Volverán los oscuros libros de texto de tu mochila su peso a colgar
Cada
mes de septiembre, con motivo del comienzo del curso escolar, afloran diversas
polémicas relativas a los libros de texto. Las más publicitadas son las
referidas a su precio y a su peso. Pocas veces se habla de la posible
conveniencia de su pura y simple desaparición: de hecho hay colegios que
prescinden de este material. Ni siquiera los padres y madres de la CEAPA (Confederación Española de Asociaciones
de Padres de Alumnos) -de la católica CONCAPA mejor no hablar- los ponen en
cuestión. A lo sumo se propone que los paguemos entre todos, vía impuestos, lo
que garantizaría la gratuidad de la enseñanza en sus niveles obligatorios y, de
paso, el asentamiento definitivo de un material curricular cuyo uso, como
trataré de explicar, es más que discutible.
El
mercado de libros de texto es un claro ejemplo de oligopolio. Como se puede ver
en este
link, la Iglesia católica con Bruño, Edelvives, SM y
Edebé; el grupo Hachette Livre (propietario de Anaya) y PRISA (propietario de
Santillana) copan este mercado (se puede saber más aquí).
Y, apunte adicional, nuestro capitalismo castizo depende enormemente del BOE y
eso explica que la sede de casi todas estas editoriales esté en Madrid. De
hecho, la edición de libros de texto y de libros oficiales es lo que explica la
leve mayor producción editorial de Madrid con respecto a Barcelona. Recientemente
el líder de Podemos se quejaba de que
no podía hablarse de democracia en una sociedad en la que unas pocas empresas
monopolizan la información: lo mismo sucede con la “información” que
suministramos a nuestros escolares.
Por si
esto no fuera poco, además de los libros de texto, el consumidor ha de adquirir
para-libros de texto (normalmente
editados por la mismas editoriales de libros de texto): diccionarios de lengua
castellana –y, si es el caso, de la cooficial-, de inglés, de segundo idioma
extranjero; libros de lectura (a veces, versiones infantilizadas de obras
literarias). Sobre los diccionarios debo decir que desde que el de la Real
Academia está en la red, o desde que existen maravillas como wordreference.com, mis dos estantes de
diccionarios duermen el sueño de los justos. En un mundo como el actual, ¿qué
razones pueden explicar que haya que comprar diccionarios escolares?
Sobre
el peso tan solo apuntaré el marcado contraste en cómo esta sociedad hace lo
posible por aligerar los maletines de los altos profesionales (ahí están los Steve
Jobs de turno devanándose los sesos para conseguir portátiles tan finos que
puedan deslizarse debajo de una puerta) mientras que nuestros colegiales (a
veces, más bien sus padres o sus abuelos) cargan con pesadas mochilas o las
arrastran (haciendo que la entrada de los colegios se asemeje a una terminal de
aeropuerto en horas punta). Reconozco que algunas editoriales se han apiadado
de los sufridos consumidores y han dividido cada libro de texto en tres partes:
una para cada trimestre.
Los
libros de texto constituyen un material un tanto peculiar. Se trata de libros
estacionales, rasgo que comparten con los que se entregan por fascículos. Salvo
grandes esfuerzos por parte del consumidor, solo se pueden comprar desde poco
antes del comienzo de curso –cada vez es más frecuente que las grandes
superficies comerciales den la tabarra con su compra ya desde el mes de junio-
hasta el mes de septiembre u octubre. Es más, ni siquiera las bibliotecas los
clasifican si es que siquiera los recepcionan. Rara cosa esta: los libros que
utilizan los menores para formarse son difícilmente accesibles para el resto de
los ciudadanos (salvo, claro está, que tengan hijos en edad escolar). La cosa
parece clara: quien quiera saber algo sobre, por ejemplo, el sexenio revolucionario,
seguramente no consultará sobre el tema en un libro de texto.
Quizás lo más grave es que se
trata de libros que tampoco interesan a la comunidad científica. Los
investigadores de materias que se imparten en la educación preuniversitaria no
suelen preocuparse por cuáles sean los contenidos con que se forma a los
menores en sus áreas de investigación. Esto es gravísimo: significa que son
libros que se salvan de ser analizados. Esto no ocurre en otras áreas. Nadie se
imagina que una novela no sea objeto de algún comentario en alguno de los
muchos medios de comunicación de que disponemos. Y si nos vamos a la
investigación científica, uno de los criterios fundamentales para que un libro
sea valorado en las peticiones de tramos de investigación del profesorado
universitario es que sea objeto de recensiones por otros miembros de su
comunidad científica. Con más frecuencia de la deseada, también en la
universidad algunos libros se utilizan al modo de los libros de texto. La
diferencia es que, en este caso, no son libros estacionales y lo habitual es
que se puedan adquirir en librerías y estén disponibles en las bibliotecas.
Recuerdo el caso de un libro que publicó un profesor sobre estructura social el
cual cayó en manos de otro profesional de la materia, quien dedicó una
ponderada y dura crítica a esta obra en la principal revista científica de su
área. De este modo, toda la comunidad científica tiene la posibilidad de saber
que la calidad de tal libro es, como poco, dudosa.
Esta ausencia de mirada crítica
permite que pasen incongruencias como las de este libro de texto de cuarto de
la ESO (J. A. Martínez, F. Muñoz y M.A. Carrión, Lengua Castellana y
Literatura, Madrid, Akal, 2008). En un momento dado, los autores se ven en
la tesitura de decir algo sobre los principales poetas de la generación del 27.
Esto es lo que escriben sobre Gerardo Diego.
GERARDO DIEGO (1896-1987).
Su extensa obra poética se caracteriza por su variedad formal y temática. En
ella conviven el vanguardismo ultraísta y creacionista, el neopopularismo, el
gongorismo y los moldes clásicos. Algunos títulos son Imagen, Manual de
espumas, Fábula de Equis y Zeda, Alondra de verdad, etc. (p. 268).
No solo
es que la jerga sea incomprensible, sino que en ningún lado del libro se
explica qué sean el vanguardismo ultraísta o el neopopularismo. Si alguien se
toma la molestia de consultar la Wikipedia podrá fácilmente comprender tal
jerigonza. Poco más adelante el libro ha de bregar con los innumerables
literatos de hoy en día lo que le fuerza a caer en el mayor de los ridículos
telegráficos.
JOSÉ MARÍA MERINO conjuga
en sus relatos el gusto por narrar con la experimentación técnica: Novela de
Andrés Choz, El caldero de oro, La orilla oscura,… (p. 333).
La pregunta que uno se puede
hacer es qué sentido tiene esto. Si se tratara de preparar unas oposiciones
para notaría, cabría entenderse. Pero, si lo que se pretende es crear un
público lector, parece que no vamos por buen camino.
Por fortuna, a veces, especialistas como Álex
Grijelmo denuncian este mundo absurdo. En una entrevista con Juan Cruz (El País, 24 de septiembre de 2006) con
motivo de la presentación de su libro La
gramática descomplejizada (Taurus, Madrid, 2006), indicaba que en los
textos de secundaria uno puede tropezarse con estos horrores:
El
complemento predicativo es un sintagma adjetivo que complementa a los verbos
predicativos y concuerda en género y número con el sintagma nominal.
El
complemento de régimen verbal es un sintagma preposicional que se forma
mediante la preposición que exige el verbo y un sintagma nominal.
Incluso,
asignaturas recientes como es el caso de la Economía cuenta con libros de texto
con igual pretensión abstrusa. He aquí un ejemplo tomado de un texto de
Economía de la editorial Edebé (p. 67) para primer curso de bachiller:
El equilibrio del consumidor es el punto de
tangencia de la curva de indiferencia más alta posible con la línea de
restricción presupuestaria, dónde el consumidor alcanza la máxima satisfacción.[1]
Todo ello para
decir que uno compra lo que más
le gusta o le interesa siempre y cuando tenga dinero.
Los
libros de texto no suelen invitar a ser trascendidos. Lo que en ellos se
plantea aparece como una suerte de verdad revelada, indiscutible y fáctica
donde no caben más puntos de vista que los de sus autores. En estas condiciones
es poco frecuente el uso de bibliografías que inciten a ir más allá, a poner en
duda lo que se dice en ellos. Por mucho que pudiera pesar a las editoriales de
libros de texto, libros y libres son palabras casi homónimas. Un libro que no
incite a la libertad debería ser puesto en duda.
Y, para
no dejar mal sabor de boca, quien quiera conocer cómo un centro público
funciona sin libros de texto puede leer este artículo.
[1] Estudio del currículum oculto
antiecológico de los libros de texto (octubre
de 2006), en http://www.ecologistasenaccion.org/IMG/pdf/Informe_curriculum.pdf