Hace unos días, el diario El mundo
publicó un interesante reportaje
bajo el belicista título de “Guerra en la escuela”. Su autora, siguiendo cierta
tradición maniquea tan del gusto de las tertulias, divide a quienes estudian
científicamente u opinan sobre el mundo de la educación en dos grupos: los
“pedagogos” y los “antipedagogos”.
El origen del reportaje se sitúa en
la publicación de sendos libros de dos profesores de Secundaria: Ricardo Moreno
y Alberto Royo. Ambos coinciden con el prologuista del libro del primer autor,
Arcadi Espada, en el recurso a la descalificación gratuita, cuando no al
insulto, de cualquiera que ose discrepar de ellos. Así, Moreno no tiene empacho
en considerar que existe una poderosa secta pedagógica (de hecho el título de
su libro es material incendiario: La conjura de los ignorantes. De cómo los
pedagogos han destruido la enseñanza) que ha recurrido a todo tipo de
desvaríos para deteriorar nuestro sistema educativo. Royo no le va a la zaga -pese
a que su prologuista es más moderado, salvo cuando de la educación se trata,
que el del anterior libro- y no duda en calificar de charlatán a alguien como
Ken Robinson (amén de Punset y de Coelho). Parece un poco contradictorio que
los autores de estos dos libros pongan tanto énfasis en la autoridad del
profesor para, a renglón seguido, insultar a todo aquel que no le gusta. Mala
lección pedagógica, si se me permite el uso de este término para ellos
abominable.
Fui entrevistado por la periodista
autora de este reportaje y debo decir que, pese a que el artículo me parece
correcto, no me considero parte del grupo de los pedagogos, si tal cosa incluye
el desprecio del “esfuerzo, el mérito, la autoridad, la disciplina, la
exigencia, la memoria y la evaluación”. Reflexionar sobre cada uno de
estos términos daría para varios artículos. Por centrarme en algunos de ellos, ¿quién,
en su sano juicio, podría negar, la importancia de estos factores? Que yo sepa,
los únicos que parecen negar el esfuerzo, y quizás la memoria, son algunos
mercachifles que se dedican a la venta de cursos de inglés. Autoridad,
disciplina y exigencia son palabras polisémicas. Pueden fácilmente traducirse
en una docencia de carácter unidireccional en la que la palabra queda
monopolizada por el profesor condenando, de este modo, al alumnado al silencio
y, muy posiblemente, a la ausencia de aprendizaje. En definitiva, se trataría
de un modelo en el que el profesor debe ser obedecido por el mero hecho de serlo,
con independencia de que sea arbitrario o se limite a leer el libro de texto.
Ya no estamos en una sociedad en la que la diferencia cultural entre el maestro
y sus alumnos –y las familias de estos- sea tal que aquel pueda ser venerado
incondicionalmente (como se puede ver, a modo de ejemplo, en la película La
lengua de las mariposas). Son muchas las cosas que han cambiado desde que
los dos autores que aquí nos convocan accedieron a la docencia y sus
prologuistas dejaron los pupitres escolares.
La LOGSE, aprobada por el parlamento
español en 1990, estableció que todos los menores deberían estar escolarizados
en un tronco común –la Educación Primaria y la ESO- entre los seis y los
dieciséis años. Anteriormente, tal tronco concluía a la edad de los catorce años,
al finalizar la EGB. Quienes suspendían este nivel educativo no tenían más
opción que cursar Formación Profesional o –estábamos en otra España- irse de la
escuela. El problema es que esta era una división no solo escolar, sino
fundamentalmente social. La extensión de la escolaridad obligatoria se tradujo
en que un profesorado habituado a la relativa placidez del BUP –para cuyo
acceso se exigía haber aprobado la EGB- tendría ahora que bregar con todo tipo
de alumnos –inmigrantes, gitanos, hijos de familias desestructuradas,
“objetores” escolares y tutti quianti- y además hacerlo desde edades más
tempranas –doce años en lugar de catorce-. La LOGSE, y creo que este fue su
gran error, no contempló un nuevo profesorado –bien por reciclaje o nuevo
acceso- para la ESO. A esto se añade que buena parte de los docentes de Secundaria
entró en la profesión en los primeros años de la transición, una época marcada
por cierto deseo de superar el desierto cultural del franquismo (contra el que
lucharon muchos de estos mismos profesores) con una sociedad movilizada en
favor de la construcción de centros escolares de Secundaria. Al igual que
ocurrió con buena parte del país, las expectativas generadas por la transición
no se correspondieron del todo con la realidad (y en esta, siento decirlo,
habría que incluir un cierto grado de apoltronamiento derivado de la condición
funcionarial de quienes de ella abominaron cuando fueron más jóvenes). En
definitiva, estamos ante un grupo generacional –buena parte de él ya
sexagenario y/o recientemente jubilado- que
ha marcado el ethos de la profesión.
Los aspectos que el artículo atribuye
a los “pedagogos” (“la motivación, la creatividad, la originalidad, la
integración, el coaching y la empatía”) resultan esenciales en cualquier proceso
educativo que se precie de tal. Como se puede comprobar en la página web de CEDEFOP,
en un país como el nuestro -pese a la crisis-, crece el porcentaje de empleos
que requieren titulación superior y decrece considerablemente el de los que se
pueden desempeñar con una educación básica. Esto implica que, salvo que
apostemos por una sociedad más polarizada que la actual, debemos hacer que
nuestra escuela garantice a todo el mundo la adquisición de unos conocimientos
y de unas destrezas mínimas que le permita desenvolverse con cierto grado de
éxito en el mercado de trabajo y en el desempeño de su condición de ciudadano.
En términos prácticos, esto significa que prácticamente el cien por cien de
nuestros estudiantes ha de conseguir una credencial de Secundaria Superior
(Bachillerato o Formación Profesional de Grado Medio). Pero, no acaba aquí la
cosa. No sabemos qué empleos van a existir en el futuro, ni cómo van a
evolucionar. Esto significa que hemos de preparar a la gente para un futuro
incierto, lo que convierte en fundamental la formación permanente, el aprender
a aprender. Si se sale hastiado de nuestra escuela, es difícil que se asuma el
reto de aprender continuamente (y no solo en el trabajo).
Antes de terminar, quiero indicar
algo muy importante. La supuesta tribu pedagógica no estaría compuesta solo por
pedagogos, sociólogos y psicólogos. En el ámbito de las ciencias sociales
habría de incluirse a un buen puñado de economistas (entre ellos los de la
mismísima OCDE). Y, más allá, habría que incorporar a una neurociencia que nos
dice insistentemente que niños y
adolescentes aprenden más trabajando en grupo y haciéndolo sobre cuestiones que
conectan con sus intereses cognitivos (lo que, dependiendo de cómo se enseñe,
incluiría buena parte del currículo actual y mucho más). Y, quizás lo más
importante de todo, dentro de la propia profesión docente hay infinidad de "pro-pedagogos" (traidores, quizás). Moreno y Royo señalan que los "pedagogos" son los responsables del derrumbe de la
escuela pública. Si esta deja que la iniciativa innovadora la lleven centros
como los de los jesuitas de Cataluña (con una excelente labor, por cierto), tendremos
que empezar a entonar un réquiem por la enseñanza estatal.
El señor Feito, como todos los de su condición, se dedica a defender su pan del único modo que sabe: su también compañero de la Complutense, Fernández Enguita, es otro prohombre logsiano de los que día sí, día también se dedican a insultar, atacar y vituperar al profesorado y predicar con un dogmatismo poco acorde con las limitaciones epistemológicas de sus campos de saber. Y como todos los fanáticos, responde también con un ramalazo digno de psicoanálisis: atribuir y acusar a los adversarios lo que ellos hacen (es que la ley del embudo siempre permite darnos a nosotros el lado bueno) y defender contra viento y marea su dogma, nada falsable popperianamente. Si sus teorías no funcionan en la práctica, nunca será por defectos o limitaciones de esta, sino por agentes malvados exógenos. Es la misma lógica del estalinismo y del franquismo. Hinchados de su verdad, se plantean, como diría Brecht: "¿No sería más fácil disolver al pueblo y elegir otro?" .
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ResponderEliminarArtículo maniqueo, así no hay quien avance en este país. Olvidé mencionar en mi anterior comentario que la filosofía, no por ser una disciplina antigua, sigue teniendo su peso en la educación, no tanto como asignatura sino por el hecho de "enseñar a pensar". Algo imprescindible en una sociedad democrática. Y más hilando con su referencia a que nuestros alumnos se van a encontrar con un futuro desconocido.
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