La invasión de los móviles
Hace
unos días estuve en el teatro viendo una obra que tenía una pequeña pausa
central: simplemente se bajó el telón durante poco más de un minuto. Dado que
estaba sentado en un palco, pude observar cómo a una velocidad supersónica
multitud de espectadores aprovechaban tan leve lapso de tiempo para consultar
sus móviles. Ya previamente a este receso, un par de móviles había sonado con
una insistencia tal que temí que los actores paralizasen la obra.
Si esto
ocurre en el teatro, al cual la gente acude voluntariamente, tras haber pagado
una entrada y donde se supone un cierto nivel educativo, ¿qué pasará en
nuestras aulas? Me referiré a lo que conozco directamente como profesor de
universidad. Lo cierto es que en clase rara vez suena algún móvil. Sin embargo,
y esta es la preocupación que me producen los estudiantes, cada vez es más
habitual que estos hagan alguna que otra consulta, más o menos furtiva, a los
móviles. Más allá de la molestia que me pueda provocar el observar que hay
gente que se desconecta temporalmente del decurso de la clase, lo que me inquieta
es el modo en que este comportamiento pueda afectar al aprovechamiento del
tiempo de los estudiantes.
Supongo
que es relativamente fácil pensar que si el móvil vibra es que algo muy
importante acaba de suceder, pese a que lo habitual es que se trate de una
bagatela más de las muchas con las que nos obsequia la telefonía móvil. Si esto
ocurre con los que blanden un celular, no quiero imaginar qué pueden hacer los
estudiantes que tienen abierto su portátil o su tableta. Pienso que la solución
sería hacer lo que yo mismo hago –aunque no siempre lo cumplo- y que no es otra
cosa que cerrar el programa de correo de mi ordenador cuando estoy trabajando
ante la pantalla (por fortuna no soy un usuario intensivo del móvil). Es sabido
de sobra que, por muy multitarea que pretendamos ser, hay actividades que
requieren un nivel de concentración incompatible con las interrupciones que
demandan los celulares.
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