martes, 9 de mayo de 2017

Unas reflexiones sobre las presidenciales francesas

La victoria de Macron permite respirar con cierta tranquilidad a la democracia francesa durante al menos cinco años más. Sin embargo, el mar de fondo de insatisfacción con el actual estado de cosas por parte de los grupos sociales menos privilegiados tiene visos de continuar, e incluso de agravarse, en el quinquenato que se inicia estos días.

Recientemente, he leído un par de artículos periodísticos que invitan a acometer una reflexión muy seria sobre el actual estado de cosas. Uno de ellos comenta la obra Le crépuscule de la France d'en haut (El crepúsculo de la Francia de arriba) escrito por el geógrafo Christophe Guilluy (un izquierdista celebrado por la derecha, según se señala aquí). Este libro denuncia las tremendas desigualdades entre la Francia de las grandes ciudades (cosmopolita, beneficiada por la globalización) y la Francia de las provincias. Guilly describe el ascenso de una nueva burguesía, de una nueva clase social, con alto nivel educativo que ocupa las posiciones clave del CAC40 (equivalente al español Ibex35) y genera ese discurso legitimador de la actual sociedad globalizada que no duda en considerar retrógrados (serían buena parte de los votantes del Frente Nacional) a quienes no se adaptan a los nuevos tiempos. Es un tipo de narrativa que recuerda mucho al supuesto espíritu modernizador del que hacen gala tantos dirigentes del PP, especialmente los más jóvenes.

            El otro artículo ha sido publicado en el New York Times por el novelista francés Edouard Louis con el significativo título de “¿Por qué mi padre vota a Le Pen?”. Louis describe su infancia en un pequeño pueblo del norte de Francia en el que la práctica totalidad de la población trabajaba en la misma fábrica. Su padre dejó de trabajar antes de los despidos masivos debido a un terrible accidente laboral que terminó por llevar a la pobreza a su familia (completada con una madre ama de casa y cuatro hermanos más). Antes de aprender a leer, Louis –nacido en la década de los noventa- ya sabía lo que era pasar hambre y tener que ir a casa de sus tíos para pedir comida. A los dieciocho años tuvo la suerte de convertirse en estudiante de Filosofía en París (fue el primer miembro de su familia en llegar a la universidad). El contraste entre el ambiente parisino y el de su localidad natal, le llevó a escribir un libro sobre su experiencia personal en el norte de Francia. En un muestra clara de la preocupante ignorancia de que hace gala la Francia acomodada de la otra Francia, el primer editor –parisino, para más señas- rechazó el manuscrito  aduciendo que la pobreza descrita en su novela había dejado de existir hacía más de un siglo. No es extraño que Louis considerase que la gente de la que se habla en las noticias no es nunca la de su infancia y adolescencia. Toda su familia vota a Le Pen –antes al padre y ahora a su hija- y lo hace, entre otros posibles motivos, en un intento claro de luchar por la visibilidad social que alimenta la demagogia del Frente Nacional –en claro paralelismo con la practicada al otro lado del Atlántico por Trump-. El partido socialista hace tiempo que dejó de hablar de la desigualdad de clase o de la pobreza para refugiarse en un lenguaje tecnocrático que oculta su genuflexión ante el neoliberalismo.

            En estas condiciones, y tal como se puede ver en el cuadro de más abajo, nada tiene de extraño que Le Pen haya obtenido más votos entre la clase obrera que Macron (56% frente a un 44%).




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