¿Qué he hecho yo para merecer este plagio?
Un
prolífico y brillante compañero escribe un excelente artículo (se puede leer aquí)
sobre el plagio que practican algunos estudiantes universitarios al hilo del
cual haré dos comentarios. El primero es un intento de explicación, a partir de
mi propia experiencia escolar, sobre por qué muchos de los estudiantes que
plagian, en realidad no son conscientes de estar cometiendo fechoría alguna. Y
el segundo se adentra, igualmente partiendo de mis propias vivencias, en otro
tipo de plagio.
Cuando
era alumno de primaria y de secundaria, era relativamente habitual que nuestros
profesores nos encargaran hacer un trabajo –colectivo o individual- sobre tal o
cual tema. Como en aquel entonces –hablo de la década de los setenta del siglo
pasado- no existía Internet, lo que se hacía era ir a la biblioteca más cercana
–en mi caso, recuerdo la de una entidad bancaria- y copiar párrafo tras párrafo
de las numerosas enciclopedias que rebosaban en sus estantes lo que creíamos
que guardase relación con el tema propuesto. En ningún caso recuerdo por parte
del profesorado algún comentario sobre tan inútil tarea de amanuense. La única
excepción que viene a mi memoria es la de un trabajo que hice sobre el
franquismo cuando cursaba primero de BUP (tendría catorce años). Para mi
sorpresa, el profesor me felicitó porque consideraba que había seguido el
esquema -tan querido por la escuela de los Annales-
de causas, hechos y consecuencias. Lo cierto es que yo simplemente me limité a
hacer lo que sabía: copiar de aquí y de allí. Siendo el capital cultural de mi
familia más bien bajo, nadie tuve a quien consultar. Debe ser que, a veces,
suena la flauta .
Supongo
que esto es lo que sigue ocurriendo hoy en día y por eso no es extraño que
algunos profesores exijan que los trabajos sean manuscritos –de nuevo, la
inutilidad de lo amanuense- en el entendido de que no serán el mero fruto del copy and paste. Si así es como formamos
a nuestros alumnos, ¿qué tiene de extraño el plagio en la universidad?
Continúo
con el segundo aspecto que quería comentar y que ahonda en las razones del
plagio. En el colegio en el que estudié –un centro privado que ahora alardea de
cierto impostado postín- era el director quien decidía qué libros de texto
tenían que comprar los alumnos. En ocasiones, algunos profesores –por regla
general, los más preparados, los cuales acabarían por desembocar en los
institutos públicos de nueva creación de la transición- se rebelaban frente a
tal arbitrariedad –de claros tintes crematísticos- utilizando otro libro de
texto, del cual leían en voz alta párrafos enteros a modo de apuntes (los
cuales constituían el saber oficial). Esto no solo ocurre en algunos centros
privados. También sucede con aquellos profesores que se integran en un
instituto de secundaria –por un traslado, por ejemplo- una vez que su
departamento ya ha decidido qué libros toca utilizar. En todo caso, convertir
en apuntes lo que aparece en un libro de texto distinto al oficial entraría
también en la categoría de plagio.
En
definitiva, el alumno y el estudiante no son otra cosa que una construcción
social, y su comportamiento es mayormente un reflejo de lo que –consciente o
inconscientemente- les enseñamos desde la institución escolar –la cual incluye,
no se olvide, a la universidad-.
En todo
caso, que nadie tema. Para que haya un delito de plagio es preciso que además
de copiar, exista un constatable afán de lucro, lo que no sucede en ninguno de
los ejemplos comentados.
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