jueves, 20 de octubre de 2022

El acusado: solo sí es sí

 El acusado: solo sí es sí

           El acusado es el título de una película (Les choses humaines en el original francés) que aborda el delicado asunto de qué cabría considerar que es una violación cuando no media la violencia física o esta es, por lo menos, casi imposible de demostrar.

           La película cuenta el caso de un estudiante francés de veintidós años, estudiante en la elitista universidad de Stanford, acusado de haber violado a una joven de diecisiete durante la estancia de aquel en París para visitar a sus divorciados padres.

Él es el hijo de un afamado y rico periodista de una televisión francesa (lo que explicaría la universidad en la que estudia) y de una escritora reconocidamente feminista. Por el contrario, el padre es un mujeriego más bien machista. La madre vive con su nuevo compañero, cuya hija acusa al hijo de la compañera de su padre de haberla violado.

La película ofrece retazos de la perspectiva del chico acusado de violación, la de la chica acusadora y la de una cámara relativamente imparcial.

La clave de esta cinta es el juicio que tiene lugar tres años después de la denuncia. La película viene a plantear la importancia que tiene la perspectiva que sobre las relaciones sexuales tiene cada implicado: los padres y las madres, el acusado y la acusadora, y diversos comparecientes.

La denunciante considera haber sido violada. El acto denunciado tuvo lugar en un cobertizo situado en un parque próximo a la vivienda a la que denunciado y denunciada acudieron a una fiesta con alto consumo de alcohol y estupefacientes. Tan voluntario fue para la denunciante el acudir a la fiesta como el acceder al cobertizo, a solas con el denunciado, en el que tuvo lugar el acto denunciado. Para ella, lo que allí sucedió fue una violación ya que en ningún momento manifestó su consentimiento a la relación sexual objeto de controversia. Para empezar, bebió a instancias de su acompañante lo que, en su caso -una persona que habitualmente no bebe-, redujo su capacidad de acción. Ante la insistencia del acusado, en el cobertizo le practicó una felación y seguidamente fue penetrada sin que el examen médico detectara signos de violencia. Lo que está claro es que para ella lo que sucedió fue una violación, una situación en la que se sintió coaccionada (el acusado dijo llevar un cuchillo -que la acusada no vio en ningún momento- desde los atentados de París) e incapaz de decir no. El propósito del denunciado era, además del disfrute sexual, el de conseguir llevar las bragas de una chica para el absurdo concurso que los varones de la fiesta habían organizado: la ropa interior como trofeo del macho de la especie.

La perspectiva del acusado es completamente distinta. Para él todo fue consentido. En su marco mental, en muchas ocasiones no queda más remedio que actuar sin permiso explícito -o haciendo caso omiso de una negativa tenue- para poder conseguir el favor sexual. De hecho, en el juicio, una conocida suya manifestó haber mantenido con él relaciones sexuales similares a las de la denunciante (dice haberle realizado alguna felación sin tener ganas para librarse de la insistencia de su amigo) sin que ello le lleve a considerar haber sido objeto de un abuso sexual.

Por no destripar la película, me abstengo de explicitar el resultado del juicio. En todo caso, lo importante es el proceso.

En el juicio, el acusado, que en todo momento se declara inocente, pide perdón a la acusada por el tremendo dolor causado. La impresión es que ha aprendido una importante lección sobre cómo relacionarse con las mujeres.

Sin duda, la película alienta la reflexión por parte del espectador. De hecho, a la salida del cine en que la vi escuché a varios espectadores debatir sobre lo que acaban de ver.

En mi opinión, la película permite comprender la importancia del solo sí es sí. Esta es una cinta cuyo visionado debería ser obligado para los huéspedes del colegio mayor “Elías Ahuja” y también para buena parte de las residentes en su vecino colegio femenino “Santa Mónica”.

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