Maixabel: un
ejemplo de serenidad y cordura.
Mi intención con estas líneas no
es tanto comentar la excelente película dirigida por Icíar Bollaín como
centrarme en algunas reflexiones que me vienen a la cabeza tras su visionado.
Aunque hacía tiempo que no había
vuelto a pensar en ello, era más bien de la idea de que la cárcel no sirve para
nada. Sin embargo, tras ver la película veo que estaba equivocado. Algunos de
los protagonistas de la película dicen haber deseado ser detenidos para no
tener que obedecer las órdenes de matar emitidas por ETA, y que el paso del
tiempo encerrados les ha permitido pensar en el mal que han hecho y en si la
lucha armada tuvo sentido.
Creo que, en general, la política
penitenciaria con respecto a ETA no ha sido muy acertada. El hecho de encerrar
a los etarras en cárceles alejadas de Euskadi ha contribuido a reforzar al
núcleo duro de ETA y a convertir en cómplices de su vesania a unos familiares
que, en muchos casos, nada tenían que ver con la banda criminal. Padres y
madres visitarán a sus hijos e hijas por muchos kilómetros que pongan de por
medio las autoridades penitenciarias. Unos viajes que en muchas ocasiones
implicaban recorrer la península de norte a sur han servido para radicalizar a
gentes que nunca habían simpatizado con ETA (es algo que se ve igualmente en la
obra de Aramburu titulada Patria). Y esto por no hablar de un terrorismo
de Estado, que ha sido todo un monumento tanto a la chapuza como a la
ignominia. La democracia siempre será más fuerte que el terror.
Sin embargo, el ofrecer
encuentros voluntarios de víctimas y victimarios ha sido un verdadero acierto.
En la película se ve cómo el personaje de Maixabel -magistralmente interpretado
por Blanca Portillo- responde desde la serenidad y la cordura al delirio de ETA
y cómo es capaz de afrontar el comprensible enfado de los amigos de su esposo
asesinado por su decisión de sentarse a hablar con sus asesinos. Las escenas en
las que se narran estos encuentros son de una intensidad emocional que desborda
la pantalla. Como en la memorable Senderos de Gloria de
Kubrick, los dos bandos enfrentados -en la película de Bollaín, el
personaje de Luis Tosar y los amigos de Jáuregui- terminan por cantar la misma
canción.
Muchos de los presos quieren
abandonar ETA y además denunciar su condición de secta criminal. Sin embargo,
las posibles venganzas del entorno etarra sobre sus familiares les disuaden de
dar el paso. No obstante, queda un núcleo duro de fanáticos irreductibles,
quizás más bien atrapados por su pasado y la imposibilidad de negar lo que han
sido durante tantos años. Lo importante es que vean que la nación a la que
decían querer liberar no quiere a sus supuestos libertadores.
La película es -al menos, eso
creo- todo un ejemplo de cómo el “malismo” de la derecha -el deseo permanente
de venganza y del establecimiento de algo parecido a la cadena perpetua-, pero
también de cierta izquierda, es el camino que nunca se debe recorrer.
Si tenéis ocasión de ver esta
película, hacedlo y que sea en un cine. Supongo que gustará incluso a toda esa
gente que no quiere saber nada del cine español.
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