https://www.researchgate.net/publication/316787397_Desigualdades_sociales_ante_la_educacion
Desigualdades sociales ante la educación
Los datos sobre las desigualdades sociales
ante la educación son cada vez más apabullantes. Una edición tras otra, el
principal informe internacional de evaluación educativa, el PISA, pone de
manifiesto que los peores resultados se concentran en el alumnado de más bajo
estatus socieconómico (índice que se construye a partir del nivel educativo
–años de escolarización- de sus padres, de la riqueza familiar y de los
recursos educativos de que dispone el hogar). De acuerdo con un informe de la
OCDE de 2016 (Low-Performing Students), el estudiante prototípico que
fracasa en la escuela vive en una familia monoparental de bajo estatus
socioeconómico y de origen inmigrante, habla en su hogar un idioma distinto al
de la escuela, no ha recibido educación previa a la primaria, ha repetido algún
curso y está matriculado en Formación Profesional.
La escuela pretende ser
una institución ajena a las desigualdades sociales. ¿Qué es lo que podría explicar
que a ciertos grupos sociales les sea más fácil tener éxito en ella que a
otros? En realidad, la escuela actual, más allá de la alfabetización básica
(“las cuatro reglas”) requerida para incorporarse al rutinario trabajo de las
fábricas de la Revolución Industrial, está pensada para una minoría de personas
de sexo masculino, raza blanca y un cierto nivel de riqueza. El sociólogo
francés Pierre Bourdieu decía que la escuela maneja el capital cultural de las
clases medias y altas, de manera que quien no sepa desenvolverse con él está
abocado al fracaso. Es algo que explicaba muy claramente, no sin cierta
ingenuidad marcadamente clasista, Gómez Trinidad (exportavoz de Educación del
Partido Popular y hoy miembro del Consejo Escolar de Estado), quien en unas
declaraciones al diario El País (14 de febrero de 2010) afirmaba lo
siguiente:
En el Bachillerato se debe adquirir la cultura media de la clase media.
(…) Yo creo que la cultura que se tiene que conseguir en 4º de ESO es para
poder moverse, es decir, lo que es una alfabetización básica, que se sepa leer,
etcétera. Pero más allá de esa alfabetización se necesita un conocimiento de
nivel medio, de lo que son las estructuras de este mundo, un bagaje
educativo... Y eso es lo que se consigue en el Bachillerato. Un chaval de la
ESO no tiene por qué salir conociendo las estructuras políticas o una
profundización de la historia que sí se tiene en el Bachillerato.
De ser esto así, nada
tiene de extraño que todo el mundo trate de rehuir la Formación Profesional
(tanto la Básica como la de Grado Medio: la Superior es otra cosa). Esto nos
sitúa en el crucial debate sobre a qué edad separar a los estudiantes
orientados hacia la Universidad de aquellos que a lo máximo a lo que pueden
aspirar es a la Formación Profesional. Esto está muy claro en los recurrentes
debates que vivimos en España desde poco antes del fin de la dictadura
franquista. En 1970 se aprobó la Ley General de Educación (LGE), la cual
extendía el tronco común de la educación hasta los catorce años –el final de la
Educación General Básica-. Entonces, como posteriormente y ahora, se levantó la
sospecha de si tal mezcolanza de alumnos no bajaría el nivel educativo. El
debate se volvió a plantear, esta vez en un contexto democrático, con motivo de
la aprobación –bajo un gobierno del PSOE- de la Ley Orgánica de Ordenación
General del Sistema Educativo –LOGSE-, la cual extendía la comprehensividad
hasta los dieciséis años –coincidiendo con el final de la Educación Secundaria
Obligatoria (ESO)-. Las leyes que ha aprobado el Partido Popular –la Ley de
Calidad de la Educación (LCE) y lo que hoy en día queda de la Ley Orgánica de
Mejora de la Calidad de la Educación (LOMCE)- han tratado siempre de limitar
tal comprehensividad. Para ello, esta última incorpora una Formación
Profesional Básica para aquellos alumnos de los que se intuye que no
finalizarán la ESO, se crean los grupos de refuerzo desde segundo de la ESO, se
introducen en cuarto de la ESO dos niveles de Matemáticas -las académicas y las
eufemísticamente denominadas aplicadas- y este mismo curso se convierte en una
antesala del Bachillerato o de la Formación Profesional (lo que acentúa su
carácter propedeútico, pese al carácter terminal que debiera tener la ESO).
No obstante, durante
los gobiernos del PSOE la comprehensividad fue muy limitada. Nuestro sistema
educativo ha dispuesto de variados mecanismos para separar el grano de la paja.
De entre ellos, cabría destacar dos: el recurso (tremendamente abusivo) a la repetición
de curso y a la segregación temprana, esta última por medios tan diversos como la
denominada –también eufemísticamente- diversificación curricular (aunque el
progresismo del PSOE posponía tal medida a tercero de la ESO) o la mera
agrupación del alumnado por niveles en Secundaria a partir del expediente de
Primaria.
La repetición de curso
ha sido tan intensa que, en algún momento de nuestra historia reciente,
prácticamente la mitad de los alumnos varones de quince años no estaba
escolarizada en el curso que correspondía a su edad. De hecho, en pleno boom
económico de comienzos de siglo, en el curso 2006-07, el 42,6% del alumnado
había repetido al menos una vez. En el curso 2015-16 hemos mejorado. No
obstante, 36 de cada 100 de nuestros alumnos han repetido (con diferencias
regionales que van de 45 de cada 100 en el caso de Murcia a 27 en el País
Vasco). Aun así, muchos profesores insisten en considerar que en nuestro país
se regalan los aprobados.
En el segundo
volumen de los resultados del último PISA –el de 2015- se recomienda recurrir
lo mínimo posible a la repetición de curso, la cual (aparte de ser enormemente
costosa: en torno a un 10% del
presupuesto nacional de educación) se asocia a mayores desigualdades y a
menor rendimiento. Uno de cada cinco estudiantes de bajo estatus ha repetido
mientras que tal cosa solo sucede para el 7% de quienes proceden de familias
acomodadas. En España, la posibilidad de ser repetidor es 3,5 veces mayor entre
los alumnos de bajo estatus socioeconómico que para el conjunto de los
estudiantes con los mismos resultados en PISA. Igualmente, se detecta que los
estudiantes que han repetido curso tienden a manifestar actitudes y
comportamientos negativos con relación a la escuela. Por fortuna, en los
últimos tiempos se ha reducido el recurso a la repetición. Por ejemplo, en Francia
–uno de los países que, junto con España y Portugal, contaba con un mayor
porcentaje de repetidores- se ha rebajado en 16 puntos sin que esto haya
afectado a los resultados en PISA.
En lo que se refiere la
segregación temprana (bien sea desde la Formación Profesional, los grupos de
refuerzo o las Matemáticas de distinta calidad), la literatura científica
–incluso la que procede de la OCDE- es poco proclive a tal medida. En general,
la de la segregación temprana es una historia de rotunda injusticia social. Tal
y como explicaba Corbett Burris (en su
libro On the Same Track), Estados Unidos se encontró a comienzos del
siglo XX con la necesidad de dar una respuesta a la escolarización de los
inmigrantes recién llegados del sur y del este de Europa. La solución consistió
en escolarizar a las chicas, a las minorías, a los inmigrantes y a los
estudiantes de clase baja en itinerarios de Formación Profesional. Los test
utilizados para determinar quiénes irían a la rama profesional y quiénes a la
académica contenían claros sesgos en favor de la clase media de raza blanca.
En el caso de Alemania, Becker et al.
(en una investigación publicada en 2012 en el Journal of Educational
Psychology) descubrieron que los estudiantes matriculados en los
itinerarios académicos veían incrementado su cociente intelectual en
comparación con sus compañeros enviados a la rama profesional. Estos resultados
coinciden casi milimétricamente con los ya descritos hace más de tres décadas
por Jeannie Oakes en su clásica obra Keeping Track, resultado de un
trabajo de campo en veinticinco escuelas. El agrupamiento por niveles retrasa el
aprendizaje de los alumnos menos académicos, hace disminuir su auto-estima y
separa a los estudiantes a lo largo de líneas socioeconómicas. Resultan
llamativas las diferencias en las respuestas dadas a ciertas preguntas en
función del grupo al que perteneciera el alumno. Una de las preguntas era: ¿Qué
es lo más importante que has aprendido en esta clase? Entre los alumnos de los
grupos avanzados se obtenían respuestas del siguiente tenor: "He aprendido
a analizar historias que he leído", "estoy desarrollando una
mentalidad abierta", "he aprendido a hacer experimentos". Entre
los de los grupos menos académicos las respuestas eran de este tipo: "Me
he dedicado a inflar globos luminosos"; "no he aprendido nada, solo
los números romanos"; "he aprendido que el inglés es aburrido".
En un estudio publicado por la OCDE, Simon
Field et al. (No More Failures. Ten steps to equity in education)
se declaran en favor de posponer la segregación temprana. Sucede que los
sistemas educativos que separan en la Secundaria Inferior obtienen peores
resultados en PISA. Además, cuando se comparan los resultados obtenidos en las
pruebas de Primaria realizadas con el PIRLS (Progress in International Reading Literacy
Study) con los del PISA (recuérdese que se refiere a estudiantes de quince
años de edad) se detecta que la segregación temprana se asocia a una menor
igualdad de resultados e incluso, en ocasiones, hace bajar los resultados
globales.
En un reciente estudio de la OCDE, cuyo clarificador
título es Ecuaciones y desigualdades. Hacer que las Matemáticas sean
accesibles para todos, se indica la necesidad de evitar clasificar a los
estudiantes como listos o tontos, rápidos o lentos y, en su lugar, empezar a
utilizar frecuentemente mensajes que incidan en la idea de que el éxito en
Matemáticas se debe al esfuerzo, a hacer preguntas y a progresar continuamente.
Un hallazgo clave es que en la medida en que los estudiantes trabajan con
conceptos y tareas matemáticas complejas mejoran sus resultados en PISA (lo que
iría en contra de los dos tipos de Matemáticas propuestas por la LOMCE).
Igualmente,
el segundo volumen del último PISA (citado más arriba) insiste en esta
misma idea de posponer la segregación escolar. Los estudiantes de medios menos
favorecidos están claramente sobrerrepresentados en los itinerarios
profesionales. Los resultados de PISA demuestran que la edad en que los
estudiantes son separados en itinerarios se asocia no solo a unas mayores
diferencias entre escuelas sino a una menor equidad en los resultados. En
definitiva, cuanto más temprana sea la segregación, mayor es el influjo del
estatus socioeconómico en los resultados.
Los
defensores de la LOMCE insisten en la necesidad de potenciar la Formación
Profesional. Para ello se aduce el dato de que, comparativamente, en nuestro
país la tasa de escolaridad en la red profesional frente a la académica es
baja, lo cual no es cierto. Lo que sí es verdad es que la inmensa mayoría de
los estudiantes que concluye la ESO –en torno al 80%- elige Bachiller. La
Formación Profesional de Grado Medio escolariza a una alta proporción de
alumnos de edad claramente superior a los 16 años, lo que contribuye a reforzar
su imagen deteriorada, la de un itinerario de segunda categoría. El mercado de
trabajo parece compartir este criterio. Así, de acuerdo con el informe de Adecco
(Oferta y demanda de empleo en España, 2015), tan solo el 8,3% de las
ofertas de empleo demanda un nivel de Formación Profesional de Grado Medio
frente a un 17% de ofertas que solicita un nivel de Bachillerato.
Recientemente,
al hilo de la enseñanza del inglés y en inglés estamos asistiendo a una nueva
estrategia de segregación. Sabido es el estrecho vínculo existente entre el
nivel social y el conocimiento de idiomas. En la medida en que los centros de
Secundaria cuenten con secciones bilingües, a estas tenderán a acudir los
alumnos de mayor nivel de renta, convirtiendo, de este modo, a los grupos del
alumnado “del programa” –los que no cursan materias en inglés- en una suerte de
itinerario de inferior categoría fácilmente estigmatizable.
Finalmente, convendría señalar un aspecto en
el que las desigualdades sociales son particularmente hirientes y que no es
otro que la divisoria entre escuelas públicas, concertadas y privadas. Tanto
las concertadas como las privadas obtienen mejores resultados que las primeras.
No obstante, si descontamos el efecto que produce el hecho de que aquellas
escolarizan a un alumnado de mayor estatus socioeconómico que estas, los
resultados en PISA son prácticamente idénticos. Sin embargo, no ocurre lo mismo
con aspectos clave, como la repetición de curso –mucho mayor en la pública-.
Que a la privada no concertada –y en ausencia de una política de becas por
parte de este tipo de escuelas- vayan las familias de mayor estatus (este tipo
de centros escolariza al 6,4% del alumnado de España) se explica simplemente
por el hecho de su elevado coste económico. Siendo ambas -sobre el papel-
igualmente gratuitas, más explicaciones requeriría la diferencia social del
alumnado de la concertada con respecto al de la pública. La distribución
territorial de la concertada dice mucho con relación al tipo de público que
escolariza. A la concertada acude el 25,6% del alumnado español, pero este
porcentaje es sensiblemente menor en las regiones más pobres –en Castilla-La
Mancha, Extremadura, Canarias y Andalucía es inferior al 21%- y supera el 29%
en La Rioja, Navarra, Baleares, Madrid y el País Vasco-. Si hiláramos más fino,
podríamos ver que, por ejemplo, en la ciudad de Madrid tiene más presencia en
los barrios acomodados que en los más pobres o, si hiciéramos lo mismo con la
Comunidad de Madrid, el contraste lo marcaría la escasa presencia de la
concertada en el sur de la región. Sin duda, el hecho de que buena parte de los
centros concertados cobren subrepticiamente una cuota a las familias los
convierte en una suerte de privados low cost.
En definitiva, y para
concluir, la escuela parece ser una institución que se limita a constatar y a certificar
las desigualdades que existen en la sociedad, como si no fuera una de sus
principales labores combatirlas. Esta función no es, en modo alguno,
incompatible con la consecución de la excelencia. Más bien al contrario. Los
sucesivos informes PISA muestran que los países educativamente más exitosos son
capaces de acometer ambas tareas a la vez.
Un artículo estupendo. Creo que además tiene relación directa con el artículo sobre Francia. La cuestión es que la educación refleja la sociedad, no la cambia. Si queremos cambiar la sociedad es ella la que debe ser cambiada: su sistema productivo, sus relaciones, sus valores...
ResponderEliminarQuisiera poner, sin embargo, un pequeño pero con ánimo de debate. Se habla de la segregación, evidente, entre el alumnado. Pero el análisis, en mi opinión, muestra el círculo vicioso del sistema sin mostrar alterniva (igual no la hay): por un lado, la educación superior (incluyendo el bachillerato) impone un código de difícil acceso a los pobres, por lo que los expulsa. Por otro lado, si buscamos una alternativa "integradora", tipo FP, entonces discrimina. Según esto no hay alternativa en el sistema educativo. En el fondo, la eduación tiene un papel de certificación, de cierre social que hace imposible estructuralmente una mayor igualdad. La educación se revela domo lo contrario a lo que la izquierda ha pregonado. No sirve para una superación de las condiciones heredadas, sino que se muestra como un mercado en el que conseguir habilidades exclusivas, por excluyentes, que impliquen un valor añadido para una mejor colocación en un mercado laboral cada vez más escaso, más competitivo y más globalizado.
Pero la solución no es más educación o más profesores, pues esto es más de lo mismo. Ese es el problema de la izquierda, cree que más igualdad de derecho, más inversión en educación, reducirá la desigualdad. En mi opinión, falso: esa inversión generará nuevas certificaciones segregadores (cuando la mayoría sepa inglés, lo "cool" será saber chino) que generarán nuevas desigualdades. Sólo será bueno para los profesores que, por cierto, pertenecerán mayoritariamente a los hijos de las clases medias/altas, que son quienes mejor aprovechan la estructura educativa, y a los que obtienen las certificaciones más exclusivas, aquellas que abren las puertas del éxito y que pertenecen al mismo grupo de gente bienpensante, progresista y que no puede explicarse cómo Le Pen o Trump pueden conseguir tanto. Aunque, quien lo sabe...
Espero equivocarme.
Muchas gracias por tu comentario. La verdad es que no había pensado en ninguna vinculación entre las dos últimas entradas del blog.
ResponderEliminarCon respecto a las dos redes a la altura de la Secundaria Post-obligatoria (la académica y la profesional), mi propuesta sería plantear una única red que debiera combinar elementos de ambas redes. Hoy en día, el mundo del trabajo demanda no solo habilidades específicas (como las que podría suministrar la formación profesional) sino que también solicita capacidad para comunicar ideas –oralmente y por escrito-, aprender permanentemente y esto es algo que, por desgracia, no proporciona ninguna de las dos redes.
Con respecto al inglés, no soy nada pesimista. La fuerza del inglés es su conversión en lengua franca desde hace muchos años. Creo que para los ciudadanos del mundo sería un gran logro contar con una lengua con la que todos nos podamos comunicar. Veo muy difícil que el chino pueda desplazar al inglés: para ello China precisaría de una capacidad de invención científica y artística que apenas posee –basta con pensar en cuántos premios Nobel tiene el gigante asiático- y que palidece ante la potencia de los hablantes en inglés (sean o no hablantes nativos).