domingo, 28 de febrero de 2016

Dad una oportunidad a la paz escolar

Hace unos días, el diario El mundo publicó un interesante reportaje bajo el belicista título de “Guerra en la escuela”. Su autora, siguiendo cierta tradición maniquea tan del gusto de las tertulias, divide a quienes estudian científicamente u opinan sobre el mundo de la educación en dos grupos: los “pedagogos” y los “antipedagogos”.
El origen del reportaje se sitúa en la publicación de sendos libros de dos profesores de Secundaria: Ricardo Moreno y Alberto Royo. Ambos coinciden con el prologuista del libro del primer autor, Arcadi Espada, en el recurso a la descalificación gratuita, cuando no al insulto, de cualquiera que ose discrepar de ellos. Así, Moreno no tiene empacho en considerar que existe una poderosa secta pedagógica (de hecho el título de su libro es material incendiario: La conjura de los ignorantes. De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza) que ha recurrido a todo tipo de desvaríos para deteriorar nuestro sistema educativo. Royo no le va a la zaga -pese a que su prologuista es más moderado, salvo cuando de la educación se trata, que el del anterior libro- y no duda en calificar de charlatán a alguien como Ken Robinson (amén de Punset y de Coelho). Parece un poco contradictorio que los autores de estos dos libros pongan tanto énfasis en la autoridad del profesor para, a renglón seguido, insultar a todo aquel que no le gusta. Mala lección pedagógica, si se me permite el uso de este término para ellos abominable.
Fui entrevistado por la periodista autora de este reportaje y debo decir que, pese a que el artículo me parece correcto, no me considero parte del grupo de los pedagogos, si tal cosa incluye el desprecio del “esfuerzo, el mérito, la autoridad, la disciplina, la exigencia, la memoria y la evaluación”. Reflexionar sobre cada uno de estos términos daría para varios artículos. Por centrarme en algunos de ellos, ¿quién, en su sano juicio, podría negar, la importancia de estos factores? Que yo sepa, los únicos que parecen negar el esfuerzo, y quizás la memoria, son algunos mercachifles que se dedican a la venta de cursos de inglés. Autoridad, disciplina y exigencia son palabras polisémicas. Pueden fácilmente traducirse en una docencia de carácter unidireccional en la que la palabra queda monopolizada por el profesor condenando, de este modo, al alumnado al silencio y, muy posiblemente, a la ausencia de aprendizaje. En definitiva, se trataría de un modelo en el que el profesor debe ser obedecido por el mero hecho de serlo, con independencia de que sea arbitrario o se limite a leer el libro de texto. Ya no estamos en una sociedad en la que la diferencia cultural entre el maestro y sus alumnos –y las familias de estos- sea tal que aquel pueda ser venerado incondicionalmente (como se puede ver, a modo de ejemplo, en la película La lengua de las mariposas). Son muchas las cosas que han cambiado desde que los dos autores que aquí nos convocan accedieron a la docencia y sus prologuistas dejaron los pupitres escolares.
La LOGSE, aprobada por el parlamento español en 1990, estableció que todos los menores deberían estar escolarizados en un tronco común –la Educación Primaria y la ESO- entre los seis y los dieciséis años. Anteriormente, tal tronco concluía a la edad de los catorce años, al finalizar la EGB. Quienes suspendían este nivel educativo no tenían más opción que cursar Formación Profesional o –estábamos en otra España- irse de la escuela. El problema es que esta era una división no solo escolar, sino fundamentalmente social. La extensión de la escolaridad obligatoria se tradujo en que un profesorado habituado a la relativa placidez del BUP –para cuyo acceso se exigía haber aprobado la EGB- tendría ahora que bregar con todo tipo de alumnos –inmigrantes, gitanos, hijos de familias desestructuradas, “objetores” escolares y tutti quianti- y además hacerlo desde edades más tempranas –doce años en lugar de catorce-. La LOGSE, y creo que este fue su gran error, no contempló un nuevo profesorado –bien por reciclaje o nuevo acceso- para la ESO. A esto se añade que buena parte de los docentes de Secundaria entró en la profesión en los primeros años de la transición, una época marcada por cierto deseo de superar el desierto cultural del franquismo (contra el que lucharon muchos de estos mismos profesores) con una sociedad movilizada en favor de la construcción de centros escolares de Secundaria. Al igual que ocurrió con buena parte del país, las expectativas generadas por la transición no se correspondieron del todo con la realidad (y en esta, siento decirlo, habría que incluir un cierto grado de apoltronamiento derivado de la condición funcionarial de quienes de ella abominaron cuando fueron más jóvenes). En definitiva, estamos ante un grupo generacional –buena parte de él ya sexagenario y/o  recientemente jubilado- que ha marcado el ethos de la profesión.  
Los aspectos que el artículo atribuye a los “pedagogos” (“la motivación, la creatividad, la originalidad, la integración, el coaching y la empatía”) resultan esenciales en cualquier proceso educativo que se precie de tal. Como se puede comprobar en la página web de CEDEFOP, en un país como el nuestro -pese a la crisis-, crece el porcentaje de empleos que requieren titulación superior y decrece considerablemente el de los que se pueden desempeñar con una educación básica. Esto implica que, salvo que apostemos por una sociedad más polarizada que la actual, debemos hacer que nuestra escuela garantice a todo el mundo la adquisición de unos conocimientos y de unas destrezas mínimas que le permita desenvolverse con cierto grado de éxito en el mercado de trabajo y en el desempeño de su condición de ciudadano. En términos prácticos, esto significa que prácticamente el cien por cien de nuestros estudiantes ha de conseguir una credencial de Secundaria Superior (Bachillerato o Formación Profesional de Grado Medio). Pero, no acaba aquí la cosa. No sabemos qué empleos van a existir en el futuro, ni cómo van a evolucionar. Esto significa que hemos de preparar a la gente para un futuro incierto, lo que convierte en fundamental la formación permanente, el aprender a aprender. Si se sale hastiado de nuestra escuela, es difícil que se asuma el reto de aprender continuamente (y no solo en el trabajo).

Antes de terminar, quiero indicar algo muy importante. La supuesta tribu pedagógica no estaría compuesta solo por pedagogos, sociólogos y psicólogos. En el ámbito de las ciencias sociales habría de incluirse a un buen puñado de economistas (entre ellos los de la mismísima OCDE). Y, más allá, habría que incorporar a una neurociencia que nos dice insistentemente que  niños y adolescentes aprenden más trabajando en grupo y haciéndolo sobre cuestiones que conectan con sus intereses cognitivos (lo que, dependiendo de cómo se enseñe, incluiría buena parte del currículo actual y mucho más). Y, quizás lo más importante de todo, dentro de la propia profesión docente hay infinidad de "pro-pedagogos" (traidores, quizás). Moreno y Royo señalan que los "pedagogos" son los responsables del derrumbe de la escuela pública. Si esta deja que la iniciativa innovadora la lleven centros como los de los jesuitas de Cataluña (con una excelente labor, por cierto), tendremos que empezar a entonar un réquiem por la enseñanza estatal. 

3 comentarios:

  1. El señor Feito, como todos los de su condición, se dedica a defender su pan del único modo que sabe: su también compañero de la Complutense, Fernández Enguita, es otro prohombre logsiano de los que día sí, día también se dedican a insultar, atacar y vituperar al profesorado y predicar con un dogmatismo poco acorde con las limitaciones epistemológicas de sus campos de saber. Y como todos los fanáticos, responde también con un ramalazo digno de psicoanálisis: atribuir y acusar a los adversarios lo que ellos hacen (es que la ley del embudo siempre permite darnos a nosotros el lado bueno) y defender contra viento y marea su dogma, nada falsable popperianamente. Si sus teorías no funcionan en la práctica, nunca será por defectos o limitaciones de esta, sino por agentes malvados exógenos. Es la misma lógica del estalinismo y del franquismo. Hinchados de su verdad, se plantean, como diría Brecht: "¿No sería más fácil disolver al pueblo y elegir otro?" .

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  3. Artículo maniqueo, así no hay quien avance en este país. Olvidé mencionar en mi anterior comentario que la filosofía, no por ser una disciplina antigua, sigue teniendo su peso en la educación, no tanto como asignatura sino por el hecho de "enseñar a pensar". Algo imprescindible en una sociedad democrática. Y más hilando con su referencia a que nuestros alumnos se van a encontrar con un futuro desconocido.

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