martes, 5 de octubre de 2021

¿De qué igualdad de oportunidades me habla usted? El caso de la universidad española.

 

¿De qué igualdad de oportunidades me habla usted?

El caso de la universidad española.

 

            Es sabido que para acceder a cualquiera de las numerosas titulaciones que ofrece la universidad pública española es preciso contar con una nota mínima de acceso (una media ponderada de las calificaciones obtenidas en el bachiller y en las pruebas de entrada en la universidad), la llamada nota de corte. Es muy alta en titulaciones como Medicina y en la inmensa mayoría de los dobles grados. La nota de corte no es otra cosa que el punto de encuentro entre la oferta y la demanda. Si la oferta es muy reducida (baste con pensar, por ejemplo, en las escasas veinticinco plazas que oferta el doble grado de Matemáticas y Física de la Universidad Complutense) tal nota sube hasta acercarse al máximo de catorce puntos. Dado que lo que parece primar es la lógica mercantil, casi todos los estudiantes tienden a maximizar su nota de corte, cosa que les lleva a elegir titulaciones que quizás les interesen menos que otras cuyo “precio” es menor. Se puede argüir que las notas son reflejo del rendimiento y, en consecuencia, son justas. Sin embargo, quienes proceden de familias con mayor nivel de capital cultural y económico tienen mejores calificaciones que el resto.

 

De este modo, la universidad pública ha creado itinerarios similares a los existentes en la secundaria entre una red académica (que orienta hacia la universidad) y otra profesional (que conduce al mercado de trabajo). Pienso, en concreto en lo que ocurre en mi facultad (la de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense), la cual -entre otras titulaciones- ofrece un doble grado de Relaciones Internacionales y Sociología para cuyo acceso se exige una nota por encima de doce. Con esto lo que se ha conseguido es que los estudiantes de ciencias sociales con mejores notas e interesados en la Sociología se matriculen aquí. Los que tienen peores calificaciones se inscriben en el grado de Sociología. Nunca me imaginé diciendo que el nivel de los estudiantes de este grado -que es en el que desde hace años concentro toda mi docencia- ha disminuido. Lo ha hecho como consecuencia de que cada vez recibe menos estudiantes brillantes, los cuales podrían contribuir a elevar el nivel general de la titulación. A esto hay que añadir que, en realidad, buena parte de quienes se matriculan en este grado no tienen a la Sociología como su primera opción. Y, por si esto no bastara, la información de que disponen los estudiantes sobre el abanico de estudios universitarios o de formación profesional de grado superior es mínima.

 En todo caso, los progenitores de quienes pertenecen al quintil superior de la distribución de la renta no tienen mucho que temer. Si la nota de acceso de sus retoños es baja, siempre les queda la posibilidad de matricularlos en unas universidades privadas cuyo número no cesa de crecer. En ellas no hay titulaciones para las que en la pública se puede acceder con una nota baja, lo que explica que no se ofrezcan estudios de Filosofía o de Historia. Quizás la única excepción sea la de los grados de Magisterio, los cuales son una cantera de maestros para los centros privados y concertados (especialmente los católicos). Por otro lado, es muy probable que la atención docente que reciban los estudiantes en las universidades privadas sea de mayor calidad que en las públicas. Esto no es nada difícil, habida cuenta de que en la pública a los profesores se les juzga por sus publicaciones científicas, lo que es un claro incentivo para descuidar hasta extremos inauditos la docencia (por ejemplo, mandando deberes a los estudiantes cuando toca impartir clases en línea, o hablando en clase de bagatelas).

 Pero la cosa no termina aquí. Si hay algún problema, existe toda una oferta de academias privadas y de profesores particulares que permiten afrontar las dificultades que los estudiantes adinerados puedan tener con las asignaturas difíciles (sobre todo las que tienen contenido matemático). A modo de ejemplo, en la zona de Moncloa hay una academia en la que se ofertan clases en grupos reducidos de todas y cada una de las materias en las que hay mayor número de suspensos en titulaciones como Económicas (en primero de esta carrera tan solo el diez por ciento de los estudiantes aprueba su primer curso de Matemáticas: clientela no va a faltar). No solo esto: si uno llama por teléfono le indican que conocen a los profesores de la facultad (¿qué puede significar esto de conocer a los profesores?). Algo similar sucede con las titulaciones de ingeniería.

 Todo esto no es otra cosa que el llamado efecto de compensación por parte de las familias más acomodadas. En el caso de España, lo podríamos llamar efecto “Froilán”, en honor de Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón, miembro de la familia real española. Según refería la prensa, este ciudadano ha pasado de repetir tres veces curso en la ESO a concluir con éxito el primer ciclo de los estudios de Administración y Dirección de Empresas en el CIS The College for International Studies, una institución en la que la matrícula por curso asciende a los 20.000€. Este es, sin duda, un ejemplo de privilegio. Sin embargo, también puede ser prueba de que una mala trayectoria escolar previa no tiene por qué convertirse en una maldición de por vida: la gente -especialmente la juventud- puede mejorar. La cuestión es que todo el mundo -y no solo estos privilegiados- debería tener derecho a una segunda (o tercera o cuarta) oportunidad.

 ¿Qué ofrece el sistema educativo a la inmensa mayoría de los hijos de las clases trabajadoras? El acceso a una escuela obligatoria en la que una buena parte de sus retoños estarán condenados al abandono escolar temprano, a la repetición de curso, a las notas bajas… Caso de titular en la Educación Secundaria Obligatoria, tendrán muchas más posibilidades que el resto de sus compañeros de otras clases sociales de ser escolarizados en la Formación Profesional de Grado Medio. Si llegan a la universidad, lo más probable es que cursen grados -rara vez dobles grados- en los que la posibilidad de desempeñar un empleo correspondiente a una titulación universitaria es escasa (estudiarán en mayor medida Sociología o Historia que Medicina, por ejemplo). Y, finalmente, si consiguen un título universitario de “prestigio”, ganarán menos que sus compañeros de clase alta. A todo esto, hay que añadir el dato nada baladí de que quien no ha triunfado en la escuela se sentirá despreciado. En su libro sobre la tiranía del mérito, Sandel señalaba que la gente con titulación universitaria es más prejuiciosa con quienes no tienen estudios que con cualquier otro grupo social, étnico, religioso…Esto es lo que decía Muñoz Molina en su último libro (Volver a dónde):

Los hijos de los ricos ya cuentan con el seguro de sus privilegios. El dinero les dará acceso a las mejores escuelas posibles (que para más vergüenza están subvencionadas con fondos públicos), en las que recibirán no tanto la formación sino las credenciales adecuadas para mantenerse en las posiciones de dominio que les corresponden desde su nacimiento, a través de sus redes de contactos valiosas y exclusivas. A eso lo llaman ellos meritocracia

 Las desigualdades son tan enormes y toleradas por los poderes públicos (desde las universidades -y muchos de sus profesores- a los dirigentes políticos) que resulta vergonzosa la creencia en la meritocracia y en la igualdad de oportunidades.

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