El debate escolar en la rentrée
francesa
Influyentes diarios como El País o El
Mundo consideran, acertadamente, que, en este comienzo de curso, el tema
educativo estelar es el del pacto. El problema, me parece a mí, es que no se va
más allá de la expresión del mero deseo de que las fuerzas políticas se pongan
de acuerdo, al tiempo que se rehúye delimitar cuáles puedan ser los asuntos
fundamentales sobre los que el tal pacto debiera pivotar.
En Francia, la rentrée está prestando
atención a un tema que para nuestro país es tan fundamental como para nuestros
vecinos del norte y que no es otro que el modo en que la escuela privada
(sostenida o no con fondos públicos) contribuye a la creación y a la pervivencia
de dolorosas e injustificables desigualdades sociales. El debate ha dado lugar
a un
editorial sobre esta cuestión por parte del diario Le Monde al hilo
de un artículo publicado pocos días antes, en este mismo medio, por parte del
economista Thomas Piketty. En su escrito, Piketty pone cifras a la vergonzosa
distribución del alumnado en función de su clase social en los 175 collèges parisinos (los collèges
son centros en los que se imparte, aproximadamente, el nivel equivalente a
nuestra Educación Secundaria Obligatoria). De los 85000 alumnos parisinos de
este nivel, el 16% proviene de ambientes socialmente desfavorecidos,
entendiendo por tal a hijos de obreros, de parados o de personas inactivas.
Pues bien, hay centros privados (pese a que buena parte de ellos cuentan con
subvenciones públicas) que se las apañan para que no más del 1% de su alumnado
proceda de estos ámbitos sociales. Lo contrario sucede con los centros
públicos, algunos de los cuales pueden contar con un 60% de alumnado de este
tipo. Y, sorprendentemente, la distancia entre estos centros puede ser de
apenas unas calles (en España a lo más que hemos llegado es a trabajar por
distritos en una ciudad, como se ve en la tabla 10 de este artículo).
Parece claro que este es uno de los problemas
clave de nuestra educación. Si uno habla con profesores de centros públicos, no
tardará en aparecer la referencia a que a ellos les toca bregar con el alumnado
más conflictivo. Como botón de muestra, y soy plenamente consciente de que
carece valor estadístico, esto es lo que escribía Pilar Montero –una directora de un centro de
secundaria en España- en su interesante libro ¡Arde una papelera!:
Entre los ochocientos alumnos del centro,
todos los años, casi como una estadística inexorable, nos encontramos con una
niña embarazada; otra maltratada por su padre -hubo un caso de violación-;
alguien que se marcha de casa por unos días y su madre va a la tele a denunciar
su desaparición; algún alumno que ha delinquido y lo han atrapado con las manos
en la masa; una chica que no viene a clase porque cuida a sus hermanos, hace la
casa y la comida; hijos de familias sin ingresos, con el padre parado y la
madre con cáncer terminal u otra enfermedad grave
Al final, lo de menos es enseñar matemáticas
o inglés: el instituto se ha convertido en un centro social de asesoramiento
jurídico, psicológico, laboral. Esto es lo que hay: o te adaptas o sucumbes.
¿Qué medidas se
podrían adoptar para equilibrar la escolarización? Tanto en Francia como aquí,
quienes consideran que hay poco que hacer aluden a la libertad de enseñanza, la
cual comporta la libertad de elección de centro en función, entre otras cosas,
de su ideario. El editorial de Le Monde advierte que la que califica
como sensata solución propuesta por Piketty (que los colegios privados se
sometan a los mismos criterios de asignación de alumnos que los públicos)
recuerda a la batalla perdida por la izquierda en 1984, en los tiempos de
Mitterand. Sin embargo, más adelante el diario francés se suma a la idea de
modular la financiación pública en función de la composición social de los
colegios.
En España, al menos
jurídicamente (cosa distinta es la escasa voluntad política de hacerlo, como
igualmente señala Piketty para el caso francés) la solución es fácil: bastaría
con hacer cumplir la ley. Los criterios de admisión en los centros sostenidos
con fondos públicos –sean privados o estatales- son exactamente los mismos.
Cobrar una cuota mensual –abierta o subrepticiamente- o forzar a cursar religión
en los centros católicos es violar la legislación vigente. Los 900€ que pueden
desgravarse las familias madrileñas que envían a sus hijos a centros privados
no concertados son fruto de una decisión política (se puede leer la explicación
aquí).
En todo caso, que
nadie tema. No se trata simplemente de repartirse al alumnado menos académico.
Como muy certeramente indica el editorial de Le Monde, la mezcolanza
social es la mejor solución incluso, añado yo, para los alumnos más aventajados
y/o de clases sociales favorecidas.
Un apunte final: en
Francia la discusión ha sido iniciada a raíz de la publicación de un artículo
basado en datos y no en meras opiniones. No obstante, alguna esperanza cabe
albergar de que empecemos a discutir a partir de evidencias empíricas. Ayer,
sin ir más lejos, El País publicaba un documentadísimo artículo de José
Saturnino Martínez, cuya lectura recomiendo
enfáticamente.
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