La jornada escolar continua
Ahora
toca la Comunidad Valenciana
Me llaman –finales de marzo de 2017- desde la
Universidad de Valencia para hablar sobre el controvertido tema de la jornada
escolar continua en los centros públicos de educación primaria e infantil (se
puede consultar aquí el PowerPoint
que utilicé). Desde el curso 2011-2012 –aunque con más intensidad desde hace un
par de años- los colegios de la Comunidad Valenciana tienen la posibilidad de
decidir si quieren pasar a este tipo de jornada.
Pese a todos los problemas que padece la
educación española –los recortes, el fracaso escolar, los deberes, etc.-, el de
la jornada escolar ha sido –y donde no se ha pasado a la jornada continua sigue
siéndolo- el tema estelar en la comunidad educativa o, si se prefiere, en las
comunidades educativas de los colegios públicos en los últimos años.
Al menos sobre el papel, la comunidad
educativa valenciana cuenta con la inestimable ventaja de que puede reflexionar
y decidir sobre esta cuestión considerando la experiencia previa de ya más de
veinte años en otras comunidades autónomas. Sin embargo, y a pesar del largo
tiempo transcurrido, resulta sorprendente –cuando no sospechoso- que aún no
dispongamos de un estudio científico que la valore. Justamente, esto mismo se
decía en el interesantísimo informe que sobre la
educación en Canarias publicó la OCDE en 2012.
Lamentablemente, parece ser una tónica
habitual –al menos en política educativa- adoptar decisiones sin tener en
cuenta informes, análisis o estudios previos sobre la cuestión de que se trate.
Esto es lo que ha ocurrido recientemente con la implantación de un nuevo
calendario escolar en Cantabria a partir
del curso 2016-17, el cual incluye un par de nuevos periodos no lectivos. Por
fortuna, esta vez la investigación sobre el tema corrobora la conveniencia de
tal calendario.
Ignoramos cosas tan esenciales como si el
paso de la jornada partida a la continua ha dado lugar o no a la desaparición o
mengua de comedores escolares –y en cuantos se ha pasado de cocinar in situ
a un régimen de cáterin-, qué clase de actividades extraescolares permanece y
qué tipo de alumnado hace uso de ellas, si –allí donde tal posibilidad exista- hay
o no un trasvase de cierto sector de padres hacia la concertada o la privada (o
si los padres de niños recién llegados a la escuela han tomado en consideración
el tipo de jornada), por qué hay centros
públicos que rechazan el cambio de jornada (incluso en barrios o zonas en los
que la mayoría de los colegios públicos tienen la jornada continua), por qué los
maestros de la concertada y de la privada no suelen contar con este tipo de
jornada para sus centros.
En el caso de la Comunidad Valenciana se sabe, de acuerdo con los
datos oficiales de la Consellería de Educación, que el uso del comedor
bajó más de un 30% en el grupo de centros que aplicó la jornada continua a
partir del curso 2014-15 y más de un 18% en los que lo hicieron en el curso
2013-14. En lo que se refiere a las actividades extraescolares, se detecta una
bajada considerable en el porcentaje de participación hasta situarse en el 25%.
Toda la investigación de que disponemos
confirma, hasta la saturación, que la última hora de la jornada continua –de
una a dos de la tarde- resulta mucho más agotadora para los alumnos que la
última de la jornada partida –normalmente de tres a cuatro-. Pero lo que falta,
clamorosamente, es saber si el cambio de jornada afecta negativamente a los
resultados escolares. En su investigación, Caride[1] señalaba que tres cuartas
partes del profesorado decían que el rendimiento es mayor en la continua. Sin
embargo, sus datos indican que hay entre un 10% y un 20% más de fracaso escolar
en los centros de continua. No obstante, no es un dato concluyente, aunque sí
indiciario: pudiera ser que estos peores resultados fuesen anteriores al cambio
de jornada.
Los datos que yo mismo he manejado sobre la
prueba de sexto de Conocimientos y Destrezas Indispensables en la Comunidad
Autónoma de Madrid muestran que no cabe afirmar que la jornada continua mejore
los resultados. De hecho (tal y como se puede ver en el PowerPoint), son
levemente peores que los de los centros de jornada partida.
El reciente informe realizado por la Consellería
de Educación de Valencia más arriba citado –de momento, no publicado y que
la prensa ha dado a conocer -afirma que, a partir de los datos de la evaluación
realizada en mayo de 2015, los centros con jornada continua empeoraron sus
resultados en las competencias lingüística y matemática.
Por desgracia, y una vez más me remito al
tiempo transcurrido desde que este debate sobre la jornada se inició en nuestro
país, la bronca en los centros entre profesores y padres y entre los propios
padres ha aparecido con más frecuencia de la deseada. Sin duda, es legítimo que
la inmensa mayoría del profesorado y un porcentaje significativo de padres
deseen la jornada continua.
La ventaja para el profesorado –y quizás no
tanto para los equipos directivos- es clara: ¿quién no va a preferir salir del
centro a las dos en lugar de a las cuatro? Sin embargo, lo que se entiende
menos el profesorado, el cual es juez y parte en este asunto, se inmiscuya en
los debates que correspondería tener en exclusiva a los padres o que se les suministre
información escandalosamente sesgada, cuando no simplemente falsa, en favor de
la jornada continua. A diferencia de lo que ocurriera hace veinte años, ahora
para cualquier padre resulta fácil teclear en Internet la expresión “jornada
escolar” y encontrarse con que el paraíso educativo al que conduciría el cambio
de jornada es más que dudoso que sea tal. ¿Dónde queda la autoridad moral e
intelectual de un profesorado cuyas afirmaciones pueden ser tan fácilmente
cuestionadas o rechazadas? Una de dos: o el profesorado suministra una
información veraz y equilibrada o lo mejor sería que permaneciera en silencio,
ajeno a una cuestión que han de decidir los padres.
La actitud del profesorado ha arrastrado a
todos los sindicatos del sector a la defensa del cambio de jornada. Al fin y al
cabo, los sindicatos dependen de sus electores y ninguno quiere ver reducido su
porcentaje de votos en las elecciones sindicales (de las cuales deriva el
grueso del poder sindical). En el caso de los sindicatos de clase o, si se
quiere ser más neutro, sindicatos que tienen presencia en la práctica totalidad
de los sectores productivos, como es el caso de UGT o CC.OO., esta
reivindicación plantea problemas. Así, recientemente, el sindicato de
Restauración Social de FeSMC UGT-PV ha publicado un comunicado en el que se afirma
que hay un riesgo real de pérdida de puestos de trabajo en el colectivo de
comedores escolares, en el que trabajan alrededor de 20.000 personas.
En el caso de los padres, me cuesta trabajo
entender la agresividad con que se han manifestado algunos de los partidarios
del cambio de jornada. No hablo de oídas. Hace ya unos cuantos años decidí
declinar las innumerables invitaciones de asociaciones de padres y madres que
me pedían acudir a su colegio para hablar sobre el tema. En la mayoría de las
ocasiones en que he aceptado tal invitación, me he encontrado con personas
–mayoritariamente padres, pero también maestros, algunos de los cuales, a su
vez, son padres- que, pese a haber sido invitado por el AMPA de su centro,
negaban mi legitimidad para hablar sobre esta cuestión. En una ocasión, la
hostilidad fue tal que tuve que abandonar el centro (me consta que incluso ha
habido peleas en el fragor de este debate). Comprendo perfectamente el deseo de
ciertos padres de cambiar de jornada. Las razones son de lo más diversas
–aunque también nos falta un estudio al respecto- y ninguna me parece espuria:
organizar una jornada extraescolar que compense las carencias de la escuela
convencional –pública, más bien-, disfrutar
de más tiempo en familia, la conveniencia de no hacer cuatro viajes a la
escuela, problemas con el comedor escolar y/o con el recreo del comedor, etc.
Pese a lo que he publicado en otros lugares,
la jornada continua es, por difícil que parezca, reversible. En este sentido, resulta
un tanto hiriente comparar la reacción de diferentes países –o si se prefiere,
administraciones educativas- frente a los malos resultados PISA. El primer
informe PISA (el del año 2000) conmocionó a Alemania por sus mediocres resultados. Una de
los elementos que se consideró pudiera explicar tal desempeño fue el de la
generalización de la jornada continua. Como respuesta, se
empezaron a abrir los centros también por las tardes en el marco de lo que se
han dado en llamar escuelas a tiempo completo (Ganztagsschulen). Uno de
los objetivos clave es que en estas escuelas se desarrollen, entre otras,
actividades de ocio, disociándolas, de este modo, de los recursos familiares. Sin
embargo, la respuesta en España de una comunidad con malos resultados, como es
el caso de Andalucía, fue la de matar al
mensajero: los 54 centros elegidos por PISA para su muestra del informe
de 2016 son de bajo índice socioeducativo y, en consecuencia, carecería de
valor.
Teniendo en consideración la respuesta
alemana, incluiría algún elemento más de apoyo a la solución que propuso
Fernández Enguita (cuya explicación se puede ver en este vídeo –a partir del minuto
10- y sobre la que ya manifesté mi acuerdo en la revista Escuela), la
cual, resumidamente, consiste en que las familias incluyan en la hoja de
matriculación de sus hijos la preferencia por una jornada u otra de manera que,
en función de tales peticiones, podría darse el caso de que un centro –por
ejemplo, de línea 2- hubiera un grupo con jornada continua y otro con partida.
Una de las cosas que más me preocupa de que pueda haber centros con doble
jornada, es que los maestros a los que les correspondiera –supongo que por contar
con menor antigüedad- impartir clase en la jornada partida pudieran sentirse
fastidiados y eso podría repercutir en su desempeño o en su actitud hacia los
alumnos. Para al menos paliar tal situación, los maestros que eligieran
impartir clases en los grupos de jornada partida –o que tal horario les sea
asignado- deberían ser compensados o bien con una reducción horaria –como en
las escuelas a tiempo completo de Alemania- o con un complemento salarial. En
definitiva, más gasto en educación (como ya ocurriera en Alemania). A ello, y
para complicar las cosas, se puede añadir que los maestros y profesores de los
centros concertados –cuyo pago lo hacen de modo delegado las administraciones
educativas- podrían subirse a este carro.
[1] Caride Gómez, José Ramón (1993): A
xornada escolar de sesión única en
Galicia. Estudio avaliativo: Conclusións xerais e criterios de
actuación. Santiago de Compostela: Xunta de Galicia, 1993.
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