Enseñar sociología en inglés. Unas
reflexiones
Durante el primer cuatrimestre del año
académico 2016-17 he tenido la suerte de impartir un curso de Sociología de
la Educación en inglés. Se trata de una asignatura de cuarto año del grado
en Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la
Universidad Complutense de Madrid.
A diferencia de lo que ocurre en otras
titulaciones de esta universidad –como, por ejemplo, Magisterio o Ciencias Económicas-,
en este caso se trata de una de las tan solo dos asignaturas impartidas en
inglés en tal grado. Se me escapan las razones por las que hay tan escasa
docencia en este idioma. Más bien parece incluso que existe cierto rechazo a
este tipo de experiencias hasta el punto de que esta docencia en mi facultad
computa tan solo como un 25% más de horas –creo que es el mínimo posible- que
en la impartida en español (las 60 horas de clase del curso en inglés equivalen
en el cómputo de la llamada carga docente a 75 horas).
Como era previsible, se trata de un
grupo con no muchos estudiantes (al menos en términos comparativos): un total
de veintiséis (que, como también es habitual, no acuden a clase todos los días).
De ellos, la mitad son españoles. El resto está constituido mayoritariamente
por estudiantes Erasmus (ocho alemanes, dos suecos y una francesa) a los que se
añaden dos extracomunitarios (una rusa y una china).
Los motivos para matricularse en una de
las dos asignaturas impartidas en inglés son lo de lo más variopinto y creo que
apenas tienen que ver con la asignatura en sí misma y mucho con el idioma. En
el caso de los españoles, el deseo de mejorar su nivel de inglés me ha parecido
evidente y quizás también lo sea el querer convivir en el aula con gentes de distintos
países. Y entre los foráneos, la razón
principal es que se sienten más cómodos en una clase en inglés que en otra en
español.
En general, el nivel de inglés de
quienes proceden de países nórdicos es muy bueno (mejor en el caso de los
suecos que en el de los alemanes). No es así para el resto de las
nacionalidades. En el caso de los españoles, lo habitual es tener un nivel de
inglés tremendamente bajo. Solo dos de entre estos últimos han sido capaces de
intervenir con cierta solvencia en las clases. De hecho, las estudiantes que
más han participado han sido una española y otra sueca.
En tanto que profesor, esta docencia -que
he asumido por vez primera- ha supuesto un agradable y exigente reto. Era
consciente de las dificultades que supondría no tanto la labor transmisiva de
conocimientos (que más o menos se puede ensayar previamente), como los
continuos debates que hemos mantenido a lo largo del curso. A ello se ha
añadido una sobrecarga inesperada: los contenidos de esta asignatura impartida
en inglés no coinciden con los de la esta misma materia en español. Cuando -como
hasta ahora- he impartido Sociología de la Educación me centraba mucho
en el caso español para hablar de temas como la participación escolar, las
desigualdades sociales, la creación de itinerarios, los contenidos curriculares
y demás. En una clase con estudiantes de muy diferentes naciones no queda más
remedio que aportar problemáticas y datos procedentes de otros países. La
suerte es que buena parte de lo que se publica en ciencias sociales –y en todas
las ciencias- se hace en inglés. A eso hay que añadir el creciente y reciente
interés por los análisis comparativos de la educación entre países.
En este curso, tal y como marca la
normativa universitaria, hay dos tipos de clases: las “teóricas” y las
“prácticas”. Las primeras –en torno a dos tercios del total de las sesiones
lectivas- consisten en la explicación de un tema o de parte de un tema del
programa. Las segundas han consistido, en este caso específico, en la exposición
- y ulterior debate- por parte de los estudiantes –bien individualmente o en
grupos de no más de tres personas- de alguna cuestión del programa, previo
consenso con el profesor.
Las clases teóricas las he dividido en
dos secciones: una parte expositiva -a mi cargo- y otra de debate. La primera
ocupa en torno a una hora en la que expongo el tema en cuestión, recurriendo
ocasionalmente a pequeños –o, a veces, no tan pequeños- fragmentos de vídeo
(extraídos de entrevistas o conferencias de investigadores sociales o de
películas o series televisivas) que ilustran la explicación. Es sorprendente la
enorme cantidad de material que ofrece Internet para esta labor. Si, por
ejemplo, quiero ilustrar qué hacen los mejores sistemas educativos para formar
a sus profesores, utilizo un fragmento de una entrevista a Darling-Hammond. Una
posible limitación es que casi todos estos vídeos son de investigadores
angloparlantes. He intentado utilizar vídeos en español pero, de momento, la
función de subtitulación en nuestro idioma en Youtube no funciona bien.
En todo caso, esto es una prueba más de la importancia de expresarse en inglés.
Transcurrida esta hora, los estudiantes forman pequeños grupos o parejas para
discutir durante diez minutos sobre alguna cuestión que planteo en torno al
tema explicado. A continuación, y durante unos veinte minutos, entramos en un
debate en grupo de la totalidad de la clase. Esta es, aproximadamente (es
habitual improvisar un poco), la estructura de estas sesiones.
En las clases prácticas se hacen dos
exposiciones de veinticinco minutos cada una, seguidas de otros veinte minutos
de debate para cada una de ellas. Casi todos los estudiantes han realizado la
exposición (cuatro no la hicieron y, en su lugar, optaron por la vía de
escribir tres pequeños ensayos). Aquí es donde las diferencias de idioma han
sido más clamorosas. Y no solo eso, la solvencia a la hora de exponer ha sido
igualmente visible. Los estudiantes alemanes indicaron que desde el shock que
supuso el informe PISA en 2000 muchas cosas han cambiado en la educación
alemana, entre ellas la de habituar a los escolares a exponer en público. En el
caso de una estudiante sueca, no solo estaba acostumbrada a exponer en público,
sino que además en Secundaria había recibido clases de teatro.
Si bien más arriba he indicado que no
parecía haber por parte de los estudiantes un interés intrínseco por la
asignatura, lo cierto es que los debates han sido enormemente enriquecedores.
Al fin y al cabo todos han sido y son estudiantes. Esto ha permitido que
aflorasen las experiencias y los conocimientos sobre educación de personas
procedentes de muy diferentes países.
En definitiva, no puedo más que
transmitir mi profunda satisfacción por esta experiencia. Si queremos que la
universidad haga honor a su nombre (una entidad universal), no queda más
remedio que empezar a diseñar grados o bien monolingües en inglés o, por lo
menos, con una mayoría de cursos en este idioma. Antes de acabar, quiero
subrayar que para estar a gusto en una clase de este tipo, es imprescindible
–salvo que se parta de un nivel bilingüe- dedicar muchas horas a mejorar la
pronunciación y a aprender expresiones tanto académicas como de uso común (common
parlance). En unas clases como estas, la improvisación está a la orden del
día.
En
el siguiente link se pueden consultar las presentaciones en PowerPoint
utilizadas en este curso: https://www.researchgate.net/publication/312607347_Sociology_of_education_course
No hay comentarios:
Publicar un comentario