Por
un grado en sociología para el siglo XXI
Actualmente, el grado en sociología
se imparte en dieciséis universidades españolas. Todas ellas son públicas, lo cual podría
constituir un primer elemento de análisis: ¿Por qué las privadas no se plantean
incluir este grado en su docencia? ¿Se debería este mayor número de grados a la
presión de la oferta -la creación de más puestos de trabajo para los
profesionales de la sociología- o a una mayor demanda por parte del
estudiantado y/o de la sociedad?
La mayoría de los planes de estudio
se aprobaron en la última década del siglo XX o a comienzos del actual. Si bien
es cierto que la conversión de las antiguas licenciaturas en grados ha supuesto
inevitables cambios en los planes, no está del todo claro que estas
modificaciones hayan alterado sustantivamente lo que ya existía previamente. Es
decir, es posible que los planes de estudio sean más propios del pasado siglo
que del actual (de ahí el título de este texto).
¿Qué tipo de profesional y de
ciudadano puede resultar de los cuatro cursos dedicados al estudio de la
sociología? Mi impresión -corroborada por varias décadas de experiencia, la
cual podría estar sesgada, como profesor en el último año de la licenciatura y
del grado- es que es harto probable que de las aulas de las facultades que
imparten sociología salga una persona más bien pasiva, habituada a repetir lo
que se dice que ha de aprender.
En todos y cada uno de los planes de
estudio -y en esto la sociología no es ninguna excepción- hay un claro
predominio de la docencia basada en asignaturas. Hay pocos créditos en los que
los estudiantes puedan disfrutar de un amplio nivel de autonomía. Este podría
ser el caso de los Trabajos de Fin de Grado (TFG), a los cuales a veces se les
asignan seis créditos -equivalente a los atribuidos a una asignatura
convencional- y, en otras, doce. La otra “asignatura” en la que los estudiantes
podrían tener mayor autonomía son las prácticas externas. A diferencia de los
TFG, tales prácticas no son obligatorias en todos los grados.
Pese a que
-como era de esperar- hay muchos elementos en común entre los dieciséis planes
de estudio de sociología, existen algunas singularidades que, en ocasiones,
parecen responder claramente a las necesidades de una sociedad en la que el
conocimiento científico se incrementa exponencialmente cada poco tiempo. Otras veces
tales diferencias serían más bien el resultado de subordinar el plan de
estudios al personal docente e investigador de que se dispone en el centro
universitario de que se trate. Este sería el caso de aquellos planes en los que
la presencia de asignaturas de sociología no es tan intensa como en otros.
Tal y como
están conformados los planes de estudio, no se termina de ver dónde estarían
los tiempos -o, si se quiere, los créditos- que pudieran asegurar que los
estudiantes salen del grado habiendo leído unas cuantas decenas de libros tanto
clásicos como actuales -en todo caso, poco menos que imprescindibles-. Parece
difícil que en las 150 horas dedicadas a cada asignatura -lo habitual es que
tengan seis créditos y cada uno de ellos equivale a entre 25 y 30 horas de
trabajo por parte del estudiante- se pueda desarrollar su programa y se asigne
un tiempo para la lectura y comentario de libros o de textos largos y la
subsiguiente evaluación de tal actividad.
Lo mismo cabría decir en lo que
se refiere a aprender a escribir coherentemente, a desarrollar un argumento y a
exponerlo en público. Es verdad que todo ello quizás se haga en algunas
asignaturas. Sin embargo, en grupos en los que lo habitual es contar con más de
cincuenta estudiantes, se antoja un tanto difícil que un profesor (-a) pueda
asumir la ciclópea tarea de coordinar lecturas y de asesorar en la elaboración
y presentación de trabajos.
En definitiva, la configuración
de nuestros planes de estudio no garantiza que el estudiantado haya leído (y
analizado y discutido) un mínimo, pongamos, de cuarenta o cincuenta libros a lo
largo de su formación. Esto se podría solucionar si en cada curso se asignaran
seis créditos para algo que podría llamarse club de lectura, de modo que en
grupos de no más de quince estudiantes se comentaran libros con la ayuda de un
profesor (-a).
Una de las tareas que debería
asumir el grado es la de crear un público lector de sociología. Basta darse una
vuelta por nuestras librerías y bibliotecas públicas para darse cuenta de la
escasa presencia de esta disciplina en el universo lector.
Los tiempos asignados a la
lectura son una ocasión de oro para la reflexión autónoma y para la
contrastación de puntos de vista. La lectura exige concentración, algo que se
echa de menos no solo entre el estudiantado, sino entre el conjunto de la
ciudadanía, incluso la más cultivada (basta con ir al teatro para ver a tanta
gente más pendiente del móvil que de la representación). Por otro lado, cada
asignatura debería promover la lectura, quizás más de artículos científicos y
de capítulos de libros. Aquí cabría incluir la lectura de artículos de la
prensa generalista.
Varios de
los planes parecen ser conscientes de alguno de estos problemas. De este modo,
por ejemplo, en la Carlos III hay una asignatura -de tres créditos, cuando lo
habitual es que cada materia tenga seis- denominada Técnicas de Expresión Oral
y Escrita. No está mal. Sin embargo, el movimiento se demuestra andando. Lo que
desde aquí propongo es que tales técnicas deberían desarrollarse al hilo de la
escritura y presentación de trabajos o pequeñas investigaciones a cargo de los
estudiantes. Debería haber un TFG -obviamente, con otro nombre puesto que no
sería una actividad de fin de grado- de seis créditos en cada curso. No es de
recibo que nuestros estudiantes se topen de buenas a primeras en el último
curso con una tarea como es el TFG cuando a lo largo del grado no han sido
preparados para una labor que exige saber manejar la información, haber leído
abundantemente y exponer y debatir en público.
Una
cuestión espinosa es la de qué tipo de profesores puedan hacerse cargo de estos
nuevos “TFG” aquí propuestos. Parecería lógico que solo puedan hacerlo
profesores habituados a publicar. Esto significaría que habría que exigir un
mínimo de tramos de investigación. Se puede objetar que tal requisito no existe
para la dirección de tesis doctorales. Sin embargo, los tribunales de tesis
exigen un mínimo de credenciales de investigación a sus miembros.
Estas
propuestas supondrían añadir -dependiendo del plan de estudios- unos 42
créditos nuevos (24 para la lectura y otros 18 para los nuevos “TFG”). Aquí,
tropezaríamos con el problema habitual de qué quitar y la consiguiente pugna
entre departamentos y profesorado. No sería disparatado pensar que muchos profesores
desearían hacerse cargo de estas actividades de lectura y dirección de trabajos
y, a cambio, asumir la desaparición -o “congelación”- de algunas de las
asignaturas que imparten.
Varios
planes de estudio son conscientes de la necesidad de romper el corsé de las
asignaturas y plantean la asignación de créditos a actividades que no son
propiamente una asignatura. Así, la Pablo de Olavide cuenta en primer curso con
una asignatura denominada Habilidades Básicas del Sociólogo. La de Salamanca ofrece
algo parecido cuyo nombre, Habilidades Académicas Básicas, parece más bien un
curso de compensatoria para subsanar los estragos de nuestro bachillerato.
Hasta
ahora, tan solo se ha hablado de los 42 créditos de lectura y de los nuevos
“TFG”. Queda decir algo sobre los 198 restantes.
Primeramente,
se va a acometer un pequeño análisis de los contenidos del primer curso ya que se
trata de algo así como la carta de presentación de la sociología. Por otra
parte, es en este curso en el que hay más elementos en común entre las
distintas titulaciones.
En general, no suele haber más de
tres asignaturas (de un total de diez) del área de la sociología. Lo habitual
es que, como mínimo, se ofrezcan dos cursos cuatrimestrales de claro contenido
de sociología con el título de Introducción a la Sociología en el primer
cuatrimestre y otro de Sociología General en el segundo. En una primera
aproximación, resulta difícil saber qué diferencia a una asignatura de la otra.
Otras veces simplemente hay un curso de Sociología I y otro de Sociología II. En
otras ocasiones -como es el caso de la Universidad de Granada-, hay una
asignatura denominada Introducción a la Sociología: Acción-individuo y otra que
aparece bajo el nombre de Sociología General: Instituciones y Procesos (probablemente
se trate de micro y macro sociología, respectivamente). También cabría
interpretar como una introducción la Perspectiva Sociológica de la Universidad
de Salamanca. En la de Granada se ofrece no solo una asignatura llamada
Introducción a la Sociología, sino que también se hace lo propio con la materia
de Cambio Social. Si realmente esta asignatura específica se ofrece como
introducción, debería haber -cosa que quizás haya- a lo largo del grado un
despliegue de asignaturas que desarrollaran el cambio social.
Habría que plantearse si tiene
sentido la existencia de un curso de introducción a la sociología (tenga el
nombre que tenga) en un grado específicamente dedicado a la sociología. En
otros grados no existe una introducción a la disciplina que se estudia en
ellos.
Como ya se ha indicado, la
mayoría de las asignaturas que se ofertan en primer curso no son de sociología.
En ocasiones, algunas de ellas se presentan en forma de introducción y en otras
como fundamentos. Así en la Universidad de La Coruña se contempla una
Introducción a la Ciencia Política y de la Administración. Sin embargo, otras
materias como Antropología Social y Cultural o Psicología Social carecen de tal
carácter introductorio y aparecen con tan solo su nombre. En el caso de la Universidad
de Valencia, el nombre de todas las asignaturas de áreas de conocimiento, salvo
Economía Aplicada e Historia Política y Social Contemporánea, está precedido
por la palabra introducción (a la Ciencia Política, a la Antropología Social, a
la Psicología Social y a la propia sociología). A veces, el carácter
introductorio de una asignatura se presenta con el nombre, no ya de
fundamentos, sino de principios. De este modo, en la Universidad de Alicante,
tenemos Principios de Economía Política, frente a introducciones a la ciencia
política y a la antropología social. En la de Granada se ofrece una asignatura
de Fundamentos de Trabajo Social. En la UNED hay una Introducción a la Economía
junto a Fundamentos de Ciencia Política y Fundamentos de Antropología.
Todos los
planes tienen una asignatura de historia contemporánea. A veces se presenta
simplemente con estas dos palabras, pero lo habitual es que se denomine
Historia Política y Social Contemporánea. En la Universidad de Barcelona es una
escueta Historia, mientras que en la de Alicante se recurre a una más
exuberante Historia Económica, Política y Social Contemporánea. En la Carlos
III es simplemente Historia Contemporánea. En la del País Vasco se limita a la Historia
Política y Social del Siglo XX a la que se añade en segundo una Historia de
España y Euskadi, también en el siglo XX. En la de Salamanca se recurre al
mismo nombre que una asignatura de bachiller: Historia del Mundo Contemporáneo.
En el caso de la Universidad de Murcia, en primer curso se ofrece una Historia Contemporánea,
pero solo de Europa, mientras que en segundo hay una Historia Económica Contemporánea
(dado que carece del calificativo de europea, quizás sea mundial). Si tenemos
en cuenta que los estudiantes del bachiller de la modalidad de ciencias
sociales han estudiado dos cursos de historia (uno de ellos justamente de
historia contemporánea), además de los que existen a lo largo de la ESO, quizás
tendría más sentido centrarse en una historia más reciente como la del periodo
comprendido desde la caída del Muro de Berlín hasta nuestros días. Más
controvertido sería proponer la supresión en los planes de estudio de esta
asignatura.
Si nos
vamos al resto de los cursos, nos encontramos con asignaturas que en algunos
planes de estudio son optativas (es el caso de especialidades como Sociología
de la Educación o Sociología del Trabajo, por ejemplo) mientras que en otros
son obligatorias.
Una asignatura troncal como
Estructura Social tiene distintas denominaciones. A veces es solo Estructura
Social, aunque lo habitual es que se denomine Estructura Social Contemporánea.
Sin embargo, parece que lo más acertado es, como sucede en algunos planes, que
se llame Estratificación Social (lo que hace la Universidad de Salamanca). La Carlos
III la une a Cambio Social. En el caso de universidades como la Complutense,
tenemos una Estructura Social y una Estructura Social de España. Su descriptor
es idéntico, salvo el añadido de que en el caso de la segunda se trata de lo
mismo pero aplicado al caso español. ¿Significaría esto que en la Estructura
Social Contemporánea no se puede hablar de España?
En lo que
se refiere al inglés, son muy pocas las asignaturas que se imparten en tal
idioma. Aquí, la secundaria parecería estar por delante de la universidad.
¿Dónde irían a parar los estudiantes que han cursado la secundaria en inglés?
Quizás a la privada. Algunos grados ofrecen cursos de inglés con títulos como
Idioma Moderno (Inglés) en la Universidad de La Laguna, Inglés para las Ciencias
Sociales en las de Barcelona y Murcia o Inglés Profesional y Académico y English
for the Social Sciences en la UNED. Con respecto a la enseñanza del
inglés habría que ser cautos. El grado no es una academia de idiomas y, por
otra parte, los niveles de inglés entre el estudiantado son muy diferentes y es
difícil que se pueda ofrecer un grupo de nivel B2, otro de C1 y otro de C2 para
científicos sociales. Por ejemplo, y me salgo del marco de la sociología, en el
grado en Económicas de la Complutense hay dos asignaturas obligatorias de
inglés -12 créditos- de nivel B2, pese a que hay estudiantes que tienen ya ese
nivel o incluso otro más alto. Además, el hecho de que esta asignatura se
denomine Inglés hará que su docencia recaiga en filólogos y no en sociólogos.
Algunas
asignaturas parecen responder claramente a destrezas que un sociólogo de hoy en
día debería adquirir. Espero no dejarme nada en el tintero, pero este sería el
caso de Análisis de Datos Asistido por Ordenador o Análisis Electoral, en la Universidad
de Granada; Hojas de Cálculo (Nivel Intermedio) y Habilidades Profesionales
Interpersonales, de la Carlos III; Habilidades Comunicativas y TIC y las
optativas Elaboración de Textos Académicos y Profesionales y Utilización de
Técnicas Analíticas para la Inserción Profesional de la Universidad Pública de
Navarra;la también optativa Participación Social y Metodología Participativa y Taller de
Investigación, de la del País Vasco; Laboratorio de Diseño de Encuestas,
Laboratorio de Análisis de Encuestas y Recursos Profesionales en Sociología, de
la de Salamanca; Tratamiento y Análisis de Datos de LL, Gestión y Evaluación de
Proyectos Sociológicos de la UM, Sociología Electoral y Sociología del Turismo,
en la de Alicante.
Puede resultar de interés
contrastar algunos de los contenidos del plan de estudios del Bachelor in
behavior and social sciences (impartido
en inglés) del muy elitista Instituto de Empresa con los de los de los grados
en sociología. En el primer curso se ofrecen asignaturas como Learning to
Observe, Experiment & Survey, Data Insights & Visualization, Simulating
and Modeling to Understand Change, The Big History of Ideas and Innovation,
Writing Skills y Presentation Skills
(estas dos últimas con tres créditos frente a los seis del resto). En
lugar de algo que podría ser semejante a estructura social, en segundo curso se
ofrece Power and Inequality: Fundamentals of Social Theory. La
antropología es social y digital. En tercero hay un curso sobre neurociencia
del comportamiento.
Es más que
sabido que el estudiantado que se matricula en Sociología no suele tener una
brillante trayectoria académica previa. Y no solo eso, un alto porcentaje -cuya
cifra no podría precisar- no elige esta carrera como primera opción. Sin duda,
esta es una dificultad. No obstante, el estudiante que llega a la universidad
empieza una nueva etapa en la que su profesorado nada sabe sobre su desempeño
escolar anterior: el efecto Pigmalión para el estudiante individualmente
considerado ha desaparecido. Es decir, se abre un nuevo periodo en el que sería
esencial depositar en nuestros estudiantes altas expectativas -justamente lo
contrario de lo que, me temo, viene siendo habitual ahora-. Para ello sería preciso
ofrecer un grado en el que lo esencial fuese el crear un escenario -del que el
plan de estudios es un elemento más- en el que cada alumno pueda desarrollar su
propia interpretación del mundo social, en el que se convierta en un
profesional polivalente y en un ciudadano plenamente comprometido con la
democracia.
El hecho de
contar en cada curso con créditos para la lectura y debate y para la escritura
y presentación oral de trabajos puede ser un elemento fundamental para que
nuestro estudiantado salga de la pasividad a la que la institución escolar
-desde la primaria a la universidad- le condena y sea capaz de intervenir en
clase con fundamentos sólidos. Si reducimos el grado -el de sociología o
cualquier otro- a una mera suma de asignaturas en donde lo importante es
alcanzar los 240 créditos que dan acceso al título, no estaremos garantizando
que nuestros universitarios sean realmente pensadores autónomos.
Todos y
cada uno de los grados deben plantearse la necesidad de crear una educación de
élite para todos -si se me permite el oxímoron- y no solo para los que estudian
en ciertas universidades privadas -de España o de otros países- o para los que
se matriculan en los grados -y dobles grados- en los que se exige una nota de
acceso cercana al máximo de 14 puntos.
Buena parte
de lo que aquí se plantea sería trasladable, mutatis mutandis, a casi
todos los grados de la universidad española. En ellos hay una similar
organización de la docencia basada en asignaturas; hay poco tiempo para la
lectura sosegada, el debate sereno y la contrastación de puntos de vista.