La beautiful
people[1]
de la escuela pública
En el espacio de poco más de una semana he
participado en un par de actos que me dan que pensar acerca de cuáles puedan
ser las limitaciones y contradicciones de las escuelas públicas democráticas
(en Madrid, colegios como La Navata o el Trabenco). El primer acto fue una
conferencia a cargo de Xavier Bonal en el seminario que tan diligentemente
organiza Julio Carabaña en la Facultad de Educación de la Complutense. En su
charla –referida a la ciudad de Barcelona-, Bonal hablaba del deseo de una
parte de la clase media alta de los barrios más acomodados de la Ciudad Condal
por escolarizar a sus hijos en la escuela pública, pero no en cualquier escuela
pública, ni siquiera en los centros públicos de barrios adyacentes de menor
nivel socioeducativo. Se trataría de una estrategia consistente en colonizar un
centro público de manera que este oferte una educación en relativa libertad,
dialogante, democrática, innovadora… al gusto de este grupo social. En esos
mismos días, el blog Politikon
publicaba una entrada a cargo de Gortazar y Zubillaga en la que se decía lo
siguiente:
La etiqueta de “colegio innovador” está
canalizando la demanda de una mayor calidad educativa, especialmente en
familias de clase media-alta, sin que haya información pública de calidad que
permita saber hasta qué punto esa escuela está realmente logrando lo que se
propone. Como resultado, por un lado, la segregación crece, no solo ya entre
redes educativas, sino cada vez más entre centros públicos. Y por otro,
alimenta un modelo de innovación individual -el vinculado a la marca personal
de un centro- no conectado ni compartido, que fomenta la aparición de centros
innovadores, pero con escasa aportación al movimiento de transformación
colectivo, sistemático e inclusivo.[2]
Pocos días
después de la conferencia de Bonal, acudí a la llamada fiesta del proyecto del Colegio Público La Navata,
la cual se celebró por la mañana en un día laborable. Allí asistí a instancia de
la amable invitación de Consuelo Uceda (directora del centro en sus difíciles
momentos iniciales y una mujer que es toda una referencia en el ámbito de la
innovación educativa). Pese a ser las diez y media de la mañana, el patio del
centro estaba lleno de padres y madres de alumnos. Supongo que esto puede ser
indicativo de qué tipo de empleos pueden desempeñar estos progenitores. Durante
el desarrollo de la fiesta me encontré con una colega de mi facultad de reconocida
militancia izquierdista. En nuestra conversación salió a relucir que varios
compañeros de mi facultad también llevan a sus hijos a tan singular colegio y
que, incluso, hay personas que han cambiado de residencia –lo que ha llegado a
suponer desplazarse desde alguna provincia lejana- para poder garantizar a sus
hijos un puesto en tan codiciado centro. Esto, como ya comenté en este mismo
blog con motivo de la actual residencia de la ministerial pareja
Montero-Iglesias, no es otra cosa que una estrategia de clase media. Tal opción
permite alardear de una cierta vitola progresista –“yo escolarizo a mi hijo en
la pública”-. Sin embargo, esta escuela pública no es cualquier escuela pública
(si se quiere comprobar qué es una escuela pública más convencional se puede ir,
por ejemplo, a Orcasitas o a mi actual lugar de residencia: Pozuelo de
Alarcón).
La Navata es un centro genuinamente innovador que,
mucho me temo que muy a su pesar, se ha podido convertir en un colegio de un
cierto sector izquierdista de clases medias acomodadas. Esto último –tanto la
ideología como la componente de clase- me preocupa y mucho. La ideología es
claramente perceptible, entre otros factores, en el reducidísimo número de
alumnos matriculados en religión. La composición de clase se debe en buena
medida al propio entorno de chalets en el que se sitúa el centro. Obviamente,
unas reflexiones como estas deberían acompañarse de datos sobre el estatus
socioeconómico de las familias que optan por este tipo de centros. Si alguien
dispone de un mínimo de 290000€[3]
se puede convertir en vecino de los líderes de Podemos –aunque su vivienda costó
más del doble de esa cantidad- y compartir colegio con ellos.
Una de las preguntas que llevo haciéndome desde
que hace ya más de una década empecé a analizar escuelas democráticas es la de que
si son tan buenas por qué no contamos con muchos más centros de este tipo. Es
muy posible que el hecho de que sean tan escasos haga que en ellos se
concentren clases medias que desean otra escuela, lo que, finalmente, pudiera
terminar por convertirlos en centros solo para determinado tipo de gentes. ¿Escolarizaría
a sus hijos en estos centros alguien de derechas, por ejemplo? Recuerdo una
conversación que mantuve con los dueños de la papelería que está a medio camino
entre el Trabenco y el seguramente muy convencional centro público Góngora. En
esta plática me explicaron el caso de dos hermanas. Una de ellas llevaba a su
hijo a un centro y la otra al otro. Adivine el lector a qué colegio llevaba la
hermana descrita –muy sumariamente- como pija y la retratada como hippy.
La innovación educativa democrática debe
abarcar a todo el conjunto de la población. De no ser así, nunca llegará a ser
una verdadera innovación. No puede ser que el número de centros innovadores
–por lo menos, en Madrid- sea más o menos el mismo desde hace décadas.
[1] El término beautiful people se aplicó en España a
una parte muy significativa de altos responsables del PSOE de la época de
Felipe González.
[2] https://politikon.es/2020/01/23/innovacion-educativa-mejoras-para-la-inclusion-o-excusas-para-la-segregacion/
[3] Este el precio
más bajo de una vivienda en la zona de La Navata en la web de idealista
(consultado el 7 de marzo de 2020).
Estoy de acuerdo con la idea central: llevo muchos años diciendo que la innovación en la escuela pública no puede estar representada por un pequeño grupo de centros, como no estaría representada la sanidad publica por tres o cuatro centros sanitarios. Lo comparto en Facebook
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