir un libro a estas alturas del
siglo XXI. Mi impresión es que es algo tan apasionante como agotador. Hoy es
mucho más fácil que nunca acceder a libros, tanto en formato digital como en
papel, o a artículos de revistas y de prensa. Esto permite hacerse una idea de
por dónde van los tiros en cualquiera de las cuestiones abordadas. Al mismo
tiempo, es agotador tener que leer o simplemente consultar tantos informes y
publicaciones que a uno le asaltan a la hora de escribir. Casi cada frase ha de
estar refrendada por alguna investigación.
Parte de lo que he
escrito es un desarrollo de temas abordados en mi blog –sobre todo de aquellos
que, como el de los deberes o el de las pruebas externas (las reválidas)
parecen haber tenido mayor tirón-. Otros son consecuencia de las innumerables
veces que he sido convocado para hablar del tema de la jornada escolar. Estoy
seguro de que mi escrito más leído es el artículo que publiqué sobre el tema en
la revista Cuadernos de Pedagogía,
del cual he visto, cuando he acudido a algún colegio, fragmentos pegados en las
farolas a modo de pasquines revolucionarios. Así de agitado andaba el patio. Y,
claro está, no puedo dejar de citar mi trabajo sobre el viento de esperanza que
suponen las escuelas democráticas.
Nada
más. Reitero mi agradecimiento a todos los aquí presentes. Espero que el debate
pueda ser apasionante y que la fuerza nos acompañe.
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