lunes, 9 de marzo de 2020

La beautiful people[1] de la escuela pública


La beautiful people[1] de la escuela pública

            En el espacio de poco más de una semana he participado en un par de actos que me dan que pensar acerca de cuáles puedan ser las limitaciones y contradicciones de las escuelas públicas democráticas (en Madrid, colegios como La Navata o el Trabenco). El primer acto fue una conferencia a cargo de Xavier Bonal en el seminario que tan diligentemente organiza Julio Carabaña en la Facultad de Educación de la Complutense. En su charla –referida a la ciudad de Barcelona-, Bonal hablaba del deseo de una parte de la clase media alta de los barrios más acomodados de la Ciudad Condal por escolarizar a sus hijos en la escuela pública, pero no en cualquier escuela pública, ni siquiera en los centros públicos de barrios adyacentes de menor nivel socioeducativo. Se trataría de una estrategia consistente en colonizar un centro público de manera que este oferte una educación en relativa libertad, dialogante, democrática, innovadora… al gusto de este grupo social. En esos mismos días, el blog Politikon publicaba una entrada a cargo de Gortazar y Zubillaga en la que se decía lo siguiente:

La etiqueta de “colegio innovador” está canalizando la demanda de una mayor calidad educativa, especialmente en familias de clase media-alta, sin que haya información pública de calidad que permita saber hasta qué punto esa escuela está realmente logrando lo que se propone. Como resultado, por un lado, la segregación crece, no solo ya entre redes educativas, sino cada vez más entre centros públicos. Y por otro, alimenta un modelo de innovación individual -el vinculado a la marca personal de un centro- no conectado ni compartido, que fomenta la aparición de centros innovadores, pero con escasa aportación al movimiento de transformación colectivo, sistemático e inclusivo.[2]

            Pocos días después de la conferencia de Bonal, acudí a la llamada fiesta del proyecto del Colegio Público La Navata, la cual se celebró por la mañana en un día laborable. Allí asistí a instancia de la amable invitación de Consuelo Uceda (directora del centro en sus difíciles momentos iniciales y una mujer que es toda una referencia en el ámbito de la innovación educativa). Pese a ser las diez y media de la mañana, el patio del centro estaba lleno de padres y madres de alumnos. Supongo que esto puede ser indicativo de qué tipo de empleos pueden desempeñar estos progenitores. Durante el desarrollo de la fiesta me encontré con una colega de mi facultad de reconocida militancia izquierdista. En nuestra conversación salió a relucir que varios compañeros de mi facultad también llevan a sus hijos a tan singular colegio y que, incluso, hay personas que han cambiado de residencia –lo que ha llegado a suponer desplazarse desde alguna provincia lejana- para poder garantizar a sus hijos un puesto en tan codiciado centro. Esto, como ya comenté en este mismo blog con motivo de la actual residencia de la ministerial pareja Montero-Iglesias, no es otra cosa que una estrategia de clase media. Tal opción permite alardear de una cierta vitola progresista –“yo escolarizo a mi hijo en la pública”-. Sin embargo, esta escuela pública no es cualquier escuela pública (si se quiere comprobar qué es una escuela pública más convencional se puede ir, por ejemplo, a Orcasitas o a mi actual lugar de residencia: Pozuelo de Alarcón).

La Navata es un centro genuinamente innovador que, mucho me temo que muy a su pesar, se ha podido convertir en un colegio de un cierto sector izquierdista de clases medias acomodadas. Esto último –tanto la ideología como la componente de clase- me preocupa y mucho. La ideología es claramente perceptible, entre otros factores, en el reducidísimo número de alumnos matriculados en religión. La composición de clase se debe en buena medida al propio entorno de chalets en el que se sitúa el centro. Obviamente, unas reflexiones como estas deberían acompañarse de datos sobre el estatus socioeconómico de las familias que optan por este tipo de centros. Si alguien dispone de un mínimo de 290000€[3] se puede convertir en vecino de los líderes de Podemos –aunque su vivienda costó más del doble de esa cantidad- y compartir colegio con ellos.

Una de las preguntas que llevo haciéndome desde que hace ya más de una década empecé a analizar escuelas democráticas es la de que si son tan buenas por qué no contamos con muchos más centros de este tipo. Es muy posible que el hecho de que sean tan escasos haga que en ellos se concentren clases medias que desean otra escuela, lo que, finalmente, pudiera terminar por convertirlos en centros solo para determinado tipo de gentes. ¿Escolarizaría a sus hijos en estos centros alguien de derechas, por ejemplo? Recuerdo una conversación que mantuve con los dueños de la papelería que está a medio camino entre el Trabenco y el seguramente muy convencional centro público Góngora. En esta plática me explicaron el caso de dos hermanas. Una de ellas llevaba a su hijo a un centro y la otra al otro. Adivine el lector a qué colegio llevaba la hermana descrita –muy sumariamente- como pija y la retratada como hippy.

La innovación educativa democrática debe abarcar a todo el conjunto de la población. De no ser así, nunca llegará a ser una verdadera innovación. No puede ser que el número de centros innovadores –por lo menos, en Madrid- sea más o menos el mismo desde hace décadas.



[1] El término beautiful people se aplicó en España a una parte muy significativa de altos responsables del PSOE de la época de Felipe González.
[3] Este el precio más bajo de una vivienda en la zona de La Navata en la web de idealista (consultado el 7 de marzo de 2020).

1 comentario:

  1. Estoy de acuerdo con la idea central: llevo muchos años diciendo que la innovación en la escuela pública no puede estar representada por un pequeño grupo de centros, como no estaría representada la sanidad publica por tres o cuatro centros sanitarios. Lo comparto en Facebook

    ResponderEliminar