La democracia está en peligro. ¿Puede
hacer algo la escuela al respecto?
La victoria electoral de Donald Trump
y la creciente amenaza del posible acceso de la extrema derecha al gobierno en
distintos países de Europa ha disparado las alarmas sobre la solidez de la
democracia. Nada garantiza que no pueda desaparecer, como ya ocurriera en buena
parte de Europa en los años treinta del siglo pasado. El giro de una
preocupante porción del electorado de los países democráticos de Occidente
hacia posiciones políticas marcadas por el odio, por la exclusión del otro y
por la negación de la verdad es un claro síntoma de que algo va mal.
Creo que es
fácil estar de acuerdo en que la escuela debiera ser la principal institución a
cargo de la formación de una ciudadanía democrática. De hecho, la mayoría de
los últimos atentados de los que ISIS se ha hecho responsable han sido acometidos
por personas educadas en sociedades democráticas de Europa. Una escuela que condena al silencio y a la
pasividad a su alumnado, en la que el fracaso escolar –y la consiguiente
exclusión social- se concentra de modo abusivo en los sectores sociales
vulnerables, es un caldo de cultivo para una intransigencia que -en el peor de
los casos- puede conducir al terrorismo.
En mi
opinión son, como mínimo, tres las cosas que podrían hacerse desde la escuela.
La primera sería democratizar las relaciones sociales dentro del aula. Esto es
lo que hacen las escuelas democráticas de las que hablan Apple
y Beane. En este tipo de centros se fomenta el diálogo entre los alumnos, se
promueve que pongan de manifiesto sus inquietudes. Las maneras como se puede
hacer tal cosa son variadas. En colegios de los que ya he hablado en alguna
ocasión –como los CEIP Trabenco en Leganés o La Navata en Galapagar- las clases
dan comienzo con la llamada “asamblea”, un tiempo –unos treinta minutos- y un
escenario que permiten el mutuo conocimiento, la resolución del conflictos y el
aprendizaje de las cosas más variadas por medio del diálogo. Lo habitual es que
la asamblea consista en el comentario público en clase de una noticia por parte
de un alumno. Tal comentario no solo permite desarrollar el tan descuidado arte
de la oratoria, sino que además posibilita que los demás conozcan al compañero
que expone –por el tipo de noticias que selecciona, por cómo se dirige a los
demás y por un largo etcétera de detalles- y que se contrasten opiniones
diversas. La cosa no acaba aquí. En estos centros se tiende a trabajar por
proyectos cuya temática ha sido elegida por los propios niños. De este modo,
además de incrementar considerablemente el interés por aprender, se fomenta un
enfoque globalizado del conocimiento escolar. En un grupo de discusión que hice
con antiguos alumnos de Trabenco cuando estaban cursando Primero y Segundo de
la ESO, estos comentaban que eran los únicos que en el patio de recreo se
acercaban a hablar con sus compañeros inmigrantes.
El segundo
elemento consistiría en promover el conocimiento a partir de la experimentación
científica. Tal y como se suelen enseñar las ciencias –desde la Física a la Historia-,
para la mayor parte de los alumnos el conocimiento científico puede tener la
misma validez que el pensamiento mágico, las supersticiones o la religión. Por
desgracia, en la escuela es poco habitual experimentar con el conocimiento
científico, el cual va mucho más allá del derivado de las llamadas ciencias
naturales y de la consiguiente visita al laboratorio del centro. A modo de
ejemplo, un historiador –y no ese cuenta-cuentos en que muchas veces se
convierte el profesor de historia- es alguien que trabaja con datos, que es
capaz de elaborar modelos de cambio social, que pone de manifiesto que la
historia no es una mera sucesión de acontecimientos –normalmente protagonizados
por los reyes y otros prohombres-. Para hacer ciencia no hace falta ser un
investigador consagrado. Hace unos años daba cuenta de la experiencia con los
números de Fibonacci realizada por alumnos de Segundo de la ESO en el IES
Arcipreste de Hita en Azuqueca de Henares, la cual les había llevado a
participar en una feria internacional de la ciencia en Berlín. Muy
posiblemente, quien esté habituado a saber de dónde procede el saber científico
será menos susceptible de ser engañado por la infinidad de noticias y
aseveraciones falsas que circulan por Internet (muchas de ellas propaladas por
políticos irresponsables como es el caso de Donald Trump).
El último
elemento sería dar cumplimiento al precepto constitucional de que los
profesores, los padres y -en su caso- los alumnos participen en el control y
gestión de los centros sostenidos con fondos públicos, lo que incluye a los
concertados. Difícilmente el alumnado pasará de ser un convidado de piedra en el
consejo escolar de su centro si día a día, en su aula y en su quehacer escolar,
no decide absolutamente nada. Por desgracia, la experiencia que muchos alumnos
pueden adquirir de su implicación en el consejo escolar es que la democracia es
un paripé.
Obviamente,
ninguna de estas propuestas garantiza la desaparición del odio político y de
los comportamientos antidemocráticos. No obstante, una escuela que fomente la
inclusión, en la que nadie se sienta extraño, en la que se promueva el
conocimiento de quien es distinto a uno mismo, contribuiría a la consolidación
de los valores democráticos.
Para
acabar, recomiendo ver los dos primeros minutos de este corto vídeo extraído de
la película Lugares comunes: https://www.youtube.com/watch?v=EIGch65ayJ0
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